Quim Monzó

Manel Ollé (Universitat Pompeu Fabra)

Quim Monzó (Barcelona, 1952) no es solamente un escritor de ficción, también es uno de los columnistas más populares de Cataluña. Su trabajo periodístico también se ha publicado en varias antologías. La recopilación de cuentos [] ha obtenido un gran éxito entre la crítica y diversos premios, además de ser traducida al español por el prestigioso novelista Javier Cercas. Su obra se ha editado en quince idiomas.

Quim Monzó nació en Barcelona en 1952. Ha trabajado entre otras cosas de diseñador gráfico, dibujante de cómics, corresponsal de guerra, autor de letras de canciones, guionista de radio y de televisión, traductor (Jude el oscuro, de Thomas Hardy, Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, Nueve historias, de J.D. Salinger...) y por encima de todo es escritor. Monzó se dio a conocer en 1976 al ganar el Premio Prudenci Bertrana con la novela L'udol del grisó al caire de las clavegueres [El aullido del grisón al borde de las cloacas], que nunca ha querido reeditar. A partir del libro de cuentos Uf, va dir ell [Uf, dijo él](1978) su obra emprendería el camino de compatibilizar la legibilidad y la fuerza disolvente de la escritura.

Quim Monzó se ha prodigado en géneros "menores" como el cuento o la literatura periodística. Y cuando ha escrito novela lo ha hecho con procedimientos narrativos ajenos a las convenciones decimonónicas (psicología de los personajes...) que han llevado a determinada crítica a calificar de forma arbitraria las novelas de Quim Monzó como "cuentos alargados". Quim Monzó ha recibido una escasa influencia de la tradición narrativa catalana. Únicamente Pere Calders y Francesc Trabal están en la nómina de los autores que suele citar cuando se le pregunta por sus modelos. Entre los autores con más ascendiente reconocido en su obra están Robert Coover, John Barth, Donald Barthelme, Guillermo Cabrera Infante, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Raymond Queneau... Además de influencias no literarias (los videojuegos, los cómics de Massimo Mattioli, los dibujos animados de Tex Avery).

En varias entrevistas, Monzó describe la composición de sus obras como un proceso de improvisación, sin un plan previo, que basa su eficacia en tirar a la papelera numerosos inicios y borradores, descartados por inviables, y en la metódica y reiterada reescritura, de arriba abajo, de los borradores que funcionan: "Empiezo a escribir un cuento sin saber adónde voy y me dejo llevar. Por eso el cincuenta por ciento de los cuentos que escribo van a la papelera, porque quizás tienen inicios brillantes pero no funcionan, no van a ninguna parte: no son cuentos. En todo caso son narraciones. No puedes empezar un cuento sabiendo cómo acabará ni qué pasará, porque entonces ya no lo escribes." Eva Piquer, "Quim Monzó periodista" (1998).

Los textos de Quim Monzó avanzan impulsados por la tensión entre la expansión narrativa y la cristalización formal de los materiales. Lo que de entrada parece casual, sustantivo y fluido, de repente toma una forma geométrica. El proceso de formalización de los materiales está bastante presente en los cuentos y en menor medida en las novelas, donde se impone la tendencia expansiva. También en los artículos aparece una mesurada formalización literaria de los materiales.

La escritura de Monzó describe los caminos de las invenciones y de las prisiones que nosotros mismos nos fabricamos: las circunvalaciones de los círculos que nos atrapan. No trabaja exactamente ni con datos biográficos, ni generacionales, ni sociológicos, ni urbanos, ni rurales: trabaja básicamente con el lenguaje, con las ficciones, las ilusiones y las imágenes compartidas por los lectores. Lo que Quim Monzó escribe no es exactamente ficción, sino metaficción: ficción sobre la ficción. Caen las máscaras del profeta, del mentiroso compulsivo, del héroe a piñón fijo, del escritor y del lector en una acción desmitificadora que no se mueve por impulsos iconoclastas sino para desnudar las cosas: para llamarlas por su nombre. Quim Monzó cuenta historias y al mismo tiempo las cuestiona y las analiza. El uso de incisos entre paréntesis como un mecanismo irónico y de refracción de la voz, y de los interrogantes como un mecanismo para hostigar el significado de los hechos, son una constante en la textura de la prosa monzoniana. Quim Monzó hace metaficción, pero no a la manera culturalista en que a menudo caen los que se prodigan en citas y reescrituras. Además de cuestionar y de desdoblar las voces, utiliza en algunos casos como materia prima de sus relatos ficciones previas y bien conocidas por los lectores con el fin de invertirlas, deformarlas pervirtiendo su lógica interna. Los inicios idílicos, o por lo menos convencionales, pronto se convierten en infiernos particulares: una visita a la Torre de Pisa o una erección persistente no se escapan de la ley de Murphy que gobierna los mundos monzonianos. Michèle Gazier ha dicho: "Derrière le pilotage automatique auquel nous abandonnons nos vies rôdent, selon Monzó, des fantômes cruels." (Télérama, 16-III-1994).

Quim Monzó apuesta por un modelo de formalización literaria genuinamente ficcional, sin contaminaciones ensayísticas, en el que todo se engrana en máquinas literarias de movimiento continuo. Son las formas, los dibujos que trazan las ficciones, y las afiladas aristas de la prosa y la ficción, las distancias entre la voz y el mundo, y entre la ficción y la ficción, los que definen las coordenadas del espacio literario a transitar. Pero tras las satinadas superficies de ficción que nos ofrece la prosa de Quim Monzó hay una implacable capacidad analítica: hay pensamiento puro y duro; no fotocopia de un pensamiento blando, sino percepción inédita de hechos, posiciones de lucidez que desmontan medias verdades. Con la frescura de una supuesta ingenuidad literaria que no es tal: detrás hay un lector voraz, consciente y bien despierto.

Las novelas

Tanto su primera novela, L'udol del grisó al caire de las clavegueres (1976), como Self Service (1977), libro de cuentos escrito en colaboración con Biel Mesquida, se sitúan al margen de la producción posterior de Quim Monzó y nos remiten a las coordenadas estéticas de las obras coetáneas de algunos de los autores de la llamada Generación de los 70 (Oriol Pi de Cabanyes, Lluís Fernández, Jordi Coca, Biel Mesquida...) con una influencia notable de la revista francesa Tel quel, de Julia Kristeva, marcada por un textualismo que funcionaba como un ismo radical más en el marco de la politización extraparlamentaria del periodo de la Transición.

Tras una larga estancia en Nueva York, Quim Monzó publicó Benzina[Gasolina] (1983), una novela sobre el vacío y el sinsentido del arte posmoderno, sobre un arte hecho de pensamientos brillantes basados en mentiras que uno mismo acaba creyendo y que no sirven para nada. Benzina parte de la idea de un personaje que devora a otro. Quim Monzó traza los destinos entrecruzados y simétricos de dos pintores clónicos que no pintan: las vueltas en torno a la nada en una ciudad vagamente basada en Nueva York, reducida a rasgos mínimos, en torno a la galerista, a los amigos, las amigas y los amantes (Helena, Hildegarda, Hug, Hilari, Herundina) y a los bares nocturnos de Hopper y las piscinas de Hockney. La novela destaca especialmente por su capacidad para sugerir una mirada inédita:

"En Benzina he encontrado algunas páginas que me han recordado una determinada estética cultivada por escritores y cineastas germánicos fascinados por el mito americano. Aquella estética de las road-movies, que tan bien reflejaron Wim Wenders en Alice in den Städten [Alicia en las ciudades] con respecto al cine o Peter Handke en Der Kurze Brief zum langen Abschied [Carta breve para un largo adiós]. En este sentido yo definiría la modernidad de Monzó como una nueva manera de mirar, una nueva lógica discursiva sobre el banal, pero siempre fascinante, acto de mirar. Y también como una recreación del pensamiento en blanco, de la capacidad de pensar sin un fin, sólo pour le plaisir." (Antoni Munné: El País, 17-VII-1983).

La magnitud de la tragèdia [La magnitud de la tragedia] (1989), tercera novela del autor, juega con el cliché del personaje con los días contados. El protagonista de la novela, tras una noche etílica y fornicatoria, se encuentra con la sorpresa de una erección permanente. Esta repentina metamorfosis le permite entregarse al sexo sin tregua hasta que en el capítulo octavo descubre la dimensión trágica de su peculiar transformación anatómica: le quedan unas semanas de vida. A partir de ahí la novela transforma su tono festivo y erótico inicial en el de un oscuro y angustioso thriller. Tras el deseo aparece la tragedia. El regusto amargo se convierte en la otra cara de la moneda de la avidez por el placer y el vitalismo. Quim Monzó consigue convertir la imagen chocante de la pertinaz erección en mucho más que una excusa para hacer avanzar la historia. Según él mismo contó en una entrevista:

"Me parecía que esta imagen tiene algo detrás, que era en cierto modo metafórica, un emblema de la condición humana, de la sed de vivir." (Diario 16, 29-IX-1990).

La novela relata la historia de dos personajes en paralelo: el portador del miembro erecto y su hijastra, una adolescente a la vez libidinosa y reprimida, con quien mantiene una relación de alta tensión. Los protagonistas aparecen en todo momento enfrentados a su devenir inmediato, en una historia que traza una sátira implacable del sentimentalismo y la cursilería, escrita gozosa y salvajemente, desde un pesimismo lúcido, nada masoquista.

Los cuentos

Desde el primer libro de cuentos, Uf, va dir ell (1978) hasta Guadalajara (1996), se hace perceptible una evolución hacia la máxima supresión de elementos superfluos, tanto en lo relativo a la ficción como en cuanto a la dicción y el modelo de lengua literaria. Monzó apuesta por una concepción rigurosa del cuento, en la que el formalismo que opera por sustracción no conduce al juego gratuito sino a laberintos domésticos sin salida. Como decía en una entrevista:

"No sé si pareceré un poco cursi o algo refitolero, pero el aire está lleno de cuentos. Vas por la calle y están en todas partes. Ahora bien, para encontrar dónde está el cuento, ciertamente tienes que ir esculpiendo, quitar todo lo accesorio, extraer el aire en su justa medida. Mi obsesión es ir desnudando, y de ahí mi fascinación por la forma del cuento." (El Punt, 17-X-1996).

Entre sus libros de cuentos destacan los dos últimos. El perquè de tot plegat [El porqué de las cosas] (1993) trata casi monográficamente de todas las posibilidades combinatorias del deseo y de las relaciones hombre-mujer. Esta recopilación de relatos breves destaca por el radicalismo de sus planteamientos, por la dureza de su tono, marcado por un humor pesimista pero no desprovisto de un punto de comprensión que emerge una vez que han caído las máscaras:

"Hay en su cinismo, en su irónica misoginia, un sabor amargo, desencantado, una falta de fe en el ser humano más resignada que trágica, más filosófica que desesperada." (Alicia Giménez Barlett, El Mundo, 13-III-1993).

Desde el umbral de su último libro de relatos, Guadalajara (1996), Quim Monzó nos invita a pasar y a quedarnos atrapados para siempre en esas pequeñas maquinarias de segregar angustia y estupefacción que son sus cuentos, no con el sádico designio de hacernos sufrir sino bien al contrario: para permitirnos experimentar la catarsis de vivir el repetitivo estribillo de la canción del sufrimiento desde la distancia justa de quien a la vez escucha y lee: "Guadalajara es una serie de callejones sin salida. A mí me parece que es más angustiante, más de "lucha contra el destino", de gente que se aburre de hacer lo que siempre hace..." (El País, 17-X-1996).

Si sumamos el placer de transitar por la prosa precisa de los cuentos de Quim Monzó y el reconocimiento en el relato de triángulos, cadenas, bifurcaciones, cruces, simetrías imposibles, cintas de Moëbius, círculos y espirales sin salida -a la manera de los artefactos visuales de Escher-, obtenemos al final un placer estético que no se acaba en sí mismo: se mezcla con el regusto indefinible de las sensaciones y de la disposición mental en que la literatura nos coloca. Después de cada cuento nos encontramos a la salida de un breve laberinto parecido a aquellos por los que transita sin cesar el hombre contemporáneo. Según el autor: "Los personajes de Guadalajara viven inmersos en una profunda amargura individual. Desde una consideración que hago a posteriori, los veo como individuos en un laberinto, que no ven salida, con muchas ganas de dimitir." (Diari de Balears, 17-X-1996).

Los artículos

La literatura periodística de Quim Monzó forma parte plenamente, y no en un lugar marginal, de su obra, con un total de seis recopilaciones de artículos publicados. La lectura de estas recopilaciones nos proporciona un testimonio insustituible de las dos últimas décadas: un testimonio convenientemente filtrado, mediatizado y decantado por una escritura rápida e implacable, que reduce al absurdo todo tipo de discursos públicos. Quim Monzó pone la penetración analítica y la fuerza argumentativa al servicio de una inagotable capacidad de reacción: Fecsa, Telefónica, el españolismo rancio, el subnacionalismo catalán, los fundamentalismos más o menos próximos y más o menos disfrazados de progresismos, la faramalla olímpica, la altivez de las instituciones, las trampas del bilingüismo, la publicidad institucional y la no institucional, el periodismo inflado y el desinformado, y en general todos los discursos disfrazados, medias verdades y engaños encuentran un interlocutor beligerante y despierto en sus artículos. Así, Oriol Malló ha hablado del "Monzó Ombusdman, flagelo de camareros guarros, taxistas neofascistas, porteros macarras, maestros de Rosa Sensat, fanáticos de David Lynch, diseñadores mediterraneístas o ciclomotoristas suicidas" (El Temps, 14-X-1991).

Escapando justo a tiempo de la imagen solidificada de sí mismo que amenazaba con encasillarlo en la figura de una especie de oráculo crítico de cierta modernidad, Quim Monzó dejó de escribir al principio de los años noventa artículos para lectores jóvenes y avisados; su literatura periodística -cada vez más periodística y menos literaria en la medida en que apuesta por la opinión, el lenguaje eficaz y la cosa pública- se dirige a ese animal, al mismo tiempo abstracto y concreto, obvio e inexistente que es el hombre de la calle. Sin necesidad de recordar a cada renglón que es un escritor, sin impartir doctrina ni buscar complicidades, Quim Monzó escribe sus columnas desde su condición de consumidor, usuario, receptor o espectador: desde la condición compartida con el lector de ciudadano catalán -español- de finales del siglo XX. De ahí que sus artículos puedan calificarse de políticos. Sobre la evolución y sobre las constantes de su literatura periodística, el propio Quim Monzó se define en estos términos:

"Cada vez hay menos candidez, quizá. En cualquier caso, el eje de los artículos sigue siendo el mismo: la lucha contra el tópico, contra el lugar común, contra la banalidad, contra el blablablá. Y lo mismo ocurre con el ideal de las cualidades que debe tener un artículo: claridad expositiva, un estilo directo, comprensible, lleno de ironía, y una conclusión estudiada. La inspiración no existe en ningún género literario. Y, por tanto, tampoco en el columnismo." (El Temps, 23-IV-1990).

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