Ha dicho...

El proceso creativo de Canto yo y la montaña baila empezó como una investigación. Como una búsqueda y como un montón de lecturas y preguntas, paralelas al proceso de terminar mi primera novela Els dics (Los diques). Porque, aunque el proceso de pulimiento de un texto me parece vital, debo confesar –si lo que estamos haciendo es una confesión–, que el inicio de un proyecto, que la búsqueda, que las posibilidades infinitas, las primeras conexiones de ideas, la aparición fantasmagórica y temprana de los personajes, y la alegría infinita de tirar una piedrecita montaña abajo y ver que rueda y que rueda, me parece apasionante. Así que mientras trabajaba afinando una novela que ya estaba prácticamente terminada (al menos por lo que a la creatividad se refiere), empecé a investigar sobre temas que llamaban mi atención. Las primeras cosas sobre las que leí fueron mujeres de agua (personajes mitológicos del Pirineo catalán, aunque hay mujeres de agua en todas partes, con nombres distintos en cada sitio), procesos judiciales por brujería, rayos mortales y accidentes de caza. Entendí muy deprisa dos juegos estructurales a los que iba a jugar en este proyecto y vi con una claridad casi orgánica que iba a irme hacia el Pre-Pirineo Catalán. El primer juego iba a ser investigar con las voces, con las miradas, con las perspectivas y las subjetividades narrativas de todos aquellos que habitasen ese trozo de mundo (mujeres y hombres, pero también animales, nubes, setas, fantasmas, y personajes mitológicos y literarios). Elegí enseguida el espacio, el paisaje, el trocito de mundo: el Pre-Pirineo catalán, los valles entre Camprodon y Prats de Molló. Y esto me llevó al segundo juego: imaginar todas las historias, todas las anécdotas, todas las vidas y todos los acontecimientos que han pasado encima de un territorio como capas (casi geológicas) que lo cubren. Y querer contarlas todas. Y si bien todos los sitios están llenos y cubiertos de historias, en el Pre-Pirineo catalán cabían muchas de las que yo quería contar e investigar.

Así que empecé a visitar la zona tan a menudo como pude, a andar, a preguntar. Y siempre digo que esta historia, esta novela, estas ideas me invadieron. Me atacaron y se metieron dentro y durante un tiempo ocuparon todo el espacio. Y en medio de todo este trabajo casi obsesivo, de los paseos, las lecturas y las preguntas, aparecieron los personajes principales, Mia, Hilari y Jaume, y entendí los lazos que los atarían y los que los separarían, y todos los personajes que me iban a ayudar a contar esta historia, contando a su vez, cada cuál, su propio cuento.

Y empecé a escribir el primer capítulo, que de hecho es el primero de la novela, sin haber terminado la investigación ni haber tomado todas las decisiones, y seguí así, tirando de la elasticidad, infinitud e irreverencia de las palabras para meterme dentro de tantas posibles voces como se me ocurrieran, y para investigar y preguntar sobre todo lo que apareciese en el camino, la Retirada Republicana o la Fiesta del Oso. Y confieso –de nuevo– que todo lo que hice, lo hice desde la más seria y profunda diversión.



Nada de lo que escribo sería como es si no lo escribiera hoy, en este siglo, con un ordenador delante que, como un oráculo, como una bola mágica, como un espejo de agua, me muestra todo lo que quiero ver, me sacia la primera sed con una respuesta, una imagen, un sonido, un video, la capacidad momentánea de ser pájaro, dios, nube, de, por un instante, ver, entender, saber lo que no sé, lo que no aprendí, lo que olvidé, lo que no he visto ni vivido aún. Y me doy cuenta de que si usara métodos no digitales, tardaría días, semanas en recopilar todo lo que quiero saber ahora, mientras escribo, en ir y volver de la biblioteca o la librería, en conocer a ciertas personas, en hacer preguntas en voz alta, en ver con mis propios ojos como se hace un queso o como nacen los niños (aunque, de todas formas, estaría bien que las hiciera, viera y preguntara, todas estas cosas, eventualmente). Pero que, sin duda alguna, escribo como escribo por las posibilidades de acceso a la información desbordante, instantánea y desgarbada que Internet ofrece.


Han dicho...


Irene Solà, ya nos lo dice en una nota al final de su libro, basa su novela en algunas leyendas catalanas. El resto es obra de su imaginación. Y de su propósito de reivindicar el diálogo de mujeres y hombres con la naturaleza que les cayó en suerte. O que fueron a buscar o de la que quisieron un día escapar. El perímetro de los hechos relatados ocupa una zona de los Pirineos (cuyo nombre emerge del dios griego Pirene), entre Camprodon y Prats de Molló. Sus protagonistas distribuyen sus existencias, más felices, más desgraciadas o más resignadas a través de capítulos donde todos los actores de la novela tienen voz. Los rayos tienen voz y saben el mal que hacen cuando lo hacen. Las leyendas participan de la fiesta de la imaginación, y lo hacen de tal manera que resulta indiferente si lo que leemos es verdad o ficción: siempre terminan conmoviendo. O interrogándonos.

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