Silvana Vogt

Silvana Vogt (Morteros, Argentina, 1969) estudió filosofía y trabajó de periodista radiofónica antes de emigrar a Cataluña, en 2002. En Barcelona, tras malvivir con distintos trabajos, se vinculó al mundo de los libros trabajando de lectora editorial, de columnista en varios periódicos gratuitos y emisoras de radio y, finalmente, de librera, en Sant Just Desvern, donde ha impulsado Cal Llibreter. Su primera novela es La mecànica de l’aigua, publicada por Edicions de 1984 en 2016.


Los abismos del corazón

J. A. Masoliver Ródenas


Nacida en 1969 en Morteros, Argentina, Silvana Vogt decide cambiar de aires en busca de nuevas oportunidades y se instala en Barcelona, donde es librera y profesora de creación literaria. La mecànica de l’aigua, escrita en catalán, es su primera novela. Y habla, en un tono fuertemente autobiográfico, de estas experiencias vividas por ella. Sin embargo, la intensidad narrativa es la propia de la ficción o, por lo menos, de lo puramente narrativo. Algo que se agudiza con la estructura, donde cada sección del libro, significativamente llamadas escull (escollo) –de ahí el título del libro–, se centra en los distintos personajes que van tejiendo el relato. La peculiar alternancia entre párrafos relativamente largos con otros que se limitan a una sola frase, breve e impactante, expresa mucho más vivamente la densidad emocional, uno de los aspectos más poderosos del libro.

En principio la novela está narrada en tercera persona: “La veig. Puc veure-la”, como un leitmotiv que se va repitiendo hasta la sorpresa final, que añade una nueva dimensión más punzante. La protagonista, Vera, vive experiencias muy parecidas a las que ha vivido Silvana Vogt. Su visión de Argentina está alejada de todo tópico, y agradecemos que evite los “che, vos”, “macanudo” o “pibe”. Haber escrito en catalán le ha permitido evitar todos estos comodines. Apenas al principio del libro entramos en la aberración del corralito, verdadera hecatombe. El país va a la deriva, optando por la autodestrucción como forma de vida y cambiando de presidente como si fuera un reality show, nos dice la narradora. Vera optará, pues, por viajar a Barcelona. De dónde ha sacado el dinero del viaje, cuando todo está congelado, es un misterio para los que le rodean, pero no para el lector. Deja el país con una brújula que le regaló el Fierita “para que no te pierdas nunca”, el perro, Kantiano (Kant es el filósofo más admirado y coherentemente defendido por Vera), y un libro de Federico Esperanto que le regaló su autor. Entre las muchas cosas que sólo se insinúan en la novela (valor añadido) está el posible homenaje de Vogt a la primera novela de Rodrigo Fresán, Esperanto, en torno a un atormentado joven músico.



—¿La literatura que aparece en la novela es su parte argentina?

—Una de mis obsesiones era cómo estructurar una novela, crear dos voces, cómo explicar una historia de alguna forma más a la catalana que a la argentina. Allí la vida es tan salvaje que necesitamos muchas metáforas, más exageración de la que creo que se utiliza aquí. Aquí se narra mucho a partir de explicarse una vez y otra las mismas historias para mantener la cultura y la tradición.

—¿Cuál ha sido, pues, la principal dificultad?

—La novela la escribo en catalán pero tiene un tono, una forma de decir, argentina. Me preocupaba que el lector no llegara al juego que hago entre mi forma de decir y de leer y la forma que tienen aquí. Quería que el libro tuviera una musicalidad, que pudiera leerse como si fuera una partitura.

—El tema musical se hace evidente en muchos momentos...

—He encontrado la música del libro leyendo El mar, de Blai Bonet. Me sentía incapaz de hacer sonar la lengua como yo quería hasta que leí tres páginas de El mar de Blai Bonet. Y Eduard Màrquez es uno de mis escritores de cabecera. O Lucia Pietrelli, esta chica italiana que escribe en catalán y que también hace sonar la lengua de otra forma... He leído mucha poesía de aquí antes de ponerme con La mecànica de l’aigua. Buscaba una especie de carta de amor a la literatura de aquí. Me preocupaba mucho no encontrar el ritmo, la música. Blai Bonet me dio la clave, lo que no significa que quiera hacer sonar la lengua como él. Leyéndolo a él y leyendo a poetas de aquí vi que sí que puedo.

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