Han dicho...
Se ha dicho de Tirant lo Blanc que es la mejor novela europea del siglo XV. El novelista peruano Mario Vargas Llosa describe a su autor como “el primero de aquella estirpe de suplantadores de Dios –Fielding, Balzac, Dickens, Flaubert, Tolstói, Joyce, Faulkner– que pretenden crear en sus novelas una ‘realidad total’”. Hace unos siglos –concretamente, en el XVII– Miguel de Cervantes, el autor de Don Quijote, una de las piezas maestras de la literatura universal de todos los tiempos, hacía decir a uno de sus personajes: “Dígoos verdad, señor compadre, que, por su estilo, es éste el mejor libro del mundo [...] Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho”. Como afirmaba The New York Times Book Review: “Aquí hay mucho más que encuentros caballerescos y coqueteos eróticos [...] Esta narración, aparte de los mitos heroicos, se preocupa de la sociedad para la que fue escrita”.
[...] La storia dell'interpretazione del Tirant lo Blanch ha visto come centrale la stessa questione: definito di volta in volta, tra l'altro, come "novela moderna" (Dámaso Alonso), come "novela caballeresca" contrapposta alla "novela de caballería" (Riquer), o in ultimo come "novela total" (Vargas Llosa), il romanzo si caratterizza forse proprio per la caoticità e la magmaticità degli elementi che lo compongono, all'interno dei quali solo sulla base di un partito preso è possibile privilegiare alcuni e subordinare altri. Uno studio sistematico, o quanto meno approfondito, di queste componenti dovrebbe evidenziare la loro provenienza, le modalità delle loro combinazioni, i gradi della deformazione parodica e mirare a cogliere appunto in tale caoticità e magmaticità uno degli aspetti dominanti dell'opera, se non proprio il suo aspetto dominante. Ciò non significa affatto che il Tirant sia un bizzarro e sterminato zibaldone di modalità letterarie capricciosamente accostate e mescolate: chiunque abbia avuto il fiato di percorrere con attenzione le sue 927 pagine di piccola stampa (nel formato della sua più recente edizione) può testimoniare che l'autore non perde mai il controllo della sua variata materia, e che lavora con pari abilità su ampie architetture narrative come su piccole cesellature e incastri, a differenza di molti romanzieri del tardo Medioevo, spesso ispirati a criteri di pura accumulazione di materiale narrativo grezzo.[...]
Donatella Siviero: "Tirant lo Blanch" e la tradizione medievale. Echi testuali e modelli generici (Messina, Rubbettino Editore, 1997)
"Es éste el mejor libro del mundo" escribió Cervantes de Tirant lo Blanc y la sentencia parece ahora una broma. Pero lo cierto es que se trata de una de las novelas más ambiciosas, y, desde el punto de vista de su construcción, tal vez de la más actual entre las clásicas. Nadie lo sabe porque muy pocos la leyeron y porque ahora ya nadie la lee, fuera de algunos profesores cuyos trabajos de análisis histórico, vivisección estilística y cateo de fuentes suelen contribuir involuntariamente a acentuar la condición funeral de este libro sin lectores, ya que sólo se autopsia y embalsama a los muertos. Estos ensayos eruditos, y a veces admirables por su rigor e información, como el prólogo de Martí de Riquer a la edición de 1947, nunca demuestran lo esencial: la vitalidad de este cadáver.
Mario Vargas Llosa, Carta de batalla por Tirant lo Blanc (Barcelona, Seix Barral, 1991)
El "Tirant lo Blanc"
Martí de Riquer
El Tirant lo Blanc, calificado por Cervantes como "el mejor libro del mundo", es la mejor novela catalana de todos los tiempos y es un hito fundamental en la narrativa de Occidente. Fue iniciado en 1460 por Joanot Martorell, que lo tenía muy adelantado al morir, en 1468; luego, pasó a manos de Martí Joan de Galba, que intervino en los últimos capítulos y lo hizo imprimir en Valencia en 1490.Joanot Martorell, el principal autor del Tirant lo Blanc, nació en Gandía, hacia 1414, en una familia perteneciente a la nobleza media. En 1433 ya era caballero (mossèn) y no tardaría en participar en las luchas de banderías, a las que tan aficionada era su familia. En 1437 mantuvo una aguda e incisiva correspondencia caballeresca con su primo Joan de Monpalau, a quien acusaba de haber dado palabra de matrimonio y deshonrado a su hermana, Damiata Martorell, escandaloso asunto en que intervinieron varios caballeros valencianos y el infante Enric, y que llevó a Joanot Martorell a Londres, donde consiguió que el rey Enrique VI aceptara ser juez en el combate singular con su primo, que había de celebrarse en Inglaterra. Los años 1438 y 1439 los pasó Martorell en la corte inglesa, esperando la llegada de su adversario, que no compareció a recoger el guante y que, años después, tuvo que indemnizar económicamente a Damiata. De nuevo en Valencia, Joanot Martorell intervino en otros conflictos caballerescos, fue desafiado por Felip Boyl, un auténtico caballero andante que había luchado en diversos puntos de Europa, y, a causa del pago de unas posesiones, también tuvo graves desavenencias con don Gonzalbo de Híjar, comendador de Montalbán, con quien mantuvo una ácida correspondencia caballeresca y a quien también desafió a muerte. Por esas fechas (1450), es posible que hiciera otro viaje a Inglaterra. Se sabe que estuvo en Portugal y en la corte napolitana de Alfonso el Magnánimo, y que murió en 1468. Hombre orgulloso y pendenciero, los carteles de desafío dirigidos a sus enemigos nos retratan a un individuo agudo y socarronamente malintencionado, entusiasta de una caballería entonces ya en decadencia, enemigo de mercaderes y juristas, y partidario de la acción directa. Pero también nos revelan que era un gran escritor.
En una de sus estancias en Inglaterra, Joanot Martorell descubrió en la biblioteca del rey Enrique VI una versión, sin duda en prosa francesa, del viejo poema Guy de Warwick, novela de aventuras caballerescas, y, tomando un episodio, al cual añadió parte de la doctrina expuesta por Ramon Llull en el Llibre de l'ordre de cavalleria, escribió una narración titulada Guillem de Varoic, que nos ha llegado inconclusa y que más tarde el mismo novelista refundirá en los primeros capítulos del Tirant lo Blanc.
El Tirant está encabezado por una dedicatoria muy poco original (ya que en gran parte es una copia literal de la que don Enrique de Villena puso al comienzo de Los doce trabajos de Hércules), dirigida al infante don Fernando de Portugal, hijo del rey Duarte y de Leonor de Aragón, que residió en Barcelona entre 1464 y 1465. Martorell afirma que primero tradujo su libro del inglés al portugués y luego del portugués a la lengua "vulgar valenciana". En esto, evidentemente, sólo hay una sombra de verdad, que afecta a sus primeros 97 capítulos (la novela tiene 487), donde refunde el Guillem de Varoic y cuenta hechos ocurridos en Inglaterra. En ellos se nos relata que el joven bretón Tirant lo Blanc de Roca Salada, acompañado de algunos gentileshombres, viaja a Inglaterra con el fin de asistir a las solemnes fiestas que han de celebrarse con motivo de unas bodas reales. En Londres es nombrado caballero, se hace famoso por sus constantes victorias sobre otros caballeros —entre los que figura Tomás de Montalbán, hermano del fanfarrón Quirieleisón de Montalbán (en lo que quizá hay una burla de aquel Gonzalbo de Híjar, comendador de Montalbán y enemigo de Martorell)— y es proclamado el mejor de los caballeros que han intervenido en las fiestas. En estos capítulos el ambiente inglés se reproduce con fidelidad y detallismo, hasta en nombres geográficos y personales, y aparece, por primera vez, la conocida leyenda de la fundación de la orden de la Garter o Jarretière. Hay que advertir que, en franca contradicción con las novelas de aventuras caballerescas al uso, el héroe del Tirant responde a una medida humana: es fuerte y valiente, pero nunca lucha contra más de un adversario y, si siempre vence, se debe, como quiere remarcar Martorell, al hecho de que respira mejor que los demás, explicación fisiológica cuyo fin es huir de la inverosimilitud y la exageración.
Después de regresar de Londres, al tener noticia Tirant de que la isla de Rodas se encuentra estrechamente asediada por los turcos y a punto de caer en su poder, arma una nave de auxilio, en la que también viaja el infante Felipe, hijo del rey de Francia. Tras una estancia en Sicilia (donde se nos narran los divertidos amores entre la infanta siciliana Ricomana y Felipe de Francia, hombre de poca valía, pasmado y tacaño, defectos que Tirant encubre), la expedición llega a Rodas y, gracias a audaces e inteligentes estratagemas militares, el héroe de la novela salva a los sanjuanistas sitiados y pone en fuga a los sitiadores turcos. Tirant ha pasado de ser un caballero andante, vencedor en justas suntuosas y cortesanas, a ser un auténtico estratega por mar y tierra que manda grandes contingentes de tropas, lo que se corresponde con la realidad, pues sabemos de diversos generales del siglo XV que empezaron su carrera militar en torneos, justas y pasos de armas, y acabaron dirigiendo ejércitos expedicionarios. Los episodios bélicos de Rodas son un reflejo del histórico asedio de la isla en 1444, del que tenemos la relación versificada de Francesc Ferrer. Los de la corte siciliana de Palermo ya se narran con la ironía y naturalidad características de Martorell, en oposición a la normal seriedad y hieratismo cortesano de los anteriores episodios ingleses.
Tirant ya es famoso como capitán y, cuando acude a las peticiones de auxilio del emperador de Constantinopla, ciudad que está a punto de caer en poder de los turcos, su figura nos recuerda a los condottieri italianos y a los numerosos caballeros corsarios valencianos. Así comienza la parte central y más extensa de la novela, donde Tirant luchará en los Balcanes y salvará el Imperio griego, donde evidentemente pesa el recuerdo de la histórica expedición de los catalanes a Oriente y de la figura de Roger de Flor, que Martorell debió de conocer a través de la crónica de Muntaner. Tirant y su ejército son recibidos en Constantinopla como libertadores, y en cuanto Carmesina, la hija del emperador, y nuestro héroe se conocen, nace entre los dos jóvenes un profundo amor que durará hasta la muerte de ambos. La novela sigue a partir de ese momento dos tramas perfectamente enlazadas entre sí y expuestas paralelamente: las campañas militares y las vicisitudes amorosas. La acción militar, con sus alternativas, sus victorias, derrotas, traiciones y hábiles estratagemas, se nos narra con admirable precisión técnica, logradas descripciones y la clara conciencia de que la guerra es un juego inteligente en el que vale más el ingenio que la fuerza. La historia amorosa de Tirant y Carmesina, con sus inolvidables escenas de desinhibido y alegre cortejo, y joven y desbordante pasión, se ve enturbiada por las intrigas de la Viuda Reposada, que también está enamorada de Tirant. Simultáneamente, se desarrollan los amores juveniles de Estefanía de Macedonia y Diafebus, y los seniles de la emperatriz y el escudero Hipòlit. La corte de Constantinopla, donde se celebran fastuosas fiestas palaciegas y caballerescas, con rica y elegante simbología y solemne etiqueta, también aparece humanísimamente sensual, vodevilesca, llena de argucias de enamorados impacientes, de intrigas mujeriles, de bajas pasiones y de notas que chocan con nuestro concepto de la severidad y el hieratismo de la corte imperial de Bizancio. Cuando Tirant y Carmesina se han casado mediante la fórmula entonces frecuente del matrimonio secreto, la Viuda Reposada hace creer al caballero que la princesa le es infiel con un jardinero negro; y, cuando la calumnia está a punto de deshacerse, una tormenta arrastra la galera en la que se encuentra Tirant y lo lleva a las costas de Túnez, en compañía de Plaerdemavida, la simpática y graciosa doncella de la princesa.
Así comienza el largo episodio africano del Tirant, que aporta a la novela un nuevo curso y un ambiente distinto. Tirant, cautivo en un primer momento, no tarda en conseguir imponerse gracias a su gallardía, su ingenio y su dominio del arte militar, cualidades por las que los reyes africanos deciden utilizarlo en sus guerras. Nuestro héroe acaba con el destino de estos reinos norteafricanos en sus manos, tras crearse una especie de ejército personal y ejercer, simultáneamente, una intensa actividad misionera, que lleva al bautismo a miles de infieles. Al mismo tiempo, Plaerdemavida se convierte, por matrimonio, en reina de Fez y Bugía.
Pero Constantinopla continúa bajo la amenaza del peligro turco y Tirant desea volver junto a Carmesina, que ha pasado estos años de ausencia del caballero recluida en un convento. Con sus aliados, los reyes africanos, y con una escuadra de Felipe de Francia, que ya es rey de Sicilia, acude en auxilio de la capital griega, derrota totalmente a los turcos y emprende una gran campaña para reconquistar las tierras del imperio. En un rápido viaje a Constantinopla, consuma su matrimonio con Carmesina y el emperador lo acepta como yerno y lo nombra heredero con el título de César del Imperio. Tirant reanuda la tarea de reconquista, pero una noche, en Andrinópolis, se resfría paseando por la orilla del río y contrae una pulmonía, de la que muere poco después, habiendo hecho testamento y dictado una carta de despedida para Carmesina. Poco más tarde, la noticia llega a Constantinopla, donde el emperador pronuncia un largo y dolorido lamento ante el cadáver de Tirant; acto seguido, Carmesina, transida de pena, pronuncia otra estremecedora lamentación, durante la que su padre, el emperador, muere. La princesa hace confesión pública de sus pecados, dicta testamento, se hace colocar en un lecho entre los cadáveres de Tirant y del emperador, y poco después expira. La emperatriz, que mientras asistíamos a estas dolorosas escenas se ha entregado una vez más al joven Hipòlit, se convierte en la heredera del imperio e inmediatamente se casa con su amante. El emperador Hipòlit hace trasladar a Bretaña los cadáveres de Tirant y Carmesina, que son enterrados en ricas tumbas con epitafios en verso. Años más tarde, a la muerte de la emperatriz, el emperador Hipòlit se casa con la hija del rey de Inglaterra. Ambos fallecen el mismo día, y su hijo, que también se llama Hipòlit, hereda el imperio. Cuando el continuador, Martí Joan de Galba, escribe estas últimas páginas del Tirant, en las que presenta un Imperio de Oriente pacífico, próspero y regido por emperadores cristianos, toda Europa se lamenta aún de la caída de Constantinopla en poder de los turcos, han fracasado los intentos de cruzada encaminados a liberar el imperio y varios poetas catalanes han escrito sentidos poemas sobre tan triste tema.
Recordemos la esencia del juicio de Cervantes sobre el Tirant lo Blanc: "Es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros deste género carecen". Cervantes supo ver que Joanot Martorell había humanizado la literatura caballeresca, que desde sus inicios convertía a sus protagonistas en paradigmas de virtudes morales y de vigor físico, los hacía vivir en constante tensión y morir heroicamente. Tirant es, simplemente, un hombre fuerte y valiente, que sin embargo recibe graves heridas en numerosas ocasiones, necesita muy a menudo la ayuda de los médicos y debe someterse a largas convalecencias; y finalmente, cuando ha conseguido su triunfo militar y amoroso, y no hay nada que le pueda arrebatar la sucesión al Imperio de Constantinopla, muere "en la cama" de una corriente pulmonía contraída de la forma más vulgar, no sin haber redactado testamento. Más allá de esta normalidad, hay otra cosa que también adivina y admira Cervantes: la ironía y el humorismo. Martorell escribe de forma muy seria, con perfecta conciencia de lo que está haciendo y, como el caballero que es, cree en la dignidad de la caballería y en unos principios que en su época ya se están desmoronando; pero eso no le impide apuntar de vez en cuando detalles grotescos o divertidos, ridiculizar con rápidos trazos o construir diálogos con desenvuelto ingenio. Tirant es un enamorado leal y fiel, y Carmesina una enamorada apasionada y firme, que muy a menudo expresan sus sentimientos en un lenguaje engolado y retórico, con citas cultas y metáforas intelectuales, lo que quizá no esté tan lejos de la realidad del siglo XV como podríamos pensar. Pero, por debajo de ese engolamiento, encontramos una desbordante pasión juvenil —recordemos que, al inicio de sus amores, Carmesina sólo tiene catorce años— y la pugna entre Tirant, que, ayudado por Plaerdemavida, busca la posesión completa, y la princesa, que teme un deshonor ostensible. Todo lo cual lleva a una bien matizada sensualidad que Martorell, como caballero profesional, expresa en ocasiones con metáforas militares, como debía de hablarse de amores en las tiendas de campaña de la época.
Otra de las muchas peculiaridades del Tirant lo Blanc, que comparte con Curial e Güelfa, es su evitación de todo lo que sea inverosímil o maravilloso, tan general en los libros de aventuras caballerescas; basta recordar el Amadís de Gaula y otras novelas de caballería castellanas. El azar no determina la trama del Tirant, donde en realidad no existen la intriga ni el suspense exagerado y donde tan sólo hay dos episodios que aparentemente rompen la normalidad: la visita del rey Arturo y el hada Morgana a la corte de Constantinopla, que parece una ficción de carácter dramático, y la aventura del caballero Espercius y el dragón, sin duda imputable a Galba. La exageración de la realidad, sobre todo en las escenas trágicas, responde a la espectacular sensibilidad de la época. Aunque sin duda se deben a Galba, los lamentos de Carmesina ante el cadáver de Tirant constituyen un episodio de un dramatismo extraordinario, truculento y desgarrador; y entre tantos parlamentos retóricos, a veces incluso en prosa rimada, impresiona al lector que la princesa se deje caer encima del cuerpo embalsamado de Tirant y lo bese con tanto ímpetu que se rompa la nariz y se le llenen los ojos y la cara de sangre, que bese la boca fría del cadáver, le abra los ojos para besarlos y se mezclen la sangre y las lágrimas. Aunque en esta escena Galba siga muy de cerca la fábula de Hero y Leandro en la versión de Rois de Corella, constituye el lúgubre y sanguinolento trágico final de los amores de Tirant y Carmesina, antes juveniles y alborozados.
Como también ocurre en Curial e Güelfa, muchos de los personajes que aparecen en el Tirant llevan nombres idénticos o parecidos a los de personas reales de la época, en lo que a veces hay incluso intención política (los "malos" cristianos que hay en Oriente llevan nombres y títulos de nobles napolitanos y sicilianos que entre los años 1459 y 1462 eran partidarios de los Anjou; los "buenos" llevan los nombres y los títulos de los que fueron fieles a Fernando, el hijo del Magnánimo). En la figura de Tirant confluyen rasgos, características y actitudes de algunos personajes históricos: en algunos aspectos es una modernización de Roger de Flor, y tiene cualidades que parecen tomadas de la personalidad de Juan Hunyadi, "le chevalier Blanc", el padre de Matías Corbi, de las del borgoñón Geoffroy de Thoisy y del castellano Pedro Vázquez de Saavedra. No se trata, pues, de un "modelo vivo" único, ni de la transfiguración literaria de un caballero histórico, sino de la veracidad del héroe creado por Joanot Martorell.
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