El mundo de Joan Perucho: el arte de cerrar los ojos

Julià Guillamon

Joan Perucho habló del arte de cerrar los ojos a propósito del artista alemán Wols, en uno de los artículos de La cultura y el mundo visual (1968). Perucho sintetiza en este artículo dos preocupaciones esenciales de su obra a lo largo de los años cincuenta y sesenta. En primer lugar, atribuye a Wols la voluntad de volver a su origen, a la raíz física de la tierra y del paisaje. Escribe: "Wols se maravilla mientras contempla la tierra que resbala entre sus dedos, un insecto, una gota de agua." O bien: "Como Wols mismo escribió: Une petite feuille peut contenir le monde." Según Perucho, Wols va en busca de la prehistoria de lo que es visible, a la raíz de los acontecimientos, a la eternidad contenida en todas las cosas del mundo. Como en el caso de Antoni Gaudí o de Joan Miró, el punto de partida se sitúa en la observación de la naturaleza. Los tres exploran un universo primigenio, que remite a los orígenes ancestrales y a la infancia. A partir de un referente concreto, figurativo, inventan formas abstractas que contienen, latente, el misterio de la vida.

Pero en el caso de Wols, esto es sólo un primer paso. A los ojos de Perucho, sus acuarelas y dibujos, delicados y evanescentes, se transforman en algo abominable, en heridas y vísceras. El mal, la muerte, la destrucción y el remordimiento toman carta de naturaleza en medio de las formas abstractas. "Todo esto es monstruoso -escribe Perucho-, todo aquello que es demasiado vivo es pura monstruosidad, y la cultura ha sido desde siempre un intento de velar la monstruosidad exacerbada de lo que está vivo." Más adelante se vuelve a referir a esto con la misma firmeza: "El desengaño de Wols tiene un carácter metafísico y por eso recurre al magma, al panteísmo, al caos y a la bebida. Su arte, como su vida, tiende a la destrucción."

El arte de Wols está, pues, escindido. Por un lado remite a la maravilla cotidiana, al paraíso de la infancia, a un espacio fuera del tiempo que se contempla a la luz del día. Detrás de este mundo luminoso, está el mar sin fondo del sufrimiento, la ansiedad, la destrucción a la que el tiempo somete las cosas. La misma dualidad se manifiesta en los primeros libros de Perucho. Frente al existencialismo de Sota la sang [Bajo la sangre] (1947), Aurora per vosaltres [Aurora para vosotros] (1951) es un canto de tímida esperanza. Frente a la plácida evocación biográfica de Diana i la mar Morta [Diana y el mar Muerto] (1953), la crepitación ocultista, el esoterismo de El mèdium [El médium] (1954).

Los dos libros que más parecen haber influido en Perucho en su paso de la poesía a la prosa presentan también estas dos vertientes: Helena y el mar del verano de Julián Ayesta (la marca que dejó sobre Diana i la mar Morta es evidente incluso en el título) y La couleur tombée du ciel de H.P. Lovecraft, que inspira su primer cuento, Amb la tècnica de Lovecraft [Con la técnica de Lovecraft] (1956). El libro de Ayesta, escrito con una gran sensibilidad, trata del final de la infancia y la pérdida de la inocencia. El de Lovecraft es una alegoría sobre una presencia sideral, un color caído del cielo, una maldición que agosta la tierra.

Como crítico de arte, Perucho se interesó por los artistas que, a partir de lo orgánico, crean un universo solar (Gaudí, Miró, Moisès Villèlia). "Si hay algún nombre que esté estrechamente vinculado a la raíz física de una tierra o de un paisaje es indudablemente el de Joan Miró", afirma al principio de su ensayo Joan Miró i Catalunya [Joan Miró y Cataluña] (1968). A continuación identifica el proceso creativo de Miró con la conciencia de lo prerracional y de lo biológico, y vuelve a aludir a la monstruosidad de lo que está demasiado vivo: "Miró se esfuerza reflexivamente en ir al fondo de aquello que es ancestral y se encuentra perdido en la nebulosa del tiempo", su arte convoca las fuerzas de las cosas creadas, la muerte, el sexo, "el instinto que se debate oscuramente desde que el mundo es mundo".

Lo diabólico, lo misterioso, lo oscuro y lo insondable atraen también a Perucho. Muchos sus artículos en Destino acaban con evocaciones de extrañas presencias y luces fosforescentes. No sólo cuando habla de la pintura de Joan Ponç y de Antoni Tàpies o de las esculturas de Salvador Aulèstia -donde queda plenamente justificado- sino también cuando se refiere a Salvador Dalí ("Un velo de misterio tapa a veces nuestros ojos. Entonces algo fosforescente resbala cautamente en la sombra") o a las esculturas de Marcel Martí ("se presentan como fuerzas oscuras de la naturaleza, pugnan por concretarse en su voluntad crispada de ser").

Perucho dedica a Miró poemas y prosas, varios artículos en Destino y un ensayo en la "Biblioteca de Arte Hispánico" de la Editorial Polígrafa. Juntos publican dos libros del artista (Álbum 19 y Les essències de la terra). La amistad con los artistas de Dau al Set es igualmente intensa, sobre todo con Modest Cuixart y con Joan Ponç (el primer artículo de Perucho sobre su pintura aparece en Ariel, en 1945). Con Ponç -como con Cirlot o con Palau i Fabre- Perucho mantiene una relación compleja. Lo atrae la personalidad del artista, comparten experiencias y cartas, pero a partir de un determinado momento, prudentemente, se distancia.

Perucho se identifica con el universo atormentado y abismal de Ponç, con el esteticismo de Cuixart, con la rotundidad de Tàpies. En la época de la pintura magicista hay una afinidad evidente que se pone de manifiesto al comparar algunos de los poemas de El mèdium ("Les figures de cera", "L'ángel del senyor") con L'escarnidor de diademes o con el cuadro de Joan Ponç que preside la biblioteca de Perucho (un espejo con forma de rombo con, al fondo, los rostros de Tàpies y Cuixart). Más allá del periodo de la pintura magicista, Perucho continuará interpretando la obra de los artistas de Dau al Set a partir de la singularidad de su universo literario. Como juez, asistía de vez en cuando a exhumaciones. El relato de estas exhumaciones es uno de los rituales que conforman el mundo de Perucho. El cementerio rural, el forense que se pone los guantes de goma (dos pares, uno encima del otro), los comentarios sobre la temible cadaverina, una sustancia que, inyectada por accidente (una astilla o un clavo del ataúd), provoca una muerte fulminante. Los que tienen más experiencia recomiendan no ponerse ningún tipo de colonia ("después, cada vez que te la pones otra vez, por asociación, vuelve el olor del cadáver"). Las manchas de color, producto de las explosiones de los líquidos corporales sobre la madera, los restos textiles descompuestos sobre el cuerpo del muerto y los extraños arañazos en la tapa del ataúd...

Se puede imaginar la impresión que estas imágenes debían de producir en Perucho, que se atrevía a interpretarlas como una prefiguración de la pintura informal. Dos de los artículos más importantes de El arte en las artes se hacen eco de este tema: "Tàpies, degradació i sofriment" y "Modest Cuixart y la heráldica de la muerte". La superioridad de Tàpies frente a otros artistas del Art Autre viene dada porque Tàpies busca la máxima trascendencia ("la materia supuraba algo parecido al recuerdo de un encaje delicado, podrido ya por el pecado y la desesperación, mimado por los humores viscosos de la Muerte").

La dimensión trágica y misteriosa del informalismo está presente también en Cuixart, en su sensualidad macabra y su arrebatado barroquismo. Perucho participa en el debate sobre la pintura informal con una voz propia. Conecta con los que ven en sus formas una metafísica existencial, pero rechaza el andamiaje teórico y lo confía todo al referente concreto. Para Perucho la pintura informal habla de la inminencia de la muerte, de cuerpos pudriéndose, del paso del tiempo.

En el mundo de Joan Perucho conviven la infancia y la palpitación del pasado, la luz y las tinieblas, El país de les maravelles [El país de las maravillas] y El mèdium. ¿En que consiste, pues, aquel arte de cerrar los ojos del que hablaba en el artículo que dedicó a Wols? El arte de cerrar los ojos, en este momento, se relaciona con las fuerzas oscuras de la naturaleza. Significa abrirse a otra forma de visión, que conecta lo que ocurre en el interior del ser con las fuerzas más antiguas y profundas de la creación. Sumergirse en un mundo en formación, sentir "el anhelo nostálgico del momento primigenio en que el hombre separa la mano del caos con un temblor orgánico que es como la continuación del mismo temblor del caos". El artista y el poeta actúan guiados por un instinto superior. Perucho lo expone de manera rotunda en el texto que dedicó a Joan Ponç en Ariel: "El artista descubre afinidades sutilísimas, vínculos invisibles en la realidad mágica de las cosas, relaciones que no pueden explicarse pero que quedan muy vívidas, como un enigma que devora. Aparece, entonces, la función del vidente."

A medida que pasen los años Perucho desarrollará otra concepción de la literatura, mucho más distendida. La experiencia como narrador y la práctica del periodismo tendrán mucho que ver. En 1956 Perucho publica su primer cuento, Amb la tècnica de Lovecraft. Un año después aparece la primera novela, Llibre de cavalleries [Libro de caballerías]. En este momento Perucho defiende la novela lírica (en un texto programático, a propósito de Jordi Sarsanedas, en Cita de narradors).

Al escribir en prosa, aborda algunos de los temas de su poesía (el paso del tiempo, el viaje al pasado, el fantasma, la búsqueda de los valores espirituales), pero con un tratamiento más libre. En Les històries naturals [Las historias naturales] (1960) y en los cuentos que titula Històries apòcrifes [Historias apócrifas], el papel de la poesía se reduce a un segundo plano. Perucho conecta con la gran tradición de la novela europea: el viaje en busca de la identidad, el relativismo, el humor.

También utiliza Perucho la ambigüedad del poema para evocar las obras los artistas que le son más próximos, como Miró o Ponç. Pero cuando habla de fotografía, arquitectura, joyería, diseño gráfico, de los tebeos y de los dibujos infantiles -temas que introdujo por primera vez en la crítica de arte en Barcelona-, la sensibilidad es otra, más periodística. Perucho hace divulgación, participa en las polémicas del momento, defiende un arte refinado y esteticista frente al compromiso social y político, expresa el deseo del hombre moderno de singularizarse en la sociedad de masas, creando ambientes y penetrando en mundos imaginarios.

En la poesía y en los escritos sobre la pintura de Miró y de Dau al Set no había mundos imaginarios: había presencias. Presencias benefactoras, que nos trasladaban a la infancia, o diabólicas, porque despertaban el enigma de la identidad. Fantasmas que representaban el deseo o el remordimiento, la pureza o la culpa. En los cuentos y en los artículos de Perucho sobre diseño o fotografía no hay presencias, hay ambientes. ¡Y qué ambientes! Es el momento del Perucho exquisito, fascinado por el decadentismo y por el final de siglo. En los poemas de El mèdium y en los poemas en prosa de Diana i la mar Morta las descripciones de lugares transmitían el clima sombrío de la posguerra: la cámara donde se celebra la sesión espiritista en el poema de "El mèdium", abandonada y deslucida, el restaurante económico en el poema "El país de les maravelles", los bares populares (el bar Sport de La Granadella), los paseos por los campos, después de comer, fumándose un faria. Con el paso de la poesía en su prosa aparecen las grandes escenografías: el Palacio de los Papas en Aviñón, al principio del Llibre de cavalleries, el palacio del marqués de la Gralla en Les històries naturals, los más famosos establecimientos termales de Europa en Els balnearis [Los balnearios].

Cada ambiente sirve como punto de partida a una invención, a un acontecimiento posible, a una aventura con personajes reales o imaginarios, que comen, aman, viajan, se consagran al estudio de las más eruditas materias, se baten en duelo por el honor o por la patria.

Perucho cambia Lovecraft por Huysmans, la atracción morbosa por la muerte, por el amor a lo artificial, y la escatología por cierto dandismo. Hay un componente refinado, exquisito y espiritual que se reviste de un toque mundano, incluso de un deseo de estar al día, para oponerse al arte politizado, muy poco permeable a los cambios que se estaban produciendo en las costumbres. Haciendo frente común con las diferentes tendencias que proponían un arte suntuosos y refinado, Perucho justificaba su literatura. Los artículos que dedicó al pop art, a las joyas, a los cómics, al erotismo (La sonrisa de Eros) reflejan claramente el deseo de estar al día. También su actividad como director literario de la Editorial Tàber, que introdujo la novela fantástica, gótica y folletinesca, el cómic o la literatura gastronómica. En este contexto, Perucho veía en el estilo decorativo del pop, influido por el neoliberty y el estilo Carnaby Street (con el decorador Gervasi Gallardo, los grafistas Antoni Morillas o Joan Pedragosa como principales exponentes), una oportunidad de recuperar la sensibilidad y los ambientes del fin de siglo.

En este segundo momento de la literatura de Perucho, el arte de cerrar los ojos tiene un significado diferente. Quiere decir emprender un viaje en el tiempo hacia otro momento de la Historia, hacia otra dimensión del presente. El ejemplo más claro lo encontraremos al principio del Llibre de cavalleries, donde el protagonista, Tomàs Safont, se desdobla en un alter ego medieval (el caballero Tomàs Çafont al servicio del rey de Aragón), y emprende el viaje hacia la época del Imperio catalán en el Mediterráneo. La causa aparente es el mordisco de un lagarto (según Cirlot, un símbolo del instinto). Estamos en 1957. Safont está en Aviñón, ante el Palacio de los Papas. La visión del palacio (entre los papeles de la familia Perucho he encontrado una postal del Palacio de los Papas de esa época) lo lleva a imaginar la historia de su amor por Blanca de Salona y su periplo por Alejandría, Ulm y el Reino de la Triple Virtud.

Perucho es también en este momento un bibliófilo apasionado, coleccionista de muebles y cerámicas que compra a traperos de Alcañiz, Calaceite y Ronda. Cuando explica su pasión por el libro antiguo, le gusta aclarar que la función del libro de colección no es tanto leer (una edición moderna es más cómoda y manejable) como el hecho de favorecer el tránsito hacia otra dimensión de la conciencia. Cuenta que el sábado, mientras su mujer y sus hijos salían, él se quedaba en casa, se servía unos dedos de whisky y cogía un volumen de la biblioteca, por ejemplo, una primera edición de Góngora. Entonces, tenía la sensación de que aquel libro había estado en manos de su autor, que el tiempo se acortaba, que era posible la comunión a través de los siglos.

La posibilidad de esta comunión con las grandes figuras del pasado ha sido uno de los motores principales de los cuentos y las novelas de Perucho. Muchos de los escritores que figuran en su biblioteca aparecen en sus libros, junto a personajes totalmente ficticios. Eruditos como Menéndez Pelayo o Antoni de Capmany, inventores como Narcís Monturiol, militares como el general Palanca, escritores raros como Celestino Barallat, autor de unos Principios de Botánica Funeraria, como el padre Tomàs Vicens Tosca, inventor de la arquitectura oblicua, o como el gastrónomo Manuel Pardo de Figueroa, el estrafalario doctor Thebussem (anagrama de "embustes"). Todos escritores. Perucho refiere su difuso anecdotario, muestra sus pasiones y debilidades, les habla en confianza, como si se tratara de viejos conocidos.

Hay todavía un tercer momento en la vida y la obra de Perucho, y otra manifestación del arte de cerrar los ojos. Viene marcado, me parece, por dos hechos paralelos: el descubrimiento de la liturgia de la cultura y la experiencia religiosa que preside sus últimos años. A lo largo de la década de los setenta, el prestigio de Perucho como escritor erudito se consolida. Lo llaman a formar parte de varias instituciones académicas. La antigua relación con Eugeni d'Ors le abre las puertas de la Academia del Faro de San Cristóbal. El Libro de la cocina española, que escribió con Néstor Luján, lo lleva a ingresar en la Academia Española de Gastronomía y en la Academia Catalana de Gastronomia. En 1976 entra a formar parte de la Real Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona. Su discurso de ingreso, "Zoologia fantàstica a la Catalunya de la Il·lustració" es una pieza desconcertante desde el punto de vista de una institución científica, y una delicia de la literatura de imaginación. Perucho es un académico atípico por los temas que trata y la libertad con que manipula citas y textos, y un apasionado entusiasta del ceremonial. Pero, aun así, cuando se le presenta la oportunidad de ingresar en la Real Academia de la Lengua Española, a propuesta de Lázaro Carretero, Martí de Riquer y Pere Gimferrer, la rechaza.

Esta pasión se extiende a todas las facetas de la vida: rituales académicos y científicos, mágicos, gastronómicos o literarios, que constituyen un elemento fundamental en la transmisión de la cultura de los siglos pasados. Una buena parte de la obra que escribirá desde los años setenta participa de este gusto por el ceremonial. Libros que son una parodia de la historia natural (Botànica oculta [Botánica oculta]), de los repertorios eruditos (Monstruari fantàstic [Bestiario fantástico]), que reivindican el estilo epistolar del XIX (Pamela [Pamela]), las glosas orsianas (Un dietari apòcrif de Octavi de Romeu [Un dietario apócrifo de Octavio de Romeo]), la literatura biográfica (con la recuperación de la figura de James Boswell en Els emperadors d'Abissínia [Los emperadores de Abisinia]), e incluso los epigramas (Inscripcions, làpides i esteles [Inscripciones, lápidas y estelas]) y las vidas de santos (Els pares del desert [Los padres del desierto]).

El otro aspecto fundamental de este periodo es la experiencia religiosa que, tras cumplir sesenta años, vive con mucha intensidad. En los últimos tiempos Perucho se define como católico, apostólico y romano. Siempre ha sido creyente. Pero hasta principios de los ochenta, los elementos religiosos no habían tenido una presencia significativa en su obra literaria. En Les aventures del cavaller Kosmas [Las aventuras del caballero Kosmas] (1981) y Pamela (1983), la preocupación por la trascendencia, que ha estado siempre presente en sus libros, se convierte en aventura religiosa. Kosmas es un recaudador de contribuciones del Imperio bizantino, aficionado a la teología, que asiste al Concilio de Toledo, dialoga con san Isidoro y con Simeón el Estilita. Pamela, una espía que después de frecuentar logias masónicas y haber sido amante del marqués de Sade, se convierte a la religión católica por el amor puro que siente por Ignasi Siurana.

Perucho se interesa por los cultos orientales en Itineraris d'Orient [Itinerarios de oriente] y Un viatge amb espectres [Un viaje con espectros]. Los ambientes de Alejandría, Armenia y Atenas, El Cairo antiguo, los rituales coptos. Más adelante introducirá en su obra la piedad popular, los santos de Barcelona (El baró de Maldà i les bèsties de l'infern [El barón de Maldà y las bestias del infierno]), la poesía primitiva de la Historia lausíaca y de los primeros cristianos (Els pares del desert).

Como Huysmans o Aubrey Beardsley, Perucho vive un tipo de "conversión", que va más allá de la fascinación por los rituales religiosos, la recuperación de la piedad de sus padres y la fe de su infancia: representa un cambio de actitud respecto a todas las cosas del mundo. En su literatura se traduce en la elección de modelos estéticos a contracorriente, alejados de las modas y del mercantilismo que han invadido el mundo editorial. De este modo hay que entender la reivindicación fervorosa de Rosa Krüger, la novela de Rafael Sánchez Mazas, la defensa vehemente de autores como Manuel Brunet, Josep M. Junoy o Joan Baptista Solervicencs, estigmatizados por razones ideológicas. Perucho considera un intento de escamoteo de la Historia que se hayan proscrito libros como la Història de la Segona República Española de Josep Pla o Tradición y revolución de Ramon d'Abadal, que vindicaba. El autor, que en su juventud se había manifestado devoto, entre los modernos, de Vicente Aleixandre y Juan Larrea, ahora se reconoce seguidor de Eugeni d'Ors y de Sánchez Mazas. Y en cuanto a la literatura antigua, la poesía latina ocupa el lugar de los románticos y los simbolistas. La transformación afecta también a los gustos artísticos. Perucho se desmarca del arte contemporáneo. En Els miralls [Galería de espejos sin fondo] (1986) recupera los artistas que lo habían interesado en su juventud, cuando escribía en Alerta: Pidelaserra, Calsina, Rogent, Martín, y los impresionistas. Como Mario Praz en Perseu y la medusa [La medusa] Perucho considera la fealdad del arte contemporáneo un obstáculo, y lo excluye de su universo.

Perucho litiga en defensa y recuerdo de una arquitectura que desaparece bajo el urbanismo politizado (el poema dedicado a "La Placeta dels Àngels"), en favor de la memoria de los grandes escritores caídos en el abandono, como Capmany o Aribau (El baró de Maldà i les bèsties de l'infern), para aclarar su intervención en algunos acontecimientos culturales de la posguerra (a propósito de Foix, en L'Arc de Sant Martí [El arco iris], o recientemente, en torno a Cirlot y su correspondencia).

Muchos de sus últimos artículos reconstruyen su itinerario vital, desde su infancia en el barrio de Gràcia hasta los últimos años. Amigos de juventud (Nani Valls, Àlvaro Cunqueiro, Cirlot mismo), figuras tutelares del tiempo de la infancia (como sor Sant Miquel), los paisajes de cuando ejercía de juez (Banyoles, La Granadella, Móra d'Ebre, Calaceite, Alcañiz, Horta de Sant Joan) y los viajes por el Próximo Oriente, China, Escandinavia o Estados Unidos. Toda esta vida transcurre bajo la presencia protectora de los santos, que velan desde el nacimiento hasta la muerte. Si cierra los ojos esto es lo que ve: el rostro de los santos, la cara y las manos de sus muertos. Ahora Joan Perucho prepara un libro que se publicará póstumamente y que se llamará precisamente así, Els morts [Los muertos]. Un extenso libro, con más de cien poemas, con las presencias protectoras de la gente que ha conocido y que ya no están.

Pocos autores catalanes de este siglo pueden ofrecer la diversidad de intereses y la variedad de la literatura de Perucho, una relación tan estrecha con el arte de su tiempo, una creación tan fecunda de mundos imaginarios, la necesidad irrenunciable de mantener la memoria de la gente y los paisajes que ha conocido, e incorporarlos a la tradición cultural, junto a los libros y las obras de arte. El món de Joan Perucho: l'art de tancar els ulls [El mundo de Juan Perucho: el arte de cerrar los ojos], propone un recorrido por su obra a partir de recuerdos y objetos personales del autor, de los ambientes y los personajes de sus novelas y cuentos, con piezas procedentes de colecciones muy diversas. Algunas de estas colecciones -como los menús del doctor Thebussem de la Biblioteca del Museo Víctor Balaguer de Vilanova i la Geltrú-, han sido una fuente de inspiración directa de alguno de sus libros. Otros, conectan secretamente con su literatura. La exposición y el libro quieren servir para situar la aventura intelectual del escritor y ofrecer una lectura de la cultura catalana de la posguerra desde la singularidad de sus referentes. Quiere servir también para que Perucho se reencuentre con sus lectores y para que aquellos que aún no lo conocen, lo descubran. En este sentido se han querido mantener fieles al buen gusto y al misterio, a la concepción del arte y la literatura como hecho espiritual que Perucho defendió a lo largo de su trayectoria, frente a todas las formas de materialismo.

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