Han dicho...

Cuando un autor observa la realidad desde la altura nos descubre un mundo que los que nos movemos a ras del suelo no sabemos ver. La concreción se observa mejor desde la distancia, los detalles se muestran con más claridad, se separa el grano de la paja con una mirada penetrante que lo hace todo más entendedor.

Josep Maria Esquirol nos aporta serenidad en un mundo alborotado por la actualidad rabiosa, por el discurso compulsivo, por una masa crítica de información que nos aleja de la comprensión de la realidad y alimenta un mundo de fantasías. Reclama la urgencia de recuperar la vocación de pensar. La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad es una reflexión que rompe lo políticamente correcto y se atreve a ofrecer una mirada metafísica, modesta y a su vez entendedora sobre los retos de la modernidad política, económica y tecnológica.

En este ensayo corto pero muy elaborado y pensado se hace un elogio de la dignidad de la vida sencilla de las personas que no hace falta que estén rodeadas por la fama, la notoriedad, la heroicidad, el honor o la riqueza. Se debería volver a la normalidad de hacer grande las cosas pequeñas porque están asociadas a las actitudes de personas que actúan desde la proximidad, sin otro objetivo que hacer las cosas bien hechas. Si se recupera la cotidianidad, el día a día, se entra en el universo más inmediato en el que se encuentran siempre los otros.

La fortaleza, la paciencia y la resistencia son una misma cosa, nos dice Esquirol. Saber resistir, saber aguanta, saber proteger la propia identidad es importante para no perder la personalidad. No ceder al dogmatismo de la actualidad. En este punto, Esquirol es categórico: “La verdadera resistencia a la actualidad consiste en no ceder al dogmatismo. No hay otra. A veces será pública y se hará vistosa, y a veces, discreta y silenciosa.”



Esquirol destaca la fraternidad como la clave del famoso lema revolucionario francés y profundiza en ella para caracterizarla como el rasgo distintivo de la propia humanidad. Frente a la certeza de las propias limitaciones y la lejanía o inexistencia de un paraíso perdido, nos descubrimos viviendo en los márgenes, en la intemperie de las afueras. Una precariedad acentuada, algo apocalípticamente, cuando nos describe el presente como “un hoy degenerado ya desde el amanecer”. Aquí, fuera de los límites de la plenitud, la vida humana solo es posible gracias a la generosidad: “La bondad de las acciones de unas personas hacia otras […] es la esperanza del mundo”. La reivindicación desacomplejada de la verdad, necesariamente activa y desprendida, resulta especialmente sugeridora y, a la vez, peligrosa, al acercarse en algunas expresiones a los argumentos de la autoayuda que lo fían todo a los abrazos y el afecto para arreglar el mundo. Consciente de este abismo, Esquirol se rodea de un más extenso y poblado mundo de referencias filosóficas, de clásicos como Nietzsche y Francisco de Asís hasta pensadores actuales.

La apuesta por la sensibilidad no se contrapone a la dimensión racional humana. Para el autor, “no es necesario edulcorar la inteligencia con la dimensión emocional porque ya de por si el sentir es inteligente”. Esta reivindicación lo lleva a una distinción entre pensamiento, entendido como creación y acción, y conocimiento, leído en un sentido más pragmático y pasivo. Esquirol denuncia como este último se habría ido imponiendo, priorizando el individualismo, la fatalidad y el cientifismo.

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