Andreu Martín, el jugador compulsivo

Àlex Martín Escribà

“Escribir género significa jugar, es decir, aceptar una literatura que tiene unas reglas propias, una complicidad con el lector, y que mantiene una comunicación.” Con estas palabras podríamos definir la carrera novelística de Andreu Martín, que lleva ya treinta años ofreciéndonos historias de “polis y cacos” y se ha convertido en el escritor más polivalente y prolífico que ha tenido la novela negra en nuestro país. A día de hoy son ya casi un centenar de novelas publicadas, en las que ha tocado todo tipo de géneros y subgéneros –policiaco, negro, fantástico, erótico–, que lo han convertido en un clásico y un referente, en un hombre que puede jugar en cualquier posición, que es capaz de escribir en catalán y en castellano, y que toca cualquier variante que se proponga con una maestría difícil de igualar.

Centrándonos estrictamente en su vertiente literario –detrás quedarían estudios de psicología; guiones de cómic, cine y televisión; multitud de prólogos; estudios del género; textos teatrales; dirección de colecciones; escritura de paridas; colaboraciones en revistas (Cambio 16, Tiempo y Gimlet)–, su obra resultaría prácticamente inclasificable por la cantidad de temáticas y personajes utilizados a lo largo de los treinta años que lleva en este oficio. Y es que Andreu ha abordado la novela policiaca desde todos los ángulos y temáticas posibles: desde la violencia explícita e implícita y la venganza desaforada en Pròtesi [Prótesis]; a fenómenos paranormales y personajes locos en Història de mort [Historia de muerte]; la denuncia del tráfico ilegal de inmigrantes en Muts i a la gàbia [Punto en boca]; la agresividad, los conflictos mentales, el terror y la sexualidad desequilibrada en Si és no és [Si es no es]; la fatalidad de los personajes que no pueden cambiar su destino en Barcelona negra o Zero a l’esquerra [Cero a la izquierda]; la trepidante historia real de mafias y corrupciones políticas en Barcelona Connection y Societat negra [Sociedad negra]; el mundo de la droga, del juego y de la violencia en Jesús a l’infern [Jesús en el infierno]; la red de las sectas en Per l’amor de Déu [Por el amor de Dios]; el revisionismo histórico en Barcelona tràgica [Barcelona trágica] y Cabaret Pompeya; el procedimiento policiaco rural repleto de personajes en Jutge i part [Juez y parte]; la prostitución y el rostro del psicópata en L’home que tenia raor [El hombre de la navaja]; la crónica social del pasado reciente con la imagen del franquismo, la ley de prensa y el mundo estudiantil en Veritats a mitges [Verdades a medias]; asesinos fascinantes enfocados desde la óptica del mal y de la violencia en Bellíssimes persones [Bellísimas personas], o historias de atracadores en Cop a la virreina [Golpe a la virreina]. Todas estas obras completan un recorrido bien heterogéneo y diversificado.

Ahora bien, dentro del corpus hay que destacar algunas características comunes en su obra. En primer lugar, la adopción de los personajes desde todos los puntos de vista. Según cuenta Andreu, “el uso de un mismo detective habría quitado verosimilitud a mis novelas y, además, habría sido una limitación de fronteras que me privaría del placer de innovar y de divertirme.” Además, añadía que muchos de sus personajes principales “también pueden morir de la misma forma que lo hacían los otros”. Con estas ideas, pues, rompe con la viabilidad de utilizar siempre un mismo detective en serie. Esta característica, como vemos, le da un estilo particular que el autor utiliza con el objetivo de incrementar la verosimilitud de sus historias. Aún más: más allá de la utilización de un personaje ligado a la persecución de un crimen, los protagonistas de Andreu pertenecen a distintos cargos y estratos sociales. Es decir, tanto se puede narrar la historia desde el punto de vista del detective, malhechor o criminal, como desde el de la víctima. Desde representantes de los cuerpos de seguridad (como los casos del inspector Huertas, policía incorruptible, cabezudo e idealista, o la pareja del comisario Redondo y el inspector Juárez), hasta detectives privados como Àlex Barcelona, más conocido como “El Barna”, o investigadores ocasionales como el gitano Julio Izquierdo, pasando por guardas jurados con antecedentes penales, narcotraficantes, jueces corruptos, periodistas, psiquiatras que adquieren otras personalidades, fotógrafos, delincuentes de poca y mucha monta o asesinos en serie, entre una larga lista. Muchos tienen siempre un elemento en común: el temor a sus vidas, a la riqueza, a la pobreza, que les sitúa siempre entre el bien y el mal.

Y del juego hablábamos precisamente en el inicio como uno de los platos fuertes de la narrativa de Martín. Como bien afirma el autor, “el concepto de juego es esencial para entender mi obra. Además, jugar con alguien a algo comporta conocer y respetar unas reglas que exigen imaginación e inteligencia y que suponen un desafío.”

Una tercera característica de sus obras es la habilidad con la que describe la violencia y los ambientes de la marginalidad. El escritor lo transmite con una clarividencia asombrosa. En efecto, la violencia es uno de los elementos que más destacan en sus novelas con la experiencia destructiva de cada uno de sus personajes. Quizás este factor es un lazo parte de su formación, entre el escritor que escribe y el psicólogo que piensa. Pero vayamos mucho más allá: la violencia refleja algo que es consecuencia real del mundo donde nos ha tocado vivir, y que, por lo tanto, es de nuevo un elemento bien relacionado con la realidad que nos rodea.

Por fin llegamos al espacio, donde Barcelona está casi siempre presente, con una voluntad manifiesta de dibujar una crónica social e histórica de su ciudad natal. La importancia dada a los suburbios, en este sentido, hace que la crónica barcelonesa en sus novelas navegue por una amplia gama de colores de la sociedad catalana contemporánea. El autor se sitúa con destreza en los barrios altos, y, sobre todo, en ambientes marginales que favorecen la aparición de la delincuencia, y retrata con minuciosidad, con trazos mínimos y diestros, los lugares y las formas de vida de estos grupos sociales aparecidos en entornos poco favorecidos económicamente. Calles sin asfaltar, núcleos semichabolísticos, periferia de la ciudad, yermos y descampados llenos de basura, abundan en los ambientes presentados por el autor, que se convierten en una especie de “marco urbano aterrador”.
Todo esto se adereza con ciertas dosis de humor, variedad de puntos de vista de narradores y pluralidad de voces hasta señalar otro de los puntos clave de su narrativa: la capacidad de documentación que permite una credibilidad absoluta de cada personaje y cada tema que expone. En este sentido, la documentación exhaustiva y rigurosa que recopila y presenta en cada una de sus novelas es una muestra de su grado de implicación en todo lo que hace.

Su gusto por el juego lo ha llevado a abrir también algunas series, casi siempre a cuatro manos. A parte de la serie Wendy en solitario, quien más ha “sufrido” los trabajos conjuntos con él ha sido Jaume Ribera con la serie Flanagan, nacida a principios de la década de los noventa y que supera ya la decena de publicaciones, que se ha convertido en uno de los detectives más famosos de todos los tiempos. Ambos han iniciado también la serie de Àngel Esquius, que cuenta hasta hoy con tres apariciones. Exitoso ha sido asimismo el dueto con la trilogía del blues –editada junto con un CD musical de Dani Nel·lo. También cabe destacar los trabajos compartidos con Carles Quílez, Verónica Vila-Sanjuán o Juanjo Sarto.

Toda esta lista queda completada por su excelente trabajo de orador, divulgados y estudioso del género. En sus artículos teóricos, Martín ha dedicado numerosas líneas a analizar la situación del género, definir nomenclatura e intentar explicar al público que la novela policiaca deriva de la novela negra y que sus orígenes no están precisamente en novelas como Edipo Rey, Hamlet o la Biblia.

Tras todo este legado quedan numerosos premios literarios, centenares de traducciones a un gran número de lenguas y adaptaciones cinematográficas. Así pues, no pretendemos hablar de la cantidad –que es inmensa–, sino que lo que queremos destacar es la calidad de sus escritos. Porque se puede tener una buena historia, pero hay que saber contarla. Y Andreu por supuesto que sabe hacerlo.

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