Escribir (pq)

Cuanto más me lo preguntan menos sé el porqué, pero escribo, y lo hago bien a gusto incluso cuando me hacen escribir sobre lo que escribo, como ahora. Empecé pronto. De niño. Me explayaba con las redacciones que me pedían en la escuela y también en las que no me pedían. Como lo hacía en español, el narrador de aquellas páginas cuadriculadas era otro. Una especie de amigo invisible con quien jugaba de mentira a decir grandes verdades, o viceversa, durante las largas tardes que me pasaba solo en casa. Solo y feliz, con la abuela. Después vinieron los veranos de copiar textos en blocs de espiral dedicados a una treintena de los países que salían en mi atlas universal de la Editorial Aguilar. Cada país un bloc, todo un dispendio. Un día de 1976, cuando todavía tenía trece años, pasó un hecho extraordinario. Estaba escribiendo en uno de aquellos blocs, en el escritorio de la habitación de la abuela, con su cama a mano izquierda y una cristalera a la derecha que daba a un patio interior. En la calle se oían los gritos de unos manifestantes invisibles. Levanté la cabeza un momento y vi un rostro extraño. La tenue luz del atardecer sólo me lo dejaba entrever, pero aquellos ojos que me miraban desde el cristal del balcón no eran los del buen niño que todos me querían hacer creer que era, ni tampoco los del valentón que yo creía ser. Yo no existía. Mientras gritaban en la calle me quedé embelesado mirando aquella mirada ajena. Mirándomela sin mirarme. Y, ahora estoy completamente seguro, en aquel momento tuve la certeza sobrenatural de que sería escritor en el futuro, certeza que después he leído que han tenido otros autores. Algunos incluso se han hecho fotografiar para capturar el instante. Veintisiete años después la escritura continúa brotando de mí gustosamente a pesar de los ardientes incendios y las jocosas oleadas. Estoy convencido de que todo lo que ya he escrito y, sobre todo, todo lo que todavía tengo que escribir, ya estaba allí aquel día. En la habitación donde la abuela moriría dos años después, mientras yo le sostenía las manos. Siempre he escrito para reforzar aquella mirada sin hacérmela mía del todo. Quizás por miedo. Hace poco me he dado cuenta de que lo más importante de aquel momento no fue la mirada ni la sacudida que me provocó tomar esa conciencia, sino el hecho de que aquello que la reflejaba no era sólo un espejo. También era un cristal transparente.



Màrius Serra, Caràcters (nº 22, enero 2003)

Datos biobibliográficos


Barcelona, 1963.Escritor y licenciado en Filología Inglesa. Es el único miembro extranjero del grupo de escritores italianos Oplepo (Opificio de Letteratura Potenziale).



Ha publicado novelas -como Mon oncle [Mi tío] (Proa, 1996, Premio Fundació Enciclopèdia Catalana) y AblanatanalbA (Edicions 62, 1999)-, libros de relatos -como La vida normal [La vida normal] (Proa, 1998), galardonado con el Premio Ciutat de Barcelona de literatura catalana 1998- y ensayos -como el reciente Verbàlia. Jocs de paraules i esforços de l’enginy literari [Verbalia. Juegos de palabras y esfuerzos del ingenio literario] (Empúries, 2000), galardonado con los premios Serra d'Or de la Crítica y Lletra d'Or 2000.



Ha traducido del inglés, entre otros, obras de Edmund White, Tom Sharpe, Jayne Anne Phillips, Alexander Stuart y los diálogos de los Hermanos Marx (Groucho i Chico, advocats, 1989), emitidos por Catalunya Ràdio (1990) y adaptados al teatro por Pere Sagristà en el Jove Teatre Regina (1996).



Mantiene una sección semanal de enigmística -juegos de palabras- en el diario Avui desde el año 1989 y desde 1990 es el responsable de la sección diaria de crucigramas de La Vanguardia.

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