Ha dicho...

Barcelona, 1970. Escritora, periodista y activista por la paz



Me gusta narrar y, cuando escribes, lo que intentas es acercarte al máximo a otro ser humano y hacer que el tiempo de esta persona pase de forma más lenta y tu tengas la capacidad de observarlo con mucha más precisión que si estuvieras lejos y el tiempo fuera a una velocidad normal. Y de este modo puede conocer más la naturaleza humana. Conocer a alguien que no eres tu es una oportunidad alucinante que te da el arte. Me interesa mucho la lectura en la que el lector puede tener la sensación de escribir. I como la literatura no es quieta, estos recursos sirven para que de pronto te digan ‘para’, y el lector se para. Y esto también lo posibilita la puntuación, como por ejemplo acabar una frase sin un punto, que tiene una intención narrativa, o empezar una frase en minúscula.

No creo demasiado en la inspiración. Me interesan temas: las ciudades grandes, como México DF o Estambul, la paternidad, la violencia, la historia de México, la historia de los grandes transportes –como el tren, el avión o el barco–, y las grandes infraestructuras, las construcciones bestias, que me alucinan, pero muchísimo. Soy capaz de irme a la otra punta del país si sé que están construyendo una autopista, solo para verla. ¡Si no fuera escritora hubiera sido ingeniera de puentes y caminos!



Han dicho...


Si lo que diferencia la literatura de la mecanografía es el golpe que sentimos en la boca del estómago, entonces debemos constatar que Elisa Kiseljak, de Lolita Bosch (Barcelona, 1970), es literatura.

También es posible leer el libro como un prodigio de gestión y de estructura. En el primer capítulo, un narrador externo, suave y frío como un pañuelo de seda, nos describe los hechos. En el segundo capítulo es substituido por un protagonista que se expresa desde un estado de shock. Aquí Lolita Bosch sobresale describiendo lo indescriptible, es decir, asume con verosimilitud la alteración de consciencia: el problema se resuelve con frases de tres páginas, inundadas de conjunciones, a medio camino entre el delirio y el experimento. El tercer capítulo nos lleva a un terreno familiar: las interioridades contempladas desde el exterior, la razón que pretende erigirse en intérprete a posteriori. Elisa Kiseljak acaba con una redacción donde la inocencia escribe sobre la valentía.

El dolor es uno de los grandes temas de nuestro tiempo, omnipresente y tabú. La tentación es tratarlo desde la cómoda elegancia de la elipsis. Lo que llama la atención de Lolita Bosch es que se ha enfrentado a él con audacia, desde un calculado equilibrio de detalles y abstracciones, de ficción y de biografismo, y sobre todo que ha acertado a encontrar el espectro de registros que la historia exigía. Ha escrito, me parece, sobre el olvido, sobre la abyección, sobre el silencio, sobre las formas de morir. En su libro hay dolor, pero también hay estrategia narrativa, que no es una combinación demasiado frecuente.


Con títulos como Elisa Kiseljak o Insòlit somni, insòlita veritat [Insólita ilusión, insólita certeza], Lolita Bosch (Barcelona, 1970) ya sellaba su capacidad de explorar nuevas líneas estéticas de la literatura sin que, para lograr esta conquista, tuviera que caer en los agujeros negros que han tragado tantas y tantas desventuradas tentativas rupturistas: abusar de los privilegios formales del autor y disfrazar de literatura experimental lo que no era más que un desbarajuste mayúsculo.

La família del meu pare [La familia de mi padre] ensaya inusuales modos de acceso narrativo a la vieja sustancia de materiales prototípicamente biográficos. […] Nacido de una íntima orden vital, La família del meu pare significa una reconstrucción del yo. Es por esto que la autora repite: “Yo no nací en un lugar sino en una historia”, porque el campo de evocación del pasado remite siempre al marco cambiante de una estructura como de rizoma, rompiendo la clásica subordinación jerárquica del despliegue cronológico y optando por una narración con múltiples puntos de fuga, donde la búsqueda de las respuestas a los interrogantes sobre el pasado de su familia será muy superior a las respuestas efectivas a estos interrogantes. De este modo se inicia una imponente disolución de la realidad. Todas las arborizaciones de la novela sugieren epicentros sobre alguna verdad.


Pero si algo la caracteriza es un dominio del lenguaje, del ritmo, del tempo, y un estilo aséptico, desnudo, reducido a la mínima expresión para que el lector no se despiste y no se aleje de lo que ella quiere contarle. Un estilo que bebe directamente de la oralidad en el vocabulario, la mezcla de tiempos narrativos y la eliminación de recursos gráficos que potencian la sensación torrencial de su discurso y demuestran que hay muchas formas de explicar sin tener que recurrir a los modelos establecidos. […] Se presenta como una narradora ávida de temas universales. Solo hay que mirar el que afronta en Qui vam ser [La persona que fuimos]: una fracasada historia de amor le permite explorar qué ha quedado de aquellos que fuimos. En él, Bosch desarrolla una madura y desacomplejada reflexión sobre el vacío existencial con una voz innovadora y original que da ganas de más.

  • Poesía Dibujada
  • Massa mare
  • Música de poetes
  • Premi LletrA