Han dicho...

Del mismo modo que en una época no muy lejana las ficciones eran habitadas por unos personajes solipsistas, por unos individuos algo catatónicos, por unos fugitivos de la vida real que vivían en un mundo falso como si en las ciudades no hubiesen bancos ni supermercados y las minucias cotidianas no les afectasen, últimamente parece imponerse la voluntad de hacer que la realidad entre de nuevo en el espejo y aparezca una novela que absorba las formas presentes de relacionarse, comunicarse y sobrevivir.

La Palma d'Ebre, 1975. Arquitecta y escritora

Como si la crónica advirtiera a la novela encantada en si misma que fuera con cuidado al jugar sus cartas, existe la pujanza de una nueva ficción obsesionada en atrapar el sentimiento de una sociedad que no aparece únicamente como un simple soporte convencional de las peripecias sino como una creador activa –y como una activa destructora– de los valores y los vínculos entre los personajes –como si se quisiera actualizar las tesis de Raymond Williams en su estudio sobre las tensiones sociales reflejadas en la narrativa inglesa de Dickens a Lawrence. Es cierto también que hay muchos lectores que están más de acuerdo con John Irving cuando afirmaba que los novelistas contemporáneos a quienes más admiraba eran los que no menospreciaban las estrategias decimonónicas, los que gustaban del argumento, los que se inventaban personajes bien perfilados, los que relacionaban las historias secundarias y tenían en cuenta el paso del tiempo y sus efectos.

Esto es lo que pasaba en Primavera, estiu, etcètera (2011) y esto es lo que pasa también en L’altra. (…) Rojals sabe sacar oro y diamantes verbales de las sobras irrecuperables de la vida cotidiana: sabe utilizar una luz sesgada para dar a un gesto vulgar un halo de seguridad perenne, y esto, de hecho, siempre se ha llamado literatura.


El vacío de Anna tiene mas contenido que el vacío de los demás. Esta complejidad está construida a base de talento literario. Las transiciones entre hechos y pensamientos, entre la realidad y sus fantasmas, se resuelve con una admirable sutileza. Una red psicológica de muchas capilaridades amplía y matiza las relaciones de causa-efecto que explican la personalidad de la chica. Una superposición de imágenes y escenas como en un parquet flotante: pasas de un nivel a otro sin darte cuenta, el texto te envuelve y te lleva por donde quiere. Los diálogos se integran en este sistema multicapa. Son verosímiles y tienen función estructural. La historia de amor-pasión es una de las bazas del libro, como ya pasaba en Primavera, estiu, etcètera con la escena final de sexo enloquecido. Rojals tiene la capacidad de construir un universo entorno a la sexualidad de la protagonista: no existe el remordimiento, pero todos los otros sentimientos están ahí, como sentirse desplazado, pensar que el otro se está aprovechando de ti, que te somete, que te traiciona. (…) Estos tres factores (complejidad psicológica, diálogos realistas, verosimilitud emocional) han sido claves en el éxito de la primera novela de Marta Rojals y en el gota a gota de lectores que se lo han contado unos a otros desde que se publicó. Existe otro aspecto que me interesa personalmente: la capacidad de ver y nombrar: “Un grup de quedadors”, “el tombant d’un got de cervesa” o “el primer no petó”, síntoma inequívoco de la crisis de los cuarenta.

Una novela puede ser buena por razones muy diversas. Esta lo es por la gracia con la que se explica la protagonista, por el mundo descrito (tanto el interior como el físico), por el temple narrativo de la autora. Esto se tiene o no se tiene, y Marta Rojals demuestra una gran frescura estilística al convertir la sinceridad en literatura. En Primavera, estiu, etcètera encontramos cien gramos de costumbrismo, de ruralismo, de crónica generacional, de autobiografía, y todos estos ingredientes le aportan virtudes.

He dejado hasta ahora el uso del dialecto noroccidental (y más concretamente el de la Palma d’Ebre, el pueblo natal de la autora), sin que ello implique atribuirle poca importancia. Al contrario, es primordial. Por un lado, para facilitar la construcción de un habla coloquial creíble; pero también, me atrevería a afirmar, es innovador en el uso que se le otorga para caracterizar la evolución mental de la protagonista: según si es más estándar –modo de vista– o más dialectal –modo de sentirse parte del pueblo–. En el campo de la proximidad, además, encontraran un extra de interés generacional –por las referencias que se dan, la música, las series, vivencias concretas, etc.– los lectores nacidos en la década de los setenta y, especialmente, los que hayan vivido en un pueblo de actividad agrícola.

La autora, además, ha tenido la habilidad y el acierto de hacer hablar a la protagonista en la variedad dialectal que le es propia y, por defecto profesional, no puedo evitar que se me caiga la baba. El reflejo del habla es exacto, no solo en los rasgos fonéticos que intenta reproducir ortográficamente (Elitete, con “e” final, para simular la vocal semiabierta de la que se avergüenzan de pronunciar los niños de hoy así que llegan al instituto de Flix), y en los léxicos o morfosintácticos, sino también en los giros, la fraseología y todos los matices de la oralidad. Y el uso buscado de este catalán no estándar lo justifica a través de Èlia, previa reflexión sobre la mezcla de rasgos que comporta el hecho de ser un “desplazado”. (…) Por medio de la variedad dialectal (noroccidental) y del registro (coloquial), la autora crea una obra repleta de diálogos, tanto directos como indirectos, y algunos monólogos, que sirven para caracterizar perfectamente los personajes. Este ir y venir del estándar al dialecto representan, de hecho, las dos partes de Èlia: el pueblo, que le vio nacer, y la gran ciudad, que le acogió al iniciar sus estudios universitarios.

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