La Renaixença

(Nou diccionari 62 de la literatura catalana)

Nombre dado al movimiento catalán de resurgimiento cultural iniciado en Cataluña en la primera mitad del siglo XIX y que inicia el periodo contemporáneo de la literatura catalana.

El nuevo clima intelectual que se desvela con la Renaixença (posibilitado tanto por las nuevas opciones sociales que se abren para la burguesía autóctona con la revolución industrial, como por el movimiento romántico que se afianza por toda Europa) consiste, sobre todo, en una difusión progresiva de la conciencia de cultura autónoma (que se identifica con el uso del idioma) y, en consecuencia, de un incremento muy notable de la producción literaria en catalán (y, en general, de todo lo que configura las particularidades culturales catalanas). De hecho, los dos grandes designios de la Renaixença (la dignificación del idioma y la edificación de una literatura nacional) surgen como consecuencia de una voluntad de afirmar la personalidad autónoma de Cataluña en el terreno cultural.

La publicación en 1833 del ocasional poema de Aribau “La pàtria” ha sido considerada (tradicionalmente) el origen de la Renaixença, pero ésta se define más bien como un movimiento que estalla fruto de un largo proceso de recuperación de la decadencia literaria y civil de los siglos XVI y XVII, especialmente activo ya en algunos ilustrados del siglo XVIII como Fèlix Amat, Josep Pau Ballot, Antoni de Capmany o Josep Climent. Este proceso se acentuó cuando, en el primer tercio del siglo XIX, el interés creciente por la historia, favorecido por el romanticismo que despuntaba, fomentó una conciencia, entre elegíaca y reivindicativa, de la decadencia en que se encontraban el prestigio social del idioma y la vitalidad literaria catalana en relación al pasado (tan estimulante política y literariamente) de Cataluña. A ello responde la obra (casi toda en castellano aún, y en gran parte histórica y erudita) de Antoni Puigblanch, Pròsper de Bofarull, Fèlix Torres Amat, Bergnes de las Casas, López Soler y Aribau, entre otros.

La conciencia de la Renaixença, potenciada por esta recuperación de la propia historia y por el poder creciente de la burguesía liberal (sobre todo la de Barcelona), progresó decisivamente en la generación siguiente, decididamente liberal y romántica en sus inicios, y la primera, por otro lado, que utilizó con relativa normalidad la propia lengua al servicio, además, de una producción literaria seria y perseverante. Los miembros más destacados de esta generación fueron: Marià Aguiló, Joan Cortada, Manuel Milà i Fontanals, Pau Piferrer i Joaquim Rubió i Ors, autor de uno de los textos más lúcidos del periodo, publicado en 1841 como prólogo a sus poesías.

A mediados del siglo XIX, la Renaixença se identifica ya con la recuperación cultural catalana y, aunque en su seno de produce una clara matización ideológica que será la base de algunas polémicas culturales, forma ya un movimiento incuestionable que se hace presente en los órganos de difusión del país o en propios recién creados; es apoyado por algunas instituciones como la Academia de Buenas Letras de Barcelona, la Universidad de Barcelona o algunos sectores de la Iglesia (representados por Jaume Collell y Torras i Bages); promueve los instrumentes culturales más urgentes (como gramáticas y diccionarios, en el terreno lingüístico); crea sus propios mitos políticos (Jaime I o Felipe V) y literarios (los trovadores), y extiende su proyección más allá de la erudición y la lírica en un intento de catalanizar otros campos como la filosofía, la ciencia, el arte o el derecho.

La proyección popular de la Renaixença se consiguió, en parte, con la restauración en 1859 de los Juegos Florales de Barcelona, que contaron con el prestigio de un reconocimiento público notable, fueron reproducidos en muchos otros lugares del país y tomaron el carácter de órgano supremo de la Renaixença. Antoni de Bofarull y Víctor Balaguer fueron los líderes de los Juegos Florales, de los que surgió, por otro lado, un número muy considerable de autores, muy a menudo procedentes de la pequeña burguesía urbana y dedicados casi exclusivamente a la poesía.

El paralelo renacimiento provenzal, a pesar de ser falto de una cierta politización que animaba el catalán, no dejó nunca de explotarse como una confirmación de los progresos de la Renaixença.

El movimiento, por otra parte, no afectó casi a la literatura popular (que se había producido en catalán sin apenas interrupciones) y más bien fue visto con recelo por sus autores (Abdó Terrades, Anselm Clavé o Frederic Soler), caracterizados a menudo por una radicalización política, federal y republicana que contrastaba con el carácter progresivamente conservador de la Renaixença. En cuanto a los géneros cultos, se tuvo que favorecer su catalanización de acuerdo con el designio renacentista de edificar una literatura nacional. La novela, catalana ya en cuanto a los temas, contó con una primera obra en catalán (L’orfeneta de Menargues, de Antoni de Bofarull) en 1862, año del primer premio dedicado a narrativa en los Juegos Florales. El teatro (que contaba con géneros populares muy vivos en catalán y que no entró a formar parte de los Juegos hasta 1875) estrenó el primer drama en catalán (Tal faràs, tal trobaràs, de Vidal i Valenciano) en 1865. La poesía culta, que llevaba editándose en catalán desde 1839 (Llàgrimes de viudesa, de Miquel Anton Martí), coronó su proceso con el prestigio del poema épico L’Atlàntida, de Jacint Verdaguer, publicado en 1878.

Fruto del ambiente general de la Renaixença y prueba esencial de su eficacia y oportunidad fue el conjunto de autores de gran calidad que aparecieron en el último tercio del siglo XIX vinculados a los Juegos Florales, como Jacint Verdaguer, Àngel Guimerà, Emili Vilanova, Narcís Oller, Francesc Pelagi Briz o Josep Pin i Soler, junto a críticos como Joan Sardà o Josep Yxart, a la vez que se incorporaban autores hasta entonces alejados como Frederic Soler.

Esta generación llevó a cabo la fundación o la consolidación de los principales instrumentos de difusión de la Renaixença: revistas (La Renaixensa, Lo Gay Saber, El Calendari Català, La Ilustració Catalana), editoriales (La Protecció Literària, La Renaixensa, Ilustració Catalana), asociaciones (La Jove Catalunya, Associació Catalanista d’Excursions Científiques, Associació Catalana d’Excursions, Centre Català), etc., además de una politización creciente y matizada del movimiento (iniciada, en parte, por Valentí Almirall) y un ya muy completo panorama cultural.

La Renaixença fue, además de una voluntad de cultura autónoma, una forma peculiar de servir a este propósito: un estilo y una temática de raíz romántica, unos criterios lingüísticos académicos o arcaizantes, y una actitud liberal i moderada que procedía de sus raíces burguesas. En esta orientación, la Renaixença es ya sentenciada hacia 1890, con los primeros signos de vitalidad de la generación del Modernismo, que, fiel a la esencia de la Renaixença, la sirvió con criterios y actitudes distintas y con un sentido estético profundamente renovado.

En Mallorca, la entrada de las nuevas corrientes empezó hacia 1833 y cuajó en la revista La Palma (1840-1841) de Josep M. Quadrado, que introdujo el romanticismo, favoreció la recuperación de textos antiguos y estableció contactos con Cataluña, aunque sin primar el uso de la lengua propia. La generación posterior, que cursó estudios en Barcelona, se comprometió con la Renaixença a través de los Juegos Florales. Marià Aguiló, Josep Lluís Pons i Gallarza, Jeroni Rosselló, Pere d’Alcàntara Peña o Miquel Victorià Amer fueron algunos de los miembros destacados, desde una posición conservadora que no aceptó la evolución del movimiento hacia ideologías más comprometidas políticamente. Hacia finales de la década de los ochenta, Miquel dels Sants Oliver y el grupo de “La Almudaina”, influidos ya por la nueva estética modernista, acercan a Mallorca al movimiento reivindicativo con planteamientos más progresistas.

En Valencia, la Renaixença se desarrolló también en tres etapas similares. La primera, entre 1830 y 1859, se caracteriza por la entrada del romanticismo a través de El Mole, revista liberal, y por los contactos de Pasqual Pérez, Vicent Boix i Josep M. Bonilla con Víctor Balaguer; la segunda (1850-1874), presidida por Teodor Llorente y Lo Rat Petant, presenta un carácter marcadamente conservador que la aleja de las reivindicaciones políticas y la inclina hacia un cierto occitanismo; la tercera (1874-1909), toma una inclinación progresista, bajo la dirección de Constantí Llombart.

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