Josep Maria de Sagarra

Marina Gustà (Universidad de Barcelona)

Barcelona, 1894-1961. Poeta, novelista, dramaturgo, periodista y traductor

Josep Maria de Sagarra es uno de los más claros ejemplos de escritor completo de la literatura catalana. Cultivó el verso con una calidad extraordinaria, tanto en poesía como en teatro, y también escribió en casi todos los géneros de la prosa: novelista, brillante articulista periodístico, gran memorialista y cronista de su tiempo. Sagarra, como Verdaguer, tiene el don de la lengua, una lengua viva y rica, nada artificiosa, nada arbitraria, una lengua que conecta con el lector aal instante. El criterio rector de la obra de Sagarra lo resume él mismo diciendo que sólo busca distraer y conmover: "Cazar el calor de la vida".

La infancia y la adolescencia de Josep Maria de Sagarra transcurrieron en una casa donde «el clima de unas existencias remotas continuaba presente en los olores, en los objetos y hasta en las costumbres». La «mentalidad del siglo dieciocho» impregnaba la vida familiar del caserón de la calle de Mercaders, escenario de trescientos años de residencia barcelonesa de un linaje de señores rurales. El futuro escritor, nacido en 1894, empezó a revolver la biblioteca de la casa bien pronto, casi tan pronto como se iniciaba en la frecuentación de las abigarradas reliquias de la historia familiar. Las lecturas del Siglo de Oro y de los románticos españoles, de Verdaguer y de Pitarra fueron las primeras fuentes de inspiración y de imitación de un chico que empezó el bachillerato de los jesuitas sin que componer versos tuviera para él ningún secreto. En el colegio, sin embargo, consolidó la métrica y estudió retórica, y descubrió a Dante, Ariosto y Costa i Llobera: «el gusto por los clásicos y el gusto por la gran pompa» marcarían sus inicios literarios.

El círculo de amigos que frecuentó en la Facultad de Derecho (Carles Riba, Lluís Valeri, Eudald Duran Reynals ...), el hábito, iniciado bien pronto, de contribuir a los Jocs Florals, el conocimiento de figuras tan opuestas como Guimerà y Carner, la frecuentación de las dependencias del Institut de Estudis Catalans y de la redacción de La Veu de Catalunya, la integración en la peña del Ateneo Barcelonés, formada por personas bastante mayores que él, irían haciendo de cojín social para el papel de poeta que Sagarra asumiría de lleno en 1914 con el Primer llibre de poemes [Primer libro de poemas]. Producto de la selección de su obra escrita, este volumen deja ver -por debajo de la riqueza plástica y la tendencia a derivar la experiencia lírica hacia la narración poética (que serán características distintivas de su poesía)- el descubrimiento adolescente de la naturaleza, con un juego compensado de sensualidad y melancolía. La pompa clasicizante ha desaparecido aquí en favor de la experiencia personal como materia prima poética. El libro fue el arranque de una carrera fulgurante y productiva que en el espacio de pocos años se diversificará en el cultivo de todos los géneros, y que no se interrumpirá hasta la Guerra Civil. Por entonces, con veinte años, lo que Sagarra prevé es dedicarse a la diplomacia, que podría compaginar con la literatura. Pero ya en 1918 decide que su profesionalización no pasa por los consulados sino por el proverbial periodismo. Y no sabe que pasará también con otra actividad que emprende entonces y en la que se estrena este mismo año: la de autor dramático. Esta trayectoria se inicia en el Teatro Romea, con Rondalla d'esparvers [Rondalla de gavilanes].

A partir de aquí, y hasta el estallido de la Guerra Civil, se suceden los libros de poemas y las obras de teatro, con el trasfondo constante de las colaboraciones periodísticas; y sin olvidar una dedicación -menor- a la narrativa en prosa. Un extraordinario dominio de la lengua y una facilidad innata son sólo en parte responsables de su prodigalidad grafómana y de la relación idílica que mantuvo con el público, especialmente el teatral.

La poesía

El género poético de la canción representa gran parte de la producción lírica de Josep M. de Sagarra después de su primer libro, donde convivía con la balada, la égloga y otras formas. Una serie de recopilaciones lo revelan ya en el título: Cançons de abril i de novembre [Canciones de abril y de noviembre] (1918), Cançons de taverna i d'oblit [Canciones de taberna y olvido] (1922), Cançons de rem i de vela [Canciones de remo y vela] (1923) y Cançons de totes les hores [Canciones de todas las oras] (1925). El poeta despliega, en cada una de ellas, una experiencia o un estado del espíritu. Lo hace, en general, con composiciones estróficas y de verso largo, según el modelo libre del canto leopardiano; pero también da entrada -si se quiere a modo de correlato- a esquemas más populares y temas relacionados. Su poesía se aleja del camino imperante desde el novecentismo: por una parte, su actitud se aproxima al "maravillamiento" maragalliano ante la realidad; por la otra, el deslumbramiento por las palabras y su facilidad para emplear una imaginería muy expresiva lo alejan de la contención expresiva (la maragalliana y la posterior). El otro interés del Sagarra poeta es el poema narrativo de tono legendario, que lo llevará a la composición larga, con raíces en la balada romántica. El mal caçador [El mal cazador] (1915) y El comte Arnau [El conde Arnau] (1928) retoman dos motivos de los que Maragall había dado la última y esencial visión. Sagarra despliega de forma narrativa las dos leyendas, pero no vuelve al héroe romántico que desafía lo absoluto, sino que elimina todo lo que puede el misterio y el milagro, y, en cambio, acentúa los elementos susceptibles de un tratamiento realista que, a menudo, se resuelve en pintoresquismo.

En La rosa de cristall [La rosa de cristal] (1933) se percibe un cambio que se confirmará en Àncores i estrelles [Áncoras y estrellas] (1935, Premio Joaquim Folguera): un tono más contenido e intimista, menos descriptivo; una tendencia a la especulación metafísica a partir del sentimiento amoroso, el uso del verso libre; la consistencia discursiva del yo poético. Todo ello hace a Sagarra más próximo al postsimbolismo característico de estos años. Entre el Ecuador i els Tròpics [El Ecuador y los Trópicos], terminado en 1937 y no publicado hasta 1945, no diverge esencialmente de esta tendencia, pese a la peculiaridad del motivo tahitiano, procedente del viaje a la Polinesia en 1936. Examinar la consistencia del yo poético que se despliega en estos libros pone de manifiesto unos elementos de continuidad en su visión del mundo (muy teñida de escepticismo), que habría que poner en relación con el resto de su obra y con el hecho de que después de 1937 no publicará más recopilaciones poéticas.

El teatro

El poema dramático es el género que proporcionó a Sagarra sus éxitos teatrales más sonados. También lo esclavizó, pues algunos intentos de distanciarse no dieron los resultados esperados: era el riesgo de la profesionalización. Desde un punto de vista literario, esta inclinación del autor es complementaria de la que también mostró por el poema narrativo. Quizás la fascinación que ejercía sobre él el escenario se alimentaba también de la imaginación del pasado suscitada por la historia familiar y sus reductos. Desde Rondalla d'esparvers, muchas de sus obras tienen siempre como núcleo un conflicto triangular y un final feliz recurriendo al arrepentimiento y el perdón, y éstas constituirán el grueso de su producción teatral. El costumbrismo histórico y el patetismo -derivado más de un particular «efecto verso» que de las situaciones dramáticas- serán sostenidos por una galería de hostaleras, herederos, masoveros, hijas mayores, amos y criados que representarán acciones situadas, la mayoría, entre el siglo XVII y el inicio del XIX (los tiempos de la nostalgia de Sagarra, a la manera de las Geórgicas y que se corresponde con la mitología de los orígenes familiares). La eficacia, dentro de estas coordenadas, de Marçal Prior (1926), La filla del Carmesí [La hija del Carmesí] (1929), La corona d'espines [La corona de espinas](1930) y L'hostal de la Glòria [El hostal de la Gloria](1931) explica sobradamente su éxito; el mismo éxito que obtuvo El Cafè de la Marina [El Café de la Marina] (1933), que situaba la acción en la época contemporánea. Admitiendo el reduccionismo que implica este recurso, el lugar y el sentido de la obra dramática de Josep M. de Sagarra se inferirían, posiblemente, de dos afirmaciones: la de Jordi Carbonell, según el cual «Josep M. de Sagarra sostuvo, más que nadie, sobre sus hombros el teatro catalán desde los años veinte hasta su muerte», y la de Josep Pla, para quien «Sagarra ha escrito lo que se (...) habría tenido que escribir entre el siglo XVI y Verdaguer».

La prosa

Además del periodismo (publicó dos recopilaciones: Cafè, copa i puro, en 1929, con artículos procedentes de La Publicitat, y L'aperitiu [El aperitivo], en 1947, con material de la sección de Mirador del mismo nombre), Sagarra aplicó toda la brillantez de su prosa a la narrativa de ficción: Paulina Buxareu, aparecida en 1919, es un producto de época, perfectamente adecuado a las características de Editorial Catalana, el sello que la publicó. A la vista de las dos novelas posteriores, ésta pasó a ser parte de un proyecto: la definición de los diversos sectores sociales del país, tarea que Sagarra asignaba a la novela, según un concepto más bien decimonónico del género (y que tiene cierto paralelo en las convenciones narrativas utilizadas). All i salobre [Ajo y salobre] (1928) tiene como protagonista a un seminarista sin vocación, tan primitivo como «corresponde» al escenario de sus penas: la geografía del cabo de Creus y la comunidad rural que allí vive aislada. Vida privada [Vida privada (Premio Crexells 1932) se sitúa a distancia: es un retrato del «gran mundo» barcelonés y sus adherencias durante los años que preceden la República y los primeros tiempos del nuevo régimen. Rigurosa contemporaneidad, eficacia estilística, tour de force estructural (aunque no del todo logrado), osadía «costumbrista», hacen de este libro una obra única en la trayectoria de Sagarra. Lo es menos, y cobra todo su sentido, cuando nos damos cuenta de que el autor ha trasladado a esta novela las claves de su posición histórica: la casi mitificación de principios del siglo XIX y el descalabro que supuso la Gran Guerra, auténtico final del siglo y disparo de salida de lo que Sagarra considera la estúpida vorágine de los tiempos modernos, que no deja de fascinarlo por lo que tiene de cosmopolita y pintoresco en su versión barcelonesa. La «vida moderna» -porque hay una antigua, conservada en el reducto de la memoria familiar y personal- tiene su encanto.

Los últimos años

La otra guerra, la guerra civil española, significó la desaparición del paisaje barcelonés que todavía ligaba el pasado con el presente. Sagarra vivía y escribía a partir de este vínculo. Desconcertado, sintiéndose inseguro, se va París, donde se casa y, casi inmediatamente, emprende viaje a Tahití. Esta evasión polinésica dura ocho meses. Después de volver a París, un breve exilio lo lleva a Prada y, finalmente, a Banyuls. Desde allí vuelve a Barcelona en 1940. La situación a la que se tiene que adaptar no tiene nada que ver con la que le había permitido vivir profesionalmente con tranquilidad hasta 1936. Todo había sido desmantelado: tertulias y peñas, periódicos y revistas, contacto con el público, engranaje editorial, vida noctámbula ... La popularidad de Josep M. de Sagarra había perdido su escenario.

La traducción -compromisos contraídos por mecenazgo- se convierte en su trabajo prioritario: acaba la versión de La Divina Comedia en 1941 y emprende la del teatro de Shakespeare. Interviene, mientras tanto, en actividades clandestinas, a la vez que vuelve a escribir obra original (El poema de Montserrat, entre 1942 y 1945). En cuanto le es posible, vuelve al teatro, con la reposición de L'hostal de la Glòria. Pero ahora sus intereses dramáticos van por otros derroteros: Sagarra intenta responder a su falta de encaje presentando conflictos modernos en un mundo moderno. El público, sin embargo, no aceptará a un Sagarra que no le hace volver al pasado. Ni La fortuna de Sílvia (1947) ni Galatea (1948), obras muy estimables, disfrutarán de los favores de la taquilla. En cambio, la reanudación del poema dramático (L'hereu i la forastera [El heredero y la forastera], 1949, le hará recuperar la confianza de su público. Pero sus expectativas se superarán con creces con la pretendida contemporaneidad de La ferida lluminosa [La herida luminosa] (1954), melodrama lacrimógeno de pretexto religioso que constituye un éxito inaudito. Sagarra se ha ido distanciando ya de los grupos resistentes: nombrado consejero de la Sociedad General de Autores, pasa frecuentes estancias en Madrid, se aproxima a algunos sectores oficiales e intenta encontrar salida a su creciente incomodidad. Morirá, sin conseguirlo, en 1961, convertido en una figura polémica. Un balance final de sus últimos veinte años tendría que destacar la dimensión superior de dos de sus libros en prosa, justamente el género donde decía que se sentía menos comprometido: La ruta blava (de 1965, pero publicado en castellano en 1942 como El camino azul), escrito durante el viaje por la Polinesia, es el diario de una huida imposible; sus Memòries [Memorias] (1954) son la elegía por un pasado del que se ha perdido el rastro. Las menudencias de la Historia y la reconstrucción imaginativa dan razón de la materia temática de una buena parte de sus versos. La expresión directa de su interpretación personal de la realidad, sin las trabas aparentes de la ficción, da, finalmente, el sentido de su obra.

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