Víctor Català

(Nou diccionari 62 de la literatura catalana)

Caterina Albert fue una mujer de gran sensibilidad artística. (‘Soledad') es una novela centenaria que, sin embargo, no ha perdido ni un ápice de su vigencia. Escrita bajo pseudónimo masculino (‘Víctor Català') por obvias razones de tiempo y lugar, se publicó por entregas en la revista
entre mayo de 1904 y abril de 1905. En el ámbito de la literatura moderna, esta novela contituye, sin duda alguna, el punto de partida de la exploración de la identidad femenina por parte de una escritora.

Pseudónimo de Caterina Albert (La Escala, Girona, 1869-1966), novelista y narradora. También escribió poesía y monólogos teatrales. Fue la mayor de los cuatro hijos del abogado, político y terrateniente Lluís Albert i Dolors Paradís. Vivió de las rentas familiares en su pueblo natal y después de la muerte de su padre y de su abuela materna cuidó de su madre y administró el patrimonio familiar. Viajó por Europa y residió temporadas en Barcelona, donde a partir del año 1904 tuvo un piso. Básicamente fue educada e instruida en el seno de su familia. Únicamente fue a la escuela primaria de su pueblo y pasó un año en un pensionado de Girona, donde empezó a estudiar francés. Las actividades políticas de su padre -diputado republicano que se tuvo que exiliar durante un tiempo por haber participado en un alzamiento federalista de octubre de 1869- sentaron las bases del catalanismo de la autora, su identificación con la lengua catalana y su afinidad con las doctrinas de Enric Prat de la Riba. Culturalmente, la familia le facilitó, con clases particulares, que profesara sus inclinaciones artísticas por el dibujo, la pintura y la escultura, que compartió con la creación literaria hasta comienzos del siglo XX. Fue también en la misma familia donde encontró el ambiente propicio para su autodidactismo literario: su madre escribía poesías y su abuela era una gran conocedora del folclore y la cultura popular. También le fue de ayuda disponer de un estudio, donde disfrutar de la privacidad necesaria para dedicarse a escribir y a su gran afición por la lectura, que la llevó a comprar, semanalmente, libros y revistas.

Aunque siempre quiso dar una imagen de amateur, que defendió su independencia creativa al margen de dogmas y escuelas, y que se mostró un tanto reacia a las intervenciones públicas, entabló relaciones con los grandes escritores de su época como Joan Maragall y Narcís Oller con los cuales mantuvo una gran amistad y por quien manifestó una gran admiración. Colaboró en diversas publicaciones periódicas como Joventut, La Il·lustració Catalana o Feminal. Presidió los Jocs Florals de Barcelona de 1917 donde pronunció el discurso De civisme i civilitat y fue nombrada miembro de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona en 1923, donde leyó el discurso "Sensacions d'Empúries".

Al margen de las primeras tentativas que suponen algunos trabajos publicados con el pseudónimo de Virgili Alacseal en L'Esquella de la Torratxa, la vida literaria de Caterina Albert se inició públicamente en 1898, cuando en los Jocs Florals de Olot le premiaron un poema, "Lo llibre nou" y un monólogo teatral, La infanticida, cuya autoría femenina originó un escándalo que la llevó a refugiarse ya para siempre bajo el pseudónimo de Víctor Català.

Teniendo en cuenta la cronología de las ediciones, su obra se agrupa en tres etapas. La primera coincide con los años del Modernismo y es la más importante, tanto por el número de obras como por la variedad de géneros. Publica dos volúmenes de poesía, El cant dels mesos [El canto de los meses] (1901) y Llibre Blanc-Policromi-Tríptic [Libro Blanco-Policromio-Tríptico](1905), un volumen de teatro, Quatre monòlegs [Cuatro monólogos] (1901), tres recopilaciones de cuentos, Drames rurals [Dramas rurales] (1902), Ombrívoles [Sombrías] (1904) y Caires Vius [Aristas vivas] (1907), y una novela, Solitud [Soledad] (1905), que la consagra en Cataluña y que traspasa nuestras fronteras.

En estos años se perfilan ya las características de la obra de la autora, que, con pocas variaciones, serán constantes en toda su producción, tanto en los géneros, como en lo temático y formal. En primer lugar hay que destacar su opción por la narrativa. En este género, en términos generales, trata historias trágicas del mundo rural que enfoca desde una óptica pesimista y fatalista, y con una especial sensibilidad por la estética del negro o del claroscuro. Esta visión, común a otros modernistas, se centra en la lucha del individuo contra los elementos hostiles que imposibilitan su realización. La autora, además, muestra interés por los mundos interiores de las personas, sobre todo de las mujeres, en un doble enfoque: la profundización psicológica de un personaje, como hace magistralmente con Mila en Solitud, o bien la dualidad entre la apariencia externa y la personalidad interior. Al predominio de los espacios rurales y el interés por los conflictos humanos, hay que añadir la condensación narrativa y la riqueza lingüística -sobre todo en los registros y el léxico- y su estilo sugestivo, expresivo y plástico, en definitiva de gran efecto.

A partir de 1907 se produce un silencio editorial de la autora, que se retrae ante los ataques novecentistas a la narrativa rural. Los volúmenes de cuentos La Mare-Balena [La Madre Ballena] (1920) y Contrallums [Contraluces] (1930), la novela Un film 3.000 metres [Un film de 3.000 metros](1926) y la antología Marines [Marinas] (1928), configuran su segunda etapa, que quedará interrumpida por la Guerra Civil y los primeros años de la dictadura franquista. Los cuentos de estos volúmenes presentan las mismas características que los anteriores. Con la novela, en cambio, la autora pretende, por una parte, adaptarse a la modernidad, introduciendo elementos procedentes del cine, y demostrar, además, su capacidad para escribir una novela ciudadana de ambiente no burgués. En la posguerra publica un volumen de cuentos en castellano, Retablo (1944), uno de prosas literarias no narrativas, Mosaic [Mosaico] (1946) y dos recopilaciones de cuentos, Vida mòlta [Vida machacada] (1950) y Jubileu [Jubileo] (1951), que aún demostraban la gran capacidad narrativa de Víctor Català.

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