Quién soy y por qué escribo

Marià Villangómez Llobet

Me llamo Marià Villangómez Llobet y nací en la ciudad de Ibiza el 10 de enero de 1913. En tal constatación podemos encontrar un inicio de respuesta a una pregunta que debo responder yo mismo: quién soy? Dejaré por insignificantes el día y el mes del año de nacimiento. No viene de un día ni de un mes en lo referente a las características iniciales y al camino de la vida. Ni los astros ni sus dibujos en fantasiosas constelaciones –o el impulso de su movimiento– tuvieron ninguna preocupación respeto a mi manera de ser y mi destino futuro. El año, sin embargo, toma una singular importancia. 1913: eso significa que mis ochenta y un años han transcurrido en pleno siglo XX y en gran parte de su duración, una serie de terribles convulsiones humanas y de veloces cambios, a un ritmo más y más rápido. Si observamos la transformación de mi tierra, la encontraremos también en el paso de una Ibiza antigua y lenta, como en mis años de infancia y de primera juventud, a un creciente panorama turístico. La condición de isleño, de hombre de la Mediterránea, puede que haya influido en mi persona.

Y en mi poesía? Alguien ha hablado, como caracterización esencial, de un “poeta isleño”. A ello le veo una limitación, y además sospecho que el poeta habría existido, y bien parecido, nacido en otras circunstancias geográficas. Habría sentido igualmente la tierra, el paisaje –otro paisaje–, y al fin y al cabo, los campesinos y los marineros ibicencos habrían sido substituidos, sin que fuera consciente de ello, por los agricultores de otros campos o los obreros de unas ignoradas ciudades. Y es también cierto que no me he sentido nunca preferentemente atraido por las capas semíticas –púnicas, arábicas– de mi isla, sino que más bien he mirado, desde un pequeño y querido mundo mediterráneo, hacia el norte, hacia Cataluña y la accidentada configuración europea y su cultura. Ya desde mi infancia, cuando contemplaba en los libros las viejas fotografías, me seducían profundamente las catedrales góticas –es un ejemplo– que los monumentos, también expresivos y bellos, de los países exóticos.

Pasemos, pero, a la primera parte de los hechos ya consignados, a los dos apellidos. Provengo de una profunda sangre insular. Soy ibicenco, lo eran mis padres y mis abuelos. Y de los ocho bisabuelos y bisabuelas, siete eran ibicencos y uno, del que recibí el primer apellido, era castellano, un militar –tenemos su retrato de comandante– que se casó y murió en Ibiza. Los otros siete apellidos, propios de la isla, son palabras bien catalanas: Llobet, Tur, Calbet, Ramon, Ferrer, Planells, Llombart.

El abuelo paterno, un hermano de la abuela paterna y un hermano de mi madre eran farmacéuticos. Mi padre era médico, y es médico mi hermano mayor y apoticario el que me sigue. Mi hermano menor tiene también estudios de medicina. Solo yo fui –o mi padre me hizo ir, viendo mis inclinaciones– hacia las letras. Era bachiller en letras con catorce años. Estudié el bachillerato en Ibiza, pero no había instituto –ahora hay seis– i tenía que examinarme en Palma, y para el título superior, en Murcia. El error fue seguir luego la carrera de Derecho, licenciatura que no me ha servido de nada. Me gustaba poco el estudio del Derecho y aún menos pensar en el ejercicio de cualquier actividad jurídica: también por aquí puedo deducir también un poco quién soy, cómo soy. Ahora bien, los cinco años de estudiante en Barcelona fueron muy importantes en otro sentido, pues favorecieron decisivamente el camino iniciado hacia la cultura y las letras catalanas. Estas son mis raíces próximas. Pero puedo decir, como cualquier individuo, que soy el resultado imprevisto de infinitos y desconocidos azares, que a través de innumerables generaciones han venido a buscarme. La consideración desde la cima de la convergencia de tantos escalones sin interrupción es uno de mis vértigos.

Me dediqué a la enseñanza, y he procurado cumplir con mi responsabilidad mis compromisos profesionales. Por otro lado, sospecho que he sido indolente y contemplativo. Me ha sorprendido, al cabo de los años, ver el grosor, sin embargo relativo, que ha acabado teniendo el conjunto de mis libros. Me ha asustado la persistente crueldad humana, y, entremedio, he buscado algún refugio y he podido disfrutar de largos días de preferida calma. Una pregunta, un deseo, una inconformidad, una aceptación, unos límites, una firmeza… Y el pensamiento de que, tal vez, consistimos en no poder penetrar demasiado en alienas zonas de sombra.

Empecé a escribir versos a los trece o catorce años. No recuerdo por qué. Tampoco lo debía saber. Leía mucho, me interesaba la poesía de los otros. Partía de aquí y de una extraña inquietud. La poesía no es una invención personal, pero supongo que si hubiese ignorado toda tradición poética habría sentido que me faltaba alguna cosa indefinible, la finalidad en ciertos favores de la palabra. Hasta un campesino iletrado de la isla podía crecer dentro de su tradición, y, sin haber oído hablar de poesía y desconociendo la incluso la palabra, se agitaba con la necesidad interior: «jo aniré prenguent conhort / anant per ses altres bandes / i oblidant-te a poc a poc / enc que et recordi a vegades». O: «ja som a s’hora arribada / que haurem de viure oblidats: / jo me n’enduc s’enyorança / si tu no te l’has quedat». Yo sentía también cómo nacían unas exigencias, junto con el amor y el agradecimiento a la palabra catalana. Durante mucho tiempo pensé que solo escribiría poesía. Más adelante llegó la prosa. No he sido nunca un profesional de las letras, y en este sentido elegí unas actividades que no tenían nada que ver con la literatura. Me he referido a los años primeros, donde yace el nacimiento de lo que sigue, y he explicado sobre todo unos hechos concretos, sobre los que se podrá adivinar una contestación a las cuestiones propuestas.

  • Poesía Dibujada
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