Joan Alcover i Maspons

(Nou diccionari 62 de la literatura catalana)

Palma de Mallorca, 1854-1926. Poeta y ensayista.



Estudió el bachillerato en el Instituto Balear, donde fue discípulo de Joan Lluís Pons i Gallarza y compañero de Costa i Llobera y de Antoni Maura, y la carrera de Derecho en Barcelona. Tras licenciarse en 1878, volvió a Palma donde ejerció de abogado. A partir de 1886 siguió la carrera judicial como relator, secretario de sala a partir de 1994 y magistrado de la Audiencia Provincial a partir de 1911. Paralelamente se inició en la política como seguidor de Antoni Maura, a quien le unía una fuerte amistad personal: concejal municipal (1879), diputado provincial por Manacor (1883) y diputado a Cortes (1893). Después de una corta estancia en Madrid, decidió volver a Palma y abandonar el ejercicio de la política. A partir de entonces su adhesión a la política de Maura sería puramente formal y se iría enfriando a medida que se aproximaba al catalanismo político y, concretamente, a la Lliga Regionalista.

En su trayectoria literaria tuvieron una notable influencia toda una serie de circunstancias personales y familiares. En 1881 se casó con la barcelonesa Rosa Pujol i Guarch con quien tuvo tres hijos -Pere, Teresa y Gaietà- y que murió en 1887. En 1891 se volvió a casar con la mallorquina Maria del Haro i Rosselló con la que tuvo otros dos hijos, Maria y Pau. Este último fue el único que le sobrevivió: en 1901 murió de tuberculosis su hija Teresa; en 1905 su hijo Pere, del tifus; en 1919, en una misma noche, murieron Maria en Mallorca y Gaietà en Barcelona. Esta presencia de la muerte incidió, en buena parte, en su obra, lo abocó a la elegía y dio un sentido personal, vivencial, a su actividad creativa. Porque Alcover, hasta esos primeros años del siglo, se había ido convirtiendo en un prototípico intelectual de provincias. Desde 1872 había publicado poemas en catalán y en castellano en la Revista Balear, en el Museo Balear y en El Isleño y había ganado incluso un premio extraordinario en los Jocs Florals de Barcelona con el poema "La creu".

Su actividad poética era un complemento de la función social que ejercía como persona de prestigio, centro de una tertulia que reunía en su casa a los intelectuales de más renombre de la isla. La adhesión del poeta, en los años estudiantiles, a los principios de la Renaixença fue constante, aunque con matices y con una progresiva adopción del castellano como lengua poética hasta hacerse casi exclusiva. Prueba de ello es la publicación regular de diversas recopilaciones de su obra: Poesías (1887), con tres composiciones intercaladas en lengua catalana, que aumentarían hasta siete en una segunda edición muy ampliada (1892); Nuevas poesías (1892), con un único poema en catalán, la traducción de Fantasia de Carducci; Poemas y Armonías (1894) y Meteoros (1901), ambos ya exclusivamente en lengua castellana. Estas obras, próximas a Campoamor o a Núñez de Arce, alcanzaron en la época un cierto éxito de crítica (Menéndez y Pelayo, Juan Valera, etc.) y, recientemente, han sido valoradas de muy diversa manera por críticos como Llompart, Vidal Alcover o Antoni Comas, entre otros.

A partir de 1899 y hasta 1903 su actitud ante la lengua cambió y, después de un periodo de defensa del bilingüismo, acabó adoptando de forma consciente y decidida el catalán, en una elección ya irreversible que justificó en numerosos escritos (sobre todo en un discurso en el Congreso Internacional de la Lengua Catalana de 1906: "La llengua catalana és entre nosaltres l'única expressió possible de l'escriptor artista"). Las diferentes interpretaciones de las razones de este cambio han sido motivo de polémica. En general, se ha relacionado con la muerte de su hija Teresa, que lo llevó a adoptar una poética de la sinceridad en la que fundamentó su poesía, convertida en instrumento de expresión de su dolor. Hay, además, factores culturales, concretamente el impacto en Palma del grupo modernista formado en torno a Miquel dels Sants Oliver, que impulsó una intensa vida cultural de modernización y de integración en la cultura catalana en un programa que acabó concretándose en la llamada "escuela mallorquina". En ese contexto Alcover encontró un espacio propio de acción cultural efectiva, un sentido social a su actividad creativa, de manera que su poesía, al tiempo que se personalizaba, se cargaba de sentido humano y colectivo.

La tertulia celebrada en su casa se convirtió en un puente cultural, sobre todo por la asidua presencia de Santiago Rusiñol y, posteriormente, de Josep Carner, entre muchos otros. Fue su manera de integrarse en la vida cultural hasta el punto de ser uno de los conferenciantes del ciclo de autores mallorquines organizado por el Ateneo Barcelonés en 1904.

Su discurso "Humanització de l'art", que constituye su declaración poética más importante, fue recogido con otros textos en el libro Art i literatura [Arte y literatura] (1904). En él expone su posición contraria a las corrientes del arte por el arte, los simbolistas y parnasianos, en una clara sintonía con las actitudes veristas y vitalistas del momento, que defendían los vínculos entre creación poética y vivencia personal, emotiva. Así pues, sintetiza en algunos aspectos las teorías poéticas de Joan Maragall y de Santiago Rusiñol, defiende la conciliación entre el escritor y la sociedad, el punto de partida contemplativo de la creación poética y la concepción mesiánica del poeta a través de la cual adquiere una dimensión o responsabilidad colectiva. Al mismo tiempo, sin embargo, reclama el dominio de la técnica y un extremado cuidado en el lenguaje, porque cree que la poesía tiene que ponerse al servicio de la comunicación y la claridad. Es probable que en estas ideas siguiera de cerca las teorías de Tolstoi, a quien dedicó un ensayo datable en 1921.

La concreción más precisa de esta teoría es su propia obra poética, que recogió en 1909 en el libro Cap al tard [Hacia el atardecer], uno de los poemarios más importantes e influyentes de la poesía catalana del siglo XX, que supuso su reconocimiento público. En 1918 publicó una última recopilación, Poemes bíblics [Poemas bíblicos], en la que, en una serie de "visiones" de figuras bíblicas (entre otras, Agar, Rebeca, Abigail, David, Saúl y, la más dramática, Resfa) se aproxima al dolor y a la tragedia humana, eso que Carles Riba califica como "la idea humana universal". El libro se cierra con una serie de proverbios que se consideran derivados de las elegías de Cap al tard. Era, ya en ese momento, una personalidad pública reconocida: maestro en Gai Saber (1909), miembro de la Academia de Buenas Letras de Barcelona (1913), presidente de los Jocs Florals de Barcelona (1916) y miembro correspondiente del IEC (1916). Esta adhesión a la política lingüística del Instituto le valió un violento ataque de Antoni M. Alcover en 1920.

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