La noia del ball [La chica del baile] o la figura del padre en la narrativa de Jordi Coca

Àlex Broch

Entre los distintos itinerarios que permite la narrativa de Jordi Coca hay uno que cabe seguir con atención: la figura del padre. Es una figura que, de manera angustiosa, había aparecido en alguno de sus textos de los años ochenta y que siempre había dejado la extraña sensación de una relación conflictiva, casi imposible. Era una relación negativa desde la perspectiva del personaje narrativo. Había, siempre, más razones para el alejamiento que para la aproximación. Si uno de los temas centrales de las primeras obras de Coca giraba en torno a los conflictos, la complejidad o la fragilidad de las relaciones humanas, o de intentos y maneras distintas para hacerlas posibles o no, según las condiciones y las circunstancias de cada cual -un ejemplo claro sería La japonesa [La japonesa]-, esta relación se convertía en problemática cuando uno de los elementos era el padre. Esta figura ha planeado en la narrativa de Coca desde la condición y la perspectiva de la negatividad, cosa que dejaba abierto el interrogante del motivo y el porqué de este hecho.

Sota la pols [Bajo el polvo] o la novela del padre
A estas alturas este itinerario pasa por tres títulos, Mal de lluna [Mal de luna] (1988), Sota la pols (2001) y, más recientemente, La noia del ball [La chica del baile] (2007). En Mal de lluna un personaje femenino, que había dejado Menorca, regresa a la isla -huyendo de una ruptura sentimental- con la voluntad de ver a su padre, que vive en Ferreries, y reencontrarse con él. Toda esta breve novela es la descripción de la imposibilidad -interior, de voluntad, de necesidad- de coger el teléfono, anunciar la visita y hacerla. El motivo del viaje era éste, pero la indecisión del personaje va retrasando el momento, se introducen otros elementos -el reencuentro de antiguas amistades y relaciones- que van poniendo tiempo y espacio entre la intención que la lleva a la isla y lo que la protagonista verdaderamente hace. Ferreries es como una frontera que divide la isla en dos mitades. La protagonista circula por una pero le es imposible acceder a la otra. Alguna razón hay, una frontera interior de indecisión, que la mueve a no hacerlo. Mientras tanto el recuerdo va construyendo la vida del pasado, la relación con los padres, con la hermana, con los amigos, la niñez y la juventud hasta que la isla se hace pequeña y el personaje decide irse a Barcelona. Con el regreso, el encuentro no ha sido posible. La última frase del libro deja abierta la posibilidad de hacer una llamada al padre para avisar de que no irá a visitarlo. Llamada que hará desde la isla o quizás ya desde Barcelona. No se manifiesta una agresividad especial hacia la figura del padre, pero una razón o frontera interior los separa.

Muy diferente será Sota la pols, que introduce algunos cambios significativos en la concepción de la figura del padre y donde se empieza a construir un personaje narrativo que dibuja una psicología concreta que no solamente explica su personalidad, sino que, al explicarla, da las claves de interpretación de éste, digamos, y parafraseando el anterior título, "mal de padre". Siempre, en las dos novelas, el padre es visto desde la mirada del otro. Es la voz narradora, el sujeto activo, quien va construyendo la visión sobre la cual se determina la relación. En Mal de lluna, como hemos visto, se describe más la atmósfera de una imposibilidad que hace que padre e hija no se encuentren por una indecisión de la hija, cuya causa sólo se puede atribuir a razones del pasado que dificultan este nuevo reencuentro. Hay un deseo, o la responsabilidad del deber de filial pero, en el fondo, también una prevención que lo dificulta. Sota la pols es otra cosa. Es mucho más. En primer lugar hay un cambio de voz narradora, que pasa del femenino al masculino y que empieza a identificar una posibilidad subyacente en todo este conflicto y que lo puede explicar en buena parte o, al menos, en una parte importante. Porque, de repente, de la personalidad de la voz narradora se empiezan a desprender unos indicios que lo acercan a la voz del autor, y la posibilidad de encontrarnos ante un alter ego narrativo empieza a ser posible. Naturalmente el autor establece una serie de prudentes distancias narrativas, pero esto no impide su posible proximidad o identificación. El año del nacimiento, por ejemplo, del personaje y del autor, no es el mismo, a pesar de que la distancia es poca, cosa que los puede hacer testigos de las mismas experiencias y del mismo tiempo histórico. Si estamos ante un alter ego narrativo, entonces también el padre hipotético deja de serlo para convertirse en un padre real, sometidas, naturalmente, la visión, la relación y la personalidad a todas las pantallas que la literatura permite introducir, pero siempre sobre una base real.

Sota la pols, ganadora del premio Sant Jordi del 2000, es de una complejidad mayor que Mal de lluna no solamente por esta intensificación de la personalidad del padre, sino, también, por todo lo que es la obra: la crónica de la iniciación en el mundo adulto de un joven y futuro escritor, y la descripción de la forma de vida asfixiante y gris –"bajo el polvo"- de la posguerra. Una familia humilde vive en un barrio obrero de la ciudad en la miseria de aquel tiempo. El niño, la voz narradora, va reconstruyendo sus recuerdos y a través de ellos toman forma un estado de época y la atmósfera de aquellos años. Esta novela de iniciación personal en la devastación social de la posguerra permite seguir el proceso interior del niño y su relación con la familia.

De esta relación del niño con su entorno sobresalen los juegos de niñez, la relación con los amigos en los suburbios de la ciudad, la trágica muerte de uno de ellos y la progresiva relación con unos vecinos, viejos anarquistas, que, con sus consejos e indicaciones, le abrirán el camino de la lectura y la formación literaria. En cuanto a la familia, la presencia violenta y autoritaria del padre, con la imprevisibilidad de sus reacciones, condicionará todas las relaciones y creará la situación de asfixia y miedo que marcará toda la vida familiar. El miedo del niño a la persona del padre es absoluto e, incluso, el final deja abierta la ambigüedad de sus verdaderos sentimientos hacia él. El padre va a salir de la cárcel, donde fue a dar por oscuros y marginales actos relacionados con pequeños negocios prohibidos, y los sentimientos ante la posible liberación y el miedo a su regreso y su acción violenta y autoritaria se mueven entre la duda y la inseguridad, la alegría y el temor ante este posible reencuentro. Curiosamente -o no- tanto el final de Mal de lluna como el de Sota la pols acaban con la ambigüedad y la incertidumbre de una decisión. En Mal de lluna la cuestión es telefonear al padre, cuándo, dónde y cómo. En Sota la pols, los sentimientos del protagonista ante el posible regreso. La prisión del padre es la libertad del niño. Su regreso lo asfixia. Y también curiosamente -o no- las dos novelas están encabezadas por una cita de un mismo autor: Verlaine. La primera para recordarnos que bajo las pequeñas cosas se esconden las grandes realidades y que detrás de la aparente sencillez se ocultan las realidades más profundas. Una filosofía que define y orienta buena parte de la obra de Jordi Coca. Y la segunda cita alude a la tristeza de los recuerdos del pasado. Sobre todo cuando ese pasado es el que narra Sota la pols.

La noia del ball o la novela de la madre
La publicación de La noia del ball, premio Carlemany 2007, cierra este itinerario de una manera casi sorprendente otorgando una continuidad y un interés que no solamente ayudan a interpretar mejor la narrativa del autor y la forma y el peso de la figura del padre. Esta obra también es un nuevo elemento y una nueva pieza narrativa para interpretar y relatar una época que va desde los años veinte hasta la inmediata posguerra. Ahora el cambio de perspectiva es notable, pero está claramente al servicio del mismo proyecto que los libros anteriores. Sobre todo Sota la pols, porque, como un espejo de dos caras, La noia del ball es la otra mirada. Una y otra son complementarias. Así, Mal de lluna parece un preámbulo, como la preparación y la puesta en funcionamiento de la gran operación narrativa que es la dualidad formada y compuesta por Sota la pols y La noia del ball.

Si Sota la pols es la novela del padre, La noia del ball es la novela de la madre. Pero con unas precisiones que hay que explicar, porque la construcción de la figura de la madre está en virtud de su relación y de la personalidad del marido, que no es otro que el padre de Sota la pols. Con lo cual, una novela y otra no hacen sino hablar de un mismo personaje masculino, primero en funciones de padre (desde la perspectiva del hijo), y después como marido (desde la perspectiva de la mujer, madre del hijo). Así, las dos novelas muestran la acción destructiva del padre y marido en el ámbito familiar, y las dos víctimas de su violenta y autoritaria personalidad: la mujer y el hijo.

El recurso narrativo de las dos novelas es el mismo y el vínculo entre una y otra -que une a madre e hijo-, muy explícito. En Sota la pols la voz narradora del niño es la que cuenta la historia. En La noia del ball es la voz de la madre la que narra la historia. Pero lo hace dirigiéndose al hijo. Es un monólogo narrativo que cuenta al hijo su historia: la niñez, el trabajo, el matrimonio, su nacimiento, y como vivieron la preguerra, la guerra y la posguerra. Para que no quede ninguna duda de quién es quién, el hijo receptor de los recuerdos de la madre es el autor -tal como la madre recuerda- de un libro denominado Sota la pols, con lo cual el proceso narrativo se cierra al saber que una voz narradora -el hijo de Sota la pols- recibe ahora la confesión de la madre para que la ordene y escriba su novela, que no es otra que la confesión de la madre. El narrador de Sota la pols es ahora el receptor/oyente de La noia del ball. Como es lógico, La noia del ball es, a la vez, lo que hemos dicho y mucho más, porque la novela también es la elegía de un mundo perdido: la niñez del personaje y la geografía que describe, Menorca. La isla donde regresa el personaje femenino de Mal de lluna y que ahora, en esta tercera novela, se convierte en el paradigma del pasado y del tiempo feliz.

El tiempo interior del personaje pasa del espacio de la felicidad al de la infelicidad, identificado cada uno con Menorca y Barcelona. La salida de la isla camino de Barcelona es el inicio de lo que será el descenso a los infiernos. Es el paso del mundo de la niñez al mundo adulto, a la realidad. De casa de la abuela, los juegos, la vida libre y el mar, al mundo del trabajo -que no es visto negativamente-, las penurias, la enfermedad y la muerte del padre pero, sobre todo, el matrimonio, que es la causa y el motivo de la infelicidad del personaje femenino, contra la cual intenta salvarse y luchar desde la innata, escondida, temerosa fuerza que ella siente, y la vida del hijo, que es la fuerza y la razón de su lucha. Es, no hay que decirlo, un homenaje a la fortaleza anónima de una mujer sencilla, porque la mujer del baile es una mujer con todos los atributos y condiciones de la normalidad, una antihéroe, cuya única épica es vivir y la cotidianidad. Pero es importante señalar que el paso de Menorca en Barcelona no lleva necesariamente implícito el descenso a los infiernos.

A pesar de las dificultades de una familia humilde dentro de la sociedad convulsa del momento, el eje destructor que rompe en dos momentos la vida de la protagonista es el conocimiento del que será su marido. Una imposición -su presencia- que se produce sin que ella pueda hacer nada. Desde el primer momento él actúa como propietario de una voluntad y así será hasta el final de la novela. Y lo hará desde la violencia arbitraria -hoy tendríamos que decir violencia de género-, que crea el constante terror de vivir con el miedo a cualquier reacción imprevisible de fuerza y maltratos psicológicos que llevan a la humillación constante. Por eso la posibilidad de ganar el espacio de los ensueños perdidos es la posibilidad de regresar a la isla. Sueño, realidad, sueño, parecen regir el pensamiento del personaje. La nostalgia del pasado y la voluntad de recuperar el paraíso perdido, huir de la realidad presente, son una constante que vive el personaje femenino, y una posibilidad que, de una manera muy imprecisa, cierra el relato. Pensamos que cuando el personaje hace esto sólo tiene veinticuatro años y todo su futuro está por delante. Nuevamente, como Mal de lluna o Sota la pols, la ambigüedad del final queda abierta. Llamar al padre o no llamarlo. La alegría por la libertad o el miedo al regreso del padre. La posible recuperación de la felicidad o la pérdida definitiva representadas por el viaje de regreso a la isla. Todo esto marca cada uno de los sentimientos finales de los personajes que narran, siempre en primera persona, las tres novelas. En los tres casos lo preside todo el sentido de la complejidad y la fragilidad de las relaciones humanas mientras, sobre todo en las dos últimas novelas -la primera ya hemos dicho que era como un aviso, como un preámbulo del tema- se construye la definición psicológica de tres personajes: el padre, la madre y el hijo. Y también, como Mal de lluna y Sota la pols, como un ejemplo más del vínculo y la relación entre los tres títulos, La noia del ball está encabezada por una nueva cita de Verlaine, que nos remite, ahora, al dolor y a la queja del personaje sobre los acontecimientos de la vida.

Pero los personajes también viven en un tiempo histórico, y éste es el otro eje que explica la novela, aún mejor que el proyecto narrativo que se esconde detrás de una novela y otra, de Sota la pols y La noia del ball, como hemos dicho, las dos caras de un mismo espejo. Sota la pols eran los grises y la onerosa posguerra, la miseria y la lucha para sobrevivir, la descripción de la forma de vida de los suburbios obreros de la ciudad. Era la crónica de un tiempo marcado por las necesidades en el que el personaje inicia el aprendizaje del mundo adulto y define su vocación de escritor. Como hemos dicho, también, el tiempo histórico de La noia del ball abarca desde los años veinte a la inmediata posguerra. La suma de los dos tiempos marca un arco temporal que va de los años veinte a los sesenta del siglo pasado. Años convulsos. En este sentido La noia del ball significa una intensificación ideológica en relación con Sota la pols.

Visto desde la sencillez de la voz de la narradora, la madre, se nos describen momentos de la preguerra -los asesinatos en la calle-, de la guerra -los hechos de mayo de 1937, los bombardeos- y de la posguerra -la represión franquista. La descripción de uno de los personajes de la familia del marido, su padre, el suegro de ella –el abuelo del hijo-, el abuelo Diego, permite entrar en el mundo del anarquismo de la CNT-FAI y de su acción a lo largo de la guerra. Acción que se contrapone a la bondad humanista e idealista de Joan, anarquista amigo y posible objeto de los sentimientos que experimenta el personaje femenino, interrumpidos por la irrupción posesiva del marido. Joan es el otro sueño que ella vive y junto al cual podría haber logrado la felicidad. Joan es el chico del baile, porque el baile, en la juventud del personaje, es un momento de felicidad que queda ásperamente roto porque, según el marido, "sólo bailan las putas". Simbólicamente la irrupción de él comportará, pues, dejar el baile y, también, dejar de ver a Joan, un posible espacio de felicidad, siempre movido por los ideales del mejor anarquismo libertario. Como el representado por la familia y los vecinos viejos que inician en la cultura y en la literatura al niño narrador de Sota la pols. Porque la otra cara de este anarquismo, el violento y causante de muchas de los destrozos de la guerra, es el que se identifica con la acción del marido y su familia. Es como si la violencia arbitraria que se vive en la calle se viviera también en casa. Ella, la chica del baile, es un personaje prisionero y víctima de esta violencia.

Pero la lectura ideológica de La noia del ball también potencia una idea que se convierte en eje definidor de la última parte de la novela: la acción de la represión franquista contra Cataluña. Contundente y clara, y muy política -que es otro de los itinerarios posibles de la lectura de la obra de Coca, tanto la narrativa como la dramática-, la novela es una denuncia de la represión franquista y de su activísima voluntad desnacionalizadora de Cataluña y de odio contra todo aquello que fuera catalán. Desde la ingenuidad de la voz de la madre emerge la descripción de unas actitudes y situaciones que traen implícitas tanto la denuncia de los hechos que ocurrieron como la reivindicación de una catalanidad primaria -dada la condición del personaje- contra las maldades de los vencedores de la guerra. En este sentido La noia del ball es la definición última de la figura del padre en la narrativa de Jordi Coca pero, también, la descripción de unos personajes que viven un tiempo histórico concreto y que sirve al autor para narrar una temporalidad específica y describir hechos y circunstancias que, en La noia del ball, terminan por ser un duro alegato contra el franquismo y su acción represora contra Cataluña. Una manera de explicar un elemento clave y determinante de la posguerra catalana. Un recuerdo contra el olvido de la Historia. Un testimonio a favor de la memoria histórica.

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