Maria Antònia Salvà, la raíz de las palabras

En un poema magnífico, digno de figurar en cualquier antología de la poesía catalana -cualquiera de esas antologías que, a partir de cierto momento, han ignorado su obra de forma casi sistemática-, Maria Antònia Salvà evoca la feroz e inesperada capacidad de supervivencia de un cactus. Como suele pasar con muchos de sus poemas, detrás de la descripción de una escena de la vida campesina o del su paisaje apunta, tal como decía Llompart, "un imperceptible sentido simbólico, libre y apenas insinuado". No puedo leer, pues, los diez versos que forman la composición mencionada sin que su sentido simbólico se me manifieste con fuerza y, quizás yendo mucho más allá de las intenciones conscientes de la poetisa mallorquina, se me conviertan en una especie de alegoría de la mujer escritora, aquella que Tillie Olsen, en un libro memorable, bautizó como "superviviente". Y en el caso de la autora que nos ocupa, osaría decir que es doblemente superviviente. Por una parte, por el simple hecho de haber cogido la pluma, alzándose contra el silencio secularmente asignado al sexo femenino. Con lo que eso tenía de "monstruoso", es decir, de susceptible de ser mostrado por su excepcionalidad o rareza. Como el cactus, planta de desierto, "reptil monstruoso de piel marchada de entraña viscosa", adaptado a un entorno hostil y que "se bebe la solana" en un rincón hasta que "su malicia revelada, / retorciéndose, resquebrajó el tiesto". En segundo lugar, Maria Antònia Salvà puede ser considerada una superviviente porque, a pesar de la tradicional dificultad de transmisión de la inmensa mayoría de las obras femeninas, con cierto esfuerzo, husmeando por las librerías de viejo, las lectoras y los lectores potenciales que se interesen y tengan suficiente tenacidad pueden llegar hasta su obra; y si el gusto por la poesía no se les ha embotado, descubrirán un buen puñado de poemas que merecen ser rescatados de ese semiolvido condescendiente donde parece confinada. Por eso también su suerte se parece a la del cactus del poema, que, habiendo sido lanzado desde una pared de piedra seca, "más allá del huerto, donde se pierde éste", es capaz de abrirse paso "entre las piedras duras / hurgando por las grietas y fisuras" y, encarnizadamente, sobrevivir.

He dicho superviviente y, de forma bien significativa, este mismo calificativo, en inglés, Survivors, es el que Sam Abrams escogió como título de su antología bilingüe de poetisas catalanas editada por el Instituto Norteamericano no hace muchos años. Maria Antònia Salvà no sólo es una de las antologadas sino que encabeza la selección. Porque, de hecho, nos encontramos delante de la primera poetisa importante de la historia de la poesía catalana. Antes de ella, y en catalán, apenas habían encontrado expresión poética la experiencia femenina del mundo y de las cosas, el peculiar punto de vista que confiere, cuando menos, una inserción diferente en la realidad y en la historia, la vivencia transformada en ritmo y en sentido por las palabras de una mujer. Ciertamente, sería del todo injusto olvidar otras aportaciones anteriores: las escasas muestras de poesía medieval anónimas o con nombre conocido -de Constança de Mallorca a Tecla de Borja-; la indiscutible pero difícilmente distinguible aportación femenina a la poesía popular, y, más adelante, las mujeres que participan con sus versos en los Jocs Florals y en la Renaixença.

Así, ya en el siglo XIX, el calificativo de pionera convendría sin duda a Josepa Massanès (Tarragona 1811 - Barcelona 1887), sin olvidar toda una serie de nombres de menos relieve, como el de Emília Sureda, poetisa y amiga íntima de Salvà, fallecida prematuramente en 1904, o nombres fundamentales pero que han brillado con más fuerza en otras generaciones, como es el caso de Dolors Monserdà. Pero si, como he dicho, sería injusto olvidar todos estos precedentes, también lo sería obviar el salto cualitativo que significa la publicación en 1910 de Poesies, el primer libro de Maria Antònia Salvà. Y vale decir que esta importancia literaria pronto fue reconocida y destacada por escritores y críticos tan exigentes como Riba y Folguera, que no le regatearon elogios y, sobre todo, por Carner, que prologó su segundo libro, Espigues en flor [Espigas en flor](1926), y que en 1957 publicó una extensa antología, precedida de un interesante, y ferviente, estudio crítico. Después, con notables excepciones, se la ha minusvalorado, se la ha visto como un apéndice inesencial de la Escuela Mallorquina. Y a esta subestimación le ha seguido el desconocimiento. A los autores que, como Riba o Carner, creían en el eterno femenino y en una especificidad de la poesía de mujer y daban un alto valor, en estos términos quizás ahora cuestionables, a las aportaciones de sus colegas o predecesoras, les ha seguido una visión dominante que, tras la negación implícita o explícita de la sexuación de las obras literarias, so capa de una supuesta neutralidad del texto, nos ofrece una panorámica de la poesía catalana absolutamente androcéntrica. Estas premisas latentes abocan a un callejón sin salida: en la medida en que no representan una diferencia, las poetisas son prescindibles. Si representan una diferencia, ésta, a la corta o a la larga, se les vuelve en contra y las inferioriza ...

Creo que toda mujer escritora, hasta hoy día, tiene que estudiarse y entenderse, paralelamente, de dos maneras: por una parte, en relación con el conjunto de la tradición literaria y de la obra de los escritores y escritoras que le son contemporáneos. De la otra, en el contexto de una genealogía femenina de la literatura que, hay que decirlo, justo ahora hemos empezado a esbozar. Seguramente su valor, más allá del canon sexista, tiene que surgir de la intersección de estos dos campos. El homenaje que las poetisas catalanas actuales, a través del acto organizado por el PEN Club, ofreceremos mañana a Maria Antònia Salvà, hay que entenderlo en este sentido: reivindicarla como uno de los nombres que hay que tener en cuenta en cualquier panorámica global de la poesía catalana; reconocerla como una de nuestras antepasadas más notables y subrayar la continuidad de la presencia de poetas de género femenino -demasiado a menudo infravalorada y reducida a uno o dos nombres de muestra- dentro de nuestro paisaje literario.

Han dicho ...


[...] Los poetas le parecían semidioses, y lo que más deseaba era llegar a tener un hermano que lo fuera.[...]

Por aquel tiempo se publicaron Canigó y Caritat de Verdaguer. Estas obras fueron para ella una gran revelación, y las aprendió de memoria, como había aprendido las poesías de Marià Aguiló, a quien admiraba particularmente por la fluidez de su verso y por la semejanza de su poesía con las canciones populares, de las cuales ella había hecho una recopilación tomándolas de boca de campesinos y jornaleros.

Llevada por lo mejor de sus entusiasmos por Verdaguer se dio de lleno a escribir; pero sin que nadie, ni su padre, viera sus escritos. A pesar de esta reserva, mosén Costa i Llobera supo de sus aficiones y quiso leer sus versos; ella no se pudo negar a enseñárselos, y el gran poeta no sólo la animó de palabra, sino que, tras pedirle copia de una de sus poesías, "Orfanesa" la hizo publicar al poco tiempo en La Tradició Catalana.

Nota introductoria a Poesies (Barcelona, Lectura Popular, Biblioteca d'Autors Populars, 1910)

[...] La elevada palabra de Miquel costa señaló en el prólogo de las Poesies de Maria Antònia Salvà su significación. "La sencillez discreta, la naturalidad sin vulgaridad, una corrección sin esfuerzo, un gusto exquisito, un fondo de bondad ingenua y de sentimiento delicado sin exaltaciones extrañas..." Éstas eran las virtudes que el ilustre poeta ponderaba. Sencillez, discreción bondad, el oro y la miel de los versos de Maria Antònia [...].

Tomàs Garcés, prólogo a Maria Antònia Salvà, Els poetes d'Ara: Maria Antònia Salvà (Barcelona, Lira, 1923)

[...] Pero de lo que estoy seguro es que hay un ángel que llena de quieta claridad y de bien compuestas concordancias los versos de Maria Antònia Salvà. Si queréis explicaros el íntimo hechizo, la gentil y profunda emoción de las canciones que de aquí a poco os entrarán por los ojos y se expandirán por vuestro corazón, no os olvidéis de aquellos versos de la canción popular: "Un ángel entró / por la ventana."

Disposición angélical, concordia íntima de cada cosa en su lugar, de cada emoción dentro de una música bien avenida y apropiada, de cada deber festejado por la paciencia, de cada ilusión dentro del infatigable abrigo de la esperanza, de cada sufrimiento con la envoltura difícil y dulce de la caridad.

Josep Carner, prólogo a M.A. Salvà, Espigues en flor. Poesies (Barcelona, Altés, 1926)

[...] Mi afición a los versos y al cancionero, casi podría decirse que es innata en mí. Mi nodriza -una joven y robusta campesina, "Flauta" de sobrenombre, para quien yo no tenía ni un defecto- acostumbraba a decir que, cuando me destetó, yo ya sabía una sarta de canciones. Qué canciones fueran éstas, no le pregunté nunca, [...].

Fragmento de "De la infantesa", Entre el record i l'enyorança (Palma de Mallorca, Moll, 1955)

[...] Se trataba, pues, de un verdadero nacimiento poético, determinado, no por el simple placer de rimar, sino por el propósito directo de la evocación. Por otra parte, es a tientas como hay que adivinar, y la metáfora es vital y no lógica; la anécdota, necesaria como punto de partida, queda siempre por debajo del canto [...]

Josep Carner, prólogo a M.A. Salvà, Antología poètica (Barcelona, Selecta, 1957)

[...] El tratamiento del amor nunca es en la Renaixença ni transgresor ni rebelde y cuando es tratado por mujeres suele enfocarse desde la óptica materno-filial, como es el caso de Maria-Antònia Salvà, cuya vida transcurrió sin hechos relevantes.

Aunque no se casó ni tuvo hijos y fue poetisa, consideró, tal como queda reflejado en su obra, que la misión de la mujer era precisamente casarse, tener hijos y no escribir. Del hecho de ser soltera y no tener descendencia no se excusa, porque nadie la escogió para casarse, y, por otro lado, ella tampoco es responsable de ser escritora, sí. De este aspecto, habla siempre con humildad, pidiendo casi perdón. Y por ello Miquel Ferrà, con el cual mantuvo una interesantísima correspondencia, le escribe en una carta: "Una mujer no tiene que pedir tantas excusas por ser inteligente y tener corazón, y cuando Dios le concede este privilegio tiene que vivir un poco más documentada". Ferrà la regaña porque Maria-Antònia tiene miedo de ser una intelectual, no quiere que la tomen por una literata, aunque lo es [...].

Carme Riera, «Un poema inèdit i un comentari», AA.DD. Lectures de Maria-Antònia Salvà (Barcelona, PAM, 1996)

[...] Al final de su vida, Salvà se presenta bajo la imagen de la abeja que ha querido ser "peregrina de humilde ropaje" para seguir su particular naturaleza, su experiencia personal, también el amor, y el paso del tiempo, y la soledad; y después terminar, porque: "Mi panal fuera de tiempo sería fastidiosa cosa: / la nueva gente de hoy anhela otra miel... / La abeja ¡da igual! / Por el cardo y por la rosa / encontró el camino del cielo." Imagen poética que, como la de la araña, emplea frecuentemente nuestra poetisa a lo largo de su obra y la acerca a toda otra tradición, la de la poética femenina, desarrollada a lo largo del siglo XIX por nombres como Emily Dickinson.

Lluïsa Julià, «L'Antología carneriana de Maria-Antònia Salvà», Serra d'Or, (1996)

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