Julià de Jòdar

Manel Ollé

Julià de Jòdar se dio a conocer en 1997 con, el primer volumen de una trilogía titulada, que deslumbró a la crítica y se alzó con el Premio Ciutat de Barcelona. Ganó el prestigioso Premio Prudenci Bertrana 2003.

Julià de Jòdar (Badalona, 1942), ingeniero técnico químico (1964) y licenciado en historia moderna y contemporánea (1973), cursó estudios de teatro en la Escola d'Art Dramàtic Adrià Gual, donde formó parte del equipo de Ricard Salvat en diferentes montajes, entre otros Ronda de mort a Sinera (1965). Desde entonces ha trabajado en el mundo editorial. Participó activamente en la lucha antifranquista dentro del movimiento estudiantil, el sindicalismo radical y la izquierda independentista. En 1984 se presentó sin éxito al Premio Josep Pla con una novela de doscientas holandesas titulada La pira dels dies [La pira de los días], que quedó sin publicar. A partir de la cantera de este material inédito y germinal, Julià de Jòdar puso en marcha un proceso de indagación, reescritura y profundización que a lo largo de más de veinte años se ha ido expandiendo y cristalizando en el millar largo de páginas de la trilogía L'atzar i les ombres [El azar y las sombras], sin duda uno de los grandes hitos de la narrativa catalana contemporánea.

La trilogía L'atzar i les ombres explora el proceso de formación de la conciencia moral de un muchacho, Gabriel Caballero, hijo de unos inmigrantes, que vive en el barrio que se extiende alrededor del cruce de las calles Guifré y Cervantes (dos calles que realmente existen en el barrio de Gorg de Badalona), a partir del impacto de tres hechos de sangre que remueven las aguas estancadas y calmas de la paz franquista. Al margen del realismo de receta, encontramos aquí la hibridación de generaciones, la inclusión de sueños, apariciones, subgéneros, canciones, símbolos e introspecciones psicoanalíticas. Ahondando en el pozo de la historia oral, "el chico que tomó el relevo de la tia Eulògia", Gabriel Caballero, protagonista y narrador, asediado y desmentido por versiones y documentos contradictorios, explora los recuerdos y los espejismos de un adolescente que se inventa en sí mismo mientras lo modelan la familia, el barrio, la fábrica y la experiencia concreta de la Historia con mayúsculas. Contemplamos aquí el aprendizaje moral de alguien que escribe una trilogía donde explora los caminos de la imaginación y la memoria. A medida que avanza esta trilogía vemos a contraluz cómo, a partir de datos biográficos, se construye una ficción que se contradice a sí misma y al mismo tiempo aspira a forjar verdades literarias.

Julià de Jòdar ejerce al mismo tiempo de mitógrafo y de analista, superpone y hace dialogar diferentes sentidos en una serie de novelas de formación que son a un tiempo un fresco social. En sus novelas se suma la capacidad de hacer latir la memoria de la Badalona de posguerra con un planteamiento novelístico exigente y radical, que se sirve de las técnicas y los recursos de la modernidad (fragmentación, polifonía, dialéctica ficción-verdad, lirismo, monólogo, ensayismo, punto de vista...) como instrumentos incisivos de conocimiento y de restitución verbal de la complejidad frente a los discursos simplificadores. En este punto dulce de equilibrio entre la fuerza evocativa y la fuerza cognitiva de la literatura aparece el resultado infrecuente de un proyecto novelístico de primer orden.

La primera parte de la trilogía, L'àngel de la segona mort (1997) [El ángel de la segunda muerte] nos transporta al año 1956, se centra en la resonancia mitificada de la violencia revolucionaria de la Guerra Civil en un adolescente de catorce años, que vive en una familia menestral de madre castradora y padre fantasmal, así como el recuerdo de la muerte de un panadero a manos de un pelotón anarquista. A partir de un nuevo hecho de sangre, se nos muestra la precariedad de un orden de posguerra hecho de renuncias y traiciones en el seno de un barrio derrotado. Se nos habla de un mundo desposeído, regido por las leyes del deseo reprimido, de la desmemoria y la miseria moral, de los pactos tácitos y los tabúes, Con prosa de largo aliento, la novela reflexiona sobre el sentido de culpa, sobre el bien y la verdad.

La segunda parte de la trilogía, El trànsit de les fades (2001) [El tránsito de las hadas] muestra el despertar del deseo a través de un drama sentimental. El protagonismo coral se cede a unas mujeres amargadas, deseadas o malqueridas, que evocan el clima moral de finales de los años cincuenta. Julià de Jodar retoma aquí personajes, ambientes y escenarios de L'àngel de la segona mort situando los hechos en la Semana Santa del año 1957, un año después del final de la primera parte de la trilogía. Gabriel Caballero es en esta segunda entrega de la trilogía un adolescente que despierta al deseo. El pretexto argumental lo da la confluencia de diferentes tramas en un enredo con aire de folletín: un asesinato como en la anterior novela, pero en este caso más cerca de un crimen pasional entre decorados de vodevil. Decir "el deseo" a finales de los años cincuenta es más o menos lo mismo que decir la ilusión y la represión. En la novela de Julià de Jòdar las mujeres viven en general la hipocresía moral del franquismo con un poco más de dignidad, con más capacidad de proyectar su deseo. Los hombres están más cerca del discurso oficial, no encuentran una manera fácil de escapar a las duplicidades de la época.

Bien pronto el lector conoce los detalles del crimen, pero lo que interesa a Julià de Jòdar es acompañarnos por la trama de la tragedia. Dosifica las referencias históricas y las concentra en el ámbito geográfico preciso del barrio, nos evita el diorama y el esquematismo: la amalgama de nombres y apellidos de procedencia diversa se estiliza en una imagen filtrada, que no pretende ser documental. La época del Plan de Estabilización se reconstruye en minúscula, en tres o cuatro microclimas -la tienda de ultramarinos, con los almacenes y la trastienda, el taller donde cosen las modistas, la fábrica textil, la compañía teatral itinerante-, jugando con la fuerza evocadora de referentes muy concretos: objetos, giros, proyecciones del imaginario de la época, actores famosos, canciones... Los elementos de la cultura popular, de la cultura material, de los dialectos de un tiempo y un lugar concreto y mineral son utilizados con intención artística. Todo ello con la precisión de la miniatura y la proyección en un discurso y una red simbólica que tienden a universalizar los referentes.

Además de hacer revivir un tiempo abolido, Julià de Jòdar sabe jugarse la novela en cada frase, con una prosa con textura propia que envuelve los hechos, una prosa de cronista que transmite otras voces y las hace suyas en una polifonía de matices, que sabe dar un sentido mediante la disposición de los materiales, que da pistas, que se adelanta a los acontecimientos, que los procesa y al mismo tiempo se los mira de muy lejos, dándoles el acento que les cuadra: el cronista es, en definitiva, el artífice del mundo verbal y del mundo imaginativo que transitamos.

La trilogía L'atzar i les ombres culmina con El metal impur (2005) [El metal impuro], novela ganadora del Premio Sant Jordi. En este tercer episodio vemos a Gabriel Caballero salir del barrio, encaminarse a la gran ciudad, entrar en el mundo masculino del trabajo. La novela expone un rito de paso, un bautizo de fuego en una fundición suburbial, situada cerca de la desembocadura del río Besós. La novela reúne la fuerza mítica de un crisol alquímico y la nitidez hiperreal y requemada de los óxidos y el polvillo del metal en una nave donde se ejecutan peligrosos rituales industriales. Este trayecto de iniciación del protagonista, Gabriel Caballero, en el mundo de los adultos activa la navegación de un buque narrativo chispeante de sugerencias, transmitido con un abanico de registros que van desde los diálogos llenos de vivacidad, y las inserciones de coplas y dichos, hasta una prosa ensayística y digresiva, capaz de integrar en un discurso esencialmente literario todo tipo de saberes históricos, psicológicos y antropológicos, sin cargar de plomo las alas del relato, enriqueciendo su densidad moral y haciendo literatura con ideas que se mueven, que asedian a unos personajes y unas situaciones que son siempre acuciantes interrogaciones. Se podría definir El metal impur como una sofisticada y potente herramienta de introspección, que hurga en la dinámica que se establece entre la memoria, la identidad y los juegos de tensiones históricas, familiares. En ella vemos el barrio y la fábrica como espejos y conformadores del yo.

Julià de Jòdar plantea la novela a partir de unas pocas escenas que se retoman y se despliegan a la manera de semillas germinales, cargándose de sentidos, de fuerza emocional y simbólica, de razones y de reflejos. Está en primer lugar el trayecto a pie por la vía del tren desde Guifré y Cervantes hasta el otro lado del Besós, en la zona donde se alza la fundición y donde se sitúa el grueso de la novela, entre La Catalana, La Mina y el Campo de la Bota. En este trayecto transcurre la huida iniciática del seno materno. Por el camino aparecen repentinamente personajes que marcan de incertidumbre visionaria el paso por el suburbio de yermos, playas sucias, muros industriales, solares infestados de ratas y estaciones abandonadas: un viejo eremita, una seductora gitanilla del Camp de la Bota que le ofrece una bala que recogió en la zona de los ajusticiamentos, el mago Le Chang, el chino de Badalona... La escena nuclear de la novela la encontramos en un accidente laboral en la fundición, que cifra todas las tensiones de un mundo industrial en transformación al principio de la década del "desarrollismo": con patrones franquistas, encargados católico-pujolistas-porciolistas, sindicalistas clandestinos, obreros ambiciosos... Julià de Jòdar construye la ficción y su reverso. El manuscrito de El metall impur lo encuentra en el mercado de los Encants el señor Lotari -protagonista del primer relato de Zapata als Encants (1999)-, que intenta verificar los referentes, los nombres propios, llenando la novela de fotografías y documentos de archivo. Se intercala así la investigación de la verdad factual que hay tras las fabulaciones. Paradójicamente, la constatación de que el narrador no es fiable, que inventa y deforma, no hace otra cosa que reforzar la veracidad y la potencia imaginativa del relato.

Al margen de las tres novelas de la trilogía L'atzar i les ombres, Julià de Jòdar ha publicado dos novelas más. Los tres relatos encadenados de Zapata als Encants (1999) recogen la memoria rota de la ciudad de Barcelona a través de materiales de desguace: cartas, papeles tirados, historias grotescas. Metáfora del despilfarro del patrimonio colectivo, el mercadillo de los Encants son el lugar donde los hijos venden los manuscritos y los objetos que tenían que preservar. Este desguace que se da en la novela es cultural y sentimental. La novela habla en clave de sátira mordaz del tiempo de las utopías y las imposturas. Encadena relatos tragicómicos, llenos de nombres propios y referentes que nos remiten al mundo de la progresía, de la cultura y de la política antifranquista de los años sesenta y setenta.

En 2003 Julià de Jòdar ganó el Premio Prudenci Bertrana con L'home que va estimar Natàlia Vidal [El hombre que amó a Natàlia Vidal], novela de arte implacable y nada balsámico, hecha de retazos y obsesiones, plena de opiniones contundentes, sobre el Foro 2004, sobre la Escuela de Barcelona, sobre la Nova Cançó... En torno a la muerte de una directora teatral de prestigio y del eco de un montaje teatral de una obra de Ibsen, la novela construye un relato de amour fou que es al mismo tiempo un carnaval de espejos y voces a la deriva (fragmentos de dietario, cartas, voces de ultratumba, monólogos...), con más interrogantes que respuestas, con un humor roto y amargo y momentos de intensidad lírica. El marido y actor de la directora fallecida, Alexis Robles se encierra en casa cuatro semanas con el cadáver y con los restos de su naufragio vital: los objetos de la cámara desarreglada dan paso al exorcismo del corazón y a una radiografía de la Cataluña tardofranquista y de la Transición. La novela se deja leer casi como un roman à clé, con personajes reconocibles, más o menos basados en Fabià Puigserver, Joan Manuel Serrat, Guillermina Motta ...

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