Nací un 7...
Nací un 7 de febrero del año cuarenta, el 14 del mismo mes, doce años más tarde, mi madre decidió constituirme en huérfano. No sé si fue para vengarse o sencillamente la movió un instinto de imitación. Efectivamente, cuatro meses antes, yo me había fugado de casa, aprovechando la ocasión de que mi padre, hombre muy temeroso de Dios, había convenido entregarme a una secta de devotos barones del campo, que aún tenían los ardores de haber ganado la guerra.
Todos estos hechos tenían como escenario un hogar campesino de la zona sudeste de la mayor de las Islas, hogar edificado por mi abuelo materno con piezas de piedra arenisca, que extraía él mismo de una cantera de allí cerca. Este abuelo se había marchado a la Argentina, en un transatlántico cargado de eslavos, que bebían, cantaban y sudaban dentro de la bodega. En ese país se añoró tanto que tuvo que volver, sin traer otra cosa que un revólver que bien pronto se oxidó, expuesto a los malos tratos de los niños.
De este modo, pasaba los inviernos en compañía de aquellos devotos, en la Capital; en verano, en cambio, ayudaba a mi padre en su pasión más definida: construir paredes secas con el fin de dividir y subdividir un carrascal que se había comprado con las joyas de su esposa.
Esto duró hasta mis dieciocho años. A partir de entonces no creo que haya que mencionar nada en especial.
Miquel Bauçà
"Nota del autor" a Obra poètica (Empúries, 1987), reproducido con autorización editorial