El mundo que perdió la nobleza

Julià Guillamon

Diarios, poesía, periodismo, cuentos y novela: los cinco géneros que Valentí Puig (Palma de Mallorca, 1949) ha practicado desde finales de los setenta confluyen en La vida és estranya: la historia de un aristócrata de la Conca de Corema, una comarca del interior, a hora y media de Barcelona, con la que mantiene una relación entre el amor y el odio. Observaciones de la realidad, citas de libros de historia, como en los dietarios. Episodios con prostitutas, una mujer que se toca la pierna con un gesto mágico, como en los poemas. Críticas a los restaurantes de hamburguesas y a la Milla de Oro de tiendas de grandes marcas, como en los artículos de opinión. Historias de la patrulla, los amigos de juventud que se dedicaban a hacer el gamberro por el pueblo, y de los dinosaurios, que han pasado de ser las víctimas de aquellos jóvenes a compartir con ellos mesas y vermuts, como en los cuentos. Una iniciación, un retrato de familia, el testimonio de un fracaso histórico y una inacabable decadencia, como en las novelas. La vida és estranya es una síntesis de la obra de Valentí Puig y de su manera de ver el mundo.

Para Oleguer de Regós la nobleza es una forma superior de libertad. Ya no existe y no encuentra una base sólida para remontar el vuelo. Se refugia en el estudio: piensa que analizando su microcosmos llegará a comprender y establecer las leyes de la historia. Un subterfugio intelectual para mitigar la gran caída, su incapacidad de adaptarse a los nuevos tiempos. La figura del aristócrata funciona, claro, como una proyección del intelectual, cada vez más aislado e incomprendido. El relato de la crisis personal tiene un paralelismo en el desbarajuste de la vida catalana. La mentalidad de historiador de Oleguer le lleva de un siglo a otro, de la era cuaternaria a las guerras carlistas o la FAI, para acabar dibujando una gente rutinaria y un presente sin expectativas. La vida auténtica, irrefrenable y violenta de la época de los grandes señores, da paso al simulacro y a la doble moral. El personaje de Befàs, mecenas, defraudador, víctima de la burbuja inmobiliaria y financiador ilegal de partidos, es el espejo magnificado de los vicios del país.

Valentí Puig domina la escritura breve, punzante y pirotécnica (decir que la gente es del Barça o de Woody Allen, afirmar que los sacerdotes han sustituido la túnica y la cabeza rapada por el maletín Samsonite y el número encriptado de las cuentas en las islas Caimán), arrastra al lector a un torbellino de actividad cuando retrata al abuelo que vuelve a tomar las riendas de la propiedad tras la muerte del padre, describe la tristeza amodorrada del señor Rossend, el vecino de buena fe que asiste a las “Sardanes per la Independència” de la plaza de la Catedral. A través de la relación con el amigo Julien y la esposa Glòria, Oleguer de Redós vive la pasión, la contradicción y se asoma al abismo. Julien es un sólido personaje de novela que contrarresta el egocentrismo displicente y algo apagado del protagonista.

Entre la crítica, la sátira, la evocación del tiempo perdido, el deseo de libertad y de realización intelectual y vital comprometido, La vida és estranya es la obra de un autor que no encuentra razones para creer. Si en La gran rutina (2007) desnudaba a la burguesía catalana progresista y en Barcelona cau (2012) dejaba sin razones a víctimas y vencedores de la guerra, ahora describe el pueblo y la ciudad, aristócratas y nuevos ricos, golfos e intelectuales, notarios y campesinos, generales y políticos digitales, en un retrato sin héroes ni modelos, sometidos a la última ley de la historia: las cosas decaen vertiginosamente y sólo queda el consuelo de una copa de vino blanco.


Puig o la energía narrativa


Entre las mejores novelas de 2014 figura, en una posición destacada, La vida és estranya, de Valentí Puig. Podríamos decir que se trata de unas falsas memorias del mismo autor, como lo eran las de Salvador Orlan respecto a Llorenç Villalonga, pero ésta es una obra caída incomprensiblemente en el olvido y más nos vale presentar la que nos ocupa de otra forma. Digamos que el autor se saca de la manga un personaje que aparentemente –al menos en cuanto se refiere a los accidentes de vida exterior– no tiene nada que ver con él, pero que en cambio funciona muy bien como máscara transmisora de una determinada visión del mundo, y, más en concreto, de nuestro tiempo, país y capital: “Sospecho que Barcelona finalmente destruirá Cataluña.” Este es el leitmotiv que atraviesa de manera brillante esta gran crónica de una determinada Cataluña en vías aceleradas de desaparición y el contrapunto de una ciudad cada vez más global pero despersonalizada.

¿Quién nos habla, sin embargo, en La vida és estranya? ¿Qué tipo de voz, de máscara, de personaje? “Soy Oleguer de Regós, el último miembro de la nobleza de la Conca”, nos dice al principio de la obra, pero en estas primeras páginas también se dejan caer otras señas de identidad, tanto o más significativas que sus orígenes carlistas: se trata de un “hombre de inacción” de sesenta años, “de un fracasado sin paliativos” y de un historiador que escribe unas memorias “para hacer saber quién soy y las cosas que he hecho”. Hasta aquí nada extraordinario, o, mejor dicho, nada que haga presagiar nada extraordinario.

También se nos informa de que de joven escribió Història de l'ermita de la salvació y que lleva varios años intentando culminar su vocación de historiador: “Entendía que mi destino era un libro, el libro que conseguiría encontrar el hilo y la clave de la vida de los siglos.” No le falta ambición: a fin de cuentas, no se propone otra cosa que escribir “un estudio definitivo sobre las leyes de la historia”. Pero de este estudio no se nos dan más aclaraciones si no es para recordar en qué gasta cotidianamente su tiempo en una solitaria biblioteca del barrio gótico: “una revisión a fondo de los ejes de la historia”, se nos dirá más adelante, pero nunca más sabremos nada de ello. En cambio, sí sabemos desde el principio que todo es un simple recurso narrativo y, por lo tanto, nunca nos tomaremos en serio esta vocación de historiador.

Así las cosas, nada hace prever que el personaje en cuestión sea capaz de explicar nada mínimamente jugoso, pero este es justamente el tour de force que Valentí Puig salda con un incuestionable éxito: las memorias de nuestro personaje, o, más en concreto, la distancia abismal entre los propósitos de su ambición risible como historiador y los resultados conseguidos con estas falsas memorias de diletante, son la obra que el lector tiene ahora en sus manos: un texto lleno de talento y dotado de principio a fin de una extraña capacidad hipnótica. Es exactamente el triunfo inapelable de la literatura sobre la historia, o el de la narración sobre cualquier forma de historia.

Y es que La vida és estranya se nos impone rotundamente por efecto y obra de su magnetismo formal: la novela como artefacto de alta precisión verbal, la narración como apoteosis de una forma tan libre como manufacturada. De una forma hecha de texturas verbales, de esmalte léxico, de filigranas sintácticas, de diálogos vivos y brillantes (como el de la ruptura entre Oleguer y su esposa Glòria en la terraza de su piso del Turó Park, cuando le espeta: “Me da igual quién seas, qué hagas. Yo no soy de nadie. Vete a hacer como si escribieras un libro que nunca escribirás. Métete en tu pisito de la calle Petritxol. ¿Qué sabes de la vida? ¿Qué sabes de mí, de las mujeres, de algo?”). Pero también de precisión descriptiva –como las que dedica a ciertas mujeres–, de humor a raudales, y sobre todo de una inteligencia que desarma por su irreductible naturalidad: la más difícil de conseguir, porque se tiene o no se tiene. Y a fe mía que nuestro autor tiene y nos hace partícipes de ello de punta a punta de la obra.

Refiriéndose a su proyecto de obra historiográfica, La vida dels segles, Oleguer de Regós nos dice que desde que un día se despertó con el título del libro bien claro, “no hago otra cosa que prepararme para ponerme a trabajar, porque sé que el día que empiece a escribir la obra vendrá sola”. “Será una lección de energía”, concluye. En efecto, toda una lección de energía narrativa es lo que, en definitiva, es esta última novela de Valentí Puig.

La Barcelona de Valentí Puig


Con Valentí Puig ocurre un poco lo que sucedía con Josep Pla: raramente se le ubica como un autor del "género Barcelona" porque se consolidó literariamente con otros temas y dedicaciones. Pero, al igual que Pla contrarrestó casi con violencia su imagen de autor entre ampurdanés y nómada del mundo con dos obras estrictamente urbanas que hoy son clave para comprender la ciudad condal (me refiero, claro, a El quadern gris y a Barcelona, una discussió entranyable), Valentí Puig ha frecuentado en sus tres últimas novelas el paisaje barcelonés, abriendo un nuevo frente respecto a su faceta más conocida de dietarista, ensayista, y memorialista de raigambre mallorquina.

En Barcelona cau (2012, recién traducida ahora al castellano por Pre-Textos) se atrevió a adentrarse en la cartografía ignota de la Quinta Columna durante la Guerra Civil, así como los preventorios siniestros del SIM. En La gran rutina (2007) y ahora, La vida es estranya (2014), se interna por los espacios simbólicos de la transformación socioeconómica, especialmente de la Barcelona de las élites. Pero mientras La gran rutina es una narración coral, de personajes, tanto Barcelona cau como La vida és estranya constituyen relatos existenciales con protagonista único. En esta última el protagonista, Oleguer de Redós, pasa sus días en una biblioteca próxima al Tinell, financiada por un especulador, para trabajar en un tratado histórico. Vive en un piso de la calle Petritxol que le legó un abuelo libertino (su ex mujer se quedó con el piso que compartían en el Turó Park). Suele pasear por los alrededores de la plaza del Pi y luego cruza la plaza Catalunya y sube por el paseo de Gràcia hasta la Diagonal. A veces queda con una amiga de la Barceloneta. En su memoria surge a menudo el Salón Rosa, espacio de meriendas elegantes que yo aún tuve tiempo de conocer y en cuyo espacio se alza hoy un boulevard comercial.

Obras del escepticismo lúcido y del cansancio histórico, las novelas barcelonesas de Puig se mueven entre la añoranza de un rico poso cultural/institucional que se da por finiquitado, y la percepción de un presente chillón que sus personajes más queridos viven como extendida amenaza.

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