Por debajo

Jaume Subirana

Socarrón, en cierto punto de En defensa del fervor Adam Zagajewski se pregunta qué se puede esperar de un poeta que no sea una defensa de la poesía. Así pues, empiezo pidiendo disculpas, porque soy de los que creen que ciertas obviedades aún mantienen su sentido. Obviedades como defender la poesía y defender que está hecha con palabras (también, si se quiere, con silencios), o que llega a nosotros una y otra vez viniendo de muy lejos en el largo camino de lo escrito.

Durante años me peleé con un montón de tostadas para conseguir untarlas con mantequilla sin romperlas. Un día alguien me recomendó que pusiera otra tostada debajo, y el problema se resolvió para siempre y pasó a parecerme mínimo: cuando das con ella, la sabiduría suele parecer obvia, aunque de hecho es muy rara, y hasta dar con ella la echas de menos sin saberlo, inclinándote a recoger trozos de papel, pan o palabras que ya no te atreverás a usar. Lo mismo ocurre con la buena poesía: sin darte cuenta la echas de menos, parece evidente aunque es más bien rara y no se deshace si tiene más por debajo. Intento contarlo de otra manera: en el jardín, con un cuaderno en las manos, contemplo un árbol, una piedra, unas hojas, un limón encima de la mesa, todo parecido al resto y todo cada vez distinto, variaciones sobre una idea (sobre una melodía) inaudible y clara. Y a veces escribo. Procurando que la emoción encuentre su idea, y la idea sus palabras. Este es para mí el mandamiento (y el reto) del poema. Y yo lo persigo. Tozudo en la ilusión e ilusionado por la potencia. Hablando de Joseph Brodsky, Seamus Heaney apuntó en su obituario que para él había sido ejemplo de lo que más valoraba de la poesía: la capacidad del lenguaje para ir más allá y más aprisa de lo normal, más allá de las limitaciones y el papel pautado del yo.

Mirar el mundo y hablar del mundo, vivir en el mundo y rehacer una parte de esa experiencia con palabras. He dicho que el poema solo se construye con palabras y esto –aunque higiénico– no es del todo cierto, o solo lo es en uno de los sentidos del “solo”: las palabras son la piedra con la que levantamos la pared seca, pero alguien debe estar ahí escogiéndolas, y con alguna intención. Cuando empecemos a poner piedras, además, ocurrirán cosas, y luego el terreno siempre condiciona los planes. Y aún, con la pared ya levantada, quien ha puesto las piedras se va y su intención o sus ideas se vuelven tan vaporosas, tan iridiscentes, que cada uno puede dar ya su opinión, incluso los que creen que el arte puede ser automático (que los muros se levantan solos) o los que defienden que las paredes ya estaban ahí o que solo son paredes o que los escritores escribimos de hecho el reverso de lo que queremos decir, también en las poéticas.


Sobre la poesía de Jaume Subirana

La poesía está hecha de asombro y de emoción. El asombro a veces conduce a la emoción; la atención, a la necesidad de expresarse de la forma más precisa posible. La poesía de Jaume Subirana apenas utiliza metáforas, porque nada necesita parecer otra cosa para resultar memorable. En este sentido, entronca con cierta poesía anglosajona que cultiva la objetividad, así como guarda un destello de la serenidad del haiku. Hay sin embargo una muy personal indagación en la propia biografía, porque, tal vez: “escribimos para recordar / lo que aún no sabíamos…”.

Poesía contenida pero no fría, emocionada pero no sentimental, centrada en un universo cotidiano, pero no vulgar. Así, la mirada de Subirana rescata al mundo de la intrascendencia sin elevarlo a ninguna otra categoría: basta acercarnos más a él y hacerlo propio para que se torne elocuente.

  • Poesía Dibujada
  • Massa mare
  • Música de poetes
  • Premi LletrA