Desarrollo de la literatura infantil y juvenil en Cataluña

David Madueño

La creación de una literatura genéricamente concebida para el público infantil y juvenil es un fenómeno reciente. Las nuevas teorías psicológicas y pedagógicas del último siglo consideraron la infancia y la adolescencia periodos diferenciados de la vida adulta. La escuela, el espacio para el desarrollo del individuo en su camino hacia la madurez, utiliza el libro de texto como elemento transmisor del conocimiento. El libro, pues, se convierte en una herramienta educativa, creada para codificar, a través de la escritura y la lectura, los contenidos más adecuados. También la lectura literaria consigue introducirse en el ámbito escolar y ser considerada parte fundamental en el aprendizaje infantil y juvenil, aportando el tratamiento de temas de ámbito universal y, sobre todo, un gusto por el valor estético. La literatura se convierte en una actividad placentera a la vez que personal y creativa, y exige del lector una implicación en la recreación imaginativa de sus contenidos. Finalmente, el niño y el adolescente ejercitan una actitud crítica respecto el texto, que nace de la incipiente capacidad de abstracción que los caracterizará como adultos.

Los primeros pasos en la búsqueda de textos adecuados a los lectores más jóvenes provienen del siglo XIX, sobre todo por los nuevos planteamientos racionalistas en el campo de la educación. El espíritu de los románticos y su trabajo de recuperación del folclore popular sería la principal fuente de recursos para las lecturas iniciales. Charles Perrault, Hans Christian Andersen y los hermanos Grimm, como tantos otros, se dedicaron a recuperar y reescribir los textos de la tradición oral -fábulas, cuentos, canciones-. Este tipo de narración es muy estandarizada, con un componente moral y didáctico muy evidente. Una estructura sencilla facilitaba su transmisión y popularidad, convirtiéndose bien pronto en una herramienta de entretenimiento y de aprendizaje. Paralelamente, determinadas obras de la literatura europea, a pesar de que no estaban dirigidas a ningún público en concreto, obtuvieron un eco muy destacado entre los lectores más jóvenes: el relato de aventuras (Robert Louis Stevenson, Jules Verne, Alexandre Dumas) y el cuento moderno (Lewis Carroll, Carlo Collodi, J.M. Barrie) son los géneros más recurrentes, convirtiéndose algunos de estos textos (La isla del tesoro, Peter Pan y Wendy, Los tres mosqueteros) en clásicos que serán reeditados, una y otra vez, en colecciones de ámbito juvenil. En ningún caso son obras carentes de un interés literario, pero el género fantástico y la estructura del viaje iniciático -metáfora de las etapas que conducen al joven hacia la madurez-, serían elementos suficientes para convertirlas en lecturas interesantes para el público más joven. Por otro lado, estas novelas se basan en contextos históricos y conocimientos científicos o culturales que se divulgan con la excusa del placer por la lectura.

Pero la concepción de una literatura específicamente dirigida al público infantil y juvenil es un fenómeno característico del siglo XX. Las transformaciones sociales que comportaron la industrialización, un nuevo modelo social que propugnaba la escolarización como derecho común y la aparición de nuevas corrientes ideológicas y pedagógicas, fundamentaron el interés para crear unos textos específicos para las necesidades y posibilidades de sus lectores. A pesar de que la fantasía y la aventura continuarán siendo géneros recurrentes y populares, a la vez que no dirigidos exclusivamente al público juvenil -Michael Ende, Roald Dahl, Antoine de Saint Exupéry, J.R.R. Tolkien-, los cambios históricos y sociales -la Segunda Guerra Mundial, la marginalidad urbana, los conflictos raciales- provocan el nacimiento de una corriente de realismo crítico. Los géneros de la literatura "adulta" son readaptados y reinterpretados en clave infantil y juvenil. Así, los jóvenes lectores aprenden a entender el mundo por sí mismos, a la vez que toman como referente literario unos textos que, por su codificación, los tienen que preparar para, cuando llegue el momento, aborden otras lecturas más exigentes.

Las primeras iniciativas en Cataluña
En 1899 se funda la Associació Protectora de l'Ensenyança Catalana (APEC), una de las primeras muestras del interés por el sector pedagógico, nacida de las corrientes de renovación europeas. La fábula popular, recuperada en el siglo XIX por la Renaixença, se convierte en el modelo literario infantil por excelencia. Poco después, en 1904, Josep Maria Folch i Torres fundaría la revista En Patufet, decana en Cataluña de una manera de concebir la literatura infantil muy específica.

Desde el populismo literario y cultural, Folch i Torres difundió un modelo moral basado en la tradición, a través de relatos novelados que tomaban el género de aventuras europeo -Las extraordinarias aventuras de en Massagran- y obras de teatro basadas en el folclore catalán -sin duda, la más relevante sería Els pastorets. El éxito animó a Folch i Torres a iniciar una Biblioteca Patufet, editando una larga serie de cuentos infantiles, ya fueran catalanes o europeos. Siguiendo la línea de Folch i Torres, el mercado se construirá con iniciativas como "La rondalla del dijous" o las populares Rondaies mallorquines del padre Antoni M. Alcover.

La constitución de la Mancomunitat de Catalunya supuso un empujón para la pedagogía y para la difusión de la lectura en Cataluña. Se creó una red de bibliotecas y una escuela de bibliotecarias, así como una colección llamada "Llibres per a servir de lectura a les escoles de Catalunya". Enric Prat de la Riba, el primer presidente de la Mancomunitat, aglutinaría bajo su figura el colectivo intelectual de los novecentistas, con Josep Carner y Eugeni d'Ors al frente, para impulsar un proyecto de país a todos los niveles, bastante documentado y fijado. Su rastro se puede encontrar en el mismo programa ideológico de la literatura novecentista, entendida como una rama más en la construcción de una Cataluña moderna, realizada a partir de un modelo estético, político y social muy determinado. Sin embargo, todo el trabajo hecho por la Mancomunitat, se derrumbó con la dictadura de Primo de Rivera, a partir del 1923. Sus efectos se evidenciaron en la desaparición fulminante de determinados proyectos editoriales: los textos de Josep Carner o Carles Riba, publicados por la Editorial Muntañola en ediciones muy cuidadosas, profusamente ilustradas por Lola Anglada, Xavier Nogués o Joan Junceda entre otros; la traducción de clásicos juveniles al catalán en la Editorial Catalana; la revista La Mainada, una respuesta a la línea populista de En Patufet, que contaba con pequeños relatos de Joan Salvat-Papasseit; la revista Virolet, editada por Folch i Torres, en busca de un nivel literario más exigente y que contaba con las colaboraciones de Josep Carner, Carles Riba, Joaquim Ruyra o Carles Soldevila.

En 1931, con la proclamación de la República, la Generalitat tomó el relevo de la Mancomunitat. El Estatuto de Cataluña, aprobado en 1932, fue la estructura jurídica para organizar la autonomía del país a todos los niveles. En el campo de la enseñanza, el Consejo de Cultura de la Generalitat se encargaba de editar textos didácticos en catalán. La producción editorial se dirigió más específicamente al campo didáctico. La Editorial Juventud, por su parte, apostó decididamente por la traducción de libros juveniles que, en aquel momento, triunfaban en toda Europa: el Libro de hadas de Arthur Rackham, Peter Pan y Wendy de J.M. Barrie o Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi.

Como en los demás campos de la cultura catalana, la edición de textos literarios infantiles y juveniles fue cortada de raíz por la Guerra Civil y la posterior dictadura del general Franco. A partir de 1946, el régimen franquista iniciaría una tímida permisividad en la publicación en catalán de textos aceptables para la censura: la reedición de las novelas de más éxito de Folch i Torres; la colección Rondalles, de la Editorial Ariel -cuatro volúmenes de narraciones populares ilustradas por Elvira Elias y Montserrat Casanova; o la reedición de los clásicos juveniles editados por la desaparecida Editorial Catalana, a cargo de la Editorial Selecta. En Valencia, Enric Valor publicaba las Rondalles valencianes.

La reanudación de los años sesenta
Hasta la segunda mitad del siglo XX, el régimen franquista no matiza sus planteamientos respecto a la supresión de la lengua y la cultura catalana. El mundo editorial aprovecha las rendijas de ese momento para reemprender el trabajo de publicación regular en lengua catalana. El campo de la literatura infantil y juvenil se beneficia de un replanteamiento y de una modernización que proviene de Europa, pero que se inicia dentro de la escuela catalana. Los padres y los maestros organizan un movimiento de rechazo al modelo educativo del régimen, centralista y totalitario, proponiendo una renovación de la enseñanza que se base en las nuevas corrientes pedagógicas y sociales europeas. Sin embargo, en la práctica, la normalización del catalán como lengua escolar no llegaría hasta la caída del modelo dictatorial y la instauración de la democracia. Mientras tanto, todos los esfuerzos para editar libros infantiles y juveniles en catalán se basaron en tres iniciativas: la publicación, en 1961, de la revista Cavall Fort -aglutinadora de los futuros profesionales del mundo editorial infantil y juvenil; la fundación de la Editorial La Galera y la creación de los premios Josep M. Folch i Torres y Joaquim Ruyra de literatura infantil.

Las nuevas propuestas literarias abandonan el modelo folclorista y popular de las anteriores décadas, iniciando una renovación temática y estilística basada en la reformulación de géneros "adultos" en clave infantil y juvenil: la novela negra, la novela histórica, el realismo crítico... Todo esto facilita la aproximación a la literatura de un público potencial que, hasta entonces, se había reducido drásticamente por la escolarización en castellano y la prohibición del régimen de las publicaciones en catalán.

El zoo de en Pitus [El zoo de Pitus] (1966), de Sebastià Sorribas, ganadora del premio Folch i Torres, se convertiría en un auténtico fenómeno de público en estos primeros años de la recuperación cultural. Esta novela toma el modelo del "libro de pandillas" característico de Enid Blyton para narrar cómo un grupo de niños organiza un pequeño zoo en su barrio. Su objetivo es recoger suficiente dinero para ayudar el pequeño Pitus a pagar una costosa operación que le salvará la vida. Así, la obra de Sorribas convierte el juego infantil en un motivo de solidaridad y de toma de conciencia, un modelo que popularizaría en gran medida el éxito de su obra.

La novela de aventuras también obtiene un importante eco con las aportaciones de Joaquim Carbó. Escritores actuales como Pau Joan Hernàndez o Rafael Vallbona consideran La casa sota la sorra [La casa bajo la arena] (1966) una de las mejores novelas juveniles catalanas y un impulso personal para dedicarse a la literatura juvenil. Los argumentos que emplea Carbó son coloristas y trepidantes, con un gusto por el exotismo y el ecologismo, que han dado pie a adaptaciones en cómics de la serie de novelas que continuaron la trama de La casa sota la sorra: El país d'en Fullaraca (1979), Els bruixots de Kibor (1981) y La casa sobre el gel (1982).

Tampoco hay que olvidar otro de los pioneros del género, Josep Vallverdú, ganador en 1963 del premio Joaquim Ruyra con Trampa sota les aigues [Trampa bajo las aguas]. Su novela Un cavall contra Roma [Un caballo contra Roma] (1975), fue de las primeras en introducir un contexto histórico dentro del género de aventuras, con un éxito evidente que animó a otros autores: la alta Edad Media catalana en L'ocell de foc (1971), de Emili Teixidor, o la Guerra de la Independencia en La història que en Roc Pons no coneixia (1980), de Jaume Cabré.

Sin embargo, bien pronto se utilizarían géneros más modernos que, desde la ficción, introducen elementos de reflexión sobre la realidad. Uno de los éxitos más absolutos de la literatura catalana juvenil fue, sin duda, Mecanoscrit del segon origen [Mecanoescrito del segundo origen] (1974), de Manuel de Pedrolo, del cual se han vendido cientos de miles de ejemplares. Inscrito en el universo de la ciencia ficción, Pedrolo narra las peripecias de un chico y una chica, únicos supervivientes de la especie humana. Sus experiencias y reflexiones introducen un punto de vista crítico sobre la ecología o las relaciones sociales.

La novela negra, además de ofrecer una vertiente más modernizada y urbana del género de aventuras, también permite introducir la crítica social. Uno de los precursores fue la parodia sobre el prototipo del detective privado en Felip Marlot [Felipe Marlot, detective] (1979), de Joaquim Carbó. Pero la eclosión de la novela negra como género de consumo juvenil vendría con No demanis llobarro fora de temporada [No pidas sardina fuera de temporada] (1987), de Andreu Martín y Jaume Ribera. Su narración ágil y directa se nutre de un retrato de los ambientes humildes de la ciudad, por donde se mueven sus protagonistas. La investigación de un joven aficionado a las películas de detectives privados, a quien todo el mundo llama Flanagan, lo introducirá por casualidad en una peligrosa espiral de problemas familiares, crímenes organizados a pequeña escala y, a la postre, chantaje y pederastia. Su éxito provocó que sus autores publicaran una serie de entregas que retomaban las aventuras del protagonista.

El realismo, pues, se introduce con fuerza estos últimos años. Los problemas juveniles son abordados desde ópticas cercanas a los lectores, con un uso de técnicas innovadoras -la fragmentación del discurso narrativo, el dietario, el psicologismo. Gemma Lienas, con Cul de saco [Callejón sin salida] (1986), que introduce el problema de las drogas, y Així és la vida, Carlota [Así es la vida, Carlota] (1989), o Mercè Company, con La imbècil [La imbécil] (1986), asientan las bases de esta novela social y juvenil que, a lo largo de los años, ha ido sumando un gran número de títulos. Sus características han hecho que reciba el nombre de "novela de instituto" y que sea, no sólo en Cataluña, en toda Europa, uno de las corrientes más populares dentro de la literatura juvenil. Uno de los más prolíficos cultivadores de la novela realista catalana actual es Jordi Sierra i Fabra.

Con todo, la fantasía no ha dejado de interesar los autores de literatura infantil y juvenil, aunque proponiendo reformulaciones que pasan por un realismo fantástico, en la línea de la narrativa de Pere Calders. Mercè Canela recuperaría las formas del cuento popular con Els set enigmes de l'iris [Los siete enigmas del iris] (1984) y, basándose en la fantasy anglosajona, escribiría El cercle d'Ouroboros (1992). La obra de Miquel Obiols se caracteriza por el uso del absurdo: Ai, Filomena, Filomena! [Ay Filomena, Filomena!] (1977). También Pep Albanell -a veces con el pseudónimo de Joles Sennell- incide en el realismo fantástico y el experimentalismo en La guia fantàstica [La guía fantástica] (1977), al tiempo que matiza su propuesta con una profundización psicológica y sentimental de los personajes El barcelonauta (1976) y Dolor de rosa (1984). En todo caso, estos y otros autores presentan la realidad bajo nuevos prismas narrativos, con un gusto por el juego literario y la ironía que ha tenido una buena aceptación.

A pesar de las dificultades, pues, la producción de literatura infantil y juvenil se fue asentando para, posteriormente, crecer con la llegada de nuevas iniciativas editoriales. Hay que destacar Cruïlla -con su colección "El Vaixell de Vapor"-, Edicions de la Magrana -con la colección juvenil "L'Esparver"-, o Empúries. También, desde el mundo de la crítica, Teresa Colomer, Caterina Valriu o Andreu Sotorra desde las páginas del diario Avui, han realizado una serie de estudios necesarios, aunque la prensa no se ha hecho mucho eco: sólo podemos destacar la revista especializada en literatura infantil y juvenil Faristol.

Después de la reanudación de los años sesenta y la recuperación de un público lector, la literatura infantil y juvenil catalana se enfrentó al reto del crecimiento sostenido y de primar la calidad por encima de la cantidad. En este sentido, el Congrés de Literatura Infantil i Juvenil Catalana que se organiza desde 1997 ha ido recogiendo las opiniones de varios profesionales.

Teatro y poesía
La novela ha sido el género por excelencia de las lecturas de los más jóvenes. No obstante, sería necesario echar una ojeada a las propuestas en el campo del teatro y la poesía.

A pesar de las iniciativas del novecentismo, la poesía no tuvo el suficiente recorrido para madurar sus propuestas y formar a los lectores más jóvenes en el hábito poético. Sin embargo, hay que destacar, Museu zoològic (1963) y Bestiari (1964) de Josep Carner; Espígol blau (1980), una compilación de poemas tradicionales ingleses, traducidos por Marià Manent; Marina [Marina] (1986), de Olga Xirinacs, Bon profit! (1986) de Miquel Martí i Pol y Música, mestre! [¡Música, maestro!] (1987), de Miquel Desclot, los tres poemarios editados en la efímera colección "La Poma Verda" de la Editorial Empúries. Siguiendo esta última iniciativa, la Editorial Cruïlla se propuso en 2003 iniciar una colección poética, denominada "Vull llegir poesia", que recupera obras de autores clásicos dirigidos a los primeros lectores: El cargol, de Josep Carner; Barques de paper, de Salvador Espriu; o El sol es pon, de Narcís Comadira.

El teatro ha obtenido un mayor arraigo entre el público más joven. Es evidente que, sea con actores adultos o representado por los propios niños, es una herramienta lúdica muy interesante. La cultura catalana tiene una gran proyección a través del teatro, surgido de las capas más populares y promocionado a través del amateurismo. Josep Maria Folch i Torres fue el autor más prolífico de piezas teatrales para jóvenes, con una obra tan señalada como Els pastorets. También hay que destacar el éxito de El retaule del flautista [El retablo del flautista] (1970) de Jordi Teixidor. Las iniciativas más actuales son diversas: las colecciones de teatro (Teatre Edebé o Taller de teatre de La Galera); las adaptaciones de obras clásicas, El cavaller Tirant (1971) de Maria Aurèlia Capmany, El màgic d'Oz (1981) de Francesc Alborch; los grupos teatrales, Claca, Ara va de bo, Cucorba, Comediants; los espectáculos de títeres o de pantomima; los grupos de teatro amateurs; y, finalmente, entre otros, los ciclos de teatro Cavall Fort.

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