Llorenç Villalonga

Jaume Pomar

Llorenç Villalonga fue un polifacético hombre de letras. Como psiquiatra, profesión que practicó toda su vida en su isla natal, capturó los caprichos, los momentos y las motivaciones del alma humana de un modo singular. Bearn o La sala de las muñecas es sin ninguna duda una de las grandes novelas de la literatura catalana del siglo XX. Esencialmente constituye una reflexión sobre el paso del tiempo y sus efectos en las personas (un mito de Fausto aplicado a un noble mallorquín) y en la sociedad (la decadencia de la pequeña nobleza rural).

La vida y la obra del polémico escritor mallorquín Llorenç Villalonga Pones (Palma 1897-1980) muestran tres etapas bastante diferenciadas, y a menudo contradictorias, que merecen considerarse por separado. De hecho, él fue la suma de su trayectoria y el resultado es bien visible: quince novelas, cinco libros de relatos, cinco volúmenes de teatro y más de mil quinientos artículos de prensa. Repartida en medio siglo de vida activa (1924-1975), esta tarea, vista en perspectiva, tiene algo de protéica, se mueve a impulsos de una evolución constante. O mejor dicho, haciendo un esfuerzo de aproximación a su Weltanschauung, se podría hablar de tres ciclos diferenciados a la manera de tres círculos concéntricos -tres peces que se muerden la cola-, atravesados por un eje común: la propia existencia, solicitada por fuerzas diversas a lo largo de los años.

Villalonga escogió la carrera de medicina, en abierta oposición a su padre, Miquel Villalonga Muntaner, militar de profesión que llegó a general. Después de rechazar un destino eclesiástico y otro como abogado, Llorenç se inclinó por la medicina, profesión arraigada en la familia de la madre, Joana Pones Marqués, natural de Mahón.

El escritor empezó a colaborar en El Día de Palma cuando estudiaba en la Universidad de Zaragoza, donde acabó la carrera en 1926, después de haber pasado por las facultades de medicina de Murcia (1919), Barcelona (1920-23) y Madrid (1923-24). Esta tarea periodística abre su primera etapa literaria (1924-1939). Empieza con un talante esnob, inquieto, curioso, atraído por todas las novedades y las facetas vanguardistas. Se ha formado en la lectura de Anatole France, Voltaire, Freud, Ortega y Gasset, y algunos escritores de la Generación del 98. Un poco más tarde, en 1925 dice Damià Ferrà-Ponç, descubrirá la obra de Marcel Proust, tan decisiva al hablar de las influencias en la narrativa de Villalonga. Durante esta primera época realizó una importante producción cuentística -más tarde recogida, reescrita y traducida al catalán- y también un gran número de comentarios literarios, artísticos y culturales. Éste fue su mejor momento, no superado en el futuro, en el campo periodístico. Pero fue mucho más importante su irrupción de caballo siciliano como novelista con Mort de dama [Muerte de una dama] (1931) en catalán y prologada por Gabriel Alomar Villalonga, hecho que lo enemistó para siempre con el mundo de los regionalistas y sobre todo con los autores de la Escuela Mallorquina. Por entonces asumió la dirección literaria del magazine Brisas (1934-36), donde publicó cinco relatos cortos, la pieza teatral Silvia Ocampo y el comienzo de Madame Dillon, novela que se publicó completa en 1937. La novela y el drama, junto con la tragedia Fedra (1932), muestran el impacto que le produjo la relación sentimental con la poetisa cubana Emilia Bernal. Estas tres obras, que Jaume Vidal Alcover llamaba el "ciclo de Fedra", escritas en castellano inicialmente, más tarde sometidas a profundas metamorfosis, fueron trasvasadas por el autor al catalán. Constituyen un documento bastante veraz del turismo de preguerra en Mallorca y de la transformación que este turismo imprimió a las formas de vida tradicionales de la sociedad de la isla.

Más interés tiene Mort de dama, hoy un clásico contemporáneo de las letras catalanas. Villalonga elabora, en torno a la agonía de una aristócrata de ciudad, el acta notarial del hundimiento de una Mallorca que muere con ella. Y construye este fresco de época a través de unos personajes paradigmáticos, verdaderos arquetipos. Así, la ambivalencia del autor hacia el mundo de los butifarras -la nobleza mallorquina- se nos presenta a partir del dualismo representado por doña Obdúlia Montcada y doña Maria Antònia, la baronesa de Bearn -chabacana y libidinosa la primera; discreta y elegante, paradigma de una vieja cultura, la segunda. También surgen, en torno a la agonía de doña Obdúlia, otros personajes típicos del mundo de la isla: Aina Cohen, la poetisa chueta y reprimida en quien el autor quiso satirizar la Escuela Mallorquina, los poetas novecentistas de Mallorca; el marqués de Collera, adornado con todas las incompetencias del político mallorquín de la Restauración, y quizás de todas las épocas, y un coro de caricaturescas voces mesocráticas. Lejos, en la otra parte de la ciudad vieja, por Gènova y El Terreno, se agita un mundo nuevo de extranjeros que hablan lenguas bárbaras, con mujeres que fuman, beben whisky y nadan en invierno.

Con estos personajes, Villalonga elabora una sátira de la vida mallorquina de los años veinte. Sátira y esperpento ofensivos que no le fueron perdonados. Más tarde, la Guerra Civil enmarca el paso del novelista por el fascismo. Fue un espejismo. Este hecho agravó, con alguna anécdota lamentable y un punto perversa, las tensiones entre este importante escritor y los componentes del regionalismo literario y político.

Pocos meses después de la sublevación militar, se casa con una familiar lejana, rica y muy sensata: Maria Teresa Gelabert Gelabert. Esta unión -un matrimonio de conveniencia- cierra la puerta del tiempo de juventud y de aventura. Llega la madurez y con ella el final del esnobismo que practicaba con el pseudónimo Dhey. La sátira se desvanece y empieza la elegía con la larga elaboración del mito de Bearn. La nueva etapa (1939-1961) es propicia para el recuerdo. La memoria será el motor y el eje central, y empleará toda su capacidad creativa en escribir unas vastas memorias personales y de su entorno. En esta nueva dirección, lo guía una máxima proustiana: "No hay más paraísos que los perdidos."

Después de un tiempo de silencio durante los primeros años cuarenta, reanuda en 1947 las colaboraciones en prensa en el periódico Baleares -surgido de la fusión entre El Día y Falange-, de nuevo con el pseudónimo Dhey pero con contenidos bien diferentes. Ahora pesan en sus escritos dos posguerras: la civil y la mundial. Ha visto el hundimiento de su mundo y muestra una voluntad evidente de concordia, de armonía con el medio. Europa, sacudida, ha desgarrado el sutil velo de su cultura. Y Villalonga empieza a temer las consecuencias derivadas de este hecho, se alarma ante el desorden, la locura que ve cotidianamente como psiquiatra, la magia supersticiosa, la irracionalidad.

Con esta nueva actitud le llegan nuevos amigos. Manuel Sanchis Guarner, el filólogo valenciano, cruelmente represaliado por el franquismo, se convierte en contertuliano habitual de Villalonga. Y actúa como agente activo de su recuperación. Sanchis lo reconcilia con Francesc de B. Moll, que será el primer editor de Dhey en la posguerra con La novel·la de Palmira [La novela de Palmira] (1952). En el café Riskal de Palma, Villalonga se encuentra de repente rodeado por los jóvenes escritores de los años cincuenta: Llorenç Moyà, Josep M. Llompart y, sobre todo, Jaume Vidal Alcover, su gran amigo entre 1951 y 1968. Además, en este retorno a la novela, puede contar con el apoyo de Salvador Espriu, viejo amigo de antes de la guerra, que le prologa La novel·la de Palmira y la segunda edición de Mort de dama (1954). Con su prosa incisiva, Espriu no sólo defiende al escritor, sino también la figura humana del novelista mallorquín, aún en entredicho por los bienpensantes.

Escribe la novela Bearn, en catalán, entre 1952 y en 1954, pero faltándole pocas páginas para acabarla, se rebela ante la corrección de estilo que Editorial Selecta, de Barcelona, ha hecho en Mort de dama. Irritado, reescribe la obra de cabo a rabo en castellano y la acaba en esta lengua. La novela, verdadero chef d'oeuvre de su producción, inicialmente no tuvo suerte. Despreciada en dos concursos literarios, se publicó en 1956 en una corta tirada de mil ejemplares y no llamó la atención de críticos ni de lectores. Más tarde, en la versión catalana de 1961, consiguió la proyección merecida. Premio de la Crítica 1963, en una encuesta de Serra d'Or del año siguiente se situaba en segundo lugar dentro de la narrativa catalana de posguerra y en 1966 vertebraba el primer tomo de sus Obres Completes de 'Edicions 62, con un prólogo importante de Joaquim Molas. Este volumen, titulado El mite de Bearn [El mito de Bearn], se publicó en una colección titulada "Clàssics catalans del segle XX". El hecho es significativo por más de una razón.

Bearn ha sido traducida a casi todas las lenguas europeas y también al chino y al vietnamita. La versión cinematográfica de Jaime Chávarri dio a conocer esta novela internacionalmente.

En paralelo, ya en los años sesenta, se iniciaba su tercera etapa (1961-1975), que comprende hasta el final de su carrera como novelista. En este periodo, junto a obras importantes de temática autobiográfica, publica otras de menor interés, como las que forman el ciclo de Flo la Vigne. Este personaje, Flo la Vigne, transposición literaria de Baltasar Porcel, protagonizaba una primera novela corta importante, L'àngel rebel [El ángel rebelde] (1961), que en su segunda edición pasó a denominarse Flo la Vigne (1974) y que, al ampliarse, perdió buena parte de su encanto primigenio. Entre la producción autobiográfica de esta última etapa hay que destacar: Falses memories de Salvador Orlan [Falsas memorias de Salvador Orlan] (1967), Les fures [Las furias] (1967) y, muy especialmente, El misàntrop [El misántropo] (1972), donde reconstruye su experiencia juvenil de estudiante en Zaragoza con un grupo de amigos vascos, navarros y riojanos.

Las tres obras del ciclo Flo la Vigne, La gran batuda [La gran batida] (1968), La Lulú o la princesa que somreia a totes les conjuntures [Lulú] (1970) y Lulú regina (1972), dan noticia de un proceso de pensamiento regresivo, disolvente, contrario a la modernidad en todos sus aspectos. Estas obras desarrollan una ideología contraria al avance de la industrialización y del maquinismo. El autor se enfrenta en ellas a la sociedad de consumo, con el mismo estilo que en sus artículos en Diario de Mallorca, El Correo Catalán, Lluc, Destino y Serra d'Or.

Sin embargo, al final, el éxito lo acompañó. Andrea Víctrix (1974) obtuvo el Premio Josep Pla de 1973 y cerró brillantemente su trayectoria novelística con Un estiu a Mallorca [Un verano en Mallorca] (1975), versión narrativa del drama Sílvia Ocampo, un tema de los años treinta que al final recuerda la relación con Emilia Bernal.

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