Perejaume

Toni Sala

Sant Pol de Mar, 1957. Artista y poeta



Benet Martorell fue el primero en poner un pincel en los dedos de Perejaume. Al final de su vida, Martorell no hablaba de nada más que del pintor Raurich. Perejaume quedó fascinado por el abuelo Martorell de la misma manera que el abuelo Martorell quedó fascinado por el pintor Raurich.

En Nocturn, Perejaume escribió sobre las pinturas de la casa Martorell. "Hasta donde supe, busqué, en mi aprendizaje, la rara luz de aquellos cuadros, en los cuales los cristales parecían cerrados sobre un mundo primordial y trascendente".

Su padre había sido campesino. Tiene amigos que lo son. Perejaume sabe, domina perfectamente la comedia de los campesinos de la comarca del Maresme, imitaciones afectuosas de la candidez humana, imitaciones tiernas, de aproximación y autoindulgencia, de los personajes próximos. No hay que ponerle comillas, lima las aristas con una pulcritud intelectual y con cariño, y Perejaume se transmuta en campesino, en la ancestralidad aún próxima de todos nuestros abuelos, y se nos mete dentro, y nos parece que lo hemos conocido toda la vida.

Los primeros óleos que Perejaume pintó, a finales de los setenta y principios de los ochenta, ya eran paisajes del macizo del Montnegre, tras el pueblo de Sant Pol de Mar, montañas vespertinas o nocturnas, violetas y mágicas. Son el embrión de todo lo que vendrá después.

Entonces eran paisajes recién hechos; hoy todavía tienen la pintura fresca. Estos óleos tempranos se han podido ver no hace mucho en una muestra en la Fundación Palau de Caldetes. Son cuadros pintados cuando Perejaume tenía veinte años, con toda la novedad del momento político y de la persona, pinturas compuestas durante los veranos que estuvo en la casa Rambla, en Furiosos, y en la casa l’Oller, en la Cortada, en el corazón del Montnegre.

Mientras cursaba la carrera de Historia del Arte, Perejaume participaba en las huelgas y manifestaciones del momento. Iba al Cercle Artístic de Sant Lluc a pintar modelos y a dibujar. Allí colgó su primera exposición. Cuando Joan Brossa vio aquellos cuadros se quedó parado.

Perejaume visitaba a Brossa en su estudio de la calle Balmes con Travessera. Brossa era un individuo categórico, con un olímpo perfectamente estructurado.

—¿Y qué? —le decía Brossa cuando se encontraban—. ¿Todavía te gusta Marià Manent?

—¡Sí que me gusta!

—Pero ¡cómo puede ser! Pero ¡qué dices! Pero ¡cómo puede gustarte Manent! Pero ¡qué dices, Perejaume! ¡Qué dices!

Brossa es una referencia constante en la pintura y la poesía de Perejaume. La otra presencia que recorre la obra de Perejaume es la Josep Vicenç Foix. Foix lo recibía en el salón de su casa. Tenía la biblioteca detrás de una cortina, una biblioteca pequeña y repleta, con los libros muy bien ordenados. Foix sacaba un volumen y lo abría. Y recitaba delante del discípulo. Perejaume quedaba fascinado. Veía que el volumen llevaba un exlibris detrás. En el exlibris había un plano de la biblioteca, con el lugar preciso que ocupaba el volumen. Y el joven Perejaume, que a duras penas era capaz de tener su habitación en orden, volvía a casa desesperado, con la obsesión artística herida de muerte. ¡Cómo podía, él, que no sabía nada, llegar a hacer algo!

A pesar de la admiración, Perejaume nunca tuvo miedo de seguir demasiado de cerca lo que hacían Foix o Brossa en sus obras. Al contrario. Su miedo era ni acercarse.

—En aquel momento Foix y Brossa fueron esenciales. Les tengo que estar doblemente agradecido, porque me ayudaron, me orientaron en el momento que se abría todo, que es cuando necesitas a los maestros. Yo no sería nada de lo que soy si ellos, o Bartomeu Rosselló-Pòrcel, o Manent no hubieran escrito. Sobre todo estos escritores más territoriales, que describen paisajes... Mi educación la recibí de ellos. O si Mir no hubiera pintado, porque yo era un fanático del Joaquim Mir de Mallorca, el del principio. En aquellos momentos, un Mir, un James Ensor, un Ferdinand Hodler... ¡Oh, yo hacía peregrinaciones, para ir a ver un Mir!

Después del refinamiento y la absorción de realidad que se había conseguido hasta que llegaron las vanguardias pictóricas y, sobre todo, después de la frialdad e intelectualización que las dominaron y que provocó una separación entre la pintura de los entendidos y negociantes, y la pintura de consumo, ¿cómo podíamos recuperar lo físico, esa absorción material que los sentidos reclaman a todas las artes? La pintura matérica volvió a la realidad, empezando por la realidad inevitable e inmediata que son los propios materiales: la pincelada, la tela, el bastidor del cuadro.

Si la realidad llegaba al cuadro muerta, de tan cargada de historia del arte, quizás, como a un accidentado, había que pedirle que no se moviera; ya nos moveremos nosotros.

En los cuadros, en las acciones, al léxico de la poesía de Perejaume, la captación es importante. Perejaume construye unos marcos enormes que se adaptan a la orografía de una montaña como si fueran de goma. Los lleva, los pone encima, y el marco ondulante captura el pico. O clava cuatro chinchetas enormes, de acero inoxidable, en la arena de la playa, una en cada punta del paisaje que quiere retener, para que no se mueva. Pinta el cuadro Claude Monet con el pintor poniendo una telaraña en el collado de Vila-Roja o dibuja los marcos dorados del proscenio del Liceo sobrevolando como ovnis el paisaje pirenaico de Costuix. Marcos como halcones dorados, un poco siniestros, a punto de saltar sobre la presa que es la realidad. O, como un pescador de Sant Pol, hace redes con sus marcos.

Forja en acero la palabra lied y después la medio sumerge en el río, de manera que el agua pase por el interior del lazo de la "l", por la boca de la "e" y por el canalillo de la "d", y he aquí que el agua interpreta este lied. Perejaume modifica el cauce de un torrente de Folgueroles y escribe con el agua la palabra "Verdaguer". Hace hablar a los guijarros que se desprenden de una pendiente, los filma cuando se caen y ruedan, y subtitula el ruido que hacen, que dicen. Perejaume deja hablar a unas encinas agitadas por el viento...

Es el Verdaguer campesino y geológico pasado por el Foix más visionario, y quizás el canto del cisne de lo agrario en nuestra literatura. Leído y releído este volumen tan original, ves bien claro que estos poemas, fulgurantemente imaginativos y vitalistas, fueron haciéndose solos, durante años y años en el Montnegre. Que fueron rezumando y que continúan haciéndolo, obrándose.

En Obreda la naturaleza y las personas, la "realidad geohumana" va obrándose, y la maravilla es que lo hace sin intervención voluntaria, en una pura mímesis de sí misma, porque para una mímesis absoluta haría falta la desaparición absoluta del intermediario.

"Veo un verso de Ovidio en el perfil del Corredor", dice, y eso me lleva a pensar a mi vez en un verso de Las metamorfosis. "Las metamorfosis" también habría sido un buen título para este poemario. Pienso en cuando Ovidio cuenta el mito de Pigmalión. Pigmalión esculpió la figura de una doncella tan y tan real, de una mímesis tan absoluta que, según Ovidio, si la escultura estaba quieta no era porque no pudiera moverse, sino, al contrario, por modestia. Y entonces escribe "ves cómo el arte esconde su arte", queriendo decir que la mímesis era tan completa que el artificio, el escultor, no aparecía por ningún sitio.

Un creador puro no puede sino esconderse, como Dios.

Toni Sala, Comelade, Casassas, Perejaume(Barcelona, Edicions 62, 2006)

  • Poesía Dibujada
  • Massa mare
  • Música de poetes
  • Premi LletrA