Quién soy y por qué escribo

Si somos lo que comemos, lo más probable es que soñemos lo que leemos.

Cuando miro atrás puedo identificar todos y cada uno de los momentos de mi vida con el título de un libro. He crecido al abrigo de los libros.

Nacida en el Ensanche de Barcelona, y la mayor de cuatro hermanos, fui una lectora compulsiva desde que tengo memoria. Una niña que prefería los libros a los juguetes y que vivía con verdadera pasión otras vidas, mundos y paisajes bastante más interesantes que los que ofrecía el gris monocorde del franquismo. En un tiempo en el que los viajes eran un lujo y las pantallas de televisión un apaño de cartón piedra, las únicas puertas abiertas al imaginario colectivo infantil eran el cine, la literatura y el cómic.

Abrí los ojos al mundo de la mano de Richmal Crompton, Edgar Rice Burroughs, Julio Verne, Rider Haggard, Jack London, Charles Dickens, Louise May Alcott, Emma Orczy y muchos otros autores. Libros de humor, de aventura y de viajes a mundos maravillosos que me espolearon a imitarlos, comenzando así mis probaturas narrativas desde muy pequeña.

La adolescencia llegó marcada por los autores franceses y rusos. Tolstói, Dostoievski, Balzac, Flaubert, Stendhal, densos, psicológicos y sobrecogedores, que enseguida fueron compartidos con el nuevo realismo mágico: Cortázar, García Márquez o Torrente Ballester, cuyas propuestas mágicas, irónicas y desmitificadoras sencillamente me fascinaron.

Pronto me di cuenta de que el descubrimiento literario no tenía meta de llegada. La lectura fue el equivalente a un vicio privado; la escritura, a un sueño recurrente que fui esbozando poco a poco con relatos cortos, borradores de novelas imposibles y diarios personales.

El año 86, finalmente, ya dedicada profesionalmente a la enseñanza de la lengua y la literatura, aterricé con buen pie en el mundo de la literatura juvenil. Siempre digo que fue una casualidad azarosa, pero afortunada. Me sentí cómoda y me di cuenta de las infinitas posibilidades que se me ofrecían para explorar los territorios de la ficción. Curiosa por naturaleza, no desaproveché la ocasión de ensayar todo tipo de géneros, estilos y recursos para contar mis historias, esta vez sí, dirigidas a lectores de carne y hueso. Aventura, fantasía, realismo, humor, thriller...

Me declaro inventora de historias e incluso "escribidora", haciendo uso de un término sabio, acuñado por Vargas Llosa. Quizá por eso, por verdadera vocación, en los años noventa me lancé de cabeza al mundo del guión televisivo, ahora considerado la nueva narrativa moderna, y me zambullí en él con la misma pasión que lo había hecho con la literatura.

Sustituí el oficio de profesora por el oficio de guionista y profesora de guión e incorporé a mi experiencia literaria conocimientos sin los cuales tal vez no habría podido construir mis novelas más ambiciosas. Del guión aprendí la importancia capital de las estructuras dramáticas, la esencia de los conflictos y la complejidad de la construcción de los personajes, la carne y la sangre de las historias.

Soy ecléctica, curiosa y juguetona y he tenido la suerte, la inmensa suerte, de poder conjugar afición con oficio, placer con profesionalidad. No es fácil sobrevivir en estos ámbitos, pero puedo decir con orgullo que, a pesar de las mil y una dificultades, he cumplido mis sueños de vivir inventando y escribiendo historias. El juego de vasos comunicantes que practico desde hace dos décadas me ha permitido transformar guiones en relatos, relatos en novelas y novelas en películas. Nunca sé en qué tono narraré una historia ni para quién, pero sé reconocer las buenas historias y las atesoro como siempre he hecho con los buenos libros.

La vida sin la compañía de la ficción me parecería simplemente aterradora.

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