Quién soy y por qué escribo

Con (1948) Jordi Sarsanedas inicia una obra que representa un momento importante en la recuperación de la cultura catalana después de la Guerra Civil. Su obra oscila entre la cotidianidad y la iluminación más o menos onírica, y en sus primeros versos se nota la influencia del poeta vanguardista Joan Salvat-Papasseit (1894-1924). A pesar de las reflexiones morales que impregnan su poesía, desde el primer momento es un autor que se aleja del realismo social de la posguerra. El corpus central de su obra poética está recogido en , galardonado en 1990 con el premio de la Crítica Serra d'Or. Cuatro poemarios recientes, publicados entre 1999 y 2005, confirman la plena vitalidad de un poeta que, a menudo, ha vivido a la sombra de su importante labor como narrador.

Un buen día de 1947 me encontré escribiendo. Naturalmente, ya hacía muchos años que había aprendido las primeras letras, por los caminos trazados por Maria Montessori, por si hace falta la precisión. Pero aquel día que digo, yo, con más alegre naturalidad y entusiasmo que ambición declarada, entré en el juego de la vida literaria, pero viviéndolo como algo radicalmente serio.

Los poemas que entonces escribí y que más adelante publicaría en mi primer libro, A trenc de sorra [A ras de arena], estuvieron expuestos, manuscritos con tinta china en hojas de papel de dibujo, en la galería Pictòria, junto con obras -pinturas, esculturas- de los compañeros con los que formamos y presentamos de esta forma el Grupo de los Ocho. A la policía no le gustó nada, porque en aquel tiempo no les gustaba que la gente formara grupos. Creo oportuno mencionarlo aquí: siempre me he sentido cerca de las artes plásticas, y no únicamente porque me hubiera familiarizado mi padre con ellas, pues fue uno de los introductores en Cataluña del arte del urushi, la laca japonesa, ni porque mi mujer, Núria Picas, sea pintora.

Que a los veintiún años yo me encontrara escribiendo no tuvo nada de sorprendente. Estaba preparado. Había tenido la suerte de ir a un colegio que nos ponía en las manos los libros de la Protectora y donde el clima permitía que las lecturas fueran hechas de buena fe, y también la suerte de que en casa hubiera libros: la colección Bernat Metge, Nuestros Clásicos, los volúmenes de la Biblioteca Literària,, de la Biblioteca Catalana, los libros naranja de la editorial Proa ... Y poesía: un poco de Carner, Sagarra, Salvat-Papasseit, Verdaguer ... Leí mucho, tumultuosamente, de todo, mezclando títulos de la manera más injustificable -Julio Verne y Dostoievski, Folch y Torres y Aldous Huxley-, pero quiero creer que alcanzando en cada lectura cierto grado de aprovechamiento, mayor o menor, aunque fuese bajísimo. Y cuando el exilio me hizo conocer la enseñanza francesa, las "explicaciones de textos" hicieron que tenga que agradecer a un par o tres de buenos profesores las lecturas de Villon, Ronsard, Baudelaire, Apollinaire, Gérard de Nerval... Es de suponer que, en algún momento o en varios de mi educación, en Cataluña o en Francia, yo debí de sentir el aguijón que refleja la frase Anch'io son pittore. Por otra parte, es bastante obvio que los encargos de redacción escolar -narración, dissertation- aceptados con buena fe, constituyeron un elemento de aprendizaje no del todo desdeñable.

Así pues, me encontré escribiendo. De aquellos primeros poemas -de manera muy natural, muy suave, si me puedo fiar del recuerdo que tengo de cómo lo viví, sin notar ningún cambio en la actitud de escribir- vinieron unos textos, unos relatos que bauticé como Mites [Mitos]. La elección de este nombre, me pareció que la justificaba poniendo en la solapa del volumen de la primera edición -que me tocó redactar- un par de frases que había encontrado en un artículo de Partisan Review, cuando muchos de aquellos textos ya estaban escritos: "El mito es principalmente aquel tipo de literatura en que los personajes y los hechos tienen a su alrededor un aura de rara y prodigiosa significación". "Están a medio camino entre el sueño y la literatura no mítica". De hecho, por exigencia de los editores, el volumen se completaba con narraciones de un tipo bien diferente, lo que me valió que un crítico me calificara de "escritor bicéfalo".

En aquella época me incorporé a la redacción de Ariel. Desde entonces he continuado escribiendo: la poesía que hace pocos años recogí en el volumen Fins a un cert punt [Hasta cierto punto], libros de cuentos, un par de novelas, artículos dispersos, no mucho ... Y quizás vale la pena mencionar las traducciones, de algunas de las cuales puedo decir que son del todo sinceras. Alguna vez he utilizado los seudónimos Emili Xerta y Joan Salou.

A menudo pienso que no he escrito tanto como me gustaría haberlo hecho. Y alguna vez he hablado, a modo de excusa, de las "distracciones" que la vida me ha propuesto y que yo he aceptado. Entendámonos: desde mi punto de vista, cuando hablo de actividad literaria, tengo que llamar "distracciones" a actividades sencillamente necesarias y a otras en las que creí que podía ser útil. Durante muchos, muchos años enseñé lengua y literatura francesa en el Lycée, en el Instituto Francés -donde, además, fui secretario del Círculo Literario desde 1947 y hasta 1956- y en la escuela Aula, de la que fui director adjunto. Tuve una participación importante -al menos, importante para mí- en la fundación y en la vida de la Agrupación Dramática de Barcelona. Con Edigsa intervine, de más de una manera, en el arranque del disco en catalán. Durante una treintena de años fui redactor en jefe de Serra d'Or...

¿Que quizás he escrito y escribo por ser útil también en esto? No lo creo en absoluto. Pienso que, al escribir, he ambicionado sólo la extraña eficacia de "las obras inútiles de los artistas". Por más que después, y marginalmente, me haya gustado pensar que, en la modesta medida que sea, así también contribuiría al tan necesario esfuerzo de afirmación cultural de nuestro pueblo.

Alguna vez he dicho, pensando en la poesía pero quizás no sólo en ella -y quién sabe si sólo es un engaño que me parece halagador- que escribir, como actividad artística, consiste en producir unos objetos que satisfacen, en el espíritu del autor, una necesidad que él descubre y que define -o quizás incluso crea, en la medida que la palabra "crear" pueda tener sentido- al mismo tiempo que escribe. Por otra parte estos objetos, y eso es esencial, son susceptibles de ser ofrecidos a hipotéticos lectores -toda una multitud o uno solo- en un gesto de solidaridad o incluso de identificación, a fin de que el acierto, si realmente se ha producido alguno, por modesto que sea, por poco que pueda, sea compartido, se propague.

Jordi Sarsanedas

Fenomenología de la soledad. Una introducción a la obra de Jordi Sarsanedas

Francesco Ardolino (Universidad de Barcelona)

Quien quiera aproximarse al estudio de la obra de Jordi Sarsanedas, después de haber esquivado los varios encomios, elogios y alabanzas que se han ido sedimentado encima, todavía tendrá que superar un último obstáculo. Se trata de aquella estratigrafía distorsionada que se ha generado a partir de los pocos análisis rigurosos dedicados a la literatura de este autor. No es éste el lugar adecuado para repartir premios y castigos: más bien, se trata de evidenciar cómo, al interpretar su creación poética y narrativa, se han reiterado de manera obsesiva un par de fórmulas hasta vaciarlas de significado. Cuando Joaquim Molas, en su prólogo a la edición de Mites de 1976, en un intento de recuperar uno de los textos más originales y complejos de la literatura catalana contemporánea, hablaba de "producto de una crisis de juventud", introducía un concepto que, desde entonces, se utilizaría como comodín para cualquier referencia al libro. Con respecto al ámbito poético, una cosa muy parecida le pasó a la expresión de la que Àlex Broch se hizo portavoz, la del "solitario solidario", con el agravante de que, tras la ambigüedad de esta etiqueta, se dejaba la puerta abierta a una lectura tendenciosa de la obra, ya que la pasaba por el filtro del reconocimiento moral de la personalidad del escritor. Soy consciente de la importancia que Sarsanedas, con su trabajo, tuvo para la cultura catalana durante medio siglo (de codirector de la Asociación Dramática de Barcelona a redactor en jefe de Serra d'Or, de presidente del PEN Club Catalán a decano de la Institució de les Lletres Catalanes y, por dos veces, presidente del Ateneo Barcelonés), y sé que es necesario comentarlo incluso para poder explicar, parcialmente, su largo silencio creativo. Pero también es verdad que el valor ético que su figura comporta ha marcado una actitud hagiográfica que ha dañado más que favorecido su obra.

Ahora bien, pienso que la única solución a este impasse radica en la definición de algunos puntos clave a partir de los cuales volver a leer la obra de Sarsanedas. Y quiero proponer como idea básica, para proceder al análisis, una clara separación entre su poesía y su narrativa.

No dudo de que el mundo de los Mites sea esencialmente poético ni que la "lírica sucia" de Sarsanedas remita a menudo a un ritmo prosódico; sin embargo, la investigación positivista de una etiología común está destinada al fracaso, porque los dos géneros no tienen ninguna correspondencia que vaya más allá del trasvase de elementos puntuales o de cierta imaginería compartida. En su prosa, el elemento religioso (que está tan presente en sus recopilaciones poéticas) queda limitado a circunscribir y abrazar los Mites , con el Dios que, ex machina (y casi extra textus), ordena e ilumina toda la recopilación. Joan Triadú, en una carta de julio de 2002, me decía que "el conjunto nuclear de la obra de J. S. tiene un lema, o título, glorioso: Déu meu, el món, que lo dice todo". Es cierto, pero también es verdad que esa coma puede indicar, por una parte, la relación franciscana que es en el centro de la poesía de Sarsanedas o, por otra, la ruptura ontológica -como pérdida sufrida o como anhelo- que recorre casi toda su narrativa. Además, me parece que la palabra más importante del título citado es el posesivo, que individualiza el paso de la metafísica a lo mundano. En fin, en la prosa de Sarsanedas -y también en los Mites-, la divinidad no pasa de ser un epifenómeno para la interpretación del texto, y por eso, en mi tesis doctoral, quise calificar al narrador -sólo al narrador- de "nihilista humanitario".

Desde esta óptica se pueden organizar, en su mayoría, sus prosas de ficción: la ausencia de un factor social y reivindicativo es casi total, y los textos subrayan una serie de personajes aislados y desarraigados. En las novelas eso se hace más evidente: en medio de un universo onírico fundamentado en sus quimeras, la voz narradora deEl martell [El martillo] reparte informaciones sospechosas y contradictorias hasta inculparse del homicidio que había sido presentado en el primer capítulo, generando finalmente en el lector una desconfianza respecto a todo el texto. Esta obra de 1956, gracias a la desestructuración sistemática de los mecanismos narrativos tradicionales que lleva a cabo, viene a suponer en la literatura catalana del siglo XX, junto con Ronda naval sota la boira de Pere Calders, un díptico de la antinovela, que entreveo presidido por la sombra impulsora de Temperatura de Francesc Trabal.

En La noia a la sorra [La chica en la arena] -que fue escrita justo después de El martell, pero que no se publicó hasta 1981- el homicidio determina la conclusión de la historia, y la víctima de un crimen sin móvil es una forastera que hace turismo en una isla. Dentro del espectro marcado por estas dos novelas (donde Carme Gregori supo descubrir unos motivos existencialistas procedentes de Sartre y Camus) -, es decir, desde la temática grotesca que simboliza como un tótem el conflicto entre inconsciencia y conciencia hasta la representación del choque entre individuo y sociedad-, se pueden situar casi todos los cuentos del autor. Las únicas excepciones, más o menos, son las narraciones infantiles que, por su carácter didáctico, llegan a alcanzar, en esta escala de oposiciones, un grado mucho más alto, ocupado por un código del honor que rechaza la mezquindad o la acidia.

La prosa de Sarsanedas no es fácil. El aticismo de su estilo engaña a los más desprevenidos y lleva a unos malentendidos críticos. Es el precio que pagó la tempana nouvelle Contra la nit d'Oboixangó [Contra la noche de Ochobangó], versión (post)colonial del Cándido volteriano, que en una reciente reedición fue insertada en una colección de literatura juvenil. "Me considero postnovecentista y postsurrealista", declaró el escritor ahora hace una decena de años. Si resistimos las tentaciones de relacionar esquemáticamente la primera idea con el estilo y la segunda con los contenidos (o, todavía peor, la primera con la poesía y la segunda con la prosa), esta afirmación nos llevará atrás en el tiempo, hasta las tensiones poéticas que se forjaron dentro del grupo de la revista Ariel. De allí surgen las atmósferas de los Mites, el centro ideológico de toda la producción de Sarsanedas, aquel extraordinario modelo arquitectónico con el que se construyó -y aquí recupero en parte una vieja hipótesis de Triadú- la primera obra de un género literario nuevo que no ha tenido ninguna continuidad significativa.

No me parece arriesgado pensar que la citada aposición de Molas en los Mites ("producto de una crisis de juventud") dejaba constancia, en realidad, de la imposibilidad de reconducir esos textos hacia los planteamientos que el Realismo Histórico propugnaba, pues la misma operación había dado sus frutos con el segundo libro de poesía de Sarsanedas, La Rambla de les flors [La Rambla de las flores], de 1954. Molas y Castellet se apropiarían de un verso de esta recopilación, "y bajamos a la calle" para intitular el apartado de su Poesia catalana del segle XX dedicado a la transición de la poesía hacia un modelo de realismo social que todavía no conseguía hacerse histórico. Estamos en el año 1963 y ya hacía años que Sarsanedas había publicado un tercer volumen poético, Algunes preguntes, algunes respostes.

Pero ahora no quiero reseñar la producción poética del autor, sino evidenciar un silencio. A finales de los años cincuenta el autor parece hacerse cada vez menos prolífico. En 1965 sale Postals d'Itàlia, un volumen más bien reducido que tuvo una recepción dificultosa y discutida, pero que, por el tono íntimo y elegíaco, por su capacidad de manifestar aquel "tú" al que suelen dirigirse la mayoría de las composiciones de Sarsanedas, contiene la raíz cuadrada de toda su lírica -mientras que la poesía cívica tiene como obras maestras los "Goigs fragmentaris per a Barcelona nostra" que abren su primera recopilación de poemas (A trenc de sorra, 1948), y el "Esbós d'una oda dialogada", de 1967. En fin, dejemos una vez más la palabra a Joan Triadú, que hace años que repite que la línea poética de Sarsanedas se sitúa entre Maragall y Salvat-Papasseit.

Hasta finales de los noventa, Sarsanedas publica con cuentagotas algún poema y algún cuento, saca del cajón narraciones dispersas escritas en fechas muy lejanas y confecciona, como único libro unitario, una macroestructura de cuentos infantiles (L'Eduard el mariner y el pais de sota l'aigua, [Eduardo el marinero y el país bajo el agua] 1976.

Las razones de este silencio son muchas y me limitaré a las más seguras: en una primera fase, la desilusión por la atención casi nula que el público y la crítica concedieron a El martell, además del distanciamiento geográfico del escritor, que vivió en Italia entre 1959 y 1961; en un segundo momento, la tarea que asumió a la vuelta en Serra d'Or, que se sumaba a su trabajo de docencia en el Liceo Francés y, finalmente, la sensación de desplazamiento que debió suponer para él la ascensión del Realismo Histórico, movimiento respecto al que Sarsanedas siempre evitó pronunciarse. Sin embargo, en las postrimerías del milenio, el escritor volvió a publicar poesía y, durante el último lustro, ha editado tres volúmenes. Se trata de una trilogía donde las composiciones se reflejan en un pretérito muy lejano, ocupan aquel espacio de la memoria que es propio de un dietario y lo vuelven a elaborar con unos ejercicios de reescritura.

Antes de concluir, quiero añadir un pequeño comentario que se sale del esquema que hasta ahora he trazado. Muchos estudiosos han subrayado la coincidencia de la obra de creación de Sarsanedas con la pintura. Es un vínculo que ya se manifestaba con la participación del escritor en el Grupo de los Ocho y que emerge con cierta constancia en toda su producción. Casi nadie, sin embargo, ha reconocido la belleza de aquellos textos breves, firmados con pseudónimos, que acompañaban las ilustraciones de las portadas de Serra d'Or, de 1988 a 1997. Si fuéramos capaces de romper las absurdas barreras que la modernidad ha impuesto al concepto de obra literaria, admitiríamos que aquellas notas artísticas (yo prefiero llamarlas "prosas de arte") pertenecen, con todo derecho, a la literatura catalana. Quizás, para rescatarlas, sólo nos hace falta una edición en volumen, para que los lectores puedan apreciar la coherencia de un género mixto que Sarsanedas ha cultivado de manera impecable.

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