Gemma Ruiz

Gemma Ruiz (Sabadell, 1975). Trabaja como periodista especializada en cultura en el servicio de informativos de Televisió de Catalunya. Su primera novela, Argelagues fue publicada por Proa en 2016 recibiendo un notable éxito de crítica y público.

Estilo y emoción

Ponç Puigdevall


La gracia literaria de esta novela proviene justamente de la alta capacidad de Ruiz para dominar con solvencia el estilo y para equilibrar con realismo las argucias necesarias para implicar al lector en el tejido argumental. Lo primero que sorprende, pues, es que en Argelagues se trabaje de forma tan convincente con la materialidad del lenguaje, que sea una apuesta tan fuerte a favor de la capacidad de la literatura para producir una significación potenciada por cómo se trama el texto: aquí la creación y la recreación de un mundo y la creación y la recreación de un lenguaje están íntimamente unidos. Ruiz se inventa una voz narradora que se confunde con la voz de los protagonistas —como si, para comprender el sentido de lo vivido, expusiera a un oyente culto y urbano el saber acumulado durante una dilatada experiencia—, y el habla oral, las expresiones recónditas de la vida rural y la desfiguración pertinaz del catalán culto se convierten en una fiesta verbal organizada con un gran orden rítmico. Las formas simples, los refranes, las frases hechas, un modo elemental de decir las cosas con ese aire de “ruinas de narrativas antiguas” que Walter Benjamin consideraba propias de los narradores sedentarios, se combinan con multitud de casos y anécdotas, de hilos secundarios, que reclamarían por si mismos un protagonismo similar a los avatares de Remei, Rosa y Nina, las tres heroínas de la novela.

Llena de audacias verbales, lingüísticamente densa, con un ejercicio milimétrico de la prosodia, la intrepidez y la perseverancia poética de la autora anula cualquier tentación de lectura regionalista, y si Víctor Català o Raimon Casellas pueden venir a la memoria es porque Argelagues no se ahorra ninguna brutalidad, o porque por fin hay alguien que toma la prosa rural y la transforma en otra cosa que nada tiene que ver con la recuperación arqueológica de un momento determinado de la historia de la lengua.

Por otro lado, el lector insensible a la música de las palabras y entusiasta de los hechos no debe preocuparse en absoluto: Argelagues también puede ser su novela porque Ruiz es simple y directa, fluida y ágil, franca y natural en el desarrollo narrativo, intensa a la hora de captar la atención (tras cada episodio es normal preguntarse qué más va a pasar), y lo bastante sabia para conmover con cautela y ni cansar nunca al lector.



—Las protagonistas se enfrentan a episodios de violencia machista muy duros. Como mujer, ¿cómo ha sido relatar estas situaciones?

—Me lo he tomado con la obligación de explicarlas de forma cruda y verosímil, sin edulcorar la historia. La época en que se suponía que las mujeres tenían que escribir sin salpicarse de sangre ya está más que pasada. Y si aún molesta, pues que moleste, pero nuestras prosas ya no serán indoloras y harán daño, si esta es su función y si así lo queremos.

—La narración tiene una oralidad muy marcada, un estilo que se aleja del catalán estándar.

Argelagues es mi humil homenaje a un catalán colorido, rico, burleta y brillante que, aunque para mi es aún vivo, cada día perdemos un poco más. Siempre me gusta decir que si Svetlana Aleksiévich hubiera preguntado a todas estas mujeres como mi bisabuela y mis abuelas cómo fueron sus vidas, el catalán con que le habrían respondido hubiera sido este, y no el estándar de los medios de comunicación. También lo hice por esto, porque creía que tenía que ser expresado en su lenguaje.

—¿Qué transcendencia tienen los relatos como Argelagues para hacer la crónica del país del siglo XX?

—Sin la microhistoria, ¿cómo se aguanta la historia? Falta mucho relato de la otra cara de las fechas históricas, de los tratados y de la retahíla de presidentes. Y la gente descubriría en esta otra cara muchas mujeres como sujetos de su propia vida, a pesar de todas las dificultades. Es crucial que se explique, sí. Y una novela no puede hacer demasiado, la historia que se enseña en los institutos es la que debería recoger todo este legado que continúa invisibilizado, pero sin el que nosotros no estaríamos aquí.

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