Quién soy y por qué escribo

Lluís Prats

¿Por qué escribo?, me preguntan. De forma abrupta, sin darme cuenta, habría afirmado que no tengo ni idea. Pero mientras pensaba la respuesta que acabáis de leer se me ha ocurrido que los papeles que escribo, que unas veces terminan siendo novelas y otras no, son una especie de introspección. Viajo de nuevo a la infancia, al momento en que un libro o una película en sesión doble de domingo por la tarde te alejaba de los tonos grises del tardofranquismo y los primeros años de la democracia.

Creo que debo la pasión por la lectura (y después, por la lectura) a una novela que leímos en voz alta en clase, en tercero o cuarto de primaria. La novela lleva por título El zoo d’en Pitus. Me divertí, me sentí identificado y la viví muy intensamente. Nunca la he vuelto a leer porque la tengo fresca en la memoria y no me gustaría romper la magia que sentí a los nueve años. Sin duda, fueron los buenos sentimientos lo que me conmocionó: el ideal, la bondad y las intenciones de los personajes. Lo mismo que se preocuparon mucho de inculcarme en casa. Ahora, en algunas universidades americanas se dice que la bondad es uno de los rasgos fundamentales de la inteligencia. Con el paso de los años, tras haber invertido miles de horas enseñando a niños y adolescentes, me he dado cuenta de que sí, de que las personas más inteligentes que he conocido a menudo son muy buenas personas: desde un punto de vista kantiano, aristotélico, cristiano o ateo, da igual, pero humanas. Y es este humanismo lo que de una forma naif, increíblemente inocente, procuro escribir. Recuerdo unas palabras de Lluís Llach, que decía que si un día a un niño le preguntamos qué quiere ser de mayor y nos responde que buena persona habremos encarado el futuro con acierto. Pues eso.

Una vez, alguien me dijo que escribes porque tienes algo que decir. Quizás sea verdad. En la mayoría de las novelas que he escrito, desde Hachiko. El perro que esperaba, pasando por La pequeña coral de la señorita Collignon o Kambirí, hay un hilo conductor: mostrar, apuntar, nunca pontificando (pienso que las ideas, como el amor, no se pueden imponer porque a menudo se consigue el efecto contrario), que la felicidad no consiste en pisar los otros ni en ser "el más rico del cementerio", sino en hacer del mundo un lugar más amable. Con el tiempo he comprobado que, para mí, escribir es rabiosamente comprometido. Las emociones, la compasión, la ternura, los otros, son importantes en los papeles que escribo.

Hay un delicado equilibrio entre la historia y la manera como la cuentas. En mi caso, siempre procuro que esta construcción de la sensibilidad entre el continente y el contenido sea proporcional. Me explico. Que la prosa, la palabra acertada, no ningunee la historia ni al revés. Por este motivo la parte más importante del proceso es sin ningún tipo de duda la reescritura (15-20 revisiones de manera constante), para encontrar la palabra, la metáfora, la imagen más adecuada manteniendo el equilibrio antes mencionado.

Me gustaría que algún día los lectores recuerden aquel autor que les hizo sentir, emocionarse, y para mí todo esto son pequeñas certezas a las que me agarro como un náufrago. De pequeño me gustaba ver películas en las que los buenos ganan o los que se aman acaban besándose. En esto, como autor soy cien por cien capriano (de Frank Capra y de Joan Capri, de ambos): Happy End.

Si consigo que jóvenes y no tan jóvenes disfruten con la prosa que procuro delicada, si dentro de veinte o treinta años recuerdan que de pequeños un libro les emocionó y aquello les llevó a buscar otros que los hicieran disfrutar, daré el incierto provecho de esta esforzada aventura por muy pagado.

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