La literatura como vicio moral

Mercè Ibarz

- ¿Hablamos de periodismo? Creo que eres una buena periodista y una crítica literaria excelente.

- Uf, para ser buena crítica me faltan muchísimas lecturas, muchísima cultura.

- Dejando a un lado tu modestia, el caso es que has hecho periodismo sobre todo en México, en castellano, en las publicaciones de tu hijo, Roger Bartra. Recuerdo ahora un largo artículo que aquí reprodujo Josep Ramoneda en La Vanguardia, hablando del V Centenario, a propósito de un libro de Carlos Fuentes.

- En los últimos tiempos, para Jornada Semanal, la revista que dirige Roger, debo haber reseñado entre veinte y treinta libros, en los veranos. Mis autores preferidos son todos los buenos que puedo leer. Durante años fui una fanática de Thomas Mann. Ahora tengo el afán de devorar los nuevos valores que se descubren en el mundo y en Cataluña.

La crítica literaria o artística también es periodismo. Está el periodismo bueno, denso, con ligereza de estilo, pero profundo de pensamiento, y el periodismo superficial y pedestre, como la mayor parte de la obra de Pla.

- Tú ya eras periodista antes del exilio.

- Aquí también hice crítica literaria, durante la guerra, de una manera breve y rápida. Sólo recuerdo dos críticas, aunque nunca más las he vueltas a ver. En una comentaba y elogiaba las traducciones, o una traducción, de Andreu Nin, poco después de su muerte, de la cual nadie osaba hablar públicamente, porque aquel sistema sembraba más terror que el de la FAI, que entonces acababa de ser derrotada. Y yo me arriesgué a hablar, indirectamente, a través de una valoración literaria, sin referirme explícitamente para nada a su desaparición. También comenté el Cant corporal de Agustí Bartra a quien entonces no conocía...

- Hiciste más que comentar libros: hacías entrevistas, publicabas artículos políticos breves y llegaste a dirigir un diario...

- Sí, claro, llegué a dirigir un diario, como tú dices, ¡porque todos los hombres de la redacción estaban en el frente!

- Y del periodismo de exilio, ¿qué salvas?

- La crítica literaria que hice durante 1956 en la Gaseta de Lletres. Estábamos hartos de que se publicaran cosas indignas sólo porque el que las perpetraba podía pagarse la edición y, encima, hartos de leer elogios. Yo dije que ya bastaba de dar por bueno todo lo que estaba escrito en catalán, que había que decir la verdad, hacer crítica de veras, y que yo lo haría. Y lo hice. Y suscité rencores furiosos.

- Desde 1904 hasta ahora has visto pasar muchas cosas [...] Socialmente hablando, ¿qué hechos te han marcado más positivamente?

- A los diez, once años, me interesaba por el curso de la I Guerra Mundial, leía las crónicas de Gaziel escritas desde París. En la escuela hablábamos. Chicas y chicos hacíamos como los mayores y nos declarábamos francófilos o germanófilas. Pero no me afligía; a aquella edad no podía ver ni comprender el horror que es la guerra. Tampoco comprendí la Revolución Rusa; no empezó a marcarme hasta años después. Conté cómo me había marcado para toda mi vida en un artículo que publiqué en México, en marzo de 1990, titulado "Quien pierde el mundo", donde explicaba que los de mi generación hemos pasado toda la vida conviviendo con el comunismo -a favor, en contra o neutrales, pero conviviendo- y la sensación, ante los acontecimientos actuales, de que se nos hundía lo que era nuestro mundo, a menudo cruel, sanguinario, pero nuestro.

En la adolescencia me marcaron las luchas del catalanismo, la agitación en las calles, las noticias de los "golpes de sable" en la Rambla (la policía, a caballo, pegaba con el sable plano, que no hacía sangre, no causaba heridas pero podía romper algún hueso) y los hechos sociales, para mí ya más lejanos: el obrerismo, el pistolerismo...

En la vida adulta, el gran impacto luminoso, radiante, fue el de la proclamación de la República. ¡Aquella Barcelona que vibraba de alegría y entusiasmo, los ríos de gente por las calles, las voces triunfantes..., sin ninguna violencia, qué bonito! Aquel grito insistente que resonó horas y horas por toda la ciudad: ¡"Viva Macià! ¡Muera Cambó"! que no tenía nada de voluntad homicida, porque lo que le deseábamos no era la muerte física sino la muerte política... y la tuvo.

Para comprender aquello hace falta saber cómo nos engañó Cambó: durante años entusiasmó
a los catalanes, a la juventud, predicando la autonomía, reclamándola, prometiéndola. Sus encendidos discursos hacían que los jóvenes se manifestaran por la Rambla y recibieran golpes de sable. Y un buen día, Cambó es nombrado ministro y ya no habla más de autonomía. La gente se giró contra aquel que "ha vendido la autonomía por una cartera de ministro" [...] no se lo perdonamos. Imagínate, la gracia que nos hace, a los que conservamos la memoria de aquel tiempo, ver que ahora ponen el nombre de Cambó a una calle de Barcelona. Algunos años después vinieron las aflicciones, la más terrible de todas: la guerra.

Fragmento de una entrevista publicada en la revista El Temps (20/04/92)

Han dicho...

Tú sabes la importancia que has tenido en la vida de Rosa y en la mía, en los momentos difíciles y en los afortunados, encontrándonos cerca o separados por muchos kilómetros de distancia. Has sido un ejemplo constante y entrañable. Y el azar quiere que ahora que se te hace un homenaje en el que Rosa y yo querríamos estar en primera fila, los dos estamos aquejados, al mismo tiempo, de enfermedades de aquellas que, ayudadas por la vejez, obligan a cambiar todos los hábitos.

Pero tú sabes, Anna, que estamos ahí, contigo, unidos por un abrazo que empezó hace muchos años y que sólo podrá deshacer -¡y su trabajo le costará!- la vieja dama de los finales antipáticos. Yo creo que se tendrá que resignar a conservarnos sin aflojar ninguno de los lazos que nos unen a ti, a mí, a
Rosa y a nuestro fuerte abrazo.

Pere Calders, "Set versions personals. Amics i escriptors parlen de la seva relació amb la autora", en L'actualitat/El 9 nou, Terrassa (22/04/94)

La visión literaria

D. Sam Abrams

Al acercarnos a la obra literaria de Anna Murià, puede decirse, en términos generales, que se trata de un prolongado análisis del mundo moderno, de una larga y matizada meditación sobre nuestro siglo y sobre la condición humana.

A lo largo de su dilatada carrera literaria Anna Murià ha cultivado una gran diversidad de géneros: ha cultivado el cuento, la novela, la literatura infantil y juvenil, la prosa memorialística, el ensayo, la crítica literaria y el periodismo. A primera vista, esta gran diversificación nos podría llevar a creer, equivocadamente, que se trata de una obra fragmentada o fragmentaria. Sin embargo, no es en absoluto así. La fragmentación es sólo aparente; es sólo una cuestión formal. En el fondo, más allá de las meras apariencias o formas, los diferentes libros de Anna forman un todo orgánico. Su obra es un calidoscopio donde los diferentes libros, los fragmentos de cristales de diferentes colores, están dispuestos de manera que aparece una figura de simetría radial y esta figura de simetría radial que aparece al final es el análisis o la visión del mundo moderno que acabo de mencionar. Dicho de una manera más práctica y explícita: libros tan aparentemente disímiles o desemejantes como El meravellós viatge de Nico Huehuetl a través de Mèxic [El maravilloso viaje de Nico Huehuetl a través de México], L'obra de Bartra [La obra de Bartra] oRes és veritat, Alícia [Nada es verdad Alicia]no son, al fin y al cabo, otra cosa que partes integrales de una misma visión unitaria, fragmentos o detalles de una sola pintura mural. Permitidme que insista: una lectura esmerada de las aventuras del niño mexicano Nico Huehuetl nos revelará, a su manera, tanto sobre la filosofía de la vida de Anna Murià como lo pueda hacer cualquier obra suya. En su obra crítica, cuando aparentemente está hablando de las ideas y las obras de otros, se filtra su propia visión del mundo. En este sentido, su magnífico estudio crítico sobre la obra de Bartra se puede ver, de alguna manera, como un largo diálogo entre nuestra escritora y el poeta Bartra.

¿Por qué tanta diversificación? La respuesta se encuentra en los rasgos que configuran la personalidad de Anna. Ésta, como escritora, tiene poca capacidad imaginativa y, en principio se encuentra mucho más cómodo hablando de cosas que ha visto personalmente, hablando de experiencias que ha vivido a nivel personal.

Pero este fenómeno suscita un grave problema que es el hecho de que Anna tiene un acusado sentido del pudor, un acusado sentido del ridículo que no le permite hacer como un Rilke o un Valéry y ponerse a ella misma como tema único de su obra. Gracias a este acusado sentido del pudor y su humildad, Anna rehúye el egocentrismo o el narcisismo o el exhibicionismo de tipo literario. En lugar de construir una obra centrípeta que tiende hacia el centro, que sería su yo, Anna ha construido una obra centrífuga que tiende a alejarse del centro, de su yo. Un ejemplo bien elocuente: en lugar de escribir su propia autobiografía Anna nos ha dado Aquest serà el principi [Éste será el principio], una novela autobiográfica, uno auténtico roman à clef, donde podemos encontrar todos los hechos importantes de su vida, la esencia de su vida, pero sin la necesidad de que ella ocupe, como una Sarah Bernhardt, el centro del escenario, sin que ella misma sea el centro de atención de los espectadores. Así, el lector que quiera conocer a fondo la personalidad literaria de Anna Murià, el lector que quiera captar su visión del mundo, tendrá que ir reuniendo los cristales de colores del calidoscopio de la autora.

Por otra parte, a lo largo de la obra literaria de Anna Murià ha habido siempre dos escritoras de tendencia opuesta, de signo contrario. Por un lado ha estado la escritora-cronista que ha querido retratar o inventariar unas realidades históricas concretas y por el otro lado la escritora-pensadora que ha querido aprehender, más allá de las realidades históricas, las verdades universales y eternas de la condición humana. Dicho de otra manera, en la obra de Anna tenemos, fusionadas, una memorialista que nos ofrece un documento de época y una moralista que nos habla de las pasiones humanas que no son fruto de un momento histórico determinado sino que existen desde que el mundo es mundo. Como cronista, para citar un ejemplo, Anna nos ha dejado un retrato perfecto del mundo de los exiliados en Crònica de la vida d'Agustí Bartra [Crónica de la vida de Agustí Bartra] y Aquest serà el principi. En su otra vertiente, Anna recuerda la gran tradición de los moralistas franceses del siglo XVII y XVIII (La Rochefoucauld, Vauvenargues, Chamfort) porque en las páginas de los libros de nuestra autora encontramos incrustados una larga serie de pensamientos, aforismos o sentencias morales. A modo de ejemplo escuchemos un fragmento de su última novela: "Un amigo no debe desear tener poder sobre el otro, la amistad es una mutua influencia de igual a igual. La relación hombre-mujer no puede ser nunca de igual a igual, al menos en nuestro tiempo: es lucha y fusión a la vez. Fusión es lo que no puede haber en la amistad."

La obra literaria de Anna Murià se puede dividir en dos bloques o dos épocas, con un interludio de repliegue o crisis interior por en medio. La primera época, que podríamos llamar la época de "dogmatismo romántico", va desde sus inicios literarios, en 1926 hasta finales de la guerra, en 1939. El interludio de crisis interior tiene lugar, más o menos, entre 1939 y 1944. Y la segunda época, que podríamos llamar la época de "duda existencial y metafísica", se puede situar entre 1944 y hoy.

La propia autora rechaza de pleno su producción de preguerra, pero, como crítico, yo soy de la opinión que sin estos "pecados de juventud", estas equivocaciones literarias de su juventud, a la mejor no hubiera surgido la gran escritora que nosotros conocemos. Sea como sea, la obra de preguerra nos ayuda a comprender a nuestra autora.

Antes de la guerra, Anna era una chica muy exaltada, muy vehemente, muy segura de sí misma, muy tajante. Además, tenía una visión del mundo muy sencilla y muy clara que podríamos resumir de la siguiente manera: nuestro mundo, tal como lo conocemos, es un lugar donde impera la brutalidad, la injusticia y la falta de honradez, pero el mundo puede llegar a ser un lugar virtualmente perfecto; sólo hace falta una revolución política, social y moral que elimine el problema de fondo: la sociedad burguesa y sus valores represivos y asfixiantes. La joven autora, como muchos de sus contemporáneos, creía que el mundo se podía cambiar de la noche al día. Puso todo su talento como escritora al servicio de estos ideales románticos. A través de sus cuentos, sus novelas, sus ensayos y su periodismo denunciaba el mundo antiguo y anunciaba, de una manera insistente y dogmática, el mundo nuevo que había que construir. Sus obras de juventud fracasaron, a nivel literario, porque la propia autora hacía, sin saberlo, un tipo de literatura que estaba en las antípodas de su talento natural. En lugar de utilizar la realidad cotidiana como apoyo, como punto de partida para después ir hacia la esfera de las ideas, hacia el mundo de las abstracciones (que es su sistema natural), la autora partía de una idea o de un concepto y después escogía situaciones de la vida real para ilustrar o encarnar esta idea o este concepto. Al seguir este método de trabajo, de la abstracción a las particularidades, el talento de Anna Murià quedaba subvertido y las obras que escribió en esta época son demasiadas programáticas y tienen poca naturalidad.

La historia es conocida por todos. No hay que insistir. La guerra hundió todo este mundo juvenil de ilusiones y nociones románticas y dogmáticas. Nuestra Anna se exilió y una vez en el exilio pasó una grave crisis espiritual. Sentía angustia, incertidumbre, frustración y remordimiento. Se preguntaba sobre su futuro, incierto y dudoso y, sobre todo, se preguntaba por su derruido pasado. Tenía grandes sentimientos de culpabilidad: ¿cómo podía haber contribuido a aquella guerra?, ¿puede haber algún ideal que valga tantos sacrificios, tantos muertos y tanta destrucción? A la vista del desenlace, ¿valía la pena hacer aquella guerra? Una de las protagonistas de Aquest serà el principi explica los sentimientos de Anna en un pasaje lírico y trágico: "Las magnolias ya no me gustan porque su perfume es de remordimiento. El aroma de las magnolias en el Guinardó eran un solo placer con el goce visual de contemplar las luces y los fuegos del tormento de nuestra ciudad. El olor de las magnolias es muerte y destrucción; me acuso de aquel placer estético del que disfrutábamos Berta y yo."

De esta "noche oscura del alma" y la posterior unión entre la autora y Bartra,el poeta, surgió la Anna Murià de la segunda época, de la época de la "duda existencial y metafísica". Como he dicho antes, esta época va, aproximadamente, desde 1944 a 1992, y es la época de las grandes creaciones literarias de Anna Murià.

Anna salió de la guerra siendo una persona mucho más madura, profunda y realista. Hay un pasaje en la primera parte de El llibre d'Eli [El libro de Eli] donde Anna habla a su hija y le hace un breve y extraordinario resumen de su filosofía de la vida. En mi opinión es uno de los textos más bellos de la literatura catalana y una pieza clave para entender la producción literaria de posguerra de nuestra escritora.

"No quiero enseñarte a creer. Quiero dejarte con todas las dudas del hombre. La duda fecunda y purificadora y enternecedora. El que cree, el que se imagina poseer la razón, es duro y cruel. ¡Suerte que los que creen a veces dudan y se enternecen! Cuando yo creo, cuando me siento llena de razón, soy dura, cruel, inhumana; me esfuerzo para resistir la tentación de la duda, que me hace horrorizarme de mí misma y me endulza para los demás. El odio nace en el que tiene razón, el amor en el que duda. ¡La duda es el gran bien de los hombres! Si supiéramos, seríamos estériles. Si no estuviera la duda no habría fe ni ninguna otra cosa abstracta de esas que llamamos virtudes. No habría obras. ¡Si supiéramos, que insoportable sería la vida! Nos hace vivir el dudar hasta de la razón de nuestra duda; de lo contrario nos bastaría, y quizás hasta nos sobraría el existir biológicamente. Por eso no quiero enseñarte a creer y quiero dejarte con las dudas: para no endurecer ni anquilosar tu espíritu en la existencia biológica."

En este breve y bellísimo pasaje podemos ver que Anna Murià ha captado el espíritu del mundo moderno. El mundo moderno se caracteriza por la crisis, es crisis, la crisis permanente. Toda es duda, todo es incertidumbre. No hay nada sólido, no hay nada inamovible. Pero la gran sabiduría de Anna Murià viene del hecho de que ante un mundo inestable e inseguro ella no se desespera, no claudica, no se apunta a un pesimismo fácil sino que se arma de valentía para seguir amando y creando, a pesar de todo.

Fragmento del discurso pronunciado con motivo de la entrega de la medalla de la Ciudad de Terrassa en marzo de 1992. Publicado en L'actualitat/El 9 nou, Terrassa (22/04/94)

Reflexiones de la vejez

Anna Murià

He ligado aquello que leí de Husserl con lo que hay -una de las ideas que hay- en el fondo de mi último libro escrito. (El último, porque no pienso que escriba ninguno más, nunca más escribiré nada de creación, de imaginación). La idea de "el aprendiz de filósofo" que es mi personaje, la de su esceptismo, la hice mía al ponerla por título, la apliqué, generalizada: "Nada es verdad...". Esta idea está en mí; ya no me atrevo a afirmar ni a negar categóricamente nada. Incluso dudo del escepticismo. Dudo de eso que leo en la obra de Kolakowski sobre Husserl: "Es verdad que nada es verdad"; esta negación generalizada que se retuerce sobre sí misma, que, para negar absolutamente, se niega ella misma, y pregunta, dudando más todavía: "¿Quizás no es verdad que es verdad que nada es verdad?". Lo que dice Husserl es que el mismo concepto de verdad hace imposible decir "no hay verdades", ya que significa "es verdad que nada es verdad". Yo, al escribir Res no és veritat, Alícia, pienso (hago que lo piense el personaje) que descubro algo. Pero ahora leo los comentarios sobre Husserl y me doy cuenta de que son muchos los que lo habían descubierto. Mi ignorancia es inmensa y ya no tengo tiempo para reducirla. Yo antes pensaba que se aprende hasta el último momento de vida. Quizás sí... Leyendo hoy un artículo de Milan Kundera me he dado cuenta de que me enteraba de muchas cosas que no sabía sobre escritores y sobre ideas.

Y me he preguntado si sirve de algo seguir aprendiendo hasta el último aliento. ¿A quien o a qué aprovechará? ¿Al espíritu universal? Éste no lo enriqueceré, porque eso que aprendo ya está en él, me viene de él. ¡Cuántas dudas! Husserl también dice que una vez que nos entregamos al escepticismo, nos negamos el derecho de comprender el mundo. Yo no quiero este derecho, porque no lo puedo tener: nadie puede comprender el mundo. ¡Cómo divago! Ahora leo que la experiencia de la certeza en el sentido husserliano es tan incomunicable como una experiencia mística. Y digo: Sí. Mi experiencia de mi amor a Él, mi certeza de Su presencia -no espiritista- es mística. ¿Presencia eterna? Añade aún Husserl que "eterna" no significa "que dura siempre", sino "sin tiempo".

Éste es mi sentimiento místico de Él: que es sin tiempo... Pero Él anunció que el tiempo haría sonar un cascabel de estrellas en sus oídos de hierba, porque se veía integrado para siempre en la tierra, en el universo, en el tiempo... ¿Eternamente? Sí, en un tiempo sin tiempo mesurable, más allá del universo, en el tiempo total.

Ella tiene reputación de escritora. Yo la tengo de mujer. Mi fama será más amable. ¿Fama? ¡Si no existe la fama! Sólo hay, para siempre, el tesoro del espíritu universal. Y todavía eso es dudoso. Todas nuestras realizaciones, ¿tendrán un valor de aquí a diez millones de años? Un valor anónimo, claro está... ¿Por qué, a pesar de mí misma, doy importancia a la fama? ¿Por qué la envidio? ¿Por qué me satisface mi pequeña, pequeñita fama? Era una superstición de mi primera juventud. Y lo es ahora. Superstición, sí, superstición inútil y necia. "No vale la pena vivir si se pasa por el mundo de una manera anónima", decía. ¡Necia! Incluso los famosos son anónimos para la mayoría. Pero no me parece necio querer que se me reconozca un valor como mujer. Tiene importancia ser mujer. A menudo protesto así: No me llaméis "señora", no lo soy, yo soy una mujer, es más honroso ser mujer que ser señora.

¿Y ser escritora? Ambición fallida. Pero me satisfará ser una mujer con el vicio de escribir. Ser admirada porque he sabido amar, no me enorgullece, me enternece. ¡Saber amar con todo el egoísmo del que ama, con el egoísmo del bondadoso, y recibir el pago del agradecimiento y del amor!
Publicado en AADD, Anna Murià (Ayuntamiento de Terrassa, 1989)

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