Quién soy y por qué escribo

Barcelona, 1947. Escritor

Jaume Cabré es uno de los escritores más leídos de la literatura catalana contemporánea. Es autor de una extensa obra que incluye ficción, guiones para televisión y teatro. Sus obras se han traducido a muchos idiomas. [...] Ganó el Prix Méditerranée (2004) y [Las voces del Pamano], el Premio de Crítica Catalana.

Frecuentemente me han preguntado por qué escribo. Al principio contestaba con evasivas, porque ni yo mismo lo sabía o, a lo sumo, me venía la tentación de endilgar un discurso más o menos solemne sobre el hecho literario. Ahora, cuando me lo preguntan, sigo con las evasivas, pero, además, con algunos elementos de definición personal, porque ha llegado un momento en que me he dado cuenta de que escribir es, para mí, un acto necesario, del mismo modo que lo es hace tiempo leer. Una cosa tengo clara: he llegado a la escritura a través de la lectura. Como lector, abrir un libro es tanto como aceptar la invitación del autor a entrar en el mundo de sus reflexiones y sus planteamientos estilísticos. De igual forma, escribir supone, para mí, la posibilidad de poner en orden mi vida interior y plasmar, con la ayuda de la gran metáfora que es la literatura, lo que pienso, lo que me preocupa, temo o espero, lo que me alegra o me entristece. Con una gran ventaja añadida: el medio que utilizo, el lenguaje, me permite un planteamiento estético que me gusta cada vez más. Los fonemas, las palabras, las frases, los párrafos son materiales palpitantes, vivos, que se encadenan y adquieren ritmo y cadencia propios, y que, éste es el milagro, cobran significado por sí solos.

Periódicamente surgen polémicas en todas las literaturas sobre el grado de calidad literaria del momento. Y, fatalmente, se establecen dos posiciones contrapuestas: la de aquellos que defienden que estamos abocados al fracaso, porque toda la producción del momento es irrelevante, y la de aquellos que consideran que no es para tanto e, incluso, esgrimen obras y nombres concretos para poner de manifiesto que hay calidad. Más de una vez me han invitado a participar en estas polémicas; pero, aunque me parecen útiles (toda revisión es buena), también las considero estériles por razones personales, lo que me impide involucrarme. Lo menciono ahora porque tienen mucho que ver con mi manera de entender la praxis literaria.

Para mí, escribir es dudar. Yo no me considero en posesión de la verdad. Como mucho, en posesión de opiniones. Pero en una polémica las posiciones se simplifican y adquieren categoría de dogma. Personalmente eso me molesta. No creo que sea justo comparar corpus literarios que se están haciendo, que se están construyendo, con corpus literarios acabados, asimilados y reubicados en su contexto histórico con la ayuda que proporciona el paso del tiempo para "recordar" únicamente los puntos culminantes de toda esa producción que ha completado su ciclo y que ya ha sido analizada por los estudiosos. Por otra parte, tampoco estoy satisfecho con gran parte de la producción literaria actual, aunque reconozco que está más expuesta al análisis sólo en razón de los gustos personales de los consumidores. Además, el éxito o el fracaso de las ventas puede influir en las valoraciones, algo que no pasa cuando nos referimos a un libro publicado hace sesenta años. Es decir, que no me parece pertinente comparar Solitud [Soledad] con Ventada de morts [Ventolera de muertos] o las Estances [Estancias] con En quarentena o L'edat d'or [La edad de oro]. (Pongo ejemplos de obras que valoro mucho para no pillarme los dedos.) También ocurre que en polémicas de esta naturaleza se discute mucho a partir de los gustos personales del polemista. Dicho esto, comprendo muy bien que lo que escribo guste a unos, desagrade a otros y deje indiferentes a unos terceros. Es lógico. Pero como los escritores (los creadores, en general) somos unos picajosos, desenfocamos las cosas y nos resulta muy difícil distinguir las razones objetivas de las manías personales, las estrategias editoriales, los mandarinismos individuales o las preferencias del momento. Es muy difícil ser objetivo. Para mí, lo decía antes, escribir es dudar. Es exponer las propias vacilaciones y esperanzas. Es una manera de vivir. Creo que el tiempo irá poniendo cada cosa en su sitio y, mientras tanto, me limito a encontrar tiempo (personal) para enfrentarme a la hoja en blanco o a medio escribir, que es lo que de veras me apasiona.

He contado todo esto para dejar claro al lector que me haya seguido hasta aquí que no estoy muy predispuesto a hacer una valoración personal de mi obra, cosa que, más o menos veladamente, se me pide en esta introducción.

Lo que sí que puedo hacer es un repaso descriptivo de cómo han ido las cosas. El momento en que "me encontré escribiendo" fue una especie de epifanía: descubrí que una buena audición musical, una buena lectura, una buena película, una buena conversación, una buena experiencia, me empujaban hacia el papel. He dedicado muchas, muchísimas horas, a esta actividad. Con una extraña fe (yo, que soy muy inseguro) en lo que estaba haciendo. Los primeros tres o cuatro años los pasé escribiendo, buscando los elementos técnicos o estilísticos que me ayudaban a expresar lo que quería decir, leyendo y releyendo autores que me llegaban al corazón para encontrar su chispa mágica, cuanto me seducía en sus escritos. Y tirando muchos folios. Publiqué un par de libros de narraciones que ahora siento muy lejanos, sobre todo el primero. En aquellos momentos, recuerdo, tenía mucho interés en guardar las distancias con lo que escribía. Me daba miedo mancharme con las salpicaduras de lo que escribía. Movido por la insatisfacción, decidí cambiar de actitud y comprometerme con lo que escribía. Así fue con mi primera novela breve, la historia de un bandolero de mediados del siglo pasado que es un héroe pero tiene miedo. El libro se titula Galceran, l'heroi de la guerra negra [Galceran, el héroe de la guerra] y, a pesar de su brevedad, tardé bastante tiempo en darlo por bueno. Últimamente lo he revisado a fondo. Con Galceran me sentí más implicado con lo que escribía. Me encontraba a gusto construyendo un personaje con contradicciones y situándolo en un paisaje de mi niñez. Al margen del hipotético valor objetivo de la novela, reconozco una inflexión en mi actitud respecto a lo que hacía. Después vino Carn d'olla [Cocido] (1978), en la misma línea de implicación. Es una novela que recuerdo con añoranza.

Cuando estaba acabando Carn d'olla surgió el embrión de lo que serían los tres libros de Feixes, pero antes quise quitarme de la cabeza una idea que me obsesionaba y, en cosa de un año y pico escribí El mirall i l'ombra [El espejo y la sombra] (1980), una novela que ha pasado tan desapercibida que casi puedo considerarla clandestina. Mientras tanto, iba creciendo en mi interior un cuento breve, de cinco líneas, que hablaba de monjas y vampiros en un balneario, y que ya había ensayado tres o cuatro años antes. Entonces yo vivía en Vila-real y trabajaba de profesor en su instituto de bachillerato. Allí escribí Luvobski o la desraó [Luvobski o la desrazón], una novela breve sobre esa atmósfera de balneario que me obsesionaba. Es una historia de amores y egoísmos con un trasfondo musical que se convirtió en el motivo creador del ciclo de Feixes. Creo que a partir de ese momento ya no he podido dejar de concebir el hecho de escribir como un compromiso personal con la historia que escribo, la lengua que utilizo y el hecho artístico en general. Desde entonces no "escribo" las novelas, sino que las voy "viviendo". Quizás por eso tardo bastante tiempo en concluirlas. Durante seis años me sumergí en el mundo que, poco a poco, se fue convirtiendo en Fray Junoy o l'agonia dels sons [Fray Junoy o la agonía de los sueños]. Mientras gestaba esta novela, una fase relativa a la familia de una monja me llevó a hacer un paréntesis de dos años que desembocó en La teranyina [La telaraña]. Entonces empezaba a tener claro que todo lo que estaba contando debía resolverse en tres libros diferentes, pero relacionados. El resultado fue La teranyina (1984), Fray Junoy o l'agonia dels sons [Fray Junoy o la agonía de los sueños] (1984), y Luvobski o la desraó, publicado dentro de Llibre de preludis [Libro de preludios] (1985). Recuerdo perfectamente que, cuando decidí que había acabado Fray Junoy... y me la quité de dentro, me sobrevino una sensación de vacío psíquico y físico que me asustó.

A partir de este momento empecé a colaborar con Joaquim M. Puyal en sus programas de televisión, lo que me llevó, paulatinamente, a dejar el trabajo de profesor y a cambiar de orientación profesional. En esta nueva etapa personal viví otra novela Senyoria [Señoría] (1991), en la que trabajé durante más de cinco años. Al acabarla y alejarla de mí, también me sentí desamparado, como si me faltara algo difícil de explicar.

Ahora vuelvo a tener unas brumas en la cabeza, un par de cientos de hojas escritas, un personaje, una atmósfera, un embrión argumental y, sobre todo, muchas ganas de darle forma y seguir explicándome escribiendo. Confieso que, además del trato con las personas, la literatura es una de mis razones de vivir, es una manera de amar. Si no lo viera así, estoy seguro de que no dedicaría tanto esfuerzo y tanto tiempo de mi vida a esta aventura. No tendría sentido. Sé que lo que hago puede gustar o no, y que, tomándomelo como me lo tomo, me la estoy jugando. Pero no sabría hacerlo de otra manera.

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