Josep M. Folch i Torres
Guadalupe Ortiz de Landàzuri
El caso de Josep Maria Folch i Torres (Barcelona, 1880-1950) es digno de estudio –además de por su valor literario– por su complejidad y por la divergencia existente entre la recepción de una obra literaria y el juicio crítico de los intelectuales contemporáneos. Como veremos, Folch consiguió un éxito popular nunca conseguido por ningún otro escritor en catalán –literalmente, pudo "vivir de la pluma"–, pero a partir de 1924 fue prácticamente proscrito de los círculos intelectuales y artístico-literarios. Folch i Torres fue el alma del semanario infantil En Patufet, desde 1910, y, con él, la revista llegó a una tirada de 65.000 ejemplares y a aproximadamente unos 325.000 lectores semanales. El éxito popular del escritor –parece que de las novelas mensuales que aparecían en la "Biblioteca Patufet" se hacía una tirada de entre 20.000 y 40.000 ejemplares– consistió básicamente en descubrir lo que hoy en día llamaríamos un nuevo sector del mercado (o sea, un público lector que hasta entonces no había leído ninguna otra cosa) y entusiasmarlo, y, como consecuencia, convertirse en el primer escritor catalán de masas.
Josep M. Folch i Torres: de sus inicios al escritor modernista (1880-1910)
Folch i Torres nació en el seno de una familia acomodada que pronto tendría graves problemas económicos. Desde bien joven tuvo que trabajar, lo que –como ha recordado más de un crítico (como Sales) comparándolo con Dickens– le ayudará en su futura carrera literaria.
Es aún adolescente cuando despierta su afición literaria: le publican algún poema y se presenta a varios premios con aportaciones primerizas. Su primera poesía editada será "Lo primer bes" (L'Aureneta, 1897); el año siguiente publica "Pobre xicot!", edita una revista con un grupo de amigos, Lo conseller, y le publican "La Nisu" en La Renaixença. En enero de 1899 inicia su actividad literaria con intensidad: publica con cierta asiduidad narraciones cortas, gana Juegos Florales, le nombran director de L'Atlàntida (publicación de carácter literario y político), y colabora en La Renaixença y en Joventut. Paralelamente a este inicio literario, despierta en él la consciencia política y, poco a poco, sus colaboraciones en la prensa del momento tienen un tono nacionalista cada vez más pronunciado. De hecho, el 11 de septiembre de 1901 es detenido por el acto de homenaje en la estatua de Casanova, y pasa tres días en prisión. Entre el 22 de noviembre de 1901 y el 14 de marzo siguiente, escribe ocho artículos para La Renaixença que le comprometen políticamente. Ha llegado el momento en el que podrá dedicarse plenamente a la escritura, ya que en verano de 1901 empieza a trabajar en La Veu de Catalunya, mientras sigue con las colaboraciones en otros medios y las traducciones al castellano. En los Juegos Florales de 1903 presenta "Antònia" y gana el primer accésit. Ese mismo año gana la copa Víctor Català, y al año siguiente gana todos los premios de los Juegos Florales (la copa y los tres accésits).
El 1904 será el año de su afirmación personal, como escritor y como intelectual: gana el primer premio del concurso de L'Avenç con Lària; empieza a escribir en el semanario La Tralla, del que acabará siendo director y al que dará un más decidido empuje obrero y nacionalista. Lària ha sido considerada la primera novela de madurez del autor. Estéticamente se encuentra entre el realismo y el modernismo. En 1905 acentúa aún más su posición nacionalista a través del semanario con los consiguientes problemas de multas o secuestros de prensa. En el otoño de ese año publica una serie de artículos, uno de ellos contra Lerroux, "Tu ets el Judes!", firmado con el nombre de Folytor. Tiene que ir varias veces a declarar frente al juez, hasta que finalmente el gobierno suspende algunos periódicos (La Tralla, Cu-Cut!, etc.). En diciembre, pendiente de un proceso judicial –por motivos políticos–, le hacen saber que la condena podría ser mucho más grave de lo que sospechaba. Entonces, el 25 de diciembre de 1905 huye a Francia, a Perpiñán. El exilio durará tres años. Durante este periodo es el corresponsal de El Poble Català; lee a autores clásicos y franceses, colabora con los periódicos y escribe piezas literarias que envía a los distintos premios que se convocan en Cataluña. En agosto de 1908 vuelve a Barcelona.
A partir de entonces su producción puede considerarse "modernista", no tanto por la estética como por los temas. Folch i Torres se mueve entre el realismo y el modernismo; o, si se prefiere, toma del modernismo los aspectos que le interesan: la temática rural, la confrontación del individuo con situaciones límite, los personajes enfermizos..., aunque aborda temas que los modernistas rehúsan, como la problemática obrera, la masa y el individuo, las desigualdades por la falta de escolarización, etc. Su obra dirigida a adultos y considerada modernista la constituyen Lària (1904), Aigua avall (1907), Anímiques (1908), L'ànima en camí (1908) y Joan Endal (1909). Con estas obras Folch i Torres demuestra su talento narrativo y la profundidad psicológica de sus personajes, que actúan con naturalidad, con unos sentimientos profundos próximos a la estética naturalista y casi al determinismo; Folch, pero, salva siempre al individualismo, la fuerza motriz de la voluntad y la determinación de ánimo de los personajes.
Toda la crítica literaria ha reconocido en esta primera época de Folch la densidad literaria de su obra, paralela a la de Víctor Català o a la de cualquier otro escritor modernista de primera fila, aunque Folch no llega nunca al tremendismo de Prudenci Bertrana, por ejemplo.
Folch i Torres, escritor infantil (1910-1938)
En 1910 tiene lugar la circunstancia probablemente más decisiva en la vida de Folch. El editor de En Patufet, Josep Baguñà, le encarga una novela para jóvenes, y así nace En Massagran, que se irá editando por pliegos y distribuyendo junto con el semanario. El semanario En Patufet (1904-1983) fue fundado en 1904 por Josep Aladern y Aureli Capmany con la intención de "inclinar a los niños y las niñas (...) a leer en catalán", como decía la presentación del primer número. En 1905 lo había adquirido del editor Josep Baguñà i Martra (1870-1942).
Desde entonces y hasta el final de la guerra civil española, Josep M. Folch i Torres se dedica de lleno y con intensidad a la literatura infantil y juvenil, y deja totalmente de lado la literatura para adultos. Este hecho, este cambio total de planteamiento, podría atribuirse a varias circunstancias, o quizás a la suma de todas ellas: en primer lugar, el éxito que consiguió inmediatamente –no hay nada mejor para un escritor que la respuesta entusiasta de los lectores–, con la mejoría económica que significaba –no debemos olvidar que Folch tenía una familia numerosa–; en segundo lugar, la liquidación del modernismo y la crisis que sufría la novela modernista, tan criticada por los noucentistes; en tercer lugar, el exilio, que lo había hecho madurar y la vuelta al hostil y agresivo ambiente social que encontró en Barcelona; en cuarto lugar, los hechos de la Semana Trágica, que lo hirieron seriamente como nacionalista y como creyente. Todo esto unido, junto con la insistencia del editor, que pedía cada vez más trabajo, más diversificación y más compromiso con En Patufet, hizo que Folch se identificara plenamente con esta nueva faceta. Este giro de Folch fue debido en parte también al ambiente noucentista que se respiraba en medios y revistas, y él adoptó una actitud, no la estética, del movimiento. Folch respondió a aquella cruzada de civilidad o civilizadora que auguraban los noucentistes y la la hizo suya. El cambio de Folch se debe pues en parte a la respuesta del público; pero, sobre esta respuesta, él se construyó una misión: llegar a los estratos populares de la sociedad y hacer en ellos una labor cultural, conseguir que aprendieran a leer los que no sabían y crear una adicción a la lectura en catalán como nunca antes se había visto. Existe una última razón que sea quizás la más importante: la necesidad que sentía el autor de enseñar –de moralizar– a través de la lectura.
A partir de esa fecha de 1910 la producción de Folch i Torres es impresionante: cada semana entregaba un pliego de una novela infantil/juvenil, que después era encuadernada y formaba parte como volumen de "La Biblioteca Patufet"; dirigía el semanario y escribía piezas cortas que se publicaban en el mismo semanario bajo distintos pseudónimos ("Marruixa", "Pastallunes", "Jim-Fit", etc.). En 1915 empezó las famosas "Pàgines viscudes", ilustradas por Junceda, que se convirtieron en la sección más popular de la revista. También en esta época empieza su actividad teatral y estrena todos los años una obra para el público infantil. En 1924 empieza una nueva colección de novelas mensuales, "La Biblioteca Gentil", de género rosa, o sea, de género sentimental, dirigida a un público femenino.
Qué tenían las obras de Folch i Torres para atraer tanto al público? Diríamos que un planteamiento sencillo y claro, un conflicto adecuado a la mente de sus lectores y una resolución alegre, a menudo cómica, con una comicidad suave, nada rebuscada, basada en el juego de palabras. El tratamiento tierno de los personajes y las situaciones de apoteosis en las que podía intervenir el imaginario –un imaginario basado en la rondallística o inventado– y el efecto sorpresa facilitaban de un lado la posible identificación lector-personaje, y, de otro, la risa frente a situaciones ingenuas o claramente imposibles.
La producción total de Josep Maria Folch i Torres está formada –con seguridad– por 50 novelas de aventuras ("Biblioteca Patufet"), 48 novelas rosa ("Biblioteca Gentil"), 51 obras de teatro y más de 1.200 "Pàgines viscudes", además de pequeñas narraciones i escritos varios que aparecieron en las páginas de En Patufet.
Como era de prever, la adhesión popular a Folch i Torres comportó el antifolquitorrismo de los críticos y literatos del país. Desde las columnas de los periódicos, en conferencias, artículos, etc., se criticaba la labor de Folch i Torres y se consideraba incluso malsana. Intervinieron en esta polémica los intelectuales y literatos de la época, en varios sentidos. Se criticaba el sentimentalismo de sus novelas rosa y la productividad extraordinaria de su pluma, que hacía dudar de su calidad literaria. Esta polémica se ha mantenido viva durante muchos años y llega casi a nuestros días, aunque todo el mundo reconoce el mérito de la labor cultural ingente que Folch realizó durante el primer tercio del siglo XX. Con todo, falta aún un estudio literario más profundo de su obra.
El silencio de Folch i Torres (1938-1950)
Con el descalabro que sufrió el país con la guerra y la represión del catalán, Folch i Torres quedó fuera de cualquier posibilidad de continuar su labor. Intentó en algunas ocasiones escribir en castellano y participó en algún programa cultural de radio. Sin embargo, no se vio con ánimo de continuar.
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