Salvador Espriu

Víctor Martínez-Gil (Universidad Autónoma de Barcelona)

La poesía de Espriu es esencial para entender la literatura catalana moderna. Fue la gran esperanza de la narrativa breve en catalán antes de la guerra. Pero después de la contienda,
optó por un "exilio interior" con el que se propuso contribuir a "salvar nuestras palabras", volver a comenzar.

Santa Coloma de Farners, 1913 — Barcelona, 1985. Poeta, dramaturgo y novelista catalán

Espriu se decantó por la poesía porque, entre otros motivos, le permitía burlar la incultura de la censura española. La obra de Espriu es
una larga meditación sobre la muerte y el paso del tiempo, que nos conduce al final. Su verso es barroco en su contenido, pero extraordinariamente austero y preciso en el estilo.

La obra de Salvador Espriu debe definirse a partir de dos ejes: la investigación de la diversidad (marcada por la relación con la cotidianidad, por la pluralidad de géneros y por la diversidad de técnicas compositivas que conviven incluso en un mismo libro) y la aspiración a la unidad (con un entramado temático, moral y filosófico que determina las relaciones entre las diferentes obras). Espriu consideró indisociables estos dos polos en el proceso dialéctico de aprehensión de la realidad al que aspiraba. Sobre esta cuestión, los estudiosos suelen citar el parlamento final de Primera historia d'Esther [Primera historia de Esther] (1948): "Pensáis que, en el origen, el espejo de la verdad se rompió en fragmentos diminutos, y cada uno de esos trozos recoge sin embargo una brizna de auténtica luz." La sentencia ha sido explicada desde el pensamiento cabalista: la relación con Dios (la luz, o la verdad) sólo es posible a través de la Creación, la cual se estructura a partir de diez sefirot, o principios, que permitirían reconstruir un camino de ascesis mística o de conocimiento. Sólo desde la variedad se puede acceder a la unidad, y este principio, que es moral y filosófico, en Espriu es también (o sobre todo) literario, ya que su afán de lograr una estructura unitaria desde la variedad de géneros y de registros lingüísticos refleja la crisis del sujeto moderno, entre la pérdida de identidad y el deseo de trascendencia, una crisis que es indisociable de buena parte de los problemas que la literatura moderna ha puesto encima de la mesa.

Josep M. Castellet destacó la capacidad de la obra de Espriu para asimilar culturalmente la herencia mítica de la humanidad: el Libro de los muertos del antiguo Egipto, la Bíblia, la tradición mística judía y la mitología griega. Por encima de estas referencias, Espriu creará su mito particular de Sinera (anagrama de Arenys de Mar, localidad de donde provenían las familias materna y paterna de Espriu, y que se encuentra ligada a su infancia). Castellet también ofreció una primera clasificación de las formas a partir de las cuales se organiza la variedad literaria de la obra de Espriu: la lírica, la elegíaca, la satírica y la didáctica.

Un joven narrador en los años treinta

La trayectoria literaria de Salvador Espriu se inició 1929 con una edición no venal del libro en castellano Israel, una recopilación de estampas bíblicas que, según ha estudiado Rosa M. Delor, presentaban ya una ordenación temática cabalista en torno a la figura de Jesús. Un año después, en 1930, Espriu ingresaba en la Universidad de Barcelona, donde conoció al poeta Bartomeu Rosselló-Pòrcel. Espriu pronto se ganó un gran prestigio en los círculos universitarios gracias a su actividad como escritor en catalán.

Si bien acentuaba provocadoramente las notas negras, la obra narrativa de Espriu respondía a los diferentes modelos vigentes en los años treinta y, en este sentido, hay que rechazar la imagen ahora vigente y ya convertida en tópica de un Espriu desarraigado que se enfrentaría al clima literario novecentista todavía imperante: El doctor Rip [El doctor Rip y otros relatos] (1931) se relacionaba con el monólogo interior propugnado por la novela psicológica al estilo de Carles Soldevila; Laia [Laia] (1932), novela-retablo de ambientación marinera que mezclaba diferentes registros narrativos (el trágico, el psicológico, el grotesco, el elegíaco y el realista), supuso la primera aparición de la idea de diversidad en la obra de Espriu y se situaba en la línea de recuperación de la novela modernista; el libro de cuentos Aspectes [Aspectos] (1934), donde encontramos narraciones grotescas, líricas y elegíacas, representa la aceptación de la multiplicidad estilística y el abandono de la novela, y enlazará con la corriente satírica y desmitificadora de la literatura catalana que también encontramos, aunque con matices diferentes, en el Grupo de Sabadell o incluso en autores como Llorenç Villalonga, vínculo confirmado en los magníficos cuentos de Ariadna al laberint grotesc [Ariadna en el laberinto grotesco] (1935). El mundo de Espriu, que se relacionaba también con el de autores como Valle-Inclán o Pirandello, pasaba a ser un mundo de muñecos antipsicológicos, donde el autor movía los hilos de los personajes igual que la muerte (temática omnipresente en Espriu) mueve los de los hombres en el teatro del mundo, imagen barroca por excelencia. Espriu llegó así a una fórmula literaria, a la cual se mantendrá fiel, que, partiendo de la crítica a la realidad política y cultural del momento, aceptaba plenamente el carácter de artificio y por lo tanto la capacidad de adoptar diferentes tonos, registros y formas, una fórmula literaria que relacionaba la vida cotidiana con los mitos clásicos y con los tópicos literarios en un complejo juego de desmitificación y, al mismo tiempo, de valorización.

La Guerra Civil y la exploración de nuevos géneros

En las novelas cortas Miratge a Citerea [Espejismo en Citerea] (1935), Fedra [Fedra] (1937), inspirada en la obra teatral de Villalonga que Espriu había adaptado al catalán en 1936) y Letizia [Letizia] (1937), el discurso alegórico sirvió a Espriu para fijar la situación de una Cataluña sumida en la Guerra Civil. Paralelamente, usó el poema en prosa para expresar el desgarro producido por la guerra en La pluja [La lluvia] (publicado en 1952, pero escrito entre en 1936 y en 1938). La muerte por enfermedad de Rosselló-Pòrcel, presente en las dos últimas prosas, simbolizó la tragedia de la destrucción. El camino de concentración expresiva de Espriu cristalizó también en un poema del mismo tono y emparentado al mismo tiempo con las Sàtires (1927) de Guerau de Liost, Dansa grotesca de la mort [Danza grotesca de la muerte] (1934), y en 1937 en un poema de tono metafísico, El sotjador [El acechador], donde Espriu fijaba la idea de un Dios trágicamente ciego para con el hombre. En 1939, inmediatamente después de la caída de Barcelona, escribió la obra teatral Antígona. Adelantándose al uso del mito griego que harán dramaturgos como Anouilh (Antigone, 1944), Espriu utilizó este clásico para vehicular un mensaje de perdón y de reconciliación entre los contendientes. Si las obras anteriores tendían a representar el bien en negativo, es decir, desde la degradación material y espiritual, Antígona establecía con claridad el discurso didáctico en la obra de Espriu.

El poeta y su pueblo

Universitario brillante, licenciado en Derecho (1935) y en Historia (1936), con estudios en lenguas clásicas, Espriu aspiraba a convertirse en profesor de Egiptología en la Universidad Autónoma de Barcelona, creada durante la Segunda República. Este futuro profesional quedó truncado por la contienda civil. La muerte en 1940 de su padre, el notario Francesc Espriu, que sufrió un infarto a causa de la conmoción de la guerra, lo obligó a trabajar en la notaría de Antoni Gual Ubach. Espriu es, pues, uno más de los escritores funcionarios u oficinistas del siglo XX, como Franz Kafka, como Fernando Pessoa, autores también herméticos y cabalistas, pensadores como él de la divinidad y buscadores de la unidad en la dispersión.

Una de las razones que acabaron de llevar Espriu a la poesía durante la posguerra además del proceso de concentración expresiva que ya hemos visto, fue que ésta ofrecía mayores posibilidades de publicar pues es un género que no necesita tanto espacio como la prosa y que, por su carácter más hermético, podía superar mejor los obstáculos de la censura.

En su primer libro de poesía, Cementiri de Sinera [Cementerio de Sinera] (1946), Espriu evocó los "días y soles perdidos", el mundo destruido por la guerra que el poeta identificaba con Sinera. Este nombre, que aparecía aquí por primera vez, otorgaba un sentido nuevo a los escenarios marineros de obras como Laia y a temas ya antiguos en Espriu como la memoria y la consideración de la literatura como un diálogo con los muertos. En el libro de poemas siguiente, Les cançons d'Ariadna [Las canciones de Ariadna] (1949), Espriu recuperó en versos satíricos el mundo de Arenys y enlazó su poesía con la narrativa anterior a la guerra (y quizás por eso en el futuro querrá que este libro encabece su "Poesía completa"). Un año antes, en 1948, en su obra teatral Primera historia d'Esther, auténtica cima de la literatura catalana de posguerra, había entrecruzado el mito bíblico con el mundo de Sinera desde una estética grotesca y esperpéntica. El texto, que Espriu concibió como testamento de la lengua catalana, recogía el mensaje de perdón de Antígona desde una estructura cabalista y desde el esquema de un teatro de títeres gobernado por el Altísimo, ciego como los adivinos y los poetas clásicos, imagen del autor, el cual también aparecerá en sus obras como el niño Tianet y como el joven Salom, muerto simbólicamente en 1936.

Junto con Cementiri de Sinera, los cuatro libros Les hores [Las horas] (1952), Mrs. Death (1952), El caminant i el mur [El caminante y el muro] (1954) y Final del laberint [Final del laberinto] (1955) forman el llamado ciclo lírico (que incluye, sin embargo, también aspectos grotescos y satíricos) de la obra de Espriu. Como ha demostrado Josep M. Castellet, estos libros trazan un camino de interiorización que culmina con la experiencia mística de Final del laberint, donde Espriu sigue los principios (íntimamente ligados a la cábala y presentes desde siempre en su obra) de la teología negativa, según la cual Dios, ciego hacia la humanidad, sería "el nombre de la nada", la negación de lo que existe, ya que el hombre no se puede referir directamente a unos atributos para él incomprensibles. Los diferentes libros del ciclo lírico, configurados como itinerarios, encarnan también las tensiones del poeta con su pueblo, como queda reflejado al famosísimo poema "Assaig de cántic en el temple" d'El caminant i el mur. Ya desde Cementiri de Sinera, hay que situar la poesía de Espriu, que participó en revistas como Poesia y Ariel, en la corriente general de la poesía catalana de posguerra, de evolución y humanización de una poética, la postsimbolista, capaz de integrar en el poema el espacio individual del poeta y la herencia cultural y lingüística de su comunidad.

El poeta civil: Espriu y el realismo

El callejón sin salida místico de Final del laberint fue superado por La pell de brau [La piel de toro] (1960), sin duda el libro con más resonancia de su autor. La poesía de Espriu, que entendía el discurso metafísico sólo desde la cotidianidad, fue entonces valorada desde el punto de vista de su realismo. El tono épico o didáctico apareció como extremadamente moderno, ejemplo de combate ideológico a pesar de la vaguedad social del discurso de Espriu, que siempre se limitó a hablar en general de la libertad, la justicia y la tolerancia. En La pell de brau Espriu vertía reflexiones (sobre la diversidad y la tolerancia) y técnicas antiguas (uso personal de los símbolos y mezcla de la sátira, la épica y la elegía); pero el carácter emblemático que el libro adquirió como discurso cívico, lectura motivada por el clima general de la literatura catalana del momento, y el hecho de centrar el punto de vista en la península Ibérica, y por lo tanto España, actuaron como catalizadores de una nueva actualidad, incluso internacional, del poeta. Espriu acabó así de fijar míticamente una geografía que había empezado a estructurar antes de la guerra: Lavínia (Barcelona), Alfaranja (Cataluña, que de forma metonímica también es Sinera), Konilòsia (España) y Sepharad (península Ibérica). La puesta en escena del mundo de Espriu por parte de Ricard Salvat (que llegó a montar una obra con fragmentos del autor, Ronda de mort en Sinera de 1966) y la gran resonancia que le proporcionó el hecho de que sus poemas fueran musicados por Narcís Bonet (La pell de brau, 1969) y sobre todo por Raimon (Cançons de la roda del temps, 1966) fueron los canales de popularización de una obra que se leerá, hasta prácticamente la muerte del poeta, en clave patriótica y de conciencia moral y nacional de la sociedad catalana. En 1963, los poemas de Llibre de Sinera [Libro de Sinera] significaron un retorno complejamente hermético al ámbito temático estrictamente catalán. También con Setmana Santa (1971), libro de lectura difícil, que en 1967 había sido precedido de Per al llibre de Salms d'aquests vells cecs [Para el libro de salmos de estos viejos ciegos], Espriu reanudará su poesía, y con otras resonancias metafísicas una imaginería cara al poeta desde Laia.

Últimos libros

En los años setenta y ochenta la obra de Espriu fue más dispersa. En narrativa, los cuentos de La Rosa Vera (1951-1956) habían supuesto una reanudación que Espriu quería continuar con un libro, "Les ombres", que quedará incompleto. En 1981, sin embargo, con Les roques i el mar, el blau [Las rocas y el mar, lo azul], ofreció una recopilación de gran originalidad, donde el mundo grotesco de Sinera se mezclaba con el mundo de los mitos clásicos y donde el cruce de puntos de vista, como en los cuentos de preguerra, relativizaba el material narrativo. En cuanto al teatro, en esta época sólo encontraremos obras -aunque plenamente incardinadas en la literatura de Espriu- de circunstancias (el mismo carácter tendrá el libro de poemas de 1975, inspirado en Apel·les Fenosa, Formes i paraules) [Formas y palabras]: Una altra Fedra, si us plau [Otra Fedra, si gustáis] (1978, obra encargada por Núria Espert) y D'una vella i encerclada terra [De una vieja y redondeada tierra] (1980, en homenaje al Círculo Excursionista de Cataluña), cuyos poemas fueron incorporados a Per a la bona gent [Para la buena gente] (1984), libro que ha sido valorado por Rosa M. Delor como un "testamento cabalístico" ordenado en torno a la sefira de la Daath, la conjunción de la Sabiduría y la Inteligencia. Poco antes de morir, Espriu terminó una última revisión de su obra siguiendo una práctica constante a lo largo de su vida, que subraya su aspiración a la unidad desde la diversidad. Esta revisión suponía la adaptación de los libros ya publicados al conjunto de su obra posterior con el fin de conseguir una coherencia temática y estilística global. La obra de Espriu, caracterizada por la mezcla de un intelectualismo extremo y de un descriptivismo a menudo cáustico, tiene una gran singularidad. La riqueza idiomática, la complejidad temática y de fuentes, la capacidad para retratar en términos trascendentes la historia colectiva, e incluso la representatividad histórica que consiguió a partir de los años sesenta, la convierten en una de las más importantes de la literatura catalana del siglo XX.

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