Quién soy y por qué escribo

Barcelona, 1962. Periodista, guionista y escritor



Escribo porque siempre he escrito y es probable que nunca deje de hacerlo. Escribo porque lo necesito y porque no sabría vivir de otra forma. Y escribo, sobre todo, porque me gusta explicar historia de la forma que quiero explicarlas y porque espero que a otras personas les guste leerlas, como mínimo casi tanto como a mi me gusta escribirlas y, si es posible, algo más.

He trabajado de periodista, de guionista y de copy, pero solo eran trucos para ganarme la vida con el oficio de escribir. Me he dedicado a ello por la misma razón por la que, además de los libros que publico, he escrito artículos y recetas, noticias e informes, tuits y discursos, reportajes y eslóganes, apuntes y conferencias, cartas y proyectos, resúmenes y exámenes, versos que nadie nunca leerá y algunos nombres que bastante gente conoce. He intentado siempre que me pagasen por escribir o para hacer cosas no muy distantes a ello, y he hecho de esta forma de vivir mi forma de vivir.

O sea que escribo porque soy escritor y soy escritor porque escribo. Si hubiese mentido con cualquier otra respuesta más brillante, quizás parecería mejor escritor. Pero he preferido mentir de esta otra forma, para que quedara claro que mentía.

Esta es la única verdad: nunca preguntes a un escritor por qué escribe. Porque la única forma acertada de contestar a esta pregunta me obligaría a escribir de nuevo todos los libros que he publicado y a publicar demasiado deprisa los libros que aún no he escrito.

Nunca querré contestarlo porque lo contesto siempre, cuando escribo. Escribo porque los libros que puedes leer te cuenten historias mucho mejores que la historia de mis razones para escribir. Cuando ya no escriba nada más, todas las historias que he escrito te explicarán, también, por qué escribo. Será mentira, pero es la mejor verdad que puedo ofrecerte.



Han dicho…


Las últimas novelas de Carreras dejan atrás las obsesiones personales y generacionales (...) y abordan la ficción desde una perspectiva profesional, en el buen sentido: buscan el atractivo para el público, paisajes interesantes, la dimensión humana, con un toque psicológico y perspectiva social. En este sentido, Joan Carreras y Eduard Márquez (que ha seguido un camino similar también con una novela sobre la guerra de Bosnia) han abierto una línea nueva que empieza a encontrar sus lectores.

Un lenguaje culto, exquisito, pausado, de palabra justa y clarividente, permite también, con pequeñas y grandes pinceladas, completar un retablo de idiosincrasia holandesa. Enriquece una historia agridulce y potente, que deja huella en el amante de la literatura.

Joan Carreras consigue con esta novela la madurez creativa que ya se intuía en libros anteriores, básicamente en el volumen de cuentos La bassa del gripau, y las novelas L’home d’origami y Carretera secundària.

Joan Carreras nos presenta una investigación policiaca, pero no cae tampoco en la tentación del género. No nos encontramos frente a una novela negra, sino frente a una reflexión sobre la impunidad, sobre la imposibilidad de erradicar el mal. Por decirlo brevemente, hay un crimen, sí. Y en cuanto nos parece haber entrado en una novela de Simenon, resulta que más bien estamos en una novela de Modiano, quien siempre ha sido un maestro a la hora de conjugar intriga y misterio. Hay novelas de intrigas que no producen misterio. Hay otras, en cambio, que crean una gran atmósfera pero que no transmiten el gusanillo de la intriga, las ganas de saber qué sucederá en la siguiente página. Intriga y misterio. Carreras sabe servir ambos elementos en una misma taza.

La investigación policiaca, casi artesanal, hace caer las máscaras que habían ido construyéndose los protagonista de la novela y muestra su faz real, con deformaciones y heridas de todo tipo. Unas caricaturas que habían sido bellas gracias a los silencios, mentiras, envidias e incluso traiciones construidas para esconder las frustraciones que la vida cotidiana va erigiendo en su entorno. Un mundo creado con una comunicación deformada de la realidad que es la base de la incomunicación que sufren muchas relaciones sentimentales, familiares y de amistad de la sociedad actual.

Un lenguaje rico y directo, una habilidad narrativa conmovedora, unos diálogos bien tramados y sucesivas sorpresas que van enriqueciendo una novela atractiva en su conjunto.

En su última novela, L’home d’origami, Carreras exploraba una relación tortuosa. Con Carretera secundària se adentra en un mundo menos rebuscado, retrata unos personajes que no resultan tan diferentes de nuestros vecinos, de nuestros familiares. Es en estas ficciones próximas donde su capacidad de observación y de recreación resulta más convincente. Pocos autores son capaces de construir unos diálogos que hagan avanzar la acción de manera natural, que describan in provocar el déjà vu, que muevan los personajes con sólida delicadeza.

L’home d’origami (…) cumple los tres requisitos que se pueden exigir a una novela. En primer lugar, la lengua se desliza sin chirridos ni aspavientos. En segundo lugar, el montaje parece el mejor posible: el material narrativo no se sitúa en una previsible sucesión cronológica, sino que las historias que parecen independientes acaban ensamblándose con una elegancia enérgica que recuerda los guiones de los hermanos Coen. En tercer lugar, el autor aborda los temas más difíciles: el amor y la muerte, sí, el desamor y la agonía también, y otros tan arduos como el sadomasoquismo y los abusos a menores. (…)

El protagonista del libro es un escritor que ha creado un personaje esquemático que ha hecho fortuna, y que, además de permitirle prosperar, le facilita una máscara tras la cual ocultarse. Después de una experiencia que le enfrenta consigo mismo, el escritor se da cuenta de que tiene que escribir sobre «un home sol que no sap estimar i a qui ja se li fa tard per aprendre’n». Este es el hombre de origami: hecho de pliegues y repliegues, concentrado en sí mismo, ofrece una figura bella y frágil, artística y vulnerable.

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