Palabra de poeta

Poética

Tal y como yo lo pienso, el poeta no es, necesariamente, un ser aislado en una torre de marfil. En cualquier caso, su aparente alejamiento, ha escrito Marià Villangómez, "es para una más íntima unión". Su profesión es solitaria y solidaria a la vez. Cuando el poeta se enfrenta a la página en blanco, se enfrenta a la nada y a si mismo. Se entrega entonces al acto de crear una realidad que quiere ser esencia de pregonas existencias... "La poesía" –según el propio Villangómez– "es poesía y nada más, una emoción diferente, una nueva categoría, que quiere, aun, se expresada."

Por otra parte, el poeta forma parte de un pueblo determinado, en cuyo seno se nutre y del que recibe influencias, ocupando un lugar simbólico… Su vida, su biografía, será únicamente una circunstancia, un accidente... Considero importante, en un poeta, su escritura y la capacidad de ésta de interrelacionarnos con la Historia, expresando experiencias compartibles, como podemos ver, por ejemplo en el poema de Paul Éluard titulado "Toque de queda", en el que se despliega –en solo ocho versos sencillísimos, sin puntuar– toda la emoción de una noche de amor entre una mujer y un hombre en las circunstancias excepcionales de una ciudad ocupada por los enemigos de la vida, en aquella hora trágica de la Historia donde los poetas, una vez más, dieron prueba de su capacidad comunicativa.

Con todo, a pesar de que la persona que habla en el poema –diríamos, simplificando Carlos Bousoño–, coincide a menudo con el yo del poeta, es sustancialmente un personaje, una composición que la fantasía consigue a través de los datos de la experiencia. Pero, también, el poeta es en si mismo un personaje. Un fingidor, como quería Pessoa.

Por eso siempre será mejor el distanciamiento –un cálido distanciamiento– para leer una obra, para entenderla sin las deformaciones que la cotidianidad impone. Debemos, pues, superar la anécdota, la referencia concreta. Un trabajo que corresponde, en primer lugar, al poeta, quien parte de la vida para ofrecernos, con la frágil –pero decisiva– herramienta del idioma –la destilación colectiva y a la vez creadora de un espíritu histórico: patria, nación o pueblo–, la sensación de una realidad trascendida.

Si la vida –siempre en el marco de la Historia, o de la Cultura– no late en nuestra escritura, será ésta algo perfectamente inútil, la práctica más estéril. Pero si el escritor se acontenta únicamente con calcar los acontecimientos vivenciales o sociológicos, conseguirá una obra igualmente pobre, en la que la llama de la suprema armonía se extinguirá, como se extingue la llama de un quinqué en una habitación sin oxígeno. En cambio, si tenemos éxito en nuestros propósitos, entonces la poesía, que "nos espera" –como dice Marià Manent– "a veces en el corazón del silencio", se abrirá camino con palabras que nos atrevemos a combinar con voluntad de estilo.

Así, en mis poemas, espero haber reflejado inquietudes compartibles, pues, como acertadamente dijo T. S. Eliot, "no existe ningún arte más obstinadamente nacional que la poesía", que debe nacer, pienso, de un desaforado amor a la vida y, por lo tanto, de una cierta consciencia de estar dentro de la Historia, que no prive, como en el caso de la poesía china, y según palabras de Marià Manent, "de la más ardiente atención al prodigio de las cosas de la natura i de las que creó la mano del hombre". Por otro lado, el poeta sabe que pertenece, gracias a la lengua utilizada, a una tradición literaria, aunque esto no implica absoluta sujeción al pasado ni significa, tampoco, que al buscar los caminos que más le plazcan deba ser considerado, por ello, irreverente. La poesía, a veces inaprensible, a menudo avara, difícilmente se decantará, al formularse, por las vertientes regresivas y, no del todo de espaldas a la realidad, tampoco deja de indagar, intentando desvelarnos, en los misterios que se ocultan bajo la corteza de las cosas.

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