Gerard Vergés, un escritor diferente

Jaume Subirana (UOC)

He contado ya en algún otro lugar que el descubrimiento de la obra de Gerard Vergés lo debo a Xavier Bru de Sala, entonces director literario de Edicions Proa y sin duda uno de los instigadores de que el poeta fuera galardonado con el premio Carles Riba 1981, además de prologuista de L'ombra rogenca de la lloba. En 1982 quien les habla era sólo un lobato que se dedicaba a comprar todos los libros de versos que podía para intentar aprender "cómo tenía que hacerlo", pero incluso yo vi claro que un libro como aquél –un único poema de más de trescientos versos firmado por Rómulo con un apartado de notas a cargo de Rémulo– era radicalmente original, atípico, inclasificable y, como esto (o por todo esto), un soplo de aire fresco en la poesía catalana del momento (en la que debo decir que no se encontraba mucho que pudiera ser ejemplar). De hecho, L'ombra rogenca de la lloba y su autor eran en el momento de su aparición difíciles de encasillar y lo continúan siendo actualmente, más de un cuarto de siglo después.

La aparición

La figura y la poesía de Gerard Vergés (he crecido en una tradición que distingue claramente ambas cosas, pero al mismo tiempo he ido interesándome cada vez más, en paralelo a la poesía, por la figura humana de los artistas, por sus biografías, sus caracteres, su papeleo personal), tanto la figura como la poesía de Vergés, decía, vistos contra el fondo del resto del gremio, apuntan al rasgo de la distinción, de la no semblanza. Y esto puede no ser ni bueno ni malo... o sí. Pero no nos avancemos. Volvamos a la distinción, a la diferencia: al carácter y, pues, a la unicidad. Ya en aquella Nit de Santa Llúcia de hace veintisiete años, Vergés aparecía para un lector ordinario de pronto en lo más alto llevándose el premio de referencia de nuestra lírica: sin un currículum literario previo reconocido ni citaciones o padrinos que le hicieran "adscribible".

Tortosa, 1931-2014. Doctor en farmacia, poeta y ensayista.

Aparecía, además, como ya he mencionado, con un largo libro de un único poema, una pieza además metaliteraria, juguetona, irónica, incluso autoparódica por momentos... Más allá del libro en concreto, la poesía de Vergés tenía (y mantiene) una textura culta y ligera a la vez, irónica sin llegar nunca a parecer cínica, leída pero no pedante. Una poesía, como ya hemos apuntado, difícil de encasillar en los grupos y corrientes al uso. Por si fuera poco, el autor venía de fuera (ya ven: de Tortosa!, pero no seré ahora yo quien les descubra hasta qué punto la cultura catalana –también la literaria– es centralista. Y aún, aunque pueda parecerles anecdótico, una de las primeras cosas que supe antes de abrir alguno de sus libros, fue que Vergés era farmacéutico: en una tradición en la que la figura del poeta tendía a menudo a ubicarse en un limbo impreciso entre los modelos de profesores-de-catalán-de-paso-por-la-poesía y el rentista diletante, esa profesión real, su otra vida entre sustancias y fórmulas y laboratorios, hacían que me pareciera, qué quieren, más creíble, menos de cartón-piedra. Pero el toque definitivo vino después, i no me di cuenta hasta pasado un cierto tiempo: porque lo que pasó fue que con aquél su primer libro Gerard Vergés vino, ganó y se fue de nuevo. Quiero decir que no llevaba un plan de conquista, ni de reforma, ni de evangelización de la poesía catalana, ninguna moto para vender, ningún dogma para imponer. Eso sí era distinto. Eso sí era de agradecer...

Después fui enredándome en esto de leer y escribir, y junto a dos compañeros tan irresponsables como yo, empezamos a firmar, bajo el pseudónimo Joan Orja, críticas de libros catalanes en La Vanguardia. Por obra de la magnanimidad de Robert Saladrigas fuimos asumiendo más y más responsabilidades, hasta el punto de que al final recibíamos las pruebas de imprenta de los ganadores de algunos de los premios importantes antes de que apareciesen publicados. El reto era excitante: había que hablar sobre ellos a ciegas (deprisa y sin ninguna otra opinión como referencia), y la incomodidad frente a títulos que habrías preferido evitar era ampliamente recompensada por la alegría de los "descubrimientos"... Así fue como Gerard Vergés se cruzó por segunda vez en mi vida: en 1985 se llevó el premio Josep Pla convocado por Edicions Destino, y a Joan Orja le tocó reseñar deprisa y corriendo sus Tretze biografies imperfectes. El libro –si no lo conocen, se lo recomiendo fervorosamente– fue una de las sorpresas, es uno de los buenos recuerdos que tengo de esa etapa de crítica militante. En Tretze biografies imperfectes el escritor que ya había hecho hablar a Rómulo y Rémulo en verso aparece burlón tras los personajes biografiados (desde el inquisidor Don Fernando Niño de Guevara a Circe, hija del Sol, pasando por Giorgio de Chirico o el trabucaire Panxampla), como una voz –de nuevo– culta, inteligente, modesta e irónica (ya sé que no se puede ser irónico sin ser modesto, pero hay tantos que creen ser irónicos desde la soberbia que me gusta repetirlo).

Entonces llegaron dos libros de versos más: Long play per a una ànima trista en 1986 y, en 1988, Lliri entre cards, que contiene una emblemática "Art poètica" cuyo inicio cuesta no citar:

Si quan escrius, amic, ets tan il·lús,

que penses que la rima i la mesura

són el secret, infausta singladura
li espera al teu vaixell pel trobar clus.



El mot obscur i el pensament difús

segur que et cavaran la sepultura.

Poeta ver no fa literatura.
La retòrica, amic, és com un pus. [...]



Si al escribir, amigo, eres tan vano
que piensas que la rima y la medida

esconden el secreto, cal y espinas
te esperarán en el trovar cerrado.

Palabra oscura y pensamiento vago

u sepultura cavarán, sin duda.

El verso en sí no es literatura.

La retórica, amigo, es sólo fango.


[Traducción de Ramón García Mateos]

Y llegaron un volumen de ensayos breves, Eros i art (1991, premio Josep Vallverdú 1990) y una verdadera piedra de toque: la traducción completa de los sonetos de William Shakespeare, publicada y reeditada en una colección de amplio alcance y reconocida con el premio de la Crítica Serra d'Or. Más tarde, han llegado aún otro libro de poemas (La insostenible lleugeresa del vers, 2002) y la monumental edición bilingüe de su poesía completa en castellano, La raíz de la mandrágora (2005), una pieza que no nos cansaremos de agradecer a su editor (Juan Ramón Ortega) y traductor (Ramón García Mateos).

Triple programa vital y literario

Entre todo, Gerard Vergés, como un héroe antiguo, sigue siendo para mi el emblema inmutable del outsider de lujo, del hombre sabio y feliz, acorde con su lugar, su espacio y su vida pero en diálogo permanente con su propio mundo, que es el de sus clásicos. Hace años, hablando de Lliri entre cards escribí: «Al gremio poético del país se le acusa a menudo (seguramente con bastante razón) de aburrido, de ininteligible y de presuntuoso. Bien, pues, lo mejor que se puede decir del último libro de Gerard Vergés es que replica a cada uno de estos tópicos: el lector lo pasa bien leyéndolo, en los versos hay la vocación de que sean entendidos y el lector que en ellos se dibuja es vivo, burlón y rico, pero falto de vanagloria. Uno se lo imagina medio de vuelta de casi todo, sentado en la trastienda o en alguna sala cómoda y repleta de libros y cuadros, con la sonrisa en los labios y el fair play del antiguo atleta que ahora corre únicamente por placer, para hacer ejercicio y para ver las piernas de las chicas guapas». Hoy volvería a escribirlo, pero añadiría de forma más evidente mi admiración por su triple programa literario y vital: el convencimiento (y la vivencia) ante todo de que la discreción no se opone a la ambición, en segundo lugar, que la sabiduría no debe estar inevitablemente atada a la pedantería y, finalmente, en tercer lugar, que el placer literario es bueno, es largo, es de verdad y nos hace más personas... Por decirlo en términos literarios, y discúlpenme el punto de pedantería: a Shakespeare desde Tortosa (o al universal por el particular, que diría Josep Carner), siempre con una sonrisa agradecida en sus labios.

Le hemos cualificado, pues (le he cualificado, no me quiero esconder), de excéntrico, discreto, culto, inteligente, irónico, outsider de lujo, sabio feliz... Hay un fragmento de El Renacimiento, de Walter Pater (traducido al catalán por Marià Manent y editado, como una especie de milagro, por la Institució de les Lletres Catalanes en noviembre de 1938) en el que el autor de aquellos magníficos "Estudis d'art i poesia" que se convertirían en un clásico del XIX, evocando el Laocoonte de Lessing para hablar de Giorgione, escribe:


«La pintura es el arte en cuya crítica es más necesario recalcar esta verdad, pues es en juicios populares sobre pintura donde más predomina la falsa generalización de todo el arte en forma de poesía. Suponer, por un lado, que todo se reduce a adquisiciones técnicas en el dibujo o al trazo, actuando por medio de la inteligencia o dirigiéndose a ella, o que se reduce a un mero interés poético, o literario, como podríamos llamarle, dirigido también a la pura inteligencia, por otro lado. Esta es la costumbre de la mayoría de espectadores y de muchos críticos, que nunca han captado plenamente la auténtica calidad pictórica que se encuentra en ella, única prueba, realmente, de la posesión del don pictórico, el tratamiento inventivo o creador de la línea y el color puros, que, como pasa casi siempre en la pintura holandesa, y a menudo también en las obras de Tiziano o El Veronés es completamente independiente de nada definidamente poético en el tema que acompaña. Es el dibujo –el esquema proyectado del temperamento peculiar del pintor, el esquema en el que, incluso si el pintor ignora las verdaderas proporciones anatómicas, las cosas de todo tipo, toda poesía, todas las cosas, por abstractas u obscuras que sean, flotan como una escena o imagen visible; es el colorido, aquel tejido de la luz, como hilos de oro apenas perceptibles, en el vestido, la carne, el ambiente de "La chica del lazo" de Tiziano, aquel colorido de toda la estructura con una nueva, deleitosa calidad física...»



Y ¿qué es, sino auténtica calidad pictórica (o poética, si lo prefieren), un adentrarse silenciosamente por el bosque húmedo de pinos y de jengibres en otoño y, al oír un ruido detrás, preguntarse: «Ets tu? / M’he equivocat, amor. / Eren gotes caient des de les fulles» ("Bosc de tardor")? Es en este sentido que les quería hablar de Gerard Vergés como un escritor distindo: porque sabe hacer, porque cuando pienso en él pienso en pintura y pienso en el Renacimiento. Nuestro Renacimiento posible: el que fue y que, quizás, quién sabe, aún algún día nos espera.

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