Pilar Prim

Margarida Aritzeta (Universidad Rovira i Virgili)

Pilar Prim es la última gran novela de Narcís Oller y, desde el punto de vista estético, la más conseguida. Se publicó en 1906, ahora hace cien años, después de un proceso de gestación largo y de numerosas dudas del autor, que él mismo relata en sus Memòries literàries.

Pilar Prim continúa alimentándose (sobre todo en los primeros capítulos) de los numerosos materiales de la realidad (paisajísticos, legales, de costumbres) que el lector de su tiempo identificaba claramente y que el actual todavía puede reconocer, porque Narcís Oller no renuncia en ningún momento a la poética realista, a construir sus obras a partir de la observación del mundo. En este caso el narrador describe esmeradamente un viaje a Puigcerdà, que el autor hacía habitualmente con motivo de sus veraneos, y los parajes de la Cerdanya, que conocía bastante bien, así como la ciudad de Barcelona, y los conflictos legales que pueden surgir a raíz de una disposición testamentaria. Esta primera parte nos puede servir todavía hoy para hacer un recorrido por el territorio, un viaje literario y real en tren, observando la fisonomía de los grandes panoramas, de las estaciones, de las concentraciones industriales de las antiguas colonias textiles, y reconociendo todos los elementos paisajísticos incluidos en la novela que, de una manera u otra, todavía forman parte de nuestro entorno, al lado de aquellos elementos que forman parte de las costumbres de una época pretérita y que imaginamos perfectamente en este escenario natural.

Pero el autor da un paso más en su progresión para innovar la técnica narrativa y, en concreto, en la creación de personajes con densidad psicológica; en este caso construye una personalidad femenina compleja, redonda, llena de contradicciones, enfrentada con un destino contra el que se tendrá que sublevar si no quiere hundirse como persona. El resultado es Pilar Prim, una figura que destaca por encima de la galería de personajes de la novela y que la crítica de la época, sobre todo la más moderna, puso a la altura de Madame Bovary o Anna Karenina. Esto es así por la densidad psicológica y por la eficacia de la técnica literaria utilizada, que en este caso incorpora el procedimiento que Henry James definía como showing y que consiste en narrar de manera que parezca que la novela se cuente sola y que el lector asista directamente al espectáculo de las pasiones y las acciones de los protagonistas sin interferencias de nadie. Oller lo consigue con el uso de la focalización interna fija, que le permite trabajar la psiconarración. Una psiconarración con textura de monólogo interior en muchos fragmentos, para dar cuenta al lector de las interioridades de Pilar Prim y de Marcial Deberga de una manera alternada, que se debaten entre las dudas y las pasiones sin que se entere nadie de su entorno, sólo los lectores. Pero de eso ya hablaré más adelante.

Desde el punto de vista argumental, Pilar Prim es poco compleja y ofrece al lector una sola línea de acción. El tema es el relato de una pasión, las dudas y los tropiezos con que topa hasta su cumplimiento final. En ella se nos cuenta cómo una viuda todavía joven, obligada por la disposición testamentaria de un marido posesivo, más allá de la muerte, a no casarse nunca más si no quiere perder la fortuna heredada, debe hacer frente a las insidias de su propia familia, al peso de la sociedad, a las convenciones, a la propia moral, para afrontar los requerimientos del amor de un hombre, que, en un primer momento, Pilar Prim tiene que disputar a su propia hija. Un hombre que, todo se ha de decir, es guapo y atractivo, pero absolutamente dedicado a la buena vida y el bien vivir, sin fortuna propia, mientras lo mantiene la generosidad de una vieja y acaudalada tía que al fin decide romper la monotonía de su vida y casarse con un viejo militar cazafortunas que la arranca del tedio de las conveniencias, dejando al sobrino con una mano delante y otra detrás.

Los hechos son éstos: en los primeros capítulos, Pilar Prim, acompañada de su hija Elvira y Enriquet, su hijo pequeño, que está enfermo, viajan en tren desde Barcelona a Puigcerdà, donde tienen previsto pasar el verano. En el mismo compartimento viaja un hombre joven y atractivo, Marcial Deberga, que de momento finge desinterés Pero la coincidencia en un trayecto largo y en un espacio tan reducido suscita la curiosidad del uno y de las otras, hasta el punto que se establece entre ellos cierto interés. Son éstos unos capítulos básicamente descriptivos, con poca acción, dedicados a la presentación de los personajes y la contextualización de éstos en el espacio de la novela. Es, como si dijéramos, una fase de tanteo, en la que Marcial Deberga, el hombre, mira a las dos mujeres, se fija en la joven y en la madre, y aprecia en una y otra cualidades que no le son indiferentes. Las dos mujeres también aquilatan, sin vergüenza, cada una por separado, al compañero de viaje. Y el narrador, que es omnisciente, hace gala de unas enormes cualidades descriptivas cuando relata con profusión de detalles el paisaje que se despliega a la mirada desde la ventanilla del tren, a la vez que en el interior del compartimento tienen lugar episodios de cuadro de costumbres entre las señoras y el servicio, que viaja al mismo tren pero en otro vagón, y la evolución íntima de los pensamientos de los personajes, que como son íntimos y quedan ocultos a la curiosidad externa, se expresan con una total libertad e incluso con algunos puntos de procacidad erótica. El lector, gracias a la maravilla de la técnica de Oller, puede compartir los secretos de los pensamientos de los personajes desde el primer momento.

Esta fase de tanteo, con dominio del elemento paisajístico, se alarga durante los ocho primeros capítulos, mientras la acción transcurre en la Cerdanya. Poco a poco aparece una galería de personajes que completarán el panorama de la novela: la enorme doña Pomposa, conocida también como la viuda Roig, histriónica y exagerada como personaje, más bien un prototipo odioso que un personaje de carne y hueso; su hijo Rossendo, construido esquemáticamente y como contrapunto de otros personajes, apoyo de las acciones que tienen por finalidad obstaculizar a la protagonista; los Ortal, cuñados de Pilar Prim, aliados de Elvireta pero claramente incompatibles con Pilar por muchos motivos, que se irán desgranando a lo largo de la novela. Básicamente, sin embargo, desde el primer momento podemos ver que se hace una distinción entre el carácter de Pilar Prim, aristocrática, idealista, un tanto romántica, poco paciente con las incomodidades y los tropiezos materiales, y la vulgaridad de los Ortal, burgueses nada refinados, individuos fabriles que sólo aprecian el valor del dinero pero sin ningún tipo de aristocracia de espíritu, ambiciosos y groseros. Vale decir que Elvireta se sitúa también en este bando pragmático, aunque Oller no acaba de redondearla como personaje, y que el hijo pequeño, el pobrecillo, es sólo una especie de angelito sin sustancia ni gracia, un cromo.

El paisaje es el recurso para enmarcar a los personajes en este primer bloque, pero al mismo tiempo tiene vida propia, es un elemento protagonista que sirve para la creación de "climas", que presiden las diversas acciones, que las dominan. El paisaje es también el espejo donde se reflejan las emociones y los sentimientos de los personajes. Las imágenes, las sinestesias, el correlato objetivo, los diversos recursos poéticos, son puestos al servicio de un impresionismo psicológico a través del cual se va desgranando la personalidad de los personajes, sobre todo de la protagonista.

Pese a que en este primer momento, en la Cerdanya, Marcial Deberga y la madre y la hija se reencuentran, el juego de la seducción vacila todavía y se suceden varios intentos de posesión. En la Cerdanya se da a conocer la verdadera personalidad de Deberga, asediado por la descomunal viuda Roig, a la que seduce en un día de tedio en lo que él califica de «caída lastimosa» y que ahora rehúye todo lo que puede, para no comprometerse a los ojos de sus nuevas conocidas. Pilar Prim, rechazando sus propios sentimientos, en pugna con las pretensiones de su hija, acaba concediendo que el joven puede ser un buen partido para la chica. La soterrada rivalidad culmina en una tensa escena en que la madre (todavía) puede mirar directamente a los ojos a su hija sin esconderle nada. Galanteos, juegos de sociedad, enredos en los que Rossendo persigue a Elvira, tienen lugar en este marco imponente que parece construido sólo para mostrar la grandiosidad del paisaje, descrito con trazos vigorosos y una enorme eficacia.

Esta dinámica se mantiene hasta que llega a Pilar la noticia de que su padre, viejo y enfermo, ha muerto. Este hecho provoca un giro argumental y un cambio de paisaje, porque Pilar Prim vuelve a Barcelona con sus hijos. El retorno a Barcelona significa también una vuelta a la realidad, perdido el clima idílico que se había construido en la Cerdanya, en un ambiente en que el paisaje servía para plasmar emociones y sentimientos y reflejar las pasiones apuntadas en los personajes.

Un vez en Barcelona, Pilar Prim se da cuenta de que ha perdido el último apoyo que le quedaba con la muerte de su padre. Su hija Elvira, con la cual (no se sabe por qué) nunca ha mantenido muy buenas relaciones, cae bajo la órbita de sus cuñados, sus tíos, que la apartan de su madre para prepararle una boda de interés con un joven acaudalado de Bilbao.

Apartada la chica de la disputa por el galán, queda el terreno expedito para que Pilar Prim se vaya enamorando de Deberga, a pesar de ella misma, que de momento no lo quiere admitir. Pero entonces se plantea la magnitud del problema, ya que constata que no tiene herramientas ni armas para llevar la dirección de su vida y mucho menos de los asuntos económicos derivados de las empresas textiles heredadas del marido, que los cuñados están llevando a la ruina por su prepotencia e ineficacia.

El nudo de la novela presenta los conflictos de conciencia de la protagonista, expuestos desde la focalización interna del narrador, que utiliza con destreza el recurso de la psiconarración, alternados con los del objeto de su amor, Marcial Deberga, que de repente se encuentra también en una tesitura nueva en su vida, pues se tiene que poner a trabajar. De la mujer pusilánime y un poco pánfila, enfermiza a la manera romántica, dada a la languidez y las depresiones por nada, incapaz de formar parte de un mundo que se le muestra con toda su dureza, pasamos, a lo largo de las páginas de la novela, a la construcción de una nueva personalidad femenina, forjada con las dudas, con el dolor de los aciertos y los fracasos, que finalmente encara. A lo largo del relato, la protagonista cuenta con un par de aliadas valiosas, sus amigas, y numerosos oponentes, que se afanan para que sea un elemento puramente ornamental. El plano de los conflictos personales, las dudas sentimentales, se refuerza con el plano de los conflictos materiales, cuando Pilar Prim tiene que hacer frente a su verdadera situación económica, cuando el sentido común y el desastroso balance del último ejercicio económico de la fábrica le dicen que no puede continuar viviendo de las apariencias y de espalda a los problemas de la vida cotidiana. En la novela se muestra la Barcelona de principios del siglo XX, las necesidades de la industria textil obligada a hacer frente a la renovación tecnológica constante, a la reinversión, al dinamismo, y cómo están condenados al fracaso los que ven las fábricas sólo como un escaparate para lucir una posición social acomodada. La novela cuenta cómo, finalmente, Pilar Prim afronta la crisis de la empresa de su difunto marido y de su propia vida, y decide, en contra de lo que siempre había hecho, tomar parte activa en su resolución, lo cual le supondrá no pocas conmociones, ya que tendrá que luchar contra su propia naturaleza y sus convicciones. Del final de la novela -de cómo resuelve Pilar Prim su relación con la familia de su marido y, sobre todo, con Deberga, con quien no se podrá casar si no lo quiere perder todo-, dado que es un elemento que la crítica ha mantenido en polémica constante desde la fecha de su edición, hablaré más adelante.

Uno de los aspectos más interesantes de la novela es la forma en que el autor se sirve de los recursos de la técnica narrativa para explorar una serie de posibilidades a la hora de describir y narrar. Quizás el recurso más evidente es el del punto de vista y la focalización que utiliza la voz narrativa para situarse respecto de su relato y la historia que cuenta (y, por lo tanto, en relación con los personajes). Esto es, dicho de una manera genérica, la mirada.

Además de la técnica, la mirada es también un método para establecer una de las líneas argumentales del texto, a partir de ella el lector puede hacer una interpretación. Intentaré explicarlo con algunos ejemplos.

El capítulo VIII marca una frontera entre las dos maneras que tiene el narrador de afrontar el relato de la historia. Desde el inicio hasta el capítulo VIII, los personajes aparecen y se mueven en relación con unos espacios abiertos (el tren donde arranca el relato es un espacio cerrado pero tiene abiertas las ventanas, a través de las cuales mira el narrador por los ojos de sus personajes y nos cuenta cómo el tren recorre un paisaje). Estos espacios, que van de Barcelona a Puigcerdà y que comprenden diversos lugares de la Cerdanya, actúan de una manera impresionista en la construcción de los personajes, de forma que el narrador establece un contrapunto entre los estados de ánimo de los personajes y su círculo de relaciones y de afectos, y la belleza, las incomodidades, los exotismos, la soledad o la amplitud de la naturaleza.

Los espacios, sin embargo, no son descritos por el narrador, sino por los personajes; el narrador los describe porque los personajes los observan y provocan en ellos algún tipo de efecto.

Esta visión estética clásica (antigua) de la composición contrasta con la descripción del paisaje visto desde el punto de vista de sus efectos sobre los protagonistas, de manera totalmente impresionista (si no en la composición, al menos en la técnica).

Buscando explicaciones de contexto, podemos acordarnos, en este punto, del comentario que hace Oller en sus Memòries literàries de cómo se siente torpe con su lengua al lado de las grandes figuras descriptivas, la riqueza de vocabulario de que hacen gala Joaquim Ruyra o la misma Víctor Català. ¿Es mirando la obra de estos autores, a la vez que mira el paisaje, que el autor pone en la pluma del narrador este tipo de descripciones? Es una hipótesis a tener en cuenta. Lo que es cierto es que Oller llega a un punto en que la técnica no le sirve para hacer avanzar la acción de la novela, tal como la tenía prevista, y la abandona, de manera que cambia radicalmente de perspectiva narrativa y técnica.

En este punto el narrador traslada la acción a Barcelona, donde recluye a los personajes en espacios cerrados, de los cuales se dan muy pocos detalles descriptivos. La prolijidad de detalles que en los siete primeros capítulos había dedicado a la naturaleza (en la cual se reflejaban los personajes) se vuelve una minuciosa descripción de los pensamientos de Pilar Prim (relatados en forma indirecta, o psiconarración, pero también en forma directa, a manera de pequeñas exploraciones mediante el monólogo interior). Con esta técnica el narrador alterna (a manera de focalización interna fija) las dudas y desazones de la protagonista con las acciones y pensamientos del objeto de su deseo, que no es otro que Marcial Deberga. Y va alternando los capítulos que dedica a la una y al otro (como ocurre también en otra novela de referencia, Madame Bovary, de Gustave Flaubert).

A partir del capítulo VIII, pues, los paisajes desaparecen, las larguísimas descripciones de ambiente y de lugar, los detalles costumbristas se hacen mínimos y aparece la introspección. El narrador se sitúa en el mismo lugar donde nacen los pensamientos y las dudas de los dos protagonistas (sobre todo de Pilar Prim) y nos ofrece un panorama extremadamente completo, de modo que el lector tiene la impresión de estar participando en directo, hasta el punto de que a veces le pueda parecer que puede tomar partido cuando la protagonista no se atreve a decidir, sobre todo porque ella no puede saber lo que piensa en Deberga y nosotros sí. Cuando finalmente se lo dicen el uno al otro, el lector, que asistía nervioso a tanta duda gratuita, respira aliviado.

Esta manera de narrar que proyecta su centro de interés en el interior de los personajes es deudora sin duda del boom de la novela psicológica, donde se enmarca perfectamente Pilar Prim. La técnica que utiliza es un efecto de la mirada, tiene que ver con el lugar en que se sitúa el autor respecto del narrador y cómo el narrador mira a través de los personajes.

Pero este recurso que parece pura técnica, es también un motivo temático a lo largo de la novela. El narrador juega desde el principio con las miradas de los protagonistas, y el lector sabe desde el principio de la obra que los personajes hacen (miran) unas cosas y en realidad piensan otras. El hecho de que los pensamientos sean secretos da la impresión al lector de que comparte una parte de ese secreto y lo sitúa en un plano privilegiado respecto de lo que saben los personajes.

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