Joan Fuster: la literatura ensayística

Vicent Salvador (Universidad Jaume I)

Sueca, 1922-1992. Ensayista, historiador, crítico literario y poeta

Fuster es fundamentalmente un articulista con vocación de ensayista moral. La obra de Fuster alcanza la política, la literatura, lo artístico y lo humanista. Ha sido el gran pensador y teorizador del "hecho valenciano", o de la compleja situación de los originariamente catalanohablantes sometidos a la creciente influencia del castellano. Su estilo es claro, afable, limpio, no desprovisto en ocasiones de una cierta ironía. La obra de Fuster es un ejemplo de contenido profundo, expresión fácil y claridad expositiva.

Joan Fuster (Sueca 1922-1992) es, como ensayista, una figura cimera en la literatura catalana de su época, por no mencionar su extensa actividad como historiador de la literatura, crítico literario o historiador social de la lengua. Aún habría que añadir a esto una breve trayectoria poética, en las postrimerías de los años cuarenta y principio de los cincuenta, que cuajó en poemas como el famoso "Criatura dolcíssima", musicado por Lluís Llach y que forma parte del libro Escrit per al silenci [Escrito para el silencio] (1954). Ahora bien, el polimorfismo de este gran hombre que Pla dejó retratado con pluma ágil y rasgos imborrables gira en torno a su producción ensayística, que en el fondo no es más que un epifenómeno de su inagotable dietario, donde el escritor dejó constancia cotidiana de sus reflexiones sobre el mundo.

La reivindicación del ensayo

Fuster reivindica el ensayo como el género más adecuado para su actividad literaria: el ensayo es la literatura "en mangas de camisa". Y rememora al maestro europeo del género, Michel de Montaigne, ensayista descreído, autoanalítico, escéptico, consciente de la base fisiológica de todo humanismo e incluso de lo que Fuster llama con gracia "la autonomía de la bragueta". Montaigne inauguró con orgullo, en aquel momento auroral de la Europa del siglo XVI, este género de carácter egotista e intelectual, sin narrador ni personajes de ficción interpuestos entre el autor y el lector, un género alejado también del impudor íntimo y la exclama que son característicos de la poesía lírica. Fuster teorizó abundantemente, dando otra muestra de la autosuficiencia de esta literatura de ideas que nace del diario personal, que a menudo pasa por los periódicos -por el artículo de opinión- y desemboca finalmente en las páginas del volumen bibliográfico.

Porque, en efecto, una de las características del género radica precisamente en su fragmentariedad. Como se ha dicho sobradamente, el buen ensayo puede leerse por cualquiera de sus páginas, pues carece de una estructura cerrada y manifiesta una clara vocación de discurso inacabado, convirtiéndose en una eterna preparación para lo que en el mundo del teatro sería la fijación definitiva de una obra el día del estreno. La deliberación interior del ensayista ante los ojos de su lector no persigue tanto las conclusiones definitivas como el placer de la conversación silenciosa a través de las páginas del libro, siguiendo el hilo de una argumentación siempre reversible o, cuando menos, matizable.

Por otra parte, el libro -las leyes insobornables del producto bibliográfico en el mercado editorial- impone una extensión mínima determinada y unas expectativas de unidad temática que den una forma a los materiales reunidos. Los autoprólogos o prólogos escritos por él mismo -frecuentes en sus volúmenes de recopilación- son el lugar idóneo para justificar la maniobra editorial de la recopilación de estos papeles fragmentarios. En su primer ensayo -Les originalitats [Las originalidades: Maragall y Unamuno frente a frente] (1951)- Fuster se plantea explícitamente esta aporía y concluye que la unidad del volumen que presenta tendrá que buscarse precisamente en la personalidad del autor, en la coherencia interna de una trayectoria intelectual, de la que el libro no es sino una muestra fehaciente. En un volumen muy posterior, Sagitari [Sagitario] (1985), Fuster justificó así el título puesto a una multitud de papeles diversos pero ahormados como conjunto: "Si la recopilación que hoy presento con las divagaciones que me obsesionan tiene que sostenerse en alguna referencia retórica, podría ser "sagitario". Al fin y al cabo, yo nací un 23 de noviembre." Dicho de otra manera, el yo del escritor y sus preocupaciones intelectuales se constituyen en garante de la coherencia profunda de su polimorfo discurso.

Otras veces se buscan fórmulas más convencionales para organizar la diversidad de contenidos bajo un epígrafe formal aparentemente incontestable. Éste es el caso del Diccionari per a ociosos [Diccionario para ociosos] (1964), libro traducido con éxito al castellano, el italiano y el inglés, donde la disposición típica de los compendios lexicográficos -la ordenación alfabética- permite presentar estructurados unos textos ensayísticos de factura y extensión bien distintos. Este criterio al menos es práctico, e incontrovertible a simple vista, a pesar de su profunda arbitrariedad. A fin de cuentas, el propio Fuster lo dejó insinuado, no sin un punto de ironía, en uno de sus aforismos: "El orden alfabético no es sino una variante del orden público."

La cultura y otros temas

En última instancia, el ensayista se limita a hablar de sus obsesiones, de las manías resultantes de su reflexión sobre el mundo. El tema central de los ensayos de Fuster no es sino éste: un continuo examen de conciencia, donde por "conciencia" tenemos que entender la interacción de un yo racional con el mundo. El autor se instala así en un espacio diferenciado de la pura narración o la descripción de la realidad exterior y también lejano del puro grito íntimo e irracionalista de la lírica. El objeto del ensayo es, pues, el propio proceso de la deliberación interior del ensayista sobre el mundo que lo rodea. Y esta deliberación tiene que partir de un escepticismo que neutralice, como un antídoto o un desinfectante, la inercia de los dogmatismos, lo que gráficamente llamaba Fuster "no chuparse el dedo". El ensayo tiene que ser, asimismo, un discurso racionalmente controlado, porque sólo la luz del conocimiento y de la explicitación garantiza la utilidad pública -para los lectores- de unos textos que se someten a las reglas del juego de la discusión crítica. Porque esta discusión crítica es, al fin y al cabo, el primer estímulo del conocimiento: "Dadme a un buen contradictor y seré capaz de construir las más excelsas teorías."

Una de las parcelas temáticas predilectas de los ensayos de Fuster es la cultura, entendida como el conjunto de los mecanismos de interacción del animal humano con su medio ambiente. Por ejemplo, la invención de la silla, del tenedor o de cualquier otro adminículo que haya contribuido al control humano del mundo, o bien las transformaciones que ha supuesto para la humanidad la aspirina o la penicilina, son motivos de originales reflexiones críticas.

Así, en el Diccionari per a ociosos, la entrada "silla" acoge una lúcida indagación sobre la evolución histórica de este mueble, sobre los cambios operados en los criterios de la apariencia social y de la comodidad corporal, sobre el progreso tecnológico... Otro ejemplo lo encontramos en Babels i Babilònies [Babeles y Babilonias] (1972), que se centra en las transformaciones sociológicas de los años sesenta y donde el autor insiste en el concepto de cultura, que define como todo aquello que no es naturaleza. Uno de los capítulos de este libro expone una deliberación retórica sobre qué pieza de ropa debería tener la prioridad cronológica en la historia de la humanidad: la bufanda, el taparrabos, el bolsillo o el cinturón con pistolera. Obviamente, detrás de cada opción se esconde una concepción diferente del quid de la condición humana, que, por encima de la mera defensa ante las inclemencias del medio, tiene urgencias e intereses que se relacionan más bien con la vanidad, el pudor o la agresividad, por no agotar la nómina.

A la temática mencionada habría que añadir otras varias que ocupan la pluma de Fuster, como la literatura, la historia o la política. Porque es innegable que su escepticismo no es incompatible, todo lo contrario, con un compromiso nacional y social que toma cuerpo en lo que él llamó "panfletos políticos" o en una obra tan emblemática como Nosaltres els valencians [Nosotros los valencianos] (1962), un auténtico ensayo de interpretación de la historia y la identidad de su país.

En todo caso, sus ensayos nunca tratan estos temas a la manera de una monografía especializada o de un libro de filosofía. Nuestro autor rechazó insistentemente esta calificación para su actividad intelectual. Fuster se adentra en la materia como un "especialista en ideas generales", con una mezcla de escepticismo, de curiosidad insaciable y de afán de hacer leer, que es para él la primera obligación de todo escritor. Tras esto hay una larga tradición literaria y cultural: Montaigne, Voltaire, Xènius, Josep Pla ... El género implica todo un archivo discursivo de estrategias para desarrollar este examen de conciencia, donde el escritor se ensaya él mismo a partir de un tema cualquiera que le suministra la materia prima, el impulso primigenio de su deliberación. Además, para dar cuerpo literario a esta deliberación y para conseguir, con la regla de oro de la amenidad, generar un público lector, el ensayista tiene que trabajarse un estilo lingüístico personal que dé cuerpo y savia vital a su discurso.

Algunos rasgos del estilo de Fuster

Sin duda, una de las aportaciones primordiales de Fuster a la literatura catalana es el trabajo estilístico que hace de su prosa un instrumento ágil de pensamiento, de discusión, de amena lectura. La sombra de Pla -amigo y mentor de Fuster, al que dedicó, como hemos dicho, uno de sus ejercicios literarios de caracterización que se conocen como Homenots- planea sobre la prosa de Fuster como uno de los referentes estilísticos más insoslayables. No en vano Fuster dedicó a la obra del escritor ampurdanés un estudio crítico memorable, en una especie de reciprocidad admirativa, donde alababa entre otros aspectos, la proclividad antilírica del estilo de Pla.

Precisamente, uno de los rasgos más recurrentes del estilo de Fuster es una ironía desmitificadora, una socarronería muy a lo Pla que hace contrastar escépticamente el vacío de las grandes palabras con el aspecto materialista -a menudo crudamente biológico- de la realidad social. La adjetivación, por ejemplo, puede sorprender por hacer referencia a atributos materiales que no casan con conceptos más abstractos o incluso solemnes, como cuando se dice que el nacionalismo tradicional está "fláccido y descolorido", que ciertas palabras o ideas pueden ser "vidriosas", "lívidas" o "refrigerantes", que la izquierda española de los años setenta era a menudo "tartamuda, volátil e hipotérmica," que las lenguas minorizadas pueden ser "súbditas, arrinconadas, liliputienses o folclóricas". Y quien dice adjetivos dice también sustantivos -"el ganado literato indígena"- o adverbios -"salmones reiteradamente difuntos". A veces la declaración de materialismo desmitificador se expresa a lo largo de todo un enunciado, como cuando dice que la idea filosófica de la unidad del yo no es creíble si no es "a condición de que incluya el reuma, el complejo de Édipo, el orgasmo".

Con todo esto el escritor manifiesta su propósito de descoagular la mirada, es decir, presentar el mundo bajo una luz nueva que sacuda la inercia de la percepción y saque a la luz las trampas ideológicas que se esconden en las rutinas discursivas. Esta operación se puede realizar por medio de una frase deslumbrante, a menudo una definición conceptual que comporte una metáfora sorprendente o una hipérbole o el trastocamiento de un lugar común. Aforismos como "Quien tiene lengua, viene de Roma", o "El matrimonio es la única forma legal y honorable de complicidad que reconoce a nuestra sociedad", o "Cada palabra ya es, en sí, una perífrasis" ilustran estas técnicas que constituyen la base del estilo sentencioso que Fuster utiliza para dar contundencia y eficacia retórica a su discurso, sean aforismos autónomos o frases lacónicas y rotundas, memorables, que se insertan en textos más amplios. Esta tendencia a la sentenciosidad es uno de los rasgos más destacables de su estilo.

Los aforismos, que a veces constituyen todo un libro, como es el caso de Consells, proverbis i insolències [Consejos, proverbios e insolencias] (1968), son una aportación del autor a un género multisecular que lo fascinaba y que ya cultivaron los moralistas franceses, Nietzsche o, en nuestro siglo, Ors con sus glosas. Pero lo que en Xènius suele derivar en consigna, en Fuster rehúye sistemáticamente el tono dogmático y se convierte más bien en un enigma a descifrar por medio de la meditación antes que en un dictado que hay que aceptar acríticamente, con lo que se resaltan los perfiles más insolentes del escepticismo.

Una de las estrategias que contribuyen a crear este efecto es la contaminación con lo conversacional a que Fuster somete sus ensayos e incluso esa miniatura ensayística y epigramática que es el aforismo. Éste sería otro rasgo esencial de su estilo, que acerca la palabra escrita al mundo de la oralidad inmediata, a la interacción entre autor y lector. Como en este aforismo dedicado irónicamente a Xènius: ¿"Eugeni d'Ors? ¡Sí, hombre! ¡Aquel anciano intelectual francés de derechas"! El discurso de Fuster está lleno de interjecciones, de expresiones coloquiales y de otras marcas de oralidad que acercan su prosa de ideas a un modelo de diálogo deliberativo alejado de la abstracción monótona de los textos filosóficos. En este equilibrio entre la idea profunda y la conversación vivaz radica probablemente uno de los méritos más relevantes del modelo de ensayo que Fuster propugna.

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