Un torrente verbal. Elogio de Pa negre de Emili Teixidor

Oriol Izquierdo

Pa negre [Pan negro] (2004) es una novela sobre los años fríos y crudos de la posguerra española. El libro retrata de un modo magistral el despertar de una conciencia moral y el descubrimiento de la sexualidad de un adolescente que se ve empujado al silencio para poder sobrevivir. Autor de literatura juvenil y gran conocedor de la psicología infantil, Teixidor se sirve de la mirada de un niño para arrojar luz sobre uno de los períodos más oscuros de la historia reciente.

Confieso que me produce una satisfacción especial poder hacer este elogio de Emili Teixidor, el autor de Pa negre [Pan negro], el libro publicado el año pasado que el jurado del Premio Lletra d'Or ha considerado merecedor de esta rara distinción que tenemos el honor y el deber de continuar.

Y esto es así, ya me perdonarán los colegas del jurado este tono confesional, porque Emili Teixidor es para mí en cierta medida un maestro. No sólo porque, como tantos hijos de los años sesenta, entre mis primeras lecturas de niño y adolescente se contaban sus historias y sus personajes, las novelas juveniles que él firmaba. También porque el azar hizo que me estrenara como editor con una novela suya, Retrat d'un assassí d'ocells, [Retrato de un asesino de pájaros] y que, a partir de entonces, estableciéramos una relación que me atrevo a calificar —si me lo permites, Emili— de amistad. Emili también era entonces, además, editor, y gracias a él aprendí algunas cosas del oficio que de momento, si no os lo tomáis a mal, me guardo para mí.

Aquel Retrat d'un assassí d'ocells de 1988 empezaba a desplegar con contundencia el universo literario que en Pa negre culmina en una obra, permitidme decirlo así, modestamente maestra. Antes, en 1979, aquel universo empezó a coger cuerpo en los cuentos de Sic transit Gloria Swanson, y en 1999 fue ganándolo con una novela que obtendría el premio Sant Jordi, El llibre de les mosques [El libro de las moscas].

Puede parecer que digo que Emili Teixidor escribe siempre la misma novela, la misma historia. Quizás sí. Pero a mí eso no me importa, porque su voz narrativa me seduce y porque su universo me atrae, a veces como suele atraer el vacío a los que tenemos vértigo: es esa atracción por lo que tendríamos que rechazar, el efecto de succión del espejo que nos devuelve la imagen menos amable de nosotros mismos, el monstruo que todos escondemos dentro. La voz de Emili Teixidor tiene el mismo efecto que ese espejo.

Pa negre se sitúa en la truculenta posguerra, en un ambiente de niebla y en clave de drama fabril y rural, un drama donde se entrecruza la memoria personal y las historias, a veces las leyendas, tomadas de aquí y de allá. Emili Teixidor construye aquí un territorio mítico, ubicado en la comarca de Osona, en Girona, que no es sólo un espacio físico. Es el espacio moral del niño que adivina el mundo adulto, el espacio moral del adolescente, el espacio de la iniciación a la vida, a sus secretos, sus misterios, su don y su dolor.

Emili Teixidor ha decidido adoptar, esta vez, el punto de vista de Andreu, el narrador, un narrador inocente e inconsciente, que vive prácticamente huérfano, con el padre preso, la madre en la fábrica, intentando hacerse un lugar al abrigo del mundo que lo rodea y en el que ha tenido, qué paradoja, la suerte de entrar protegido por los señores Manubens, hasta escoger, consecuentemente o no, dolorosamente o no —al menos para el lector—, entre la seguridad y la rebeldía. Pero no nos entretengamos ahora en desgranar el argumento de la obra, sino uno de los elementos que, para mí, y no soy el único, hace especialmente singular esta novela. La fuerza de su lenguaje. Y el papel esencial, nuclear, que tiene este lenguaje en la evolución del personaje, en su proceso de crecimiento moral. La fuerza del idioma, la textura estilística de la novela. Lo dice el narrador: "Por primera vez entendí el veneno que podían contener las palabras y cómo se nos metían dentro aunque no quisiéramos." El lector lo puede experimentar desde la primera página. Y no soy el único que lo cree así. Lo ha remarcado Ponç Puigdevall (El País, 20 de noviembre del 2003): "Emili Teixidor consigue que toda la novela aparezca pletórica de sonido y de furia." Lo ha remarcado Julià Guillamon (La Vanguardia, 12 de noviembre del 2003): "Teixidor sabe de lo que habla, y maneja un catalán sensacional, del que se distancia atribuyendo los giros más característicos a la abuela, porque el narrador es un desclasado y se enfrenta a una realidad que ya no existe." También Joan Triadú (Avui, 18 de diciembre del 2003): "Escribir —señala este crítico y no dice ninguna obviedad— es el arte del idioma."

A través de este torrente verbal Emili Teixidor recrea una vez más el mundo inevitablemente feliz de la infancia. Inevitablemente feliz, aunque sea de una tristeza oscura, sucia, a veces sórdida o apolillada. El mundo de la infancia, del descubrimiento del mundo, de la realidad, que es tanto como decir la vida, el dolor y el placer, el idioma.

Hacia el final de la novela, el protagonista se despide de su madre, que, con sacrificios, lo ha bajado a ver al colegio donde está interno. "Cuando se alejaba por la calle, gris y casi desierta, hacia la estación, cerré los ojos para no verla. ¿Todavía la veo, abandonada y solitaria en aquella salita fría de visitas de los escolapios, una sala con muebles pobres..." Como él, como Andreu, ¿cuántas veces no hemos cerrado los ojos ante lo que querríamos olvidar para no dejar de verlo? ¿No es ésta contradicción la que, volubles y débiles, humanos como somos, nos define?

He dicho antes que Pa negre es una novela modestamente maestra. Modestamente, porque —permitidme decirlo así— modestamente es como hace las cosas Emili, sin aparatosidad, sin efectismos. El lector empieza a leer probablemente sin darse cuenta de ello, y avanza en la lectura quizás con la sensación de que está delante de una sarta de historias casi anecdóticas. Y así, sin darse cuenta, se halla en medio de una historia que muestra, modesta y magistralmente, el drama moral del niño que tiene que decidir hacerse hombre. Seguramente esto es lo que hace que digan de uno que es un buen pedagogo.

Pa negre es una novela mayúscula. Un ejercicio de creación del mundo a partir de la recreación de la memoria y del idioma, sin concesiones, también sin estridencias, creo que profundamente generosa con los lectores. Un Premio Lletra d'Or, pues, de altura. La Lletra d'Or del año 2004.

Gracias, Emili, por habernos dejado compartir este Pa negre.

Han dicho...

"El asfixiante tiempo de la posguerra en un mundo rural vivacísimo donde el timbre de las palabras conserva intacta la pureza de la vida malograda por el vendaval de la historia."

Pere Gimferrer

"Es uno de los libros más importantes de Teixidor y una de las mejores novelas catalanas del año."

Julià Guillamon, La Vanguardia

"Emili Teixidor se acerca mucho al estado de gracia de los escritores mayúsculos."

Ponç Puigdevall, El País

"He aquí una obra maestra."

Joan Triadú, Avui

Así empieza la novela...


Quan feia bon temps, des de Pasqua Florida fins a principis de tardor, quan el bosc canviava de color, vivíem a les branques dels arbres.

Ens havíem enfilat a tots els arbres de l'hort dels fruiters, prou forts per aguantar-nos a tots tres i prou baixos perquè hi poguéssim pujar sense escala, però després de provar-los vam triar la prunera vella com a cau definitiu. La prunera o el pruner vell tenia l'enforcadura del tronc ampla, acollidora i fosca com el fons d'una perola, i les tres branques que hi naixien permetien d'instal·lar-nos-hi amb comoditat, repenjar l'esquena i repartir-nos l'espai amb precisió: tocava una branca per a cadascú.

L'entreforc era el lloc comú on ens trobàvem. Les branques, en canvi, eren terrenys privats, cadascú hi guardava les coses que volia, tractava els branquillons com li semblava, penjava cintes o papers a les fulles, collia les prunes per a ell tot sol i no tenia cap obligació de compartir-les amb els cosins, i fins i tot podia no respondre a les preguntes llançades des de les branques veïnes, com si es trobés en una cambra tancada i el fullam fos una paret que no deixava passar les paraules.

Els altres arbres, veïns de la prunera vella, eren pomeres la majoria, alguns perers, pruneres joves amb branques massa primes per suportar els nostres moviments, arbres revells deia l'àvia, amb el brancam espès i de poca alçada. Més enllà de l'hort hi havia un parell d'oms mig corcats i el cirerer a la vora del camí, els roures de la roureda del prat, arran del bosc petit, i el saüquer immens del darrere de la masia, tan alt que mai no havíem pogut comptar totes les branques, ramificades fins a l'infinit, com una xarxa que s'estenia més amunt de la teulada del mas. El saüquer era l'arbre de l'àvia Mercè perquè es veu que les flors que feia eren medicinals, i sempre que podíem deixàvem les finestres del darrere de la casa obertes perquè entrés el perfum de les flors de saüc —la flaire deia l'àvia— i només respirant aquella olor marxessin totes les malalties, que ella en deia malures.

Només la prunera vella tenia les branques prou llargues i fortes per acollir-nos bé. Una casa vegetal amb la fusta rugosa, fosca i revellida d'una cabana al mig del bosc o d'una paret ensutjada de la cuina.

Les pomeres eren massa petites i quan les pomes eren grosses tota la copa penjava cap avall, com el ventre d'una dona prenyada. I quan eren florides, el perfum era massa intens i embafador i les flors massa blanques i atapeïdes. Amb les pereres passava el mateix. Els oms ens feien fàstic o por, tenien el tronc massa vell, brut i foradat, semblava podrit, i el brancam era massa petit per a la grandària de l'arbre, com el ferrer del poble i els homenassos que li portaven els cavalls a ferrar, que feien el pit gros i el cap petit. El cirerer era més acollidor, però el fullam era massa espès i els raïms de cireres massa delicats per a les nostres activitats aèries, les cireres tenyien la roba, les mans i les cames i ens delataven. I a més a més, la seva situació, al costat del camí que arribava a la masia pel costat de la cuina i del prat i portava al poble de la mare, el poble de les fàbriques, els feia massa visible als ulls dels grans. Els roures quedaven massa lluny de la casa, tot i que resistien bé les nostres envestides. I el saüquer era inabastable, l'arbre de l'àvia, el prodigi medicinal que restaurava la vida, i el consideràvem gairebé sagrat.
(...)

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