Serrahima y el pasado imperfecto

Xavier Pla

En una literatura como la catalana, tan carente de documentos personales, de textos autobiográficos, de retratos y descripciones de la vida interior de los escritores, la publicación de los dietarios de Maurici Serrahima debería ser saldudada de manera unánime. Hijo de una familia de abogados barceloneses, Serrahima (1902-1979) fue un destacado catalanista, católico y republicano, con una intensa carrera como ensayista, crítico literario y, sobre todo, buen lector de la prosa catalana contemporánea. Sus tentativas novelísticas, vagamente psicológicas o de intriga detectivesca, en cambio, resultaron más discretas.

Seguro que bastaría con decir que Maurici Serrahima es el autor de un ensayo imprescindible para el estudio de la prosa catalana contemporánea, Dotze mestres (Destino, 1972), realmente uno de los hitos de la crítica literaria catalana del siglo XX, para justificar que su nombre figure con todos los honores en las historias de la literatura catalana. O añadir que, además, publicó una personal y demasiado poco reconocida interpretación del obra de Marcel Proust ("Antología Catalana", núm. 63, Edicions 62, 1971), una de sus grandes pasiones, un librito que, junto con los ensayos literarios La crisi de la ficció (Destino, 1965) y Sobre llegir i escriure (Selecta, 1966), que nunca más fueron reeditados, testimoniaban su interés por el fenómeno literario y por la reflexión estética. O también, aun, que Serrahima publicó una biografía de Joan Maragall (Bruguera, 1966) y un ensayo biográfico sobre Josep M. Capdevila (Barcino, 1974). En fin, también se podría aducir que Serrahima protagonizó la conocida respuesta a Julián Marías sobre la realidad de Cataluña, que destacaba por su carácter de nacionalista catalán demócrata y tolerante.

Pero el personaje y su legado literario no estarían totalmente perfilados sin afirmar que Serrahima es uno de los memorialistas más destacables del siglo pasado. Es el autor de unos dietarios, extensísimos y minuciosos, publicados durante los años setenta, un momento en que este género estaba menos divulgado o no se valoraba tanto como hoy. Desde 1940 hasta su muerte, Serrahima tuvo "abierto" un dietario (para recoger aquí una expresión de Josep Pla) que permite al lector actual adentrarse en la vida cultural clandestina de la posguerra. En el año 2003 Edicions 62 reeditó, en versión íntegra, el primer volumen, de los años 1940 a 1947. Las Publicacions de l'Abadia de Montserrat han asumido hasta el momento la edición del resto de nuevos volúmenes (hasta 1974), con una gran parte de material inédito, siempre a cargo de Josep Poca.

Esta es una obra de las que dan peso a una cultura, que ayudan a entender mejor el tejido humano que forma una sociedad literaria, en definitiva, que vivifican nuestro patrimonio escrito. Hay una gran cantidad de notas, breves, casi diarias, de introspección del autor (con sus preocupaciones familiares, los viajes profesionales, las lecturas, tan influidas por la obra de Proust y Pla) y de su vida social. También hay páginas enteras que gustarán al lector interesado en los potins de los premios, en el inevitable "factor humano" de las polémicas entre escritores, que quiera comprender cómo fue de injusta la crítica contra la obra de Josep M. de Sagarra. Por eso, quizás vale la pena subrayar la finura con que Serrahima aporta adjetivos, colores, matices, contrastes, a las tres grandes figuras de la literatura catalana de posguerra. Sólo por la crónica de las muertes de Carles Riba y Josep M. de Sagarra y su trato con Josep Pla, la lectura de estos volúmenes ya estaría justificada.

Serrahima empezó a darse a conocer como crítico literario con la publicación del volumen Assaigs sobre la novel·la (La Revista, 1934), una recopilación de sus artículos publicados en el diario El Matí, en el que colaboraba desde 1929. Se trata de un volumen que aún hoy se puede leer como eco de las polémicas sobre la novela catalana y sobre la moralidad del género que habían dominado a finales de los años veinte. Serrahima defendía un catalanismo católico que se quedó sin espacio durante el conflicto bélico. Exiliado un tiempo en Burdeos, protegido por la figura de François Mauriac, su perfil político, posibilista y siempre partidario de las terceras vías, configura una biografía intelectual que acerca a Maurici Serrahima al tipo de intelectual francés de posguerra, el del escritor comprometido que se planteaba la búsqueda colectiva de nuevos valores humanos. Serrahima ejemplifica, pues, a la perfección uno de los grandes dramas históricos del catalanismo político: el de los que, defensores de los valores republicanos y catalanistas, fueron progresivamente marginados de la vida pública por su catolicismo.

Publicado por primera vez en 1972, el primer volumen de Del passat quan era present recoge las anotaciones los años 1940 a 1947 y apareció sensiblemente retocado y mutilado por la censura y algunas referencias a personas vivas. Aceptando sus pequeñas (o no tan pequeñas) vanidades personales, que son muy frecuentes, y algunas ingenuidades del escritor joven e inmaduro, estos volúmenes, este dietario, formado en general por breves notas casi diarias, reflexiones más políticas o ciudadanas que escrictament literarias, constituye un retrato muy cercano de la vida cultural de la Barcelona de la posguerra, condenada inevitablemente a las catacumbas. Modestas cenas clandestinas en domicilios particulares, lecturas privadas de piezas teatrales en lengua catalana, proyectos frustrados de revistas, y los primeros síntomas positivos de resistencia cultural se combinan con visitas de cortesía y también mínimas concesiones ante las imposiciones administrativas de la dictadura. En aquel ambiente casi siempre sórdido, destaca en el dietario de Serrahima la presencia constante de Josep M. de Segarra, con, por ejemplo, las primeras lecturas de su inolvidable traducción de la Divina Comedia, y las continuas visitas al poeta J.V. Foix. Ambos ejercían con valentía y serenidad el papel de mentores de los jóvenes intelectuales del momento y de continuadores de la tradición literaria, pues, a principios de los años cuarenta, Carles Riba se encontraba todavía en el exilio. También merece la pena subrayar las frecuentes digresiones o los recuerdos de eventos importantes de la vida de Serrahima, como su asistencia a un congreso de la revista Esprit, donde conoció a Emmanuel Mounier y Jean Lacroix, además de José M. Semprún, o el relato detallado del viaje de retorno en tren, el 8 de septiembre de 1940, de Burdeos a Barcelona. Tres días después, el 11 de septiembre, Barcelona se despertaba silenciosa, entristecida, sus habitantes mostraban en sus rostros el hambre y el sufrimiento, las secuelas de la guerra aún eran bien visibles en los edificios de la ciudad, en los coches, anticuados y polvorientos. El joven Serrahima constataba que la aceptación de la realidad es la base primera para cambiarla en el futuro: «La conciencia de la derrota está presente en el espíritu de todos, hasta en el de los que creen que han ganado».



Han dicho...

Dos novelistas literalmente "burgueses" son Maurici Serrahima (Barcelona, 1902) y Xavier Benguerel (Barcelona, el Poble Nou, 1905). Serrahima, crítico y ensayista, se estrenó como narrador en 1934 con la novela El principi de Felip Lafont. Tres libros de cuentos -El seductor devot (1937), Petit món enfebrat (1947), Contes d'aquest temps (1955)- y dos novelas más -Després (1951) y Estimat senyor fiscal (1955)- son todo lo que ha añadido posteriormente. Nos encontramos ante una obra corta, poco brillante, pero construida sobre una notabilísima habilidad de escritura y una muy afilada penetración analítica. Serrahima, indiferente a la "desigual trascendencia" y "el interés externo" que presentan a los hombres y las cosas que les pasan, se interesa sobre todo por el hecho de que "los hombres son y las cosas pasan", simplemente, y le basta con ello para apasionarse en la indagación de todo lo que suministra la trama de su existencia. Con personajes sin relieve y con argumentos grises, sus relatos adquieren un vigor particular: móviles, gestos, palabras, clima, consiguen un perfil tan definido como convincente. Es la "novela psicológica" en su modalidad más típica: quizá la de mayor madurez técnica, dentro de la literatura catalana. Ambos, Serrahima y Benguerel, conceden cierta importancia al sentimiento religioso, menos como problema que como connotación social. Espriu ha podido calificar el "mundo" novelesco de Serrahima de "alta burguesía".
[...] Y eso me da pie a comentar su estilo literario. Él mismo nos lo describe: "Cuando me dicen -sobre todo las mujeres- que, al leerme, han tenido la impresión de que aquello había sido una conversación conmigo, no se equivocan. Mientras escribo, me siento, más "interlocutor" que "locutor". Y los modelos para mi estilo, mucho más que del pensamiento o del recuerdo de alguna lectura, vienen de la conversación. Del lenguaje hablado. De la manera cómo usamos el lenguaje para hablar." Este estilo directo, de conversación amical, se hace más evidente en el primer redactado de sus escritos. La elaboración posterior ("he escritp muy pocas páginas que no haya retocado") a veces le hace perder algo de la frescura y la espontaneidad iniciales. Serrahima, que afirma: "he sido siempre un enemigo de la anarquía lingüística [...], he procurado escribir tan correctamente como he sabido e incluso hablar así", no era muy amigo de correctores de estilo, se oponía abiertamente a la manipulación de sus textos: "si bien, por una parte, considero a los correctores de catalán totalmente indispensables y creo que hacen una tarea imprescindible y muy meritoria [...], tienden, por otra parte, a imponer un catalán teórico, abstracto, esterilizado, e igual para todos los escritores, con reminiscencias de la etapa "noucentista" -o "prenoucentista"- que hoy resultan sobrepasadas." [...]

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