Han dicho...

Su primer libro, Laia, llegó en 2008 gracias al premio Miquel de Palol de poesía. Desde entonces ha publicado nueve libros más, entre los que se encuentran Poemes d’una dona embarassada [Poemas de una mujer embarazada] (Pagès, 2012) y Animals d’hivern [Animales de invierno] (Edicions 62, 2015). “Siempre he dicho que hago poesía, no que la escribo”, dice la autora en la librería Calders del barrio barcelonés de Sant Antoni. A punto de cumplir 40 años, Baltasar presenta su primera novela, Permagel [Permafrost], publicada en Club Editor. Lo primero que sorprende del libro es el título, que apela a la geología: “El permafrost es una capa de tierra que se encuentra por debajo del punto de congelación del agua y que aísla, una protección del exterior demasiado cálido. La protagonista de esta historia es como un muro de hielo”. Dicho así puede parecer que el lector se encontrará con un bloque de texto frío, aséptico y sin vida, y es justo lo contrario: el debut de Baltasar en la prosa combina con acierto un sentido del humor áspero e inclemente con detalles perturbadores que, poco a poco, se van apoderando de la trama.

Sea o no biográfico que Baltasar estudiase historia del arte, hiciese de au pair en Esocia o se intentase suicidar en una bañera –en una de las escenas más cómicas y también inquietantes de la novela–, hay un estrecho vínculo entre la forma de ver el mundo de la narradora y la de la autora. “No tenía ningún objetivo concreto mientras escribía, he soltado mi manera de sentir, que es muy táctil y corporal”, explica.



Laia (2008) era un libro de amor y un libro amatorio, si es que estos dos extremos pueden discriminarse: “Jo sóc a tu com el nom a les coses, / de la mateixa manera que viu / l’indret cercat en l’extensió d’un / mapa”. Atàviques feres [Atávicas fieras] (2009) nos reservaba una reflexión sobre la identidad personal –que es uno de los temas preferidos de la obra poética de esta autora: el “viaje al centro de nosotras mismas”– y contenía, aún, algunos versos iluminadores sobre el tiempo.

Los libros de Baltasar incorporan referencias culturales –principalmente literarias, y más concretamente de la lírica anglosajona y germánica del siglo XX– e imponen una mirada muy personal sobre la realidad. “La poesía –como quería Auden, y como recuerda Baltasar citándolo– no hace que pase nada.” Pero, en cambio, “sobrevive”. Reclam [Reclamo] (2010) daba algunas claves sobre el ejercicio personal de la escritura: “La poesia, l’excavo en una mina que es diu com jo / i us la regalo”.

Dotze treballs [Doce trabajos] (2011) es una obra muy diferente a las tres precedentes. El realismo íntimo de las primeras aquí se desencaja aquí, o toma un vuelo distinto. Estructurado en doce poemas largos, cada uno escrito en dísticos blancos, el libro parece que apueste por el surrealismo: “l’aixeta del televisor m’omple la sala / de peixos que encara cuegen. La moqueta és tan xopa // que se m’inflen les cames com les potes dels mobles”. Ingeborg Bachmann es llamada, en este caso, para encabezar el libro: “Desde que los nombres nos acunan en las cosas”, dice el verso inacabado de la poeta austriaca. Y es que Dotze treballs, sirviéndose de un telón de imágenes prodigiosas, en ocasiones alucinantes, otras veladamente oníricas, profundiza una vez más en la cuestión de la identidad personal. “Som densos i magnífics”, leemos en el poema inicial, “Sotabosc”, –la mirada a ras del suelo es propia de estos versos, y también la objetivación de lo minúsculo, tan a menudo. No, el mot de passe de Bachmann no nos predispone, como podríamos presuponer, a entrar en un libro amargo. La identidad personal –nombre y apellidos– se concreta en unos versos espléndidos: “Tants territoris per batejar-me / i tanta distància per prendre’n consciència”. No es amarga, la poesía de Baltasar. Pero aún menos es autocomplaciente.

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