Carles Riba

Jordi Malé (consultor de la UOC)

La obra poética de Riba bebe de dos fuentes fundamentales: el humanismo helenista y la poesía de raíz germánica, en especial la de Goethe. Riba fue un importante intelectual cuya obra marca una época muy clara en la poesía catalana.

Barcelona, 1893-1959. Poeta, narrador, crítico literario, traductor y académico.

Trabajador celoso de su obra, su poesía se hace conceptual y abstracta, a veces hasta hermética, traspasada por un destacable simbolismo. Traductor excelente, de estilo novecentista, las letras catalanas le deben una bellísima y personal traducción de de Homero.

"Más de una vez -le dijo Goethe a Eckermann- no se me ha querido ver como soy, y se ha apartado los ojos de todo aquello que podía mostrarme a mi verdadera luz." Y en otra ocasión sentenció: "Mis obras nunca podrán ser populares."

No es nada improbable que Carles Riba hubiera hecho suyas estas palabras -él que, ciertamente, no era Goethe, pero que, no menos cierto, no habría hecho nada para no parecerse. Considerado, ya desde su juventud, como un autor oscuro, hermético, cerebral e intelectualista -adjetivos inequívocamente despectivos-, este prejuicio ha determinado la recepción de casi toda su obra y ha hecho que a menudo, como decía Goethe, no se lo llegara a ver "a su verdadera luz", además de condenarlo a una ineluctable falta de popularidad. Riba se lamentó más de una vez de ello. Una de las consecuencias de esto, a la hora de juzgar su actividad literaria, ha sido la tendencia a considerarla un bloque homogéneo en que todas las obras son encasillables -y liquidables- con unas mismas etiquetas. Y, sin embargo, Riba es uno de los autores catalanes que tuvo una evolución más rica y cambiante a lo largo de su vida.

Primera etapa: hasta 1922

Nacido en 1893, se formó, como toda su generación, leyendo el Glosari de Eugeni d'Ors. El adjetivo novecentista le es, pues, perfectamente aplicable. Siempre que distingamos dos aspectos.

Por una parte, Riba pasó por un periodo plenamente novecentista, en el sentido de una intensa influencia orsiana, durante la segunda década del siglo. El ascendiente de Xènius se manifestó, por ejemplo, en sus artículos de crítica (Escolis i altres articles [Escolios y otros artículos], 1921, y en los primeros que fueron recogidos en Els marges [Los márgenes], 1927), donde Riba se esforzaba por construirse un pensamiento literario propio, tomando en préstamo conceptos y términos de diferentes teóricos y críticos románticos, simbolistas, etc., pero, sobre todo, del ideario del Pantarca. Lamentablemente, no supo sustraerse a la influencia del manierismo y el énfasis retórico característicos del estilo de Ors, lo cual restó a estos primeros artículos parte de su eficacia crítica.

En cambio, en sus incursiones en el mundo de la prosa narrativa, por ejemplo, en Les aventures del Perot Marrasquí [Las aventuras de Pedrote Marrasquí] (obra para niños escrita en la primera década del siglo y publicada en 1924), logró un lenguaje más eficaz, que, sin dejar de ser literario, conseguía un tono llano y cotidiano. No fue así en los relatos de L'ingenu amor [El ingenuo amor] (también escritos en esta primera década y publicados en 1924), cuentos no específicamente para niños, sobre temas como el amor, el sacrificio, etc., en los cuales su propósito literario lo hizo decantarse de nuevo hacia el artificio novecentista. En todo caso, en las traducciones al catalán de obras en prosa realizadas aquellos años (de cuentos de Poe y de los hermanos Grimm, de algunas Vidas paralelas de Plutarco y de La expedición de los diez mil de Jenofonte, de El inspector de Gogol, etc.), se insinúa lo que sería su prosa (por ejemplo, la de los cuentos reunidos en Sis Joans [Seis Juanes], de 1928).

Igualmente la poesía de Riba de esta primera década, la del Primer llibre d'Estances [Primer libro de Estancias] (1919), puede calificarse de novecentista en cierto sentido orsiano, ya que su rigurosa construcción formal y la constante presencia de fuentes cultas (Homero, poetas medievales catalanes e italianos, simbolistas franceses, etc.) revelan en esta obra la voluntad de realizar un ejercicio de alta cultura. Pero nos equivocaríamos si sólo la considerásemos así: en estos primeros poemas se pone de manifiesto, sobre todo, una voluntad introspectiva, de análisis de la vida moral, que singularizaba a Riba frente al predominante realismo de los poetas catalanes coetáneos (con la excepción de J.M. López-Picó).

El otro aspecto en que el adjetivo novecentista es aplicable a Riba va más allá de la influencia estricta de Ors, para englobar también el pensamiento de Prat de la Riba y de Pompeu Fabra. Este otro aspecto era su adhesión, firme y sincera, a lo que significaba la obra colectiva que fue el novecentismo, obra de reconstrucción de Cataluña, al que contribuyó, como intelectual y hombre de letras que era, por medio de sus realizaciones en el ámbito de la cultura. Porque si Riba tradujo, si escribió manuales, si se dedicó a la tarea docente, al margen de cualquier necesidad material, es porque creyó que tenía un "deber" con aquella vasta obra, cuyo propósito era educar a un pueblo y un público que justo entonces despertaba, tanto política como lingüística y culturalmente. El concepto de "deber", Riba siempre lo entendió a la manera de Sócrates. Esta convicción, este "espíritu novecentista", no lo abandonó en toda su vida.

La estancia en Alemania

El tránsito entre la primera etapa literaria y vital de Riba y la siguiente lo marca el año 1922 y su estancia en Alemania para estudiar con el filólogo Karl Vossler. Este año pasado en tierras germánicas determinó la nueva dirección que emprendería su obra. Sobre todo su poesía. El punto de inflexión ya se había iniciado en 1919, cuando, acabado el Primer llibre d'Estances, Riba entró en una época de crisis poética -que no dejaba de ser un punto existencial (como se refleja en su correspondencia de 1920 durante un viaje por Italia). Gabriel Ferrater señaló, como causas de esta crisis, la "falta de tradición" donde apoyarse poéticamente y el hecho de haber agotado el estilo en que había basado su primer volumen de Estances, con el reiterado recurso a las alegorías y la prosopopeya medievalizantes. A esto hay que añadir la mala recepción que tuvo entre el público catalán su primer libro de poemas, que incluso lo llevó a plantearse dejar de escribir. Fue Josep Carner -como reconoció Riba años después- quien, en esos momentos difíciles, lo convenció de que se mantuviera fiel a su línea como escritor y que prosiguiera con su personal evolución, al margen de las opiniones contrarias.

Esta crisis se manifiesta en lo que tardó en escribir las poesías que constituirán la primera parte del Segon llibre d'Estances: sólo 20 poemas entre 1920 y 1928. Los ocho primeros (sobre todo los poemas 6, 7 y 8, fechados en Alemania, entre 1922 y 1923) reflejan claramente este estado, mientras que muchos de los siguientes, sobre motivos poéticos como los recuerdos y los sueños, inciden en el tema -tan goethiano- de la reconstrucción de la propia identidad.

La actividad que en estos primeros años veinte llenará el tiempo sustraído a la creación poética será la traducción, tanto de obras de autores modernos (Gottfried Keller y Hölderlin) como de autores clásicos (Jenofonte y Plutarco). Respecto a esto hay que tener presente que, a mediados de 1922 y desde Alemania, Riba inició su colaboración con la Fundación Bernat Metge, creada entonces por Francesc Cambó. Esto le permitió dar libre curso a su vocación de humanista -en el sentido técnico de estudioso y traductor de clásicos griegos y latinos-, de la que ya había dado muestras en su traducción de juventud de las Bucólicas de Virgilio (1911), y que tuvo su primera cima en su versión de la Odisea de 1919, junto con las de Antígona y Electra de Sófocles (1920). En 1925, además, Cambó creó una cátedra de griego dentro de la Fundación que le dio la posibilidad de dedicarse de lleno a la enseñanza del griego.

Con todo, esta vocación humanística de Riba no tiene que entenderse en un sentido exclusivamente filológico, porque su interés por los clásicos no fue meramente científico y erudito, tenía mucho de intensa implicación personal, profundamente humana. Si Riba tradujo y enseñó a los autores griegos fue, sobre todo, porque creía en la pervivencia de la eficacia educadora de sus obras -y esto nos remite de nuevo a su espíritu novecentista, y nos permite rechazar el falso tópico de un Riba esclavizado por Cambó a traducir Plutarco. Por otra parte, en él dominaba y se imponía, por encima del filólogo y del profesor, el poeta y el escritor, lo que hacía que considerara los textos clásicos no como obras para escrutar y analizar, sino como un punto de partida para su tarea creativa. De ahí la constante presencia de temas griegos en sus obras y la importancia que tuvo para él el viaje que hizo a Grecia en 1927, que le permitió conocer muchos de los paisajes de los autores que más apreciaba.

Finalmente, su estancia alemana también tendrá consecuencias en el campo de la crítica literaria, pues le permitió profundizar en el método estilístico de Karl Vossler (que ya conocía por alguna traducción), método que aplicará al estudio de la poesía de Jacint Verdaguer, del crítico de arte Francesc Pujols y de la prosa de Josep Pla (artículos recogidos en Els marges).

La influencia de Valéry

El contacto con las ideas de Vossler le permitirá, además, empezar a resolver otro aspecto de su crisis de los años veinte: su concepción de la poesía. Las acusaciones de oscuridad habían llevado a Riba a dudar de su propia teoría poética (expuesta y explorada en diversos artículos). Pero la superación completa de tales vacilaciones vendrá gracias a otra figura, Paul Valéry, a quien Riba conoció en 1924. Con Valéry como referencia, el concepto de "oscuridad" perdía su connotación negativa y se convertía en una calidad inherente al nuevo tipo de poesía: la postsimbolista. Pronto se desataría el debate sobre la llamada poesía pura, de resultas de la conferencia dada por Henri Bremond en el Instituto de Francia el 24 de octubre de 1925.

Cabe señalar, sin embargo, que, al hablar del descubrimiento de Valéry por Riba, hay que distinguir entre la influencia ejercida en su teoría literaria, que fue intensa, y la que recibió su poesía, muy menor y de la que Riba siempre intentó distanciarse. En la poesía, la incidencia de Valéry fue decisiva para proporcionar a Riba conceptos e ideas con que explicar el fenómeno literario, a la par que los mecanismos de su propia poesía: la distinción entre lenguaje literario y lenguaje práctico, las posibilidades expresivas de la palabra, la especial percepción del mundo en el estado poético, etc. Unas ideas y unos conceptos que Riba combinó con otros de Mallarmé (poeta al que por entonces volvió) y con parte de la doctrina idealista de Vossler, hasta construir una teoría poética propia y original, que formulará en algunos artículos de la recopilación Per comprendre [Para comprender] (1937) y en otros posteriores.

En la poesía, la presencia de Valéry en los poemas de Riba se detecta en la segunda parte del Segon llibre d'Estances (compuesta entre 1929 y 1930, año en que apareció el libro) y en los sonetos de Tres suites (escritos entre 1930 y 1935, y publicados en 1937). Motivos como el del desnudo femenino, la cámara cerrada, el espejo, Narciso, etc. son frecuentes en estos poemas (como en otros poetas europeos coetáneos, desde Jorge Guillén hasta Rilke).

Pero si Riba compartió estos motivos poéticos con Valéry, fue siempre consciente -como él mismo expresaba en una carta a Montoliu en 1951- que no coincidían "en nada de lo que es fundamental: temas, actitud ante la vida y la muerte, calidad de la experiencia que se expresa poéticamente, artificios exteriores, etc. Valéry otorgaba a la poesía el valor de un puro "ejercicio formal" (une valeur de pure exercice); para Riba, en cambio, la poesía tenía un profundo valor personal, a la vez que aspiraba a tener una validez universal, tal como quería Goethe. En una lectura de sus poemas realizada en 1929 (durante una lectura de sus poemas ), aprovechó la ocasión para marcar claramente las distancias con el poeta francés:

"Ha dicho Valéry: 'En el extremo de todo pensamiento hay un suspiro.' Compongo versos desde mucho antes de conocer estas palabras, y más bien diría, en una dirección contraria, que he buscado fijar el pensamiento que puede encerrarse en un suspiro, cuando no atrapar el suspiro en las mallas temblorosas de un pensamiento."

En resumen: mientras que Valéry parte, en la creación poética, de pensamientos (de estructuras racionales, de conceptos mentales), el origen de los poemas de Riba son "suspiros", es decir, experiencias afectivas que el poeta, rehuyendo la espontánea efusión sentimental, intenta plasmar en una estructura racional (en pensamientos) con el fin de darles concreción y trascender su carácter anecdótico. El carácter humano -cálidamente humano- de los poemas de Riba contrasta así con la -muchas veces, aunque no siempre- fría poesía de Valéry. Es cierto que Riba, por estos años, tuvo la tentación, muy valeryana, de encerrarse en una "cámara de marfil", de aislar su poesía del exterior y de los hombres, y encerrarla en sí misma, haciéndola pura: así parecen reflejarlo la primera sección y parte de la segunda de Tres suites. Pero ya en ésta última el poeta se dio cuenta de que su impulso vital era irrefrenable y que debía salir de aquella clausura y volver a la vida, como un "impaciente Ulises", otra figura simbólica que no lo abandonó nunca.

La guerra y el exilio

A pesar de su constante actividad durante los primeros años treinta -escribía críticas, poemas y tradujo a Esquilo, era profesor en la universidad y en la cátedra de la Fundación Bernat Metge, además de miembro del Institut d'Estudis Catalans-, esta actividad no cesó al estallar la Guerra Civil. Entre 1936 y 1939 compuso las dos primeras secciones de Del joc y del foc [Del juego y el fuego] (que, junto con otra, apareció en 1946), en 1937 participó en la creación de la Institució de les Lletres Catalanes y asistió al congreso del PEN Club en París, y en 1938, bajo un bombardeo, leyó su tesis doctoral sobre Nausica, de Maragall, que le sirvió para redescubrir la poesía maragalliana y, al mismo tiempo, ocuparse nuevamente de Goethe. Durante este año, además, mostró su compromiso, como intelectual, con la causa republicana con artículos como "Literatura i grups salvadors", "Posicions i tasca","Als escriptors del món", etc.

Riba y su familia (su mujer, la poetisa Clementina Arderiu y sus tres hijos) fueron de los últimos en partir hacia el exilio en Francia, junto con Josep Pous i Pagès, a finales de enero de 1939. Se instalarán en Bierville, localidad que dará nombre a la más conocida de sus obras poéticas: las Elegies de Bierville [Elegías de Bierville] (escritas entre 1939 y 1942, cuya primera edición fue en 1943 y la segunda, ya completa, en 1949). En estos poemas se nos relata la aventura metafísica de un hombre que vuelve a su propia alma "como a una patria antigua". Con las Elegies, y por la traumática experiencia del exilio ("allí entré como en la muerte", decía en el prefacio), se introducía en la poesía de Riba una dimensión religiosa que hasta entonces no tenía, y que penetrará todo su pensamiento (incluida su concepción de la literatura); una dimensión que estará presente en sus obras poéticas posteriores (Salvatge cor [Corazón salvaje], 1952, y Esbós de tres oratoris [Esbozo de tres oratorios], 1957).

Las últimas décadas

Durante la posguerra, Riba continuó con su labor de escritor. Además de sus poesías, publicó una recopilación de escritos críticos, Més els poemes [Más los poemas] (1957), y, gracias a la ayuda de mecenas, hizo una nueva versión de la Odisea (1948) y tradujo a Sófocles y Eurípides-, y también como figura pública, asistiendo, por ejemplo, como representante de la cultura catalana en los congresos de poesía de Segovia, Salamanca y Santiago de Compostela (1952, 1953 y 1954), que reunieron a intelectuales catalanes y del resto de la Península. Optando siempre por el rigor en el trabajo y construyendo una obra ciertamente difícil por su riqueza y complejidad, Riba fue un maestro durante los duros años cuarenta y cincuenta. Una obra así no podía, no puede ser, popular; pero, en la medida que se quiera, no podía ni puede dejar de ser ejemplar, aunque sólo sea porque en ella encontramos a un hombre plenamente comprometido con su creación -un hombre con el que, claro está, se podrá estar más o menos de acuerdo. En esto, Riba no hizo más que seguir a su admirado Goethe.

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