Josep Carner
Josep Carner, un siglo de cultura catalana
Jaume Subirana (UOC)
La vida de Josep Carner i Puig-Oriol (Barcelona 1884 - Bruselas 1970) comprende un período apasionante de la literatura y, en general, de la cultura y la historia de Catalunya: Carner nace durante el modernismo, pero vive todavía la madurez de muchos de los hombres (y del impulso) de la Renaixença, crece con el novecentismo y lo representa, se involucra en la tarea de la Mancomunidad, opta por la carrera consular en una especie de peculiar alejamiento que lo convertirá en un lúcido observador de la dictadura de Primo de Rivera y de la dinámica que en los años treinta acabó llevando al país a la guerra civil, escoge el exilio mexicano y acaba volviendo a la Europa en reconstrucción tras la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial, instalándose en Bruselas, la ciudad que se convertirá en los años cincuenta en el corazón del europeísmo.
Del dandi al poeta novecentista
Carner hace una entrada en escena fulgurante: a los doce años empieza a colaborar en diversas publicaciones literarias, a los dieciocho se licencia en Derecho y a los veinte en Filosofía y Letras, a los veintidós triunfa con su tercera recopilación de versos, a los veintiséis ya es maestro en gai saber, a los veintisiete ingresa en la Sección Filológica del Institut d'Estudis Catalans [...] Esta precocidad, su carácter extrovertido, la vestimenta atrevida de los años de juventud, una proverbial facilidad de palabra y una cierta tendencia a la broma hicieron de él un "personaje" de la Barcelona de fin de siglo, un personaje reconocido y destacado, aunque no siempre celebrado (sólo hay que recordar episodios como la expulsión del Ateneo Barcelonés).
Poco a poco, el desvanecimiento de esa estética detonante de los primeros años dejó ver cada vez más claramente algunos de los rasgos esenciales de Carner: su extraordinario dominio lingüístico, su identificación con el país por medio del cultivo literario del catalán, su gran capacidad de trabajo y su habilidad para la generación y articulación de proyectos culturales. Así pues, Carner escribe y publica un libro de versos que será considerado emblemático del novecentismo, Els fruits saborosos (1906), pero paralelamente se ha ido acercando mediante sus amistades (Jaume Bofill i Mates, Emili Vallès) a los círculos católicos y catalanistas, dirige alguna de las revistas más importantes del momento (Catalunya, Empori) y sitúa en ellas a sus compañeros, descubre Mallorca y se convierte en el principal puente de los autores de la llamada Escuela Mallorquina en Barcelona, reúne a su alrededor al grupo Cal·ligueneia, se doctora en Madrid y deslumbra a los habituales del Ateneo [...] Además, el hecho de conocer al presidente de la Diputación y de la Mancomunidad, Enric Prat de la Riba (por quien siempre confesará su admiración), le abre en 1902 las puertas de La Veu de Catalunya, el diario del catalanismo moderado, y años más tarde lo situará en el recién creado Institut d'Estudis Catalans (1911) y al frente de la Editorial Catalana, fundada en 1917 bajo el patrocinio de la Lliga como un ambicioso proyecto cultural y que incluía diversas colecciones ("Biblioteca Literaria", "Biblioteca Catalana"), revistas (D'Ací i d'Allà) y una Enciclopedia Catalana (de la que era gerente Josep Pugès; Carner trabajó en ella como director literario hasta su marcha a Génova, en 1921).
En el IEC, Carner colabora estrechamente con Pompeu Fabra (de quien actúa como paladín) y se convierte en interlocutor de escritores y filólogos como Antoni M. Alcover, Lluís Segalà, Frederic Clascar, Àngel Guimerà y Joan Maragall. Además, en La Veu conoce al financiero y político Francesc Cambó (se dice que durante años Cambó dictó a Carner los editoriales del diario) y se relaciona con otros nombres que nuestra perspectiva de hoy magnifica: Eugeni d'Ors, Guerau de Liost, Josep M. de Sagarra, etc. Así pues, en pocos años tenemos a aquel joven barcelonés procedente de un ambiente menestral más o menos culto reconocido como uno de los primeros creadores del momento y situado en el epicentro de la vida literaria catalana.
Un profesional de la cultura
De hecho, la trayectoria de Carner a lo largo de las dos primeras décadas del siglo ejemplifica el esfuerzo de un determinado segmento de la intelectualidad catalana por convertirse en profesional de la propia cultura. Si la catalanidad tenía que sobrepasar junto con el país que representaba el estadio de la afección, de la vinculación sentimental, del subsidio, necesitaba una lengua apta para el uso generalizado y el cultivo literario, y un equipo de personas que asumieran el proyecto como propio y que ayudara a sacarlo adelante hasta las últimas consecuencias.
Así, durante años Carner escribe diariamente un montón de artículos, notas y poemas en La Veu (de ahí, en parte, su propensión por los seudónimos), dirige la Editorial Catalana, traduce a los autores occidentales más importantes (de La Fontaine a Dickens, de Andersen a Mark Twain) y mientras tanto escribe y publica una poesía rica y multiforme, a la vez popular y de alta calidad (en esta época destacan dos volúmenes muy diferentes aparecidos en el mismo año, en 1914: Auques i ventalls y La paraula en el vent), una poesía que bebe de Baudelaire, Ronsard y Leopardi (y, más tarde, de Ausiàs March) pero que es, al mismo tiempo, específicamente "carneriana", una poesía leída y apreciada que hace que se vaya generalizando la costumbre de referirse a él con el sobrenombre de "príncipe de los poetas".
Sin embargo, la voluntad de profesionalizar la cultura catalana (así como el mismo proyecto novecentista de "civilizar" el país) topaba con muchas obstáculos. En este sentido, es emblemático el artículo "Bastir-se un clos" (1928), que empieza así: "Estoy decidido a hacerme un cercado. Quiero decir que he tomado la determinación de defender una propiedad. Es necesario que nuestra literatura, todavía adolescente, empiece a ocuparse de la defensa de sus intereses, demasiado desatendidos hasta ahora en un ambiente de abusiva familiaridad, de dejadez y de mal entendido idealismo", y termina: "Hacerse un cercado es mejor que vagar por la jungla, e incluso que respetar el sistema anacrónico de la propiedad comunal de la tribu".
En 1915 Carner se había casado con la chilena Carmen de Ossa, y pronto llegaron dos hijos: Anna Maria y Josep. Sobrepasada la treintena, Carner era un escritor famoso y un personaje de la cultura catalana, pero su situación profesional no acababa de estar al nivel de esa fama. En 1917 muere quien habría podido reorientar esta situación: Prat de la Riba. Entonces, al progresivo distanciamiento del escritor respecto del proyecto y de la evolución política de la Lliga y al difícil clima social de la Barcelona de los lockouts y los asesinatos por la calle, se añadió el desánimo por la insegura situación económica que tras muchos años aún sufría. En 1920 Carner se presenta en Madrid a unas oposiciones al cuerpo consular (que aprueba sin muchos apuros) y en marzo de 1921 abandona Catalunya para ir a Génova, donde se instala con toda su familia y ejerce de vicecónsul de España.
Expatriación: obra y mito
La carrera consular le llevará de Génova a Costa Rica, El Havre, Hendaya, Beirut, Bruselas y París, con un breve paréntesis en Madrid. Lejos de Catalunya a la que vuelve a menudo para breves estancias saludadas desde la prensa, Carner sigue ejerciendo de brillante columnista (en el catalanizado La Publicitat, desde 1928, y en El Sol de Madrid), y su obra poética no se detiene: después de una extensa antología amorosa recopilatoria (La inútil ofrena, 1924), El cor quiet (1925) representa un golpe de timón y muestra que, si bien es cierto tal y como sostiene Gabriel Ferrater que Carner había empezado escribiendo hacia atrás la poesía que durante tres siglos la literatura catalana no había tenido, quizá era sobre todo para poder adentrarse con más libertad en el largo diálogo con él mismo que el resto de su obra representa. Un largo diálogo subrayado por la continua revisión a la que Carner somete desde muy pronto y hasta el final de su carrera toda su obra poética.
Cuando estalla la Guerra Civil Española, Carner es uno de los pocos diplomáticos que se mantiene fiel a la República. Eso hará que en 1939 su alejamiento voluntario del país se convierta en forzado, y que con la profesora y crítica literaria belga Émilie Noulet, su segunda esposa (Carmen de Ossa había muerto en el Líbano en 1935), emprenda el camino del exilio, primero en México (de 1939 a 1945, donde fue profesor en el Colegio de México) y posteriormente en Bélgica. En Bruselas, Carner trabaja de profesor universitario sin abandonar un cierto papel de autoridad entre la comunidad de la Catalunya en la diáspora (en 1945 es nombrado por el presidente Irla consejero del gobierno de la Generalitat en el exilio, colabora en los Jocs Florals, en la reanudación de la Revista de Catalunya, etc.), y se incorpora (como miembro del consejo ejecutivo de la Sociedad Europea de Cultura, por ejemplo) en el tejido de intelectuales continentales que en el contexto de la guerra fría tienen como bandera la libertad, el diálogo y un incipiente europeísmo.
Es en el exilio donde nacen los dos libros que convierten a Josep Carner, más allá del escritor importante que ya era, en un nombre fundamental de la poesía de nuestro siglo. El primero es el largo poema alegórico-narrativo Nabí (1941), donde la figura bíblica de Jonás se convierte en el trujamán de un Carner abatido (por las muertes de Guerau, de su padre, de su primera mujer, por la Guerra Civil y el exilio, por el inicio de la Segunda Guerra Mundial) y tentado por la impaciencia y la cólera ante el destino. El segundo es Poesia (1957), donde escoge, revisa y reordena su obra poética y le añade el impresionante apartado "Absència". Además, durante esos años aparecen diversos libros suyos traducidos al francés, al inglés, al italiano. [...]
Pero desde un punto de vista estrictamente literario, para las letras catalanas del interior Carner será durante muchos años un gran ausente, un mito quizás incuestionable pero en cualquier caso lejano. Si ya en los años veinte su imagen había quedado fijada en la etiqueta (honorable pero histórica) de "príncipe de los poetas", en el contexto de la resistencia y la tímida recuperación cultural de los años cincuenta y sesenta la obra de Carner es más un dato histórico que un referente real. Sólo a partir de la apuesta del editor Josep M. Cruzet (de Editorial Selecta) y de la fidelidad de amigos y lectores de antes de la guerra (como Marià Manent) o de las nuevas generaciones (como Joan Fuster o los hermanos Gabriel Ferrater y Joan Ferraté), la obra de Carner va siendo reeditada, releída y revalorizada junto a su figura, utilizada para impulsar una candidatura para obtener el primer Nobel catalán (en 1962) o acogida con expectación mediática durante su fugaz retorno a Catalunya (en 1970) pocos meses antes de morir.
La suma de su obra los libros de poemas, la prosa, el periodismo, el teatro, las traducciones, la actividad cultural e intelectual y la actuación cívica y política de Carner a lo largo de más de medio siglo componen una imagen aún no del todo perfilada, pero que permite hablar de él como uno de los grandes homenots literarios de nuestro tiempo, y como un intelectual catalán y europeo en el sentido a la vez más clásico y más moderno, más contemporáneo, del término.
Copyright del texto © 1999 Ediuoc/ECSA
Del dandi al poeta novecentista
Carner hace una entrada en escena fulgurante: a los doce años empieza a colaborar en diversas publicaciones literarias, a los dieciocho se licencia en Derecho y a los veinte en Filosofía y Letras, a los veintidós triunfa con su tercera recopilación de versos, a los veintiséis ya es maestro en gai saber, a los veintisiete ingresa en la Sección Filológica del Institut d'Estudis Catalans [...] Esta precocidad, su carácter extrovertido, la vestimenta atrevida de los años de juventud, una proverbial facilidad de palabra y una cierta tendencia a la broma hicieron de él un "personaje" de la Barcelona de fin de siglo, un personaje reconocido y destacado, aunque no siempre celebrado (sólo hay que recordar episodios como la expulsión del Ateneo Barcelonés).
Poco a poco, el desvanecimiento de esa estética detonante de los primeros años dejó ver cada vez más claramente algunos de los rasgos esenciales de Carner: su extraordinario dominio lingüístico, su identificación con el país por medio del cultivo literario del catalán, su gran capacidad de trabajo y su habilidad para la generación y articulación de proyectos culturales. Así pues, Carner escribe y publica un libro de versos que será considerado emblemático del novecentismo, Els fruits saborosos (1906), pero paralelamente se ha ido acercando mediante sus amistades (Jaume Bofill i Mates, Emili Vallès) a los círculos católicos y catalanistas, dirige alguna de las revistas más importantes del momento (Catalunya, Empori) y sitúa en ellas a sus compañeros, descubre Mallorca y se convierte en el principal puente de los autores de la llamada Escuela Mallorquina en Barcelona, reúne a su alrededor al grupo Cal·ligueneia, se doctora en Madrid y deslumbra a los habituales del Ateneo [...] Además, el hecho de conocer al presidente de la Diputación y de la Mancomunidad, Enric Prat de la Riba (por quien siempre confesará su admiración), le abre en 1902 las puertas de La Veu de Catalunya, el diario del catalanismo moderado, y años más tarde lo situará en el recién creado Institut d'Estudis Catalans (1911) y al frente de la Editorial Catalana, fundada en 1917 bajo el patrocinio de la Lliga como un ambicioso proyecto cultural y que incluía diversas colecciones ("Biblioteca Literaria", "Biblioteca Catalana"), revistas (D'Ací i d'Allà) y una Enciclopedia Catalana (de la que era gerente Josep Pugès; Carner trabajó en ella como director literario hasta su marcha a Génova, en 1921).
En el IEC, Carner colabora estrechamente con Pompeu Fabra (de quien actúa como paladín) y se convierte en interlocutor de escritores y filólogos como Antoni M. Alcover, Lluís Segalà, Frederic Clascar, Àngel Guimerà y Joan Maragall. Además, en La Veu conoce al financiero y político Francesc Cambó (se dice que durante años Cambó dictó a Carner los editoriales del diario) y se relaciona con otros nombres que nuestra perspectiva de hoy magnifica: Eugeni d'Ors, Guerau de Liost, Josep M. de Sagarra, etc. Así pues, en pocos años tenemos a aquel joven barcelonés procedente de un ambiente menestral más o menos culto reconocido como uno de los primeros creadores del momento y situado en el epicentro de la vida literaria catalana.
Un profesional de la cultura
De hecho, la trayectoria de Carner a lo largo de las dos primeras décadas del siglo ejemplifica el esfuerzo de un determinado segmento de la intelectualidad catalana por convertirse en profesional de la propia cultura. Si la catalanidad tenía que sobrepasar junto con el país que representaba el estadio de la afección, de la vinculación sentimental, del subsidio, necesitaba una lengua apta para el uso generalizado y el cultivo literario, y un equipo de personas que asumieran el proyecto como propio y que ayudara a sacarlo adelante hasta las últimas consecuencias.
Así, durante años Carner escribe diariamente un montón de artículos, notas y poemas en La Veu (de ahí, en parte, su propensión por los seudónimos), dirige la Editorial Catalana, traduce a los autores occidentales más importantes (de La Fontaine a Dickens, de Andersen a Mark Twain) y mientras tanto escribe y publica una poesía rica y multiforme, a la vez popular y de alta calidad (en esta época destacan dos volúmenes muy diferentes aparecidos en el mismo año, en 1914: Auques i ventalls y La paraula en el vent), una poesía que bebe de Baudelaire, Ronsard y Leopardi (y, más tarde, de Ausiàs March) pero que es, al mismo tiempo, específicamente "carneriana", una poesía leída y apreciada que hace que se vaya generalizando la costumbre de referirse a él con el sobrenombre de "príncipe de los poetas".
Sin embargo, la voluntad de profesionalizar la cultura catalana (así como el mismo proyecto novecentista de "civilizar" el país) topaba con muchas obstáculos. En este sentido, es emblemático el artículo "Bastir-se un clos" (1928), que empieza así: "Estoy decidido a hacerme un cercado. Quiero decir que he tomado la determinación de defender una propiedad. Es necesario que nuestra literatura, todavía adolescente, empiece a ocuparse de la defensa de sus intereses, demasiado desatendidos hasta ahora en un ambiente de abusiva familiaridad, de dejadez y de mal entendido idealismo", y termina: "Hacerse un cercado es mejor que vagar por la jungla, e incluso que respetar el sistema anacrónico de la propiedad comunal de la tribu".
En 1915 Carner se había casado con la chilena Carmen de Ossa, y pronto llegaron dos hijos: Anna Maria y Josep. Sobrepasada la treintena, Carner era un escritor famoso y un personaje de la cultura catalana, pero su situación profesional no acababa de estar al nivel de esa fama. En 1917 muere quien habría podido reorientar esta situación: Prat de la Riba. Entonces, al progresivo distanciamiento del escritor respecto del proyecto y de la evolución política de la Lliga y al difícil clima social de la Barcelona de los lockouts y los asesinatos por la calle, se añadió el desánimo por la insegura situación económica que tras muchos años aún sufría. En 1920 Carner se presenta en Madrid a unas oposiciones al cuerpo consular (que aprueba sin muchos apuros) y en marzo de 1921 abandona Catalunya para ir a Génova, donde se instala con toda su familia y ejerce de vicecónsul de España.
Expatriación: obra y mito
La carrera consular le llevará de Génova a Costa Rica, El Havre, Hendaya, Beirut, Bruselas y París, con un breve paréntesis en Madrid. Lejos de Catalunya a la que vuelve a menudo para breves estancias saludadas desde la prensa, Carner sigue ejerciendo de brillante columnista (en el catalanizado La Publicitat, desde 1928, y en El Sol de Madrid), y su obra poética no se detiene: después de una extensa antología amorosa recopilatoria (La inútil ofrena, 1924), El cor quiet (1925) representa un golpe de timón y muestra que, si bien es cierto tal y como sostiene Gabriel Ferrater que Carner había empezado escribiendo hacia atrás la poesía que durante tres siglos la literatura catalana no había tenido, quizá era sobre todo para poder adentrarse con más libertad en el largo diálogo con él mismo que el resto de su obra representa. Un largo diálogo subrayado por la continua revisión a la que Carner somete desde muy pronto y hasta el final de su carrera toda su obra poética.
Cuando estalla la Guerra Civil Española, Carner es uno de los pocos diplomáticos que se mantiene fiel a la República. Eso hará que en 1939 su alejamiento voluntario del país se convierta en forzado, y que con la profesora y crítica literaria belga Émilie Noulet, su segunda esposa (Carmen de Ossa había muerto en el Líbano en 1935), emprenda el camino del exilio, primero en México (de 1939 a 1945, donde fue profesor en el Colegio de México) y posteriormente en Bélgica. En Bruselas, Carner trabaja de profesor universitario sin abandonar un cierto papel de autoridad entre la comunidad de la Catalunya en la diáspora (en 1945 es nombrado por el presidente Irla consejero del gobierno de la Generalitat en el exilio, colabora en los Jocs Florals, en la reanudación de la Revista de Catalunya, etc.), y se incorpora (como miembro del consejo ejecutivo de la Sociedad Europea de Cultura, por ejemplo) en el tejido de intelectuales continentales que en el contexto de la guerra fría tienen como bandera la libertad, el diálogo y un incipiente europeísmo.
Es en el exilio donde nacen los dos libros que convierten a Josep Carner, más allá del escritor importante que ya era, en un nombre fundamental de la poesía de nuestro siglo. El primero es el largo poema alegórico-narrativo Nabí (1941), donde la figura bíblica de Jonás se convierte en el trujamán de un Carner abatido (por las muertes de Guerau, de su padre, de su primera mujer, por la Guerra Civil y el exilio, por el inicio de la Segunda Guerra Mundial) y tentado por la impaciencia y la cólera ante el destino. El segundo es Poesia (1957), donde escoge, revisa y reordena su obra poética y le añade el impresionante apartado "Absència". Además, durante esos años aparecen diversos libros suyos traducidos al francés, al inglés, al italiano. [...]
Pero desde un punto de vista estrictamente literario, para las letras catalanas del interior Carner será durante muchos años un gran ausente, un mito quizás incuestionable pero en cualquier caso lejano. Si ya en los años veinte su imagen había quedado fijada en la etiqueta (honorable pero histórica) de "príncipe de los poetas", en el contexto de la resistencia y la tímida recuperación cultural de los años cincuenta y sesenta la obra de Carner es más un dato histórico que un referente real. Sólo a partir de la apuesta del editor Josep M. Cruzet (de Editorial Selecta) y de la fidelidad de amigos y lectores de antes de la guerra (como Marià Manent) o de las nuevas generaciones (como Joan Fuster o los hermanos Gabriel Ferrater y Joan Ferraté), la obra de Carner va siendo reeditada, releída y revalorizada junto a su figura, utilizada para impulsar una candidatura para obtener el primer Nobel catalán (en 1962) o acogida con expectación mediática durante su fugaz retorno a Catalunya (en 1970) pocos meses antes de morir.
La suma de su obra los libros de poemas, la prosa, el periodismo, el teatro, las traducciones, la actividad cultural e intelectual y la actuación cívica y política de Carner a lo largo de más de medio siglo componen una imagen aún no del todo perfilada, pero que permite hablar de él como uno de los grandes homenots literarios de nuestro tiempo, y como un intelectual catalán y europeo en el sentido a la vez más clásico y más moderno, más contemporáneo, del término.
Copyright del texto © 1999 Ediuoc/ECSA