Quién soy, por qué escribo

Me piden que explique quién soy y por qué escribo, dos preguntas que me desagradan.

Exponer quién soy me parece fútil e innecesario. Cuando los ingleses dicen "My name is ..." y a continuación añaden cómo se llaman, asumen que el nombre no es lo que son, sino un atributo más, un signo, un representante, una manera rápida de entenderse. En cambio en catalán tendemos a presentarnos diciendo "Sóc..." (Soy...) y nuestro nombre. Hace ya tiempo que pienso que esta estructura sintáctica resulta tautológica y equívoca, y que no responde en ningún caso a la pregunta de quién somos.

Cuando era adolescente solía hacer declaraciones públicas de identidad. Generoso en adjetivos, en ideologías, en proclamas, explicaba a todo el mundo quién era sin necesidad de que me lo preguntaran. Probablemente esa insistencia servía para compensar mis problemas de identidad, entonces considerables.

Hoy en día, nos hemos familiarizado con eslóganes del tipo "Somos lo que comemos", "Somos lo que escuchamos" o, de forma más genérica, "Somos lo que consumimos". Personalmente, me inclino a creer que somos lo que hacemos, o no mucho más. En mi caso, las actividades son bastante diversas. Como no provengo de una familia aristocrática dedico una parte importante del tiempo a lo que mi padre llamaba "ganarse la vida". Luego tendríamos, en un orden variable, la esfera sentimental/familiar, los amigos, la cultura, los viajes, la imaginación, los sueños, las actividades de mantenimiento biológico, las frivolidades... Si dividiera mis días en franjas temporales, obtendría una gráfica que respondería a la pregunta de qué hago, o sea de quién soy. Casi nunca la escritura ocuparía uno de los primeros lugares. Aunque a veces me gustaría disponer de más tiempo para dedicarle, no sé si me gustaría que escribir se convirtiera en una de mis actividades principales.

Responder quién soy me resulta difícil no solo porque tengo la sensación de que soy más de una cosa, sino porque ese ser que presuntamente soy ha cambiado tanto con el paso del tiempo que a veces dudo de si no sería más honesto haber cambiado de nombre en más de una ocasión. No sé si algunas personas son de una sola pieza o si solo lo fingen, o es a mí que me lo parece. Lo que sé es que a veces les envidio y otras, en cambio, las compadezco. Ahora mismo no estoy seguro de si querría ser como me parece que son.

Cuando me preguntan por qué escribo, tiendo a quedarme en blanco, y aún más si me preguntan cuándo decidí convertirme en escritor. No tengo memoria de un momento epifánico en el que tomara conciencia de lo que quería ser, y que separara con claridad mi confusión anterior de este designio que marcaría desde entonces mi vida. Cuando miro atrás, no sé ver partición ni decisión consciente alguna. Solo me veo leyendo y escribiendo, no siempre pero sí con regularidad. Leyendo novelas juveniles, hojeando enciclopedias, repasando periódicos, devorando cómics. Escribiendo un diario, una redacción, un cuento. Sin saber por qué, limitándome a hacerlo.

Me resulta muy difícil convencer a alguien para que lea o escriba. No tengo una razón clara, persuasiva, comunicable, y tampoco estoy seguro de que deba convertirse en una misión o en un imperativo categórico. No creo que leer ni escribir nos haga mejores, que nos haga crecer, que haga mejorar el mundo. Si me dedico a leer y escribir es porque me gusta, o me ayuda, o lo necesito. Quizás algún día dejaré de hacerlo, no lo sé, y quiero creer que en este caso mi identidad no cambiará mucho. Entiendo que escribir no es lo que soy, sino una de las facetas en que se manifiesta lo que me parece que soy.

Por otra parte, me da la sensación de que las respuestas a las dos preguntas –quién soy, por qué escribo– están vinculadas. Intuyo que la manera como somos (al menos en parte) influye en el hecho de que escribamos: quizás la manera como somos (al menos en parte) es la respuesta a la pregunta de por qué escribimos. Dejadme que personalice, ya que en mi caso algunos hechos que explican cómo soy también pueden explicar por qué escribo (tal vez en otra persona no hubieran bastado, pero en mi caso contribuyeron, aunque no sé si de forma decisiva). Hechos como nacer en una época sin gadgets electrónicos, crecer en una ciudad aburrida, ser el hermano menor. Hechos como el tedio, la soledad, la introversión. Hechos como la torpeza en los deportes, la selección de lecturas obligatorias, los libros que había en casa, la simpatía de las bibliotecarias, los amigos que tuve, algunos maestros que me tocaron. Hechos como la pereza o la incapacidad para llevar a cabo todo lo que me pasaba por la cabeza. Sea como sea, en la escuela escribía un diario en castellano, en el instituto me pasé al catalán y ensayé la ficción, en la universidad conocí a compañeros que escribían, luego gané algún premio literario, publiqué el primer libro.

Ni siquiera entonces tenía la sensación de ser escritor, de haberme convertido en algo diferente de lo que era, sino de haber desarrollado una faceta como otras que tenía dentro. Sin embargo, en las otras facetas no obtenía los mismos resultados, no les dedicaba tanto tiempo o no conseguía desarrollarlas muy bien. La inclinación hacia la escritura fue lenta. Aún ahora me sorprende que alguien se dirija a mí como escritor, ya que, como he dicho antes, no ha sido nunca mi actividad principal.

Para mí, escribir sigue siendo una extensión del vivir, un vivir enriquecido, aumentado, experimental: un plus de vida. Mis personajes son mis vidas no vividas, desarrollos inciertos, compleciones que se anulan entre sí. No surgen de la nada, sino de una semilla interna que, por la razón que sea –la falta de tiempo o de convicción, o bien las circunstancias– no se ha desarrollado por completo. Así, obtendríamos numerosas vertientes que se pueden recombinar y graduar hasta el infinito: la epicúrea, la lúdica, la infantil, la romántica, la analítica, la nostálgica, la rutinaria, la obsesiva, la superficial...

Veo a cada uno de mis personajes de ficción (también los rechazados y los que aún no han nacido) como una respuesta parcial a la pregunta de quién soy y por qué escribo. Antes de ser ficción, los personajes son vagos, están mezclados, no tienen una existencia clara y diferenciada. Es cuando son escritos que se convierten en reconocibles. Si supiera por qué escribo, sabría quién soy. Si supiera quién soy, tal vez no escribiría.

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