La poesía memorable de Marta Pessarrodona

Pere Ballart y Jordi Julià

A menudo, cuando se intenta justipreciar el conjunto de la obra poética de Marta Pessarrodona, se invoca el testimonio de uno de sus primeros lectores y, sin lugar a dudas, también uno de los más perspicaces que nunca habrá tenido esta poetisa vallesana. En el prólogo de Setembre 30 [Septiembre 30], el libro con el que en 1969 la autora entró oficialmente en la sociedad literaria catalana, Gabriel Ferrater juzgaba que los contenidos de esta poesía eran "juiciosos", y que sobresalían en el artificio de la "sinceridad, con un tono de voz justo y comedidamente modulado". A la vista, sin embargo, de toda su obra publicada, hay que decir que la mejor descripción del estilo poético de Marta Pessarrodona también la hizo este autor reusense, pero no directamente, sino cuando intentaba caracterizar su propio y célebre, "Poema inacabat". Dos de sus versos decían: "seré digresivo y cursivo, / anacolútico y alusivo". Así pues, bastará con aplicar esta divisa a los poemas de Pessarrodona para entender por qué siempre podemos reconocer su inconfundible voz apenas leídos cuatro o cinco versos de cualquiera de sus poemas.

La suya es, para empezar, una voz digresiva y cursiva: al igual que pasa en los artículos que publica habitualmente en Avui, en sus composiciones, la vida, la imprevisible vida que fluye, entra y sale continuamente, y se filtra por los innumerables incisos de un discurso que parece haber comprendido muy bien que la realidad no tendría que esforzarse mucho si quería desbordarlo. Es también alusiva, porque la mundanidad de sus anécdotas por un lado, y, por otro, la convicción de que "un libro es la síntesis / de un montón de libros leídos", proyectan sus versos inevitablemente sobre una intertextualidad hecha de referencias culturales y artísticas. Que también sea, finalmente, anacolútica, es lo que en último término nos parece más definitorio y personal: las situaciones de los poemas de Pessarrodona nunca son del todo explícitas porque el poema, como si fuera el fragmento de una conversación entre dos partners que se conocen lo suficiente, salta de una idea a la otra con la seguridad de que ninguno de sus sobrentendidos se perderá por el ondulante camino.

La autora de Vida privada [Vida privada] y de A favor meu, nostre [A favor mío, nuestro] ha entendido siempre la poesía como una forma superlativa de civilización, el más alto refinamiento de unas relaciones sociales, humanas.

Terrassa, 1941. Poeta, traductora y crítica literaria

Nada sería más extraño a su estilo que imaginarlo dedicándose a especular sobre un aspecto formal de la naturaleza, o forzando las palabras a huir de su sentido primigenio. Es ésta, pues, una concepción que hace del poema la prolongación natural de un diálogo real interrumpido, como si por condensación lírica las palabras pudieran medir el punto justo de afecto o desafecto que aquella relación presentaba, y que convierte el lector en un invariable cómplice. ¡Que pocos poemas de la autora no tienen un destinatario! Si no es ella misma, en un espejo imaginario, encontraremos que allí siempre hay alguien que, ausente, resulta apostrofado en efigie fotográfica o bien in memoriam, o que, por contra, hay un tú bien presente que las palabras tratan de aferrar: "Registraré para saber con certeza / todas las pizcas de mí que son tú, / y todo el que de mí permanece dentro de ti" ("Bonjour, tristesse").

Su poesía practica con absoluta espontaneidad una cosa que a la lírica de Occidente hace mucho tiempo que le cuesta, que encuentra muy problemática. Los poemas de Marta Pessarrodona son poemas que siempre hablan con alguien, que saben a quién se dirigen, que se ponen frente a un tú al que inmediatamente convierten en cómplice. Esta poesía va contra corriente en unos tiempos en que se diría que el pudor no parecía consentir ninguna otra expresión que la de las perplejidades intelectuales o bien las de los placeres circunstanciales de un cuerpo hecho pura y simple sensación. No es que en esta poesía no haya sensaciones ni ideas, sino que cuando aparecen, lo hacen de la mano de aquellas palabras que prácticamente podríamos escribir en mayúscula, de tan recurrentes que son en estos versos: Amor, Fidelidad, Dolor, Debilidad, Amistad, Nostalgia, Devoción, Alegría, Deseo, Emoción, Tristeza.

Y todavía, por si no fuera bastante, una última rareza, no menos sorprendente que las otras, sobre todo si pensamos en qué años empezó a escribir poesía la autora de estos libros. Si, efectivamente, ella defiende que un libro es la síntesis de muchos otros, es lógico que la cantidad de referencias culturales que se da cita en estos poemas sea enorme: un inventario exhaustivo de los nombres de escritores y escritoras aludidos resultaría enciclopédico; y el inventario de los topónimos nos pondría ante las manos un atlas bien abierto. Con todo, el culturalismo de Marta no tiene nada decorativo, no es aquel venecianismo que se deleitaba en la simple acumulación, museística diríamos, de alusiones eruditas y artísticas tan en boga cuando se publicó Setembre 30 (1969). Este culturalismo no es un postizo, no está sobrepuesto al poema; no es, como hemos dicho, decorativo. Y por eso no ha pasado de moda, como aquél, pues no hay nada que pase más de moda que la simple decoración, porque está fechada, como el estampado de una ropa o una canción del verano. Aquí, en cambio, la mención de un ritual judío, o de una calle berlinesa, o de una anécdota literaria victoriana son necesarios en la medida en que dibujan el escenario de una experiencia que resulta inseparable de esos estímulos, que no se entiende sino como respuesta a la impresión que esos lugares y esas historias han provocado en la autora. Son necesarios en tanto que se han convertido en estaciones de paso en el itinerario de una vida que resumen poéticamente estos casi cuarenta años.

Vistas estas características, estas valiosas "rarezas" como las hemos llamado, nos será fácil describir la estructura imaginativa de los poemas de Marta Pessarrodona. Para empezar, y tal como ya hemos dicho, la autora siempre imagina un acto de habla dirigido a un tú real, presente, o imaginario, con el cual dialoga, o al que invoca para hacer creíble su poema. Le importa más el establecimiento y la concreción de un interlocutor que la delimitación de su voz. En su poesía no encontraremos el típico "monólogo dramático", sino una voz que sale de dentro, y que no pretende describir al personaje sino expresar sus sentimientos. Un buen ejemplo de ese tono de voz justo y sincero, comedidamente modulado, que tan pronto supo ver Ferrater. Por eso en su poesía encontraremos pocos soliloquios (título de un poema suyo de Setembre 30) ni la sorprenderemos con un diálogo presente o imaginario con alguien. Siguiendo una importante tradición poética contemporánea, la escritora aprovecha el título del poema para hacer algo más, aunque no sea más que para que el cajista (o maquetador, que tendríamos que decir ahora), no se distraiga o estropee los textos. En este epígrafe inicial, bien a menudo, encontramos delimitada (1) la identidad del interlocutor, (2) una alusión histórico-cultural que funciona metafóricamente respecto del contenido del poema, (3) una estructura sintagmática (perteneciente a una cita) que ha seducido la imaginación de la poeta y que ha hecho nacer el poema; o (4) el aviso de un estilo concreto o un juego literario (verbal, por lo tanto) que desarrollará el poema.

El poema empieza con unos primeros versos asertivos, como la constatación de un hecho, de un estado de ánimo, o como la asunción de una pequeña o gran verdad que en aquel momento es importante remarcar porque el yo la hace propia. El resto del poema suele ser una digresión o una variación sobre el título o estos primeros versos, ya sea de forma más o menos abstracta, más o menos metafórica o aplicada a una anécdota o circunstancia concreta. A veces el poema se construye como una divagación mental o verbal, pero siempre atenta al tema y a las consecuencias generales y personales que de ella se desprenden. Hay, sin embargo, una variante de esta estructura típica de la poesía de Pessarrodona que no invalida el planteamiento imaginativo, sino que modifica su ejecución. Partiendo de un título intertextual y alusivo, y de una frase ingeniosa o un sintagma productivo, se estructura el poema en estrofas, cada uno de las cuales viene encabezada por el mismo paralelismo sintáctico. Y en cada nueva estancia se reanuda y se cambia, se modula, el contenido del alma del yo poético. Ésta es una forma de composición muy propia de la canción, y en el volumen A favor meu, nostre, se confirma como una de las grandes maneras compositivas de Marta Pessarrodona.

La de Marta Pessarrodona no es una poesía simplemente confesional, simplemente de experiencia, simplemente personal. Otra virtud destaca en medio de sus versos, y es la capacidad para vincular siempre el destino del personaje poético con el momento de la suerte colectiva, a menudo incierta y por desgracia adversa. Esta autora catalana es, en conclusión y probablemente, la mejor poetisa catalana actual (y eso es tanto como decir una de las más destacadas que existen en términos absolutos, si prescindimos del poder político-económico de las lenguas, las culturas y los países), por la solidez poética de su voz, por la singularidad de su poesía, y por la versatilidad de su verbo dentro de un timbre lírico inconfundible.

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