Carles Rebassa

Carles Rebassa (Palma,1977) ha publicado los libros de poesía Requiescat in pace (con Pere Perelló), Poema B, Els joves i les vídues (XLIV Premio de Poesía Ausiàs March) y Pluja de foc. En 2016 publicó su primera novela, Eren ells –premio Ciutat de Tarragona Pin i Soler 2016 y premio Ciutat de Barcelona 2017. Le gusta la oralidad de la literatura, y hace recitales por todo el país y en el exterior desde que era joven. Actualmente trabaja en otros libros –entre ellos una biografía de Blai Bonet–, con la intención de indagar en ideas como la mentira, el poder, el bosque, la reunión, la soledad acompañada. Se hace suyo un poema de Miquel Bauçà, que dice: “Caminar y reír mucho: el secreto de no cansarse”.

Vivir en una sociedad inacabada

Simona Škrabec


En el lejano 1988, Gayatri Chakravorty Spivak publicó un ensayo con el elocuente título “¿Puede hablar el subalterno?” Esta es la cuestión clave que cualquier sociedad debe plantearse. ¿Pueden hablar los subalternos de nuestro entorno? ¿Los grupos no dominantes, las personas al margen, tienen voz? ¿Pueden articular sus relatos, que son a menudo incómodos, desagradables, irresolubles? Una sociedad está hecha de voces no escuchadas, de relatos que se olvidan o que quedan arrinconados y no consiguen convertirse en ningún tipo de historia para compartir. Los relatos transmitidos por canales íntimos, de tú a tú, nos devuelven la valentía de gestionar no solo lo que es bonito y amable, sino lo que es definitivamente difícil o doloroso.

El retrato de un grupo de chicos de dieciséis años nos pone frente a la pregunta: ¿cuál es el porqué de las cosas? En vez de partir de relaciones de amistad o de irrompibles lazos familiares, Carles Rebassa habla de unos chicos que coexisten únicamente en unas mismas calles. Delata de este modo el vacío de la creencia de que por mera proximidad tejimos ya lazos de pertinencia. Su novela es un contramodelo de la novela de formación que tanto ayudó a fijar los espacios de identificación colectiva, convenciéndonos de que si nos movemos por los mismos lugares ya formamos parte de una “comunidad imaginada”, en palabras de Benedict Anderson.

Romper todas las seguridades

Eren ells profundiza enormemente en la vaga noción del espacio compartido y va rompiendo una a una todas sus seguridades. El proceso de hacerse adulto es narrado con una belleza inusual, hay escenas en las que aflora una ternura cautivadora. Pero Rebassa no es ciego tampoco para el espantoso peligro de este proceso. Los chicos que están dispuestos a transgredir todos los límites podrían fácilmente convertirse en un núcleo de complicidad ciega, como en aquel instituto al que iba el joven Törless de Robert Musil, o podrían perderse como los jovencitos brutalmente interrumpidos en su crecimiento, como mostró con tanta sensibilidad Blai Bonet.

La novela de Carles Rebassa no solo plantea la cuestión de cómo llegar a la edad adulta sin daños irreparables, sino que da también una respuesta coherente. El joven autor reivindica una vida imperfecta, una ciudad inacabada, el espacio de duda e improvisación. Es en esta confrontación constante con el irresoluble donde nos hacemos fuertes como sociedad, afilamos las herramientas del análisis y la capacidad de comprensión. La tolerancia como doctrina, en cambio, no tiene capacidad de transformación y es apta solo para las pantallas televisivas que nos entretienen y nos consuelan.



Ya está aquí: ¡es Carles Rebassa!

Carles Hac Mor


Porque todo el mundo respetará tanto y tanto el grandísimo poema del gran profeta Carles Rebassa que nadie se atreverá a hacerle competencia; nadie hará otra cosa que esperar que comparezca él, en persona, declamando su poema. Y él acudirá a todos lados, porque él es su poema del mismo modo que su poema es él.

I habrá venido él, y entonces, habiéndole escuchado boquiabiertos el poema, restaréis encendidos y nos habremos puesto a caminar hacia donde estamos y no sabemos que estamos. Y cansados, sin notarnos cansados, de tanto decir –y bien dicho– que no hay nada que decir, entenderemos que él, Rebassa, nos lo dice todo y más: que hay mucho que decir y que enseguida puede ser dicho, este mucho, este todo, es decir, su poema-piedra, que debe despertarnos y que nos dejará preñados de poesía, que rima con profecía y anarquía.

“¡Que baje Carles Rebassa a escandir su poema!”, reclamará la gente. “Sí, ¡que no se haga rogar mucho!”, aullarán poetarros y vaquitas sagradas. Que su voz y su poema nos vuelvan leretes para afirmar todo lo que tantas negaciones nos piden.

I con él, con su poema-torrente, nos dirá que únicamente quiere que digamos todo lo que ya decimos por el mero hecho de ser lo que somos como individuos que nos ratificamos como negadores de todo lo que nos niega como sujetos del verbo exaltarse, que, de hecho, significa aceptarse mediante la rebelión contra todo lo que exige que nos aceptemos como no podemos ser.

Sin embargo, Carles Rebassa no predica nada. Tanto es así que no quiere ni siquiera predicar la no necesidad de predicar. Él canta –que no es solo hacer gorgoritos– lo que cantamos cuando nos ponemos a cantarnos; alaba lo que no haría falta cantar, sino solamente vivir. Él nos exalta a nosotros para que, mientras le escuchamos, nos exaltemos al darnos cuenta que somos lo que alguna vez hemos sabido que éramos.

Que recite Carles Rebassa en la esquina de más abajo, por no decir en la de más arriba, o en el bar de al lado. O que le lleven, si quieren, a los lugares de prestigio: con su poema-sí los transformará en otra cosa.

Lo que importa es esto: que se aparezca en todas partes Carles Rebassa –mejor que nadie le lleve a ningún lado–, que declame donde sea –donde quiera– su poema-no (y tiene más poemas, claro, pero aquí elevamos sus versos que hacen temblar las esferas porque testimonian el ser que somos cuando no queremos ser nada más que lo que somos, que ya es muchísimo).

¡Viva Carles Rebassa! Lo queremos ahora –un ahora dilatadísimo– y aquí –un aquí tan inmenso como su poema-viento. ¡Viva su poemazo escandido por él y que es un clamor que, con el optimismo nihilista del vitalismo de la suela de los zapatos, nos pone los dientes largos para enarbolar el yo propio, inseparable del yo que somos yo y todos mis tús (que no es ningún yo colectivo)!

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